El discurso de Long Island
Trump azuza el racismo, llama a los cerdos policías a agredir a los oprimidos en todo Estados Unidos
2 de agosto de 2017 | Periódico Revolución | revcom.us
El 28 de julio, Donald Trump fue a Ronkonkoma en el Condado de Suffolk, Nueva York, un condado con una numerosa población latina, tanto inmigrantes como gente nacida en Estados Unidos. Tiene una larga historia en que los racistas blancos someten a los latinos ahí a un reino de terror: les lanzan objetos desde el carro, les avientan el carro a los que andan en bicicleta, les pegan con bate de béisbol, incendian sus casas y hasta los asesinan, al extremo que muchos padres no permiten a sus hijos jugar fuera de la casa.
Pero Donald Trump no fue para hablar de eso. No. Fue a hablar a un público compuesto de cerdos, cerdos y más cerdos (perdón, queríamos decir, “alguaciles, policías locales y estatales”) de la región de Nueva York y Nueva Jersey. Trump fue a azuzar el miedo y odio racista contra latinos, describiendo gráficamente algunos crímenes horribles atribuidos a la pandilla MS-13 (que quizás tenga unos 10 mil miembros en Estados Unidos, principalmente entre inmigrantes salvadoreños) a fin de etiquetar a decenas de millones de personas como “animales” a los que hay que cazar y encarcelar o deportar.
Esto no es ninguna exageración. Después de deleitarse en descripciones espeluznantes de presuntos crímenes cometidos por MS-13, Trump deja claro que lo que tiene en la mira no es el porcentaje minúsculo de inmigrantes en pandillas, sino toda la población latina, al preguntar: “¿Qué pasó con los tiempos de antes cuando la gente vino a Estados Unidos, trabajaba y trabajaba y trabajaba, y criaba la familia y pagaba impuestos…? Ya no vemos eso”. En otras palabras, los inmigrantes anteriores —los inmigrantes blancos, europeos— eran los buenos, ellos vinieron a trabajar y criar familias, pero estos latinos están en Estados Unidos (en las palabras de Trump) para transformar a nuestros “parques tranquilos y barrios hermosos y calladitos en campos de muerte manchados de sangre”.
La “solución” de Trump: desatar a los policías para que sean lo más brutales que quieran, y ¡al carajo la ley, la constitución y los derechos civiles!
Habiendo pintado un panorama de un Estados Unidos completamente invadido de criminales inmigrantes violentos, Trump clamó por una ofensiva nacional de brutalidad y terror policial contra los latinos (y los negros también) con el fin de “liberar a nuestras localidades” “una por una”. No se debe restringir esa ofensiva, como Trump dejó claro, por ninguna preocupación por los derechos de personas bajo sospecha o acusación de cometer crímenes, ni por leyes, cortes ni ninguna otra cosa. Trump les prometió a los policías repetidamente: “Les apoyamos en un 100 por ciento”.
¿Se acuerdan cuando los policías de Baltimore lanzaron a Freddie Gray, esposado, a un furgón policial y le dieron un aventón duro por toda la ciudad, lo que le quebró la espina dorsal? Trump también se acuerda; les dijo a los policías: “Cuando se ve que avientan a esos maleantes a la caja del furgón policial —se ve que los avientan así no más, duro— yo digo, por favor, no sean tan amables con ellos”.
¿Se acuerdan cuando la policía de Ferguson, Misuri, mató a Michael Brown, y después reprimió a las protestas pacíficas con vehículos blindados, armas automáticas y nubes de gas lacrimógeno, noche tras noche? Bueno, Trump también se acuerda, y les recordó a los policías: “Cuando ustedes querían controlar y usaban equipo militar —y aquellos decían que no se les permitía— ¿saben qué digo yo? Fue mi primer día: Ya pueden hacerlo. (Risas) … Y les digo una cosa — se está haciendo un buen uso de ello”.
Pero, Trump no simplemente está repasando “los grandes éxitos” de las atrocidades policiales del pasado. Según él, hay que desechar cualquier restricción a la policía por las leyes, las cortes o los políticos. Trump dice que las leyes estadounidenses existentes son “para proteger al delincuente” y que “desfavorecen” a la policía. Se quejó de que a veces los policías y agentes migratorios tienen que hacer una solicitud por medio de un juez en vez de hacer lo que quieran. Despotricó contra las ciudades santuario como si éstas tuvieran el propósito de proteger a los asesinos, y no a la gente común que lucha para mantener a la familia. Reclamó a los alcaldes “patéticos” que ponen unos límites menores a la policía.
¡Todo este escenario en que los policías son “esposados” pone a Estados Unidos patas arriba! Este es un país que tiene en la cárcel a más de dos millones de personas, de las cuales muy pocas han tenido un juicio siquiera.1 Es un país en el que la policía ha matado a diez mil civiles desde 2005, pues sin embargo, acusaron a solamente 83 policías, y declararon culpable a solamente 30. Es un país en el que la policía ha cacheado a millones de negros y latinos sin causa probable, y ha etiquetado a cientos de miles de jóvenes de “pandilleros” debido a su vestuario o sus amigos.
Pero Trump aspira a un terror fascista total contra los oprimidos. Tras describir a los miembros de MS-13 como asesinos sádicos, Trump dijo que los agentes estadounidenses eran “más duros”, que MS-13 “no es nada en comparación con los nuestros… Y eso es lo que necesitamos”.
Chicago en la mira de Trump
Luego Trump dio otro salto al poner la mira en Chicago, la ciudad con la segunda población negra más grande en Estados Unidos y también una ciudad tristemente famosa por sus policías asesinos y mentirosos y por la plaga de violencia entre los jóvenes oprimidos. Desde su toma de posesión, Trump ha puesto a Chicago en la mira de su régimen, amenazando con enviar a los federales para arreglar la violencia armada, que él y otros dicen es la culpa de los negros. En junio, el régimen envió a Chicago a 20 agentes adicionales de la Oficina Federal de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF), una guardia de avanzada para un reino de terror encima de siglos de opresión despiadada a los negros. Y en el discurso de Long Island, Trump reveló que su objetivo no sólo son los inmigrantes y los latinos, sino restablecer violentamente la supremacía blanca estadounidense, en todas partes y a la brava.
Enfatizó ese objetivo al citar a un policía de Chicago que supuestamente le dijo que “si usted me diera la autoridad”, se podría arreglar el problema de violencia pandillera ahí “en un par de días… Conocemos a todos los malosos. Los conocemos a todos”.
Junto con todo lo demás que dijo Trump en su discurso, esto evoca el azuzamiento de la policía —sin ninguna supervisión judicial, órdenes, causa probable ni evidencia— para irrumpir a patadas en las casas de cientos o miles de negros y latinos en Chicago a los cuales los policías consideran “los malosos”. La cárcel para algunos, la deportación para otros, la propagación del terror en todas partes, sin que se hagan preguntas ni que se tolere la resistencia. Invoca el fantasma de las etapas tempranas del terror de la Gestapo en la Alemania nazi, una ola inicial de terror racialmente orientado que, de no oponérsele con una resistencia de masas (¡y no solamente del sector de la población bajo ataque!), crecerá y se extenderá a otros sectores de la población. Fácilmente se podría utilizar este ejército sin ley de agentes armados, que cada vez más jura lealtad personal a Trump como individuo, en contra de los oponentes al fascismo de raza blanca o de clase media, y además a los oponentes a Trump al interior de la clase dominante. En otras palabras, esto es un elemento clave del impulso fascista para despejar todos los obstáculos a su control total de la sociedad.
En una palabra, el discurso de Trump era un llamado a aplicar un orden público policial fascista a los oprimidos y a otros — que recibió una calurosa aclamación de los policías en la sala, que al final estallaron en el coro amargamente apropiado: “USA, USA, USA”. De hecho, la visión trumpista está bien arraigada en toda la historia supremacista blanca y en las relaciones opresivas actuales de ese “USA”. Pero Trump se prepara para llevar esa pesadilla de larga trayectoria a un nivel dramáticamente más alto. Hay que reconocer esta realidad, denunciarla y derrotarla, como una parte integral de sacar del poder a este régimen.
1. Michelle Alexander, una conocida experta en el sistema de justicia penal, escribió en el New York Times: “Más del 90 por ciento de los casos criminales nunca se procesan ante un jurado. La mayoría de las personas acusadas de crímenes pierden sus derechos constitucionales y se declaran culpables.
“La verdad es que los funcionarios del gobierno han diseñado deliberadamente el sistema para asegurar que en raras ocasiones se utiliza el sistema de juicios por jurado establecido por la Constitución”, dijo Timothy Lynch, el director del proyecto de justicia penal del Cato Institute libertario. En otras palabras: el sistema está trucado”. Para más información sobre esto, vea el libro de Alexander: El color de la justicia. La nueva segregación racial en Estados Unidos. [regresa]
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