México: "La gota que derramó el vaso"
19 de enero de 2015 | Periódico Revolución | revcom.us
El presidente de México Enrique Peña Nieto estuvo de visita con Barack Obama, su padrino yanqui, en Washington, D.C., la primera semana de enero. La reunión ocurrió en un momento crítico en las relaciones entre México y Estados Unidos, y un momento de erupción social volcánica en México que desafía y sacude los cimientos de ese estado altamente represivo y sus instituciones.
Ayotzinapa: “La gota que derramó el vaso”
Desde el 26 de septiembre de 2014, México —un país de importancia estratégica incalculable para el sistema mundial del capitalismo-imperialismo estadounidense— ha estado sacudiéndose con olas de decidida lucha para terminar con el vil asesinato y tortura de miles de personas por la policía, las fuerzas armadas y los cárteles del narco, por separado o en combinación entre sí.
Dos de las masacres más flagrantes de 2014 fueron los ataques a los estudiantes normalistas de Ayotzinapa y la ejecución de 22 personas en junio de 2014 en Tlatlaya en el Estado de México. Oficiales del ejército y del gobierno han tratado de dar carpetazo a su participación en la masacre de Ayotzinapa. Pero revelaciones en la prensa mexicana han comprobado que el ejército estaba vigilando a los estudiantes desde el momento que salieron de la escuela normal para ir a Iguala donde fueron masacrados y desaparecidos, y que estaba presente durante la detención, asesinatos en el lugar y la desaparición forzada de los 43 estudiantes. (Para mayor información sobre los desaparecidos de Ayotzinapa, vea "México arde — Que Estados Unidos se sienta el escozor" y "México: Persiste la crisis política del gobierno".)
El ejército mexicano, financiado por Estados Unidos, directamente cometió la masacre de Tlatlaya. Después de que unos periodistas mexicanos documentaron ese hecho, siete soldados fueron arrestados y acusados de la matanza. Esta semana la Comisión Nacional de Derechos Humanos del gobierno federal mexicano divulgó información que documenta la tortura brutal de los testigos de la masacre por parte de agentes de la procuraduría del Estado de México.
Los familiares y compañeros de clase de los estudiantes asesinados y desaparecidos de Ayotzinapa iniciaron protestas que se extendieron rápidamente por todo México y particularmente a la Ciudad de México, la capital. Muchos sectores de la población —artistas, vendedores ambulantes, profesionistas, proletarios, estudiantes, campesinos y otros— han participado en las masivas expresiones de indignación en las calles. Los manifestantes han bloqueado carreteras federales y aeropuertos internacionales, exigiendo justicia. El 8 de noviembre de 2014, unos estudiantes en protesta incendiaron la puerta ceremonial del Palacio Nacional en la Ciudad de México. Dos semanas después, más de cien mil personas lanzaron una protesta enorme y combativa en la capital mexicana.
Las protestas han sido especialmente encarnizadas en los estados empobrecidos y brutalmente reprimidos del sur de México. En Guerrero, se incendió la sede del odiado PRI, el partido que en la actualidad ocupa la presidencia de México, partido vinculado desde hace mucho tiempo con la horrible violencia contra el pueblo, el narcotráfico en gran escala y la corrupción flagrante. Fueron incendiados también el palacio municipal de Iguala y el palacio de gobierno estatal en Chilpancingo, la capital de Guerrero. La población se ha levantado contra años de asesinatos en masa, desapariciones y tortura.
Los asesinatos y desapariciones en Ayotzinapa no fueron una aberración. Durante los últimos diez años los asesinatos brutales, las desapariciones de personas y la tortura en masa han sido acontecimientos habituales no solo en el sur sino por todo México. Un informe de Amnistía Internacional dice que la tortura a manos de las fuerzas militares y policiales es “generalizada y rutinaria”. Pero para millones de personas, la noticia de los asesinatos y desapariciones más recientes en Guerrero y de la lucha de las familias y los estudiantes, se convirtió en “la gota que derramó el vaso”.
Surge una crisis de legitimidad
Las protestas por todo México continuaron durante la época decembrina y el Año Nuevo y también han reverberado en Estados Unidos. El 5 de diciembre de 2014, el jefe de policía de la Ciudad de México tuvo que renunciar bajo presiones, por la forma en que manejó las protestas ahí. La Nochebuena, las familias de los estudiantes asesinados y desaparecidos fueron a Los Pinos, la residencia oficial del presidente en la Ciudad de México, donde “un largo cordón de policías antimotín y barricadas impidieron su entrada...”. Las familias regresaron el 26 y el 31 de diciembre, y prometieron que iban a continuar luchando en el año nuevo.
Peña Nieto no anunció su primera visita pública de 2015 al estado sureño de Oaxaca. Aún así, cuando los maestros que hacían protestas se enteraban de su presencia, “chocaron con la policía en sus intentos de impedir que [Peña Nieto] entrara, y éste solo logró entrar en medio de gas lacrimógeno y piedras”. Cuando Peña Nieto se reunió con Obama en Washington, D.C., los manifestantes estaban fuera de la Casa Blanca, demandando justicia y que Peña Nieto renunciara, y otras acciones ocurrieron en varias ciudades de Estados Unidos.
La cobertura en los medios internacionales describe un México que está “al borde del precipicio”. Muchas encuestas y muchos expertos políticos han señalado que la popularidad del presidente mexicano nunca ha estado tan baja. Es una verdad sin lugar a dudas que decenas de millones de mexicanos desprecian profundamente a Peña Nieto. Pero para muchas personas, la indignación va mucho más allá de quién está actualmente en el poder. Una consigna generalizada en la Ciudad de México y en otras partes en los últimos meses es: “Fue el Estado; Es el estado”.
Un informe del centro de estudios International Crisis Group llegó hace poco a la conclusión de que “México enfrenta una crisis de legitimidad”. La manera en que esta situación se desarrolla en las próximas semanas y meses tendrá profundas consecuencias en la marcha de los acontecimientos en México, en América Central y en el propio monstruo imperial, Estados Unidos.
Un siglo de brutal dominación imperialista
Los medios de comunicación estadounidenses pintan el pasmoso grado de violencia en México como el resultado de pandillas rivales que buscan supremacía en el multimillonario negocio del narcotráfico. Y es cierto que las despiadadas luchas entre y al interior de las varias pandillas han causado enorme sufrimiento para decenas de miles de personas. Es también cierto que muchas de estas pandillas reclutan a jóvenes desesperados y los usan para cometer actos horribles.
Pero hay que considerar la situación en el panorama más amplio para verla en toda su extensión. ¿Por qué el narcotráfico se ha convertido en una fuente tan grande de ingresos en México, un país rico en recursos naturales, su población en particular? ¿Por qué tantos jóvenes están frente a un futuro en el cual la única manera de expresar su audacia, su creatividad y su inventiva es ser narcotraficante? ¿Por qué tantos millones de personas se ven obligados a dejar sus hogares en el campo para tratar de ganarse la vida, apenas, en las ciudades de México o más allá en El Norte?
México está en crisis. Millones de personas, obligadas a buscar empleo en la economía informal, han aumentado enormemente la población de la Ciudad de México y otras grandes metrópolis. El desempleo sube vertiginosamente. Innumerables mujeres son obligadas a trabajar como prostitutas. Un grupúsculo de personas riquísimas, vinculadas a la economía dominada por el imperialismo, se han forrado los bolsillos con las riquezas de México, y algunos sectores de la clase media han prosperado, mientras que decenas de millones de personas viven en la miseria más absoluta. Grupos de hombres fuertemente armados merodean a México, dejando una estela de cuerpos sin cabezas, arroyos llenos de cadáveres y niños sin padres.
En México los que controlan el narcotráfico generalizado no son los jóvenes de los barrios o del campo que no tienen otra forma de ganarse la vida. El narcotráfico tiene conexiones económicas y políticas a las clases dominantes en general de México. Es una fuente de muchísimo capital para las clases dominantes en su conjunto, y elementos importantes de las clases dominantes invierten en diferentes cárteles del narco y a menudo tiene conexiones políticos con los cárteles. A menudo la policía, el ejército y las fuerzas del poder judicial de México son aliados de los carteles y hasta se es posible diferenciarlos entre sí.
Un artículo del Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar de hace unos años analizó que, “las divisiones y fracturas en las estructuras del poder se entretejen con los enfrentamientos entre los cárteles con los que diferentes partes del gobierno están en contubernio, socavando la capacidad del Estado de defender los intereses generales del sistema”. Este conflicto convulsivo y complejo ha impulsado la marejada de violencia reaccionaria que ha devastado a México durante años. Además, distintos elementos de estas fuerzas represivas a menudo están vinculados a sectores del gobierno, la policía y los organismos de espionaje de Estados Unidos cuyos intereses se chocan y se contienden entre sí con frecuencia, un ambiente que se representa en la serie de televisión The Bridge [El puente].
Se abren las nubes de la tormenta
El imperialismo ha dominado a México más de un siglo; Estados Unidos muy efectivamente es la potencia imperialista más importante en México. La devastación y la miseria humana en México que han resultado de esta dominación se han intensificado en las últimas décadas. Un ejemplo prominente es que han expulsado del campo a millones de campesinos desde la ratificación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y la inundación de México con cereales baratos, subsidiados por Estados Unidos.
Mantener la estabilidad en México es de gran preocupación estratégica del imperialismo estadounidense. En primer lugar, Estados Unidos ha hecho enormes inversiones en México y extrae enormes ganancias de su penetración y posición dominante ahí. Su posición de mandamás imperialista en México es una piedra angular de la preeminencia de Estados Unidos en todo el hemisferio occidental, y en su imperio global.
Además, Estados Unidos depende de la cruel explotación de los inmigrantes de México (y de América Central) —tanto los inmigrantes documentados como los inmigrantes indocumentados— en Estados Unidos para el funcionamiento rentable de su sistema, y de hecho para el funcionamiento cotidiano de su sistema. El mantenimiento a este sector de la población en condiciones sumamente represivas y controladas, bajo la bota del gobierno, es una consideración constante y creciente de la clase dominante estadounidense. Además, contribuye a ofrecer cierta estabilidad o ingreso para la vida de un sinnúmero de personas en México, dado que las remesas que envían desde Estados Unidos a sus familiares en México son la segunda fuente de divisas de México.
La frontera que comparten Estados Unidos y México es la frontera más larga del mundo entre un país imperialista y un país oprimido por el imperialismo. En una y la misma ocasión, la frontera es una barrera —una barrera de una militarización monstruosa y es decididamente unidireccional (la que permite la dominación estadounidense sin trabas)— y una potencial correa trasmisora de crisis, trastornos... y hasta posibilidades revolucionarias.
Los gobernantes estadounidenses entienden que los trastornos en México y en América Central tendrían una gran influencia sobre los acontecimientos políticos en Estados Unidos y ejercerían tensiones grandes, tal vez insoportables, sobre la frontera. La historia, inclusive la historia muy reciente, está repleta de ejemplos. La contención por medios violentos del “contagio” de la rebelión y una posible revolución al sur del Río Bravo es un problema profundo y esencial para los gobernantes estadounidenses.
Hay fuertes divergencias entre diferentes sectores de la clase dominante de Estados Unidos sobre la mejor manera de “afianzar” la frontera, pero todos coinciden en que su capacidad de controlar el flanco sur de Estados Unidos es un asunto estratégico de gran importancia para el funcionamiento de su estructura imperialista en general. Y todos están de acuerdo en que tienen que seguir profundizando la militarización de la frontera y ampliando su capacidad de utilizar la fuerza que consideran que se necesite para mantener dicho control.
Han empezado a abrirse las nubes de la tormenta en México, y una lucha desafiante y valiente ha surgido en el escenario mundial. Decenas de miles de personas se han puesto de pie, han desafiado el mortífero status quo y han abierto perspectivas completamente nuevas para que la lucha del pueblo haga erupción y afecte a toda la sociedad.
No está claro qué saldrá de esta situación.
Pero lo cierto es que este gran levantamiento en México presenta grandes retos y responsabilidades a los revolucionarios y otras personas en Estados Unidos que luchan por un cambio fundamental. Es necesario que las personas estén al tanto de las posibilidades; que estén listas y dispuestas a hacer todo a su alcance para dar apoyo político a la gente en México que se ha puesto de pie en valiente lucha y que lo hagan como parte de la construcción del movimiento general para la revolución en Estados Unidos —un movimiento que contribuye a preparar el terreno, al pueblo y a la vanguardia para una revolución concreta — una revolución que ponga fin al sistema que causa el sufrimiento tan ilimitado que ha soportado la gente de México— tan pronto como sea posible.
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