Revolución #135, 13 de julio de 2008
La migración y la dinámica capitalista
La migración y la fuerza de trabajo migrante en Sudáfrica tienen una larga historia con profundas raíces en el funcionamiento del imperialismo en este país y en el sur del continente en general. La Conferencia de Berlín (1884-85) en que las potencias imperialistas europeas rebanaron a África según linderos arbitrarios generó una situación en que eran comunes los lazos transfronterizos entre familias, culturas y tribus. Desde entonces, han vivido más tswanas en Sudáfrica que en Botswana, más suazis que en Suazilandia y más basothos que en Lesotho.
El descubrimiento de diamantes en los años 1860 y de oro en 1886 dio origen al sistema de trabajo migrante bajo contrato, el que a su vez contribuyó a estimular enormes migraciones por el sur de África, hacia Sudáfrica. Los países vecinos de Sudáfrica se convirtieron en reservas de mano de obra que surtían una fuerza de trabajo muy pobre y barata a la superexplotación en las minas alrededor de Johannesburgo y Kimberly. A su vez, se generó una dependencia de las economías de muchos de estos países de este sistema de trabajo migrante, a cambio de divisas y su propia existencia económica.
Todo eso gestó nuevos niveles de explotación y opresión salvajes a medida que el imperialismo seguía dominando y devastando al continente africano de diversas formas. El funcionamiento del imperialismo en el África de hoy, del descuido absoluto a la despiadada explotación y aun los ejércitos “nativos” patrocinados por las corporaciones que libran terribles guerras civiles por los recursos y riquezas, ha aumentado dramáticamente la población de migrantes y refugiados. Las masas que se apresuran a huir de las guerras genocidas en el Congo o el Sudán se unen con aquellas que huyen de la sequía y del hambre en otras partes del continente. Se unen a los zimbabweanos que huyen de la represión del gobierno de Mugabe y de una economía completamente colapsada. Todos se encaminan a Sudáfrica, que tiene la mayor economía del continente y una reputación política de más aceptación hacia los refugiados y migrantes.
Hoy, viven en Sudáfrica de tres a cinco millones de migrantes, muchos o la mayoría no tienen papeles y se consideran “ilegales”. La abrumadora mayoría de los sin papeles son de Zimbabwe, las estimaciones varían de un millón a tres millones, y una buen parte de la economía zimbabweana depende de las remesas y los productos que recibe de esta fuerza de trabajo migrante. La población migrante global en Sudáfrica ha estado creciendo a un ritmo increíble. Se estima que la tasa de crecimiento demográfico de los sudafricanos nativos sea de 2,4%, pero en los últimos 12 meses se ha medido una tasa de los migrantes de otros países en un 19%.
En una situación semejante a los inmigrantes indocumentados en los Estados Unidos imperialistas, la economía sudafricana necesita las ganancias que exprime a la superexplotación de esos migrantes. Como parte de fomentar un ambiente en que los migrantes tienen que vivir a la sombra, aterrorizados y dispuestos a trabajar por el salario que se les ofrezca, el régimen sudafricano tiene una campaña de redadas, arrestos y deportaciones de “ilegales”. Según la Organización Internacional para las Migraciones, el gobierno sudafricano deportó a 102.413 migrantes indocumentados a Zimbabwe entre enero y junio de 2007, o sea, un promedio mensual de 17.000 individuos. En 2004, la tasa mensual de deportación era de 4 mil individuos. Bajo esta clase de terror, los migrantes sin papeles son presa de las minas, fábricas y haciendas de Sudáfrica. El rápido crecimiento de la población de migrantes sin papeles ocurre al mismo tiempo que la disminución del número de jornaleros “legales” bajo contrato traídos a la minas desde otros países.
Como los sudafricanos nativos y los migrantes se vieron obligados a competerse entre sí por subsistir, se generan tensiones y en este contexto, muy poco puede provocar una terrible situación en que dos grupos de personas muy desperadas se peleen entre sí. Cada uno le echa la culpa al otro por el sufrimiento. La ausencia de una dirección revolucionaria asegure que cada grupo no vea sus propios intereses y que el sistema imperialista puede traficar con ellos. Eso que lo que se muestra con tanto horror hoy en los motines contra los inmigrantes.
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