Revolución #57, 20 de agosto 2006
Carta de una lectora
Unas cosas quisiera decir
Nota de la redacción: Recibimos esta carta de una lectora que ha batallado por un tiempo contra el cáncer.
Me llamo Joanne Rojas y les quisiera decir unas cosas sobre mi vida: cómo se cruzó con el mundo y cómo la han cambiado el PCR y Bob Avakian.
Me crié en Oakland, California. Allí pasé toda mi niñez y mi juventud, en los años 40, 50 y 60. Vivía en East Oakland cuando era de puros blancos y West Oakland era de puros negros, y todo era muy segregado. Cuando leí la autobiografía de Bob Avakian, reconocí muchas experiencias semejantes a las mías, de criarme en una atmósfera muy segregada, con solamente una niña negra en la escuela. Y cuando invité a esa niña a mi cumpleaños en sexto grado, era muy raro y me preocupaba de qué me iba a decir mi papá.
Me acuerdo de los partidos de fútbol americano: las prepas como McClymonds eran 95% negras y Fremont High era 95% blanca, y al terminar el partido se peleaban. Lo difícil que era superar la separación de las razas, lo diferente que se sentía en 1963 tener un noviazgo entre dos personas de diferentes razas comparado con 1968.
No me ajusté bien. Cuando tenía 13 años empecé a meterme en problemas constantes con las autoridades (la Autoridad de California sobre la Juventud, CYA). Me encantaba todo ese jueguillo de ser delincuente juvenil porque sentía mucha rabia contra todo lo que veía y era mi manera de rebelarme. Empecé a fumar mota y al poco, como a los 16 años, a inyectarme heroína. Empecé a robar y me metieron en la CYA otro año y de allí entraba y salía de la cárcel. Me fui por ese camino. Cuando uno empieza dice: “Bueno, seré drogadicta pero no teporocha. Seré ladrona pero no puta”. Antes de darse cuenta, ya ha sido todo eso y ya no le quedan muchas cosas para no ser. Pero nunca perdí el odio contra la sociedad como es, o sea los prejuicios, las pobrezas y el sufrimiento de tantas gentes. Sin embargo, en aquellos tiempos o no pasaba nada o no me daba cuenta.
Por fin, cuando tenía unos 27 ó 28 años, a fines de los 60, toda la sociedad como que se abrió. Dejé la droga. Un programa que se llamaba NA me ayudó mucho en mi recuperación. Trabajaba con Caridades Católicas, y un día entraron unos jipis todos descalzos y harapientos. Estaban usando el mimeógrafo para sacar un montón de volantes y de curiosidad me acerqué a ver. Una chava me empezó a platicar sobre el Sindicato de Trabajadores Agrícolas, sobre su explotación y todo. ¡Ay, pero qué don de plática tenía! Y le dije, bueno, cuando necesiten mimeografiar volantes no más me dicen, y yo se los saco durante el almuerzo o después del trabajo. Fue el primer pasito que di y antes de darme cuenta ya andaba en el piquete, y me metí más y más hasta organizar de tiempo completo por los trabajadores agrícolas. Esto pasó durante la etapa de la campaña de McGovern, los Boinas Cafés y toda esa onda.
Pero también en ese tiempo tuve mis cuatro hijos y no militaba mucho porque tenía que cuidarlos yo sola, con bajos ingresos, sin estudios. Así que tenía que estudiar tantito y ganarme la vida, aunque pobremente. Pero de vez en cuando iba cuando me enteraba de algo grande; por ejemplo en una ocasión me encarcelaron dos semanas por protestar contra el Laboratorio Livermore y las armas nucleares.
Cuando ya mis hijos estaban grandes, yo ya no aguantaba las ganas de entrarle al movimiento. Hice unos intentos, pero todavía batallaba para encontrar dónde vivir y trabajar. Pero cuando ocurrió el 11 de septiembre, cambió las cosas para todos, y para mí también. Ya estaba lista para participar. A los tres días, Michael Franti hizo un concierto en el parque de San Francisco y anunció que después del concierto iban a hacer una fiesta organizadora en el Nuevo Colegio. Allí conocí a los de No en Nuestro Nombre y empecé a trabajar con ellos.
También durante ese tiempo conocí a un tipo del PCR. Un día íbamos en carro a Santa Rosa y me preguntó: “¿Bueno, qué piensas del comunismo?”. Le contesté: “Pues, no, no le entro”. Y me preguntó: “¿Qué sabes de él?”. En cuanto me lo dijo como que se me prendió un foco y me di cuenta al instante que lo único que sabía sobre el comunismo era lo que el sistema me había metido en el coco. Me lo imaginaba como un estado policial autoritario donde obligan a uno a trabajar donde lo manden, todo estricto, sin libertad de escoger, nada que me agradaba. Es todo lo que sabía.
Pero estaba abierta a conocer el comunismo, pues dudaba de todo lo que el sistema me inculcaba. Sabía que el sistema en que vivimos está jodido, de eso me había dado cuenta desde hace años. Entonces, pensé, hay que abrir el oído.
Empecé a asistir a unas reuniones sobre la revolución y el comunismo. Vi unas películas sobre Nepal. Y he tenido muchos amigos revolucionarios de maravilla, que me hacían plática, que se ponían a leer un libro o artículo conmigo. Tengo que decir que en mi vida nunca he conocido personas tan buenas como las que andan con el partido. Luego vi el DVD de Bob Avakian, que me impactó muchísimo. ¡Ese hombre tiene tanto cerebro, tanta perspectiva, corazón, compasión y coraje! ¡Realmente es a todo dar!
Aunque no puedo ser comunista porque creo en Dios, y créanme que hemos debatido mucho sobre Dios y el ateísmo, soy como comunista en el corazón, una comunista católica, si existe tal cosa.
Aprecio mucho que el PCR esté comprometido a la revolución y a arrancar el sistema de raíz, en contra de un enfoque reformista. Porque la votación, para mí, es una burla, una burla cruel, y sí creo que hay que arrancar el sistema de raíz y cambiarlo. Siempre nos dicen que votemos por el mal menor, pero no hay mal menor. Desde hace tanto tiempo, desde los días de los indígenas y los pioneros, esta sociedad siempre ha sido capitalista y racista. Si realmente fuera una sociedad buena como dicen, con “Igualdad, justicia y libertad”, no hubiera existido la esclavitud ni el genocidio de los indígenas, la mujer no hubiera tenido que pelear por sus derechos, los homosexuales no tendrían que pelear por sus derechos. Nunca ha sido un sistema justo.
Hay tantas causas justificadas en que la gente lucha: el trabajo, la vivienda, dar comida, la ecología, no se da abasto. Pero dedicar el tiempo a todas esas causas, en este sistema, es como trabajar en vano. Tenemos que derrumbarlo y cambiarlo.
Podemos hacer la revolución. Hay mucho más pueblo y proletariado en el mundo. Necesitamos ponernos de píe y podemos hacerlo. La gente ya no se deja pisotear.
Pero se requerirán millones de personas para hacerlo. Algo que me agrada del PCR es que no solo defienden los logros de las revoluciones sino que también estudian cómo y por qué las derrotaron; realmente buscan la participación de la gente en ese proceso y en decidir cómo manejar la sociedad. No quieren que sea de arriba a abajo.
Un mundo distinto es posible. Y urge que se conozca mucho más ampliamente a Bob Avakian, que explique a la gente cómo podría ser ese mundo diferente, un mundo comunista. Y que ese trabajo se cumpla pronto porque el gobierno de Bush está tratando de poner todo bajo su control. Tratarán de callar a Bob Avakian, por eso es preciso que más gente lo defienda y lo proteja.
Hace unos meses, surgió todo el debate acerca de la propuesta Sensenbrenner que ataca al inmigrante y en respuesta todo el auge de protesta. Hay guerra en Irak y ahora el gobierno habla de atacar Irán. Como decimos: “¡El mundo no puede esperar! ¡Sacar corriendo al gobierno de Bush!”.
Pero ahora más que nunca creo de corazón que necesitamos el liderazgo de Bob Avakian. Las masas lo necesitan a él y su capacidad de explicar de manera popular las ideas más complejas de la revolución y el comunismo, como dice él: “Revolución: Por qué es necesaria, por qué es posible y qué es”.
En 2004 fui de voluntaria a Nueva York para organizar y protestar contra la Convención Nacional Republicana. También fueron mi hija y mi nieta a protestar. Estuvimos tres generaciones de mujeres revolucionarias en protesta del gobierno de Bush y todo lo cruel y podrido que representa.
Cuando estuve allí vi a Sunsara Taylor en una rueda de prensa. Me sentí muy orgullosa de ella porque asistieron muchos medios de comunicación, y los jóvenes se pusieron detrás de ella con sus banderas rojas en lo alto, con mucho orgullo. Dio un discurso sensacional, y al último todos alzaron el puño. Me dije “¡Wow!”. Porque antes de eso siempre me daba algo de pena decir “comunismo” en público porque pensaba que le huiría la gente, pero de allí en adelante siento que necesitamos ser francos de la manera más amplia posible. Tenemos que buscar las formas de educar a la gente sobre lo que realmente es el comunismo, en contra de las mentiras del sistema.
Esta experiencia no se me olvida. Cuando regresé, cuando ocurrieron las protestas contra los ataques fascistas al inmigrante, y el 1º de mayo, cuando protestaron docenas de miles en las calles de San Francisco, les dije a los amigos y compañeros del PCR que realmente amo el comunismo y que este 1° de mayo quería cargar la bandera roja del comunismo porque quizás sea mi última oportunidad. Es que desde hace tiempo estoy batallando contra el cáncer. Sin embargo, aunque en lo individual mi batalla ha sido contra el cáncer, la batalla general es para liberar la humanidad, lo que será posible por medio de la revolución.
A todos ustedes que aún lo están pensando para entrarle a la revolución y el comunismo, yo los animo a que lo investiguen a fondo. Que piensen en la humanidad en su conjunto, hasta dónde queremos llegar y qué hacer para llegar allá. Y que le entren a la revolución. Porque puedo decirles honestamente que los años más felices de mi vida han sido estos últimos. He conocido a las personas más buenas y les agradezco a todas. Y quisiera decir especialmente a todos los jóvenes que hoy pasan por todo lo que pasé en mi vida, que no esperen más, que le entren a la revolución con todo lo que tienen de corazón y vida ahora.
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