Revolución #105, 21 de octubre de 2007
HACER LA REVOLUCIÓN Y EMANCIPAR A LA HUMANIDAD
PRIMERA PARTE: MÁS ALLÁ DEL ESTRECHO HORIZONTE DEL DERECHO BURGUÉS
De la Redacción: Lo que sigue es la primera parte de una serie de pasajes de una charla que dio Bob Avakian, presidente del Partido Comunista Revolucionario, anteriormente este año (2007). La charla ha sido revisada en preparación para su publicación y se ha incluido notas al pie de la página (entre otras cosas, el autor ha ampliado en gran medida la sección sobre Karl Popper). Estos pasajes se publicarán en dos partes. La primer parte (en inglés) está en línea en revcom.us. La segunda parte (en inglés) también estará en línea pronto en revcom.us. Los pasajes de la segunda parte también se publicarán como serie en Revolución una vez que se haya terminado de publicar la primera parte.
Quiero empezar remontándome a un punto sobre lo cual seguimos hablando —y por buenas razones— tanto porque es de gran importancia y porque todavía es poco entendido y poco aplicado. Es el problema de superar los estrechos horizontes actualmente impuestos en la sociedad y la gente y en su manera de pensar. Ahora bien, estoy al tanto de que en su nuevo CD, Modern Times (Tiempos modernos), Bob Dylan tiene una canción que se llama “Beyond the Horizon” (Más allá del horizonte). Pero nosotros estamos hablando de algo completa y radicalmente diferente: el estrecho horizonte del derecho burgués, y la necesidad que tiene la humanidad de superar ese horizonte.
¿“Yo quiero recibir más” o Queremos otro mundo?Lo que me empujó o me provocó a hablar de esto otra vez fue la lectura de unos informes sobre las respuestas de varias personas, especialmente unos jóvenes, al DVD de mi charla filmada del 2003 Revolución: Por qué es necesaria, por qué es posible, qué es. Quiero empezar con el comentario de un joven (creo que fue un estudiante de una prepa de Oakland) quien, después de ver el DVD, dijo que de veras le gustó —“Estoy de acuerdo con todo y me gustó mucho la visión de la futura sociedad”— pero, agregó: “Si yo invento algo, quiero recibir más por ello”.
Aquí estamos frente al problema de si se va a dar (o no dar) un salto más allá del estrecho horizonte del derecho burgués. ¿Qué queremos decir con “derecho burgués”? Esto se refiere al concepto de “derecho” que esencialmente corresponde a las relaciones de mercancía —las relaciones en las cuales la gente se encuentra como dueños (o no dueños) de artículos, para el intercambio— y específicamente las relaciones en las cuales la apariencia de igualdad tapa profundas desigualdades, relaciones cimentadas en la explotación y opresión de los muchos por un puñado relativo. En el sentido más fundamental, esto está cimentado en una relación en la que un número pequeño de personas domina la propiedad no solo de la riqueza de la sociedad sino, fundamentalmente, de los medios para producir la riqueza (la tierra, las materias primas, las diferentes clases de tecnología, etc.), y una gran cantidad de personas es dueña de poco o nada de esas cosas y, por tanto, tiene que vender su capacidad de trabajar a los dueños de esas cosas (y, si no pueden vender su capacidad de trabajar —si no pueden conseguir un trabajo—, pasarán hambre o se verán obligadas a recurrir a otros medios, a menudo medios ilegales, para subsistir). Una vez más, ese intercambio —de la capacidad de trabajar (o “fuerza de trabajo”) por un sueldo (o salario)— parece ser un intercambio igual; pero en realidad implica y encarna una relación profundamente desigual, en la que los que no tienen capital están sometidos en una posición subordinada: obligados a trabajar —y en el proceso de trabajar crear riqueza— para los que son dueños del capital y lo controlan.
Esta relación fundamental de desigualdad, de dominación y explotación, se extiende a todas las relaciones de la sociedad capitalista y está encarnada en ellas. Veamos, por ejemplo, el concepto de “igualdad ante la ley”. Eso supuestamente quiere decir que las mismas leyes se aplican, de la misma manera, a todo el mundo, sin importar su “condición” social, la cantidad de dinero que tengan, y cosas así. Sin embargo, la experiencia demuestra que las cosas no son así en la realidad. La gente con más dinero tiene más influencia política —y los que tienen gran cantidad de dinero tienen gran cantidad de influencia y poder político—, mientras que los que tienen poco dinero, y especialmente los que tienen muy poco dinero, no tienen influencia política, lazos con el poder político, de importancia, etc. Y eso se ve, una y otra vez, en los trámites judiciales, hasta en la manera en que los que presiden los trámites judiciales (los jueces) ven —de una manera muy diferente— las diferentes clases de personas en los trámites judiciales. Pero lo que es aún más decisivo es la realidad de que las leyes mismas (y la Constitución que establece el marco para las leyes) reflejan y refuerzan las relaciones esenciales de la sociedad, y fundamentalmente las relaciones económicas (de producción) del capitalismo. Eso, por ejemplo, es por qué es perfectamente legal que los capitalistas despidan a miles de personas, o que ni siquiera los contraten, si no pueden sacar suficientes ganancias de emplearlos (y explotarlos) —o si pueden sacar mayores ganancias empleando y explotando a gente en otro lugar—, pero es ilegal que la gente a quien le han negado trabajo de esa manera se tome las cosas que necesita, sin pagar por ellas (sin dar dinero a cambio de esas cosas —dinero que no tiene, dinero que no puede ganar, porque se le ha impedido trabajar, por medios que son perfectamente legales en este sistema). A todo eso —y las muchas maneras en que eso se manifiesta en la sociedad, en las relaciones entre grupos e individuos, en las leyes e instituciones y en el pensamiento de la gente— es a lo que se refiere cuando se habla del “derecho burgués”.
Para profundizar en lo que esto significa, volvamos al ejemplo de la persona que “quiere más” si inventa algo. No es, digamos, un punto de vista poco común. Es una manera de pensar “espontánea” muy común en una sociedad como esta, en la que en última instancia —y a menudo no en última instancia— todo se mide en los términos estrechos, restringidos del frío billete y se expresa toscamente en “¿qué hay para mí?”. Así que ese joven podía ver la amplitud de todo lo que se presenta en la charla “Revolución” y estar de acuerdo—pero hay un solo escollo: “Si yo hago algo especial, quiero recibir algo a cambio, quiero la oportunidad de conseguir algo más para mí”.
Bueno, tenemos que examinar: ¿qué pasa cuando y donde se “consigue algo más?”. Y en realidad, ¿qué pasa cuando y donde uno inventa algo en primer lugar? ¿Qué pasa por lo general cuando alguien inventa algo y alguien “consigue algo más” de ello? Por lo general, no es la persona que lo inventa que “consigue algo más” —o la mayor tajada de las ganancias— de ello, sino los que controlan el capital y que pueden convertir la invención en una mercancía y en capital. Porque eso es lo que tiene que suceder para que alguien saque más de lo que ha inventado: tiene que haber las relaciones sociales y, en última instancia y fundamentalmente, las relaciones de producción, que permiten y hacen posible que esa invención se convierta en “propiedad intelectual” —en una mercancía y en capital.
Bueno, para que eso suceda, tiene que existir toda una red de relaciones capitalistas. Si no, ¿cómo se va a conseguir algo —y específicamente conseguir más que otros— si no existe toda una red de relaciones de mercancía y de capital que es lo que sustenta y sirve de base para el funcionamiento de toda la sociedad? Y toda esa red de relaciones de mercancía, y de capital, es en realidad una red de explotación. Eso es lo que tiene que existir para que alguien —y probablemente no el inventor, sino una clase de personas, una clase de capitalistas (y capitalistas específicos en situaciones específicas)— consiga más. Los que con más probabilidad van a sacar el mayor provecho —más que otros— serán los que ya controlan grandes cantidades de capital y que tienen una posición dominante en la economía capitalista.
¿Y qué pasa si existe toda una red de relaciones capitalistas? ¿Qué clase de mundo tendríamos? Tendríamos la misma clase de mundo que se describe y condena en la charla filmada “Revolución” —la misma clase de mundo que llevó a esa persona a decir: “De veras que me gustó lo que se dice en esa charla”. No le gusta este mundo. Pero si no acepta este mundo, entonces no puede aceptar tampoco las cosas que definen este mundo y que son las fuerzas subyacentes y motrices de este mundo. No puede aceptar una red de relaciones de mercancía y de capital, porque entonces tendrá todo lo que la acompaña, y no solo en sus alrededores inmediatos sino por todo el mundo, y todos los horrores que conocemos y que podríamos catalogar casi indefinidamente.
Para parafrasear a Lenin, el capitalismo pone en manos de individuos, como riqueza y capital individual, lo que la sociedad entera ha producido. La producción en el capitalismo —y la conversión de una invención en algo que no solo tiene valor de uso sino también valor de cambio, que puede recaudar dinero y hasta “plusvalía”, o sea, más dinero que con lo que se comenzó— requiere un proceso de producción social que resulta en que la plusvalía (la riqueza que se produce como capital) cae en manos de individuos y, de hecho, de un puñado de individuos. Eso es a lo que Lenin se refería cuando dijo que el capitalismo pone en manos de individuos, como riqueza y capital individual, lo que la sociedad entera ha producido—y hoy más que nunca eso se está dando a nivel mundial. Al fin y al cabo, el capital no es algo neutral y tampoco es riqueza en un sentido abstracto —divorciado y abstraído de las relaciones de producción sociales a través de las cuales esa riqueza se produce—; el capital es una relación social en la cual unos tienen poder sobre la fuerza de trabajo (la capacidad de trabajar) de otros y acumulan riqueza para sí mismos al utilizar la fuerza laboral de otros.
Lenin agregó que el capitalismo obliga a calcular, con la tacañería de un tacaño, cuánto más uno está ganando en comparación con otro. Comparen eso —y todo lo que eso entraña, todos los horrores que lo acompañan— a lo que significaría superar todo eso, superar esas relaciones de producción, y las relaciones sociales correspondientes, y todas las condiciones ligadas y entrelazadas con ellas. Es más, en una situación en la que la humanidad se habría quitado eso de encima, y todos los horrores que acompañan a eso, la orientación de “querer más para yo mismo” llevaría las cosas rápidamente hacia atrás, hacia el sistema capitalista, con todos sus horrores. No hay ninguna otra manera en la cual, en última instancia y fundamentalmente, ciertos individuos puedan “conseguir más”, que no sea tener toda una red de relaciones que hacen posible eso y todo que lo acompaña.
¿Quiere decir eso que —como dicen a menudo los que atacan y calumnian al comunismo— en la sociedad comunista todos tendrán precisamente la misma cantidad de pertenencias, sin importar su situación y necesidades individuales? No, el lema del comunismo —el principio que regirá en la sociedad comunista— será precisamente de cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades. Mejor dicho, la gente contribuirá a la sociedad lo que pueda y recibirá a cambio lo que necesite, según los requisitos de una vida decente y plena, intelectual y culturalmente, así como materialmente, sobre una base que crece cada vez más. Todo eso supondrá y requerirá un punto de vista y una moral completamente diferentes, así como relaciones económicas, sociales y políticas radicalmente diferentes, en las cuales ya no sería cierto que un grupo relativamente pequeño domine y explote a las masas populares y no se considere “justo y natural” que unas personas tengan una posición superior a otras personas.
Veamos la realidad en que vivimos, y los principios y la moral que la acompañan —que empuja a todos a “conseguir más” que otros y en la que una pequeña cantidad de personas “consigue mucho más” que la gran mayoría —, y comparemos eso con el principio muchos más elevado y liberador que es de cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades, o sea, con una situación en la que se haya superado el estrecho horizonte del derecho burgués— de “qué hay para mí, qué me corresponde a mí”, de acuerdo con las mercancías y, en muchos casos, el capital que yo he logrado acumular a través de este proceso. Repito, ese no es un proceso neutral, sino uno de explotación y opresión degradantes y salvajes—y hoy en día eso implica la explotación y opresión de literalmente miles de millones de personas por todo el mundo, y de una enorme cantidad de niños. Esos son los cimientos de este sistema, el sistema capitalista-imperialista —esa es la realidad de la vida en este sistema— en el que el principio que rige es “conseguir más”.
Una vez más, planteemos la cuestión clave: ¿cuál es una visión de la sociedad más liberadora y elevada, y cuál conduciría a un mundo mejor —este sistema, con sus relaciones fundamentales y las ideas correspondientes, o uno en el que la gente recibe de acuerdo a sus necesidades y contribuye a la sociedad de acuerdo a sus capacidades— no a partir del provecho que va a obtener, en un sentido estrecho, sino a partir de entender que la sociedad en su totalidad, y el desarrollo de los individuos, tendrá una base mucho mejor y alcanzará nuevas alturas, si se ha logrado superar esa orientación de “qué hay en eso para mí” y si se ha logrado superar la base material para eso y la necesidad que entraña?
Este es un punto sobre el cual vamos a tener que seguir bregando continuamente con la gente. ¿En qué clase de mundo quiere vivir? ¿Quiere todo lo que hoy caracteriza al mundo? Podemos revisar toda la lista: la opresión de la mujer, el racismo y la opresión nacional, la explotación de los niños menores, la destrucción del medio ambiente, las guerras en las que los de abajo sirven de carne de cañón (como dice el refrán antiguo)... y así sucesivamente. ¿Es ese el mundo que quiere, para que por si acaso —con muy poca probabilidad— usted podría “conseguir más?” Es casi seguro que la mayoría no “obtenga más”. ¿O quiere un mundo libre de todo eso y más allá de todo eso, más allá del estrecho horizonte del derecho burgués?
¿Son todas las “visiones ideales de la sociedad” igualmente válidas y buenas?Ahora bien, veamos otro interrogante que se hizo cuando unos universitarios vieron el DVD de “Revolución”, y en particular la parte “Imagínate” (en la cual se le pide a la gente imaginar cómo sería vivir en una sociedad radicalmente diferente, una sociedad socialista en el camino al comunismo). Su respuesta fue: esto es muy inspirador, esa visión de un mundo ideal (aparentemente así es cómo lo vieron). Pero luego empezaron a bregar con otro interrogante: ¿acaso no es injusto imponer una visión de un mundo ideal encima de otras? Tal vez yo tengo una visión de lo que sería un mundo ideal, pero tú tienes otra y otra persona tiene una tercera, ¿así que no es injusto imponer una visión y apoyarla más que otras?
Bueno, una vez más tenemos que responder a eso con un punto de vista y método científicos, con el materialismo y la dialéctica. Y existen varios niveles y ángulos desde los cuales podemos y debemos responder. Empecemos planteando el interrogante de una manera muy franca: ¿es cierto que no queremos oponernos —y, sí, en ciertos casos suprimir— a ciertas ideas de un “mundo ideal” que ciertos sectores de la sociedad apoyan y buscan imponer? ¿Qué tal el Ku Klux Klan? ¿Es cierto que no queremos oponernos a su visión de un “mundo ideal” y suprimirla? ¿Es injusto insistir en que su “visión ideal” no se puede poner en práctica? ¿Y qué de los fundamentalistas islámicos fanáticos y sus homólogos los fascistas cristianos? ¿Es cierto que no queremos oponernos a sus visiones y programas de un “mundo ideal” —y, sí, suprimirlos? ¿No debemos oponernos a los “asesinatos de honor” —cuando asesinan a una joven soltera o una mujer que “pierde su virginidad”, aunque sea por una violación, para conservar el “honor” de la familia— y, sí, impedirlos? ¿Se debe quitarle a la mujer el derecho al aborto y el control de la natalidad, de acuerdo con la visión de los fascistas cristianos de una buena sociedad, o un “mundo ideal”— y se deben basar las leyes de la sociedad en una lectura textual de la Biblia, como dicen muchos fascistas cristianos de peso (lo cual significaría matar apedreadas o ejecutar de otra manera a mujeres que no son vírgenes cuando se casan, mujeres acusadas de ser brujas, a los homosexuales, a los hijos que se rebelan contra los padres y muchos otros que no obedecen la “voluntad de Dios”, en que insisten estos fascistas cristianos)? ¿Es cierto que no se debe oponerse a todo eso, y, sí suprimirlo—que se lo debe permitir porque corresponde a la “visión de un mundo ideal” de ciertas personas?
¿Y qué de los que actualmente gobiernan este país y buena parte del mundo, que piensan que su “mundo ideal” es tan bueno que es justo imponerlo en el resto del mundo, por medio de una masiva violencia organizada y destrucción mecanizada? ¿Es cierto que no queremos oponernos —y, claro, cuando por fin se presenten las condiciones, no queremos suprimir— a esa “visión de un mundo ideal”?
¿En realidad cómo se desarrolla la sociedad humana?El problema básico con esa manera de pensar —y el uso de la palabra “ideal” indica dónde está el problema— es que es fundamentalmente idealista y está en conflicto fundamental con la realidad. Las sociedades no han surgido y no se han desarrollado, y no pueden surgir y desarrollarse, de esa manera: que varias personas conciben diferentes visiones ideales de cómo debería ser la sociedad y proceden a imponerlas en la sociedad, o tratan de convencer a otros de que ese es el camino que se debe seguir, sin tomar en cuenta las realidades de la sociedad y las fuerzas motrices del desarrollo social. Como materialistas históricos, que aplicamos el materialismo dialéctico a la historia de la humanidad y al desarrollo de la sociedad humana, podemos ver que la sociedad no se desarrolla de esa manera, sino que se desarrolla como resultado de la lucha y transformación constantes que entraña la relación entre la necesidad y la libertad. Las “visiones ideales” de la sociedad —y los programas para cambiar la sociedad correspondientes— pueden jugar y juegan un papel muy importante en la transformación de la sociedad siempre y cuando esos “ideales” y programas correspondan a las transformaciones sociales posibles en un momento dado y bajo ciertas circunstancias. Pero si una “visión ideal de la sociedad” no tiene fundamento en la realidad —si no refleja el movimiento de la sociedad o su tendencia, o si no representa cierta resolución de las contradicciones que caracterizan a la sociedad e impulsan su movimiento y desarrollo—, no se puede realizar esa “visión ideal de la sociedad”. Los seres humanos no contraen determinadas relaciones sociales como resultado de una “visión ideal”; contraen esas relaciones en respuesta a la necesidad que los confronta. Y, de una u otra manera, transforman esa necesidad, y al hacerlo surge una nueva necesidad. Muchas veces —como se ha señalado antes1— lo que acompaña a esto son consecuencias no planeadas: la gente hace algo para lidiar con lo que le afecte en cierto momento y, al hacerlo, puede poner en movimiento y muchas veces pone en movimiento un proceso que lleva a resultados y consecuencias no previstos ni intencionados.
Veamos un ejemplo que he usado antes: en el antiguo México la gente vivía en sociedades de cazadores-recolectores y sus condiciones cambiaron. En parte debido a los cambios ambientales, pero también en parte debido a lo que ellos mismos habían hecho en el curso de las generaciones, con la matanza de los animales de caza, no podían mantener la misma manera de vivir como antes. En ciertos casos, en vez de seguir viviendo una vida migratoria, establecieron asentamientos y empezaron a sembrar donde las condiciones materiales permitían dedicarse a la agricultura. Y eso produjo toda clase de cambios por lo general no planeados, y hasta inimaginables, como por ejemplo el surgimiento y desarrollo de nuevas divisiones sociales opresivas. Cuando algo así sucede surge una nueva necesidad.
Esa es apenas una ilustración de la realidad básica de que la gente contrae ciertas relaciones para responder a la necesidad que, en buena medida, sucede “a las espaldas” y sin que ellos tomen una decisión consciente… hasta que, en cierto momento, se hagan más conscientes de ello. Esto ha pasado por espirales y diferentes etapas de desarrollo, y ha tomado diferentes formas, en la historia de los seres humanos y sus sociedades de conjunto. De esa manera han surgido y desarrollado y se han transformado en realidad (o en ciertos casos se han eliminado) las sociedades humanas. Y sin entender esto de una manera lineal y determinista —sin ver a esto como si fuera un proceso en “línea recta”, hacia adelante y hacia arriba, según un plan predeterminado o ciertas leyes inevitables e inexorables— esta es la única base sobre la cual la sociedad humana puede surgir, desarrollarse y transformarse.
Así que de lo que se habla en la charla “Revolución” (y en particular en la sección “Imagínate”) es el siguiente salto posible —no inevitable sino posible—, que se puede dar a partir de lo que ha surgido a través del proceso complejo y multifacético de desarrollo que de hecho ha ocurrido en el curso del desarrollo histórico de la sociedad humana hasta este punto. Eso no es algo que estaba planeado en la mente de alguien desde el principio: ni la de dios ni de nadie. Pero corresponde a la situación actual en que se encuentra la humanidad, en la que otro salto es posible hacia un mundo radicalmente diferente y mucho mejor, a saber el comunismo.
Aquí se puede trazar una analogía a la evolución en el mundo natural. Una de las cosas que se recalca una y otra vez el libro sobre la evolución de Ardea Skybreak2 es que el proceso evolutivo solo puede efectuar cambios a partir de lo que ya existe. En primer lugar, no hay ningún “diseño inteligente” —ninguna clase de “diseño”— en esto. Junto con eso, no es posible que surja algo a través del proceso de la evolución natural que no tenga base en lo que ya existe. Los cambios evolutivos —inclusive los cambios cualitativos que conducen al surgimiento de especies completamente nuevas— pueden ocurrir y de hecho ocurren a partir de la variación genética y la mutación, en su interacción con el medio ambiente (en el cual los cambios de características que confieren una ventaja reproductiva a esos individuos con esas características pueden llevar al predominio de esas características dentro de un grupo, e incluso en ciertas condiciones al surgimiento de una nueva especie). Pero tales cambios no se dan y no se pueden dar porque son favorables para una especie (o para los miembros individuales de una especie) y, por tanto, surgen para satisfacer una necesidad. La evolución en el mundo natural solo se da y solo se puede dar por medio de cambios que surgen a partir de y en relación con la realidad y las limitaciones que ya existen (o, para decirlo de otra manera, la necesidad que existe).
Y, en términos fundamentales, lo mismo es cierto en cuanto al desarrollo social humano, en la historia de la sociedad humana. Por eso es que el socialismo es tan camarón: como Marx recalcó en un sentido básico, Lenin empezó a abordar de una manera más concreta y Mao abordó todo a un nivel superior—estamos hablando del socialismo que surge del capitalismo, de la sociedad anterior. Por eso es que Lenin dijo que no hacemos el socialismo con la gente como quisiéramos que fuera; tenemos que construir el socialismo, y transformar la sociedad bajo el socialismo, con la gente tal como ha surgido de la vieja sociedad. Y eso es cierto con respecto no solo a la gente, sino también con respecto a las viejas condiciones, entre ellas las condiciones materiales de producción (la tecnología, pero también y esencialmente las relaciones de producción y las relaciones sociales, así como todas las ideas e instituciones políticas). Eso es lo que se emprende a transformar, de una manera cualitativa y radical. No se puede pasar al tablero para decir: “¿Qué es lo quisiéramos tener?”. No sucede por medio de un proceso en el que varias personas anotan su “visión ideal”, y luego se da un enorme debate hasta que todos estén convencidos de cuál es el mejor ideal (y, mientras tanto, todos se han muerto de hambre). Eso no se puede hacer, no funciona así.
Sí, el “ideal” del comunismo es muy hermoso y deseable. Pero surge de —sus cimientos y la posibilidad de que emerja radican y existen en relación con— las limitaciones previas, las necesidades previas, el resultado de las transformaciones previas de la sociedad, a través de esta interacción mutua dialéctica entre la necesidad y la transformación de la necesidad en libertad... que produce—¿qué? Nueva necesidad.
Bueno, eso es lo que tenemos que ayudar a la gente a entender. Por eso se requiere la ciencia para emprender la transformación de la sociedad, y en particular para emprenderla de tal manera que en realidad se pueda, a estas alturas, conducir a la abolición de las relaciones opresivas y explotadoras, las relaciones antagónicas entre las personas en general, y conducir a un mundo completamente nuevo y mucho mejor para la humanidad. Eso solo se puede hacer si se basa en la ciencia —a partir de un análisis materialista y dialéctico, la síntesis de la realidad y una concepción científica de dónde estamos en el proceso y las posibilidades que eso presenta para transformar la necesidad en libertad en la etapa actual.
Esta serie continuará en el próximo número de Revolución.
Footnotes
1 Ver, por ejemplo, dos obras de Bob Avakian: “Puntos sobre el socialismo y el comunismo: Una clase de estado radicalmente nuevo, una visión radicalmente diferente y mucho más amplia de libertad” (publicada como serie en Revolución, en los números 37, 39, 40, 41, 42 y 43), y “La base, las metas y los métodos de la revolución comunista” (publicada como serie en Revolución, en los números 45, 46, 47, 48, 49 y 50).[regresa]
2 The Science of Evolution and the Myth of Creationism—Knowing What’s Real and Why It Matters (La ciencia de la evolución y el mito del creacionismo: Saber qué es real y por qué importa), Ardea Skybreak, Insight Press, Chicago, 2006.[regresa]
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