Revolución #194, 7 de marzo de 2010


Apuntes del corresponsal sobre el terremoto

KATASTWÒF! – Voces desde Haití

Parte 1. “Se cayó todo”

El 12 de enero de 2010 Haití sufrió un terremoto sumamente fuerte que devastó la capital de Puerto Príncipe y las ciudades cercanas de Léogâne y Jacmel, y dejó a más de 200.000 muertos. En cuanto se difundió la noticia de este desastre humano, personas de todo del mundo sentían el corazón partido por lo que sufría el pueblo haitiano. Millones donaron dinero, ayuda médica o alimento, y muchos fueron inmediatamente a Haití para tratar de ayudar.

Al mismo tiempo, el gobierno estadounidense se apoderó del aeropuerto en Puerto Príncipe. Al arribarse soldados estadounidenses y sus suministros militares, no permitieron que aterrizaran los envíos de asistencia desesperadamente necesitada o los abandonaron amontonados en la pista. Durante las semanas después del terremoto —cuando Estados Unidos concretamente bloqueó la llegada de la ayuda a Haití— se ha calculado que se murieron hasta 25.000 personas al día de enfermedades que se podría tratar, como la pérdida de sangre, la deshidratación, la asfixia y la infección.

El periódico Revolución había publicado artículos importantes que desenmascararon la historia de la dominación estadounidense de Haití y cómo creó las condiciones de extrema pobreza y falta de infraestructura causas directas del enorme número de víctimas mortales. Puso al descubierto el sabotaje estadounidense de la entrega de la ayuda, justificado en nombre de “asuntos de seguridad”.

Pero necesitábamos conocer más a fondo lo que realmente significaba todo eso para las masas haitianas, cómo veían la situación y cómo lidiaban con ella. En tanto, 12 días después del terremoto —el Katastwòf como lo nombran en Kreyol— un reportero de Revolución se encontró en un autobús que iba de Santo Domingo a Puerto Príncipe. La siguiente es la primera parte de una serie de pasajes de sus apuntes.

*****

Los pasajeros en el autobús son en su abrumadora mayoría, haitiano-americanos. Platico con un tipo de Brooklyn, Nueva York. Su hermano se murió en el terremoto, y él regresa a casa para ayudar en lo que se pueda. Otro, Alphonse, me cuenta: “Vengo a Haití porque tengo dos hijos adoptados. Después del terremoto, hasta los cuatro días pude comunicarme con ellos por teléfono para saber si estaban bien. Durante ese tiempo, ¡casi me vuelvo loco! Entonces, cuando pude llamarlos, mi hijito de cuatro años dijo, ‘¡Papi, la casa se nos cayó y estoy viviendo en la calle! Quiero que venga a cargarme. ¡Véngase a cargarme, Papi!’ Y pensé en ese mero momento: ‘¡Tengo que ir a Haití!’ ¡Quiero tanto a esos mocosos!” Angustiado y serio, me pregunta: “Mis hijos no resultaron lastimados en el terremoto, pero ¿cuánto tiempo pueden vivir en la calle?”.

Llegamos a la terminal en Pétionville (una parte de Puerto Príncipe en una colina arriba del centro de la ciudad). En otros tiempos esta zona se consideraba más próspera y elegante, con clubes y restaurantes de ambiente. Quedó muy dañada por el sismo pero no tan devastada como otras zonas. La escena en la terminal era todo un ajetreo — cientos de personas que esperaban a familiares y conductores que ofrecían transportarlos. Alphonse me presenta a Janot, y dice que éste me ayudará en mi misión.

Resulta que Alphonse había leído de vez en cuando el Obrero Revolucionario (nombre anterior de Revolución) hace muchos años en Estados Unidos. Sabe que Janot es un activista de tendencia revolucionaria, y por eso Alphonse me dejó a su responsabilidad. Fue un golpe de suerte al máximo, porque durante el resto de mi estancia, Janot me ayudó a entender la situación en términos básicos, me enseñó cómo son las cosas y en dónde podía conseguir posada (es decir, campamentos más o menos organizados en calles laterales o en los patios de edificios dañados), comida, agua potable y compañía. También me presentó a muchas otras personas que ayudaron mucho y también resultaron ser unos grandes amigos. (Así que, Janot, si estás leyendo esto en este momento, kite-m di lot fwa, “mèsi anpil kamarad!” [déjame decirte otra vez, “gracias, camarada”.])

Janot y yo platicamos sentados fuera de un centro de cuidado de niños que se había convertido en hogar para unas 25 personas que se habían reunido tras el terremoto. En los días siguientes, yo iba a conocer más a las personas ahí y cómo habían organizado las tareas de supervivencia en un paisaje verdaderamente infernal.

Cuando estaba en Haití me quedé en dos campamentos diferentes, ambos establecidos por una organización progresista que se llama KASAV. KASAV son los iniciales de Kolectiv Ayisyen Solidarite Aksyon Voluntre, y kasav (yuca) es una raíz vegetal, un alimento básico de los campesinos haitianos. Como dice el nombre, estos campamentos pretendían aplicar principios de acción colectiva para el bien de la gente. Como todos en Puerto Príncipe, vivimos a la intemperie y navegábamos a diario para conseguir alimento y especialmente agua potable, pero la situación en los campamentos de KASAV era mucho mejor que la de las barriadas grandes y las ciudades de carpas.

En los campamentos muchas personas me brindaron amistad y me contaron sus historias a profundidad. Daniel, el líder del campamento en el centro, me presenta a Roger, que se ofreció para ser mi traductor. Roger tiene 25 años y acababa de entrar de universitario cuando pasó el terremoto y destruyó por completo el colegio. Al principio ofreció a ayudarme porque quería mejorar su inglés, pero al mismo tiempo, debido a su propia experiencia, tenía una sed apremiante de entender lo que había ocurrido y por qué, y por eso resultó un participante de incalculable valor más allá de la traducción, y un gran compañero.

Nueve segundos aterrorizadores

Roger me cuenta su historia personal y sus pensamientos sobre la Katastwòf:

“Eran las 4 de la tarde, más o menos. Estaba sentado en la parte de la casa que da a la calle con un libro de inglés. Mis hermanas estaban en el piso de arriba viendo la tele. Escuché un ruido y empecé a temblar. Entonces toda la casa tembló, muy fuerte, y no tuve tiempo para gritar a mis hermanas, no más salí corriendo de la casa. No sabía lo que era exactamente, pero las otras casas se estaban derrumbando, una tras otra. Entonces sí grité a mis hermanas, dije: ‘sálganse, la casa se está cayendo’. Encontramos a mi papá afuera también, y todos nos pusimos a llorar. Todos los vecinos estaban afuera a mitad de la calle. No sabíamos qué iba a pasar.

“Es algo tan difícil para todos los haitianos. Ahora no tenemos nada, ni comida, ni agua, ni luz, ni ropa ni techo... sólo nuestra fe en Dios. Solamente tengo la ropa que me llevo puesta. Ahorita no puedo pensar en nada más allá de mí y mi familia. Dormimos a la intemperie, está llegando el frío pero no nos queda de otra. Antes esta zona era muy bonita, con una arquitectura hermosa pero ahora todo se cayó. Es algo muy grueso vivir eso, en lo físico, lo mental y lo emocional. A veces me afecta todavía; a veces simplemente me pongo a temblar, no puedo decir palabra, al pensar en la gente que se muere...”

En otro día me siento con cuatro tipos: Voltaire, un reportero con Radyo Metropole; Jaçques, un adolescente; Daniel, el líder del campamento; y Roger. Describieron vívidamente no sólo el terremoto sino también sus secuelas. Voltaire dice que estaba en la Universidad cuando ocurrió:

“Habían llamado a una manifestación contra el asesinato de un maestro progresista de renombre el día anterior, y yo la estaba cubriendo. Estaba recargado en una pared y ésta empezó a temblar. Me paré y empecé a llamar a mi novia. De ahí siguieron nueve segundos de sacudones intensos, una pausa y después más sacudones. Las casas estaban cayéndose con estruendo, la pared donde me había recargado se derrumbó parcialmente y dejó atrapados a unos estudiantes. Otros estudiantes corrieron a sacarlos pero la pared se derrumbó por completo, dejando atrapados también a ellos.

“Eran las 4:53 de la tarde. Después del sismo el aire quedó lleno de polvo y basura, los carros se chocaban porque los conductores que trataban de regresar a casa no podían ver. La emisora de radio Palace dejó de transmitir...”

Jaçques: “Yo y mi familia nos quedamos a mitad de la calle, parados, pensando que todo mundo se iba a morir, pero esperando para ver qué iba a pasar. Nos quedamos ahí hasta el otro día”.

Voltaire: “El día siguiente no hubo espacio para caminar, las calles estaban atascadas de cadáveres, ya hinchados y purulentos, en cada calle. No hubo quien los recogiera. Era muy terrible. Lo primero que pensé era que el mismo Dios había bajado a la Tierra... Miré a un señor que hablaba por celular, tratando de averiguar si su esposa y sus dos hijos estaban con viva. De repente sacó una pistola del bolsillo y se apuntó en la cabeza; estuvo a punto de matarse. Pero la gente lo rodeó y discutió con él, diciendo: ‘No, si ya pasó ni modo, tenemos que seguir adelante’. Le quité la pistola y la entregaron a un policía haitiano...

“El miércoles era horrible. Por dondequiera que caminas, pisas a muertos. Las familias están lamentando a grito abierto porque se les murieron familiares, casi todas las familias. En la noche no pudimos dormir. Las personas trataban de quitar los cadáveres del suelo donde iban a dormir. Todavía lloraban, todavía pensaban que era el regreso de Dios, el castigo por todos sus pecados. Se hincaban y pedían misericordia. Hubo muchas lágrimas”.

Roger: “Después del Katastwòf, no hubo comida, ni agua potable, la peor situación. El gobierno no hizo nada, la comunidad internacional prometió ayuda pero hasta la fecha no ha hecho nada. Después de 15 días el gobierno no ha hecho nada. O consigues comida por tu cuenta o te mueres”.

Continuará.

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