Revolución #135, 13 de julio de 2008
Sudáfrica: Los ataques contra los inmigrantes… y los sueños truncados de liberación
Alejandría, Memlodi, Atteridgeville, Thokoza y Tembisa. Estos nombres ardían en la historia universal allá por los años 80. En las calles polvorientas de estos asentamientos segregados sudafricanos, y en decenas más, millones de sudafricanos negros libraron una década de rebelión que tuvo un papel decisivo en la caída del odiado régimen racista del apartheid.
Hoy, de nuevo estos nombres están en las primeras planas del mundo. Pero esta vez, es por una razón muy mala. El 11 de mayo en las calles de Alejandría, estalló un horroroso pogromo de limpieza étnica contra los inmigrantes de otros países africanos. Estallaron motines contra los inmigrantes en otros asentamientos y campamentos de paracaidistas de la provincia de Gauteng, sobre todo en las zonas alrededor de Johannesburgo, el centro industrial y económico del país. En una semana, se extendieron a los asentamientos y los campamentos de paracaidistas alrededor de Durban en kwaZulu-Natal en la provincia del Cabo en el oeste, sobre todo alrededor de la Ciudad del Cabo. Turbas de sudafricanos atacaron, apalearon y a veces mataron a todos los inmigrantes a los cuales pudieran echar mano, sin importar que fueran vecinos o vendedores ambulantes. Apalearon y aterrorizaron a niños y mujeres embarazadas; saquearon y destruyeron sus hogares. Prendieron fuego a algunos hombres en la calle mientras los sudafricanos observaban y a veces los vitoreaban.
Al fin del mes, se informó de la muerte de 62 inmigrantes africanos, 670 heridos y decenas de miles de desplazados en todo el país. En los asentamientos, las organizaciones no gubernamentales dicen que la cifra está más cerca a cien mil. La abrumadora mayoría de los inmigrantes eran de Zimbabwe y Mozambique pero también había gente de Burundi, Angola, la República Democrática del Congo, Etiopía, Nigeria, el Sudán, Somalia y Malawi. Los miles de inmigrantes expulsados de sus hogares buscaron albergue en las comisarías de la policía y sus alrededores. Con el tiempo, el gobierno estableció campamentos de refugiados para albergar a 70 mil personas. Decenas de miles de inmigrantes más huyeron a sus países natales o a otro país vecino. Por participar en los pogromos, las autoridades arrestaron a más de 1.400 sudafricanos.
Mucha gente que se inspiró por los valientes jóvenes y otros que libraron una implacable lucha contra el apartheid en los años 1980-90, se ha sentido descorazonada por lo que pasa ahora en los asentamientos. Se pregunta: ¿cómo es que en los mismos lugares que una vez eran centros de esperanza y lucha revolucionaria, ahora se han convertido en lugares donde ocurre una violencia tan horrible en el seno del pueblo?
Para contestar la pregunta, hay que reflexionar y analizar la gran lucha contra el apartheid: qué implicó, y no implicó, cuando el apartheid encontró su fin en 1994. Y hay que estudiar la naturaleza del Congreso Nacional Africano, que ha estado en el poder desde entonces.
El dominio del apartheid
Caminé por las calles de estos asentamientos durante mis dos visitas a Sudáfrica en medio de las rebeliones de los años 1980 y comienzos de los 1990. Convivimos con cervezas Castle y música revolucionaria en las cantinas ilegales llamadas shebeens, dormí en chozas hechas de lámina corrugada y comí papilla y carne de res (más cartílago que carne) al lado de los jóvenes revolucionarios azanios (los revolucionarios sudafricanos le llamaban al país Azania, en lugar de Sudáfrica). Escuché muchas historias de cómo estaba la vida bajo el apartheid.
El sistema del apartheid, que se fundó en 1948, era uno de los más viles regímenes colonos de la historia moderna. El apartheid (o separación en afrikáans, el idioma de los colonos blancos) legalizó la segregación racial en toda la sociedad.
El sistema del apartheid en Sudáfrica estuvo estrechamente ligado al imperialismo global y subordinado al mismo, lo que aseguró las máximas ganancias para los explotadores capitalistas. Estados Unidos y otras potencias imperialistas occidentales dieron apoyo político y militar al régimen como baluarte contra las luchas de liberación nacional y contra la Unión Soviética, que ya se había hecho imperialista y cobraba influencia en esas luchas1.
Bajo el apartheid, los colonos blancos, que constituyen el 10% de la población, eran los dueños de todo y lo controlaban todo. Privaron sistemáticamente de sus derechos a los africanos, les negaron ciudadanía en Sudáfrica y los obligaron a vivir en asentamientos segregados fuera de las ciudades o en los bantustanes rurales que eran como corrales empobrecidos para los jornaleros migrantes africanos a que permitieron entrar a las “zonas blancas” exclusivamente para trabajar en las minas, fábricas y haciendas. Los africanos trabajaron ahí por centavos la hora, a veces en jornadas de 10 a 12 horas. Los colonos blancos eran los dueños del 87% de las tierras, entre ellas las tierras de cultivo más fértiles, mientras que más de 33 millones de negros tenían que vivir en el 13% de las tierras que conformaban los bantustanes. Según las leyes del pase, los africanos negros tenían que traer un carné de identidad dondequiera que anduvieran fuera de los bantustanes.
Se orientó la economía hacia la exportación de oro, diamantes y otros metales preciosos y minerales estratégicos. Eso constituyó la médula de la economía. También hubo manufacturas, como automóviles, para el mercado interno y la exportación. Las haciendas comerciales de gran escala producían principalmente para el consumo interno, pero había cultivos de exportación.
Si bien los colonos blancos tenían un nivel de vida equivalente a la de Europa, los negros vivían a la par de los países más pobres del mundo. En muchos casos, la vivienda de los asentamientos segregados no era sino de lámina corrugada y bloques. La mayoría de la población no tenía agua entubada, había terribles condiciones sanitarias y había poca electricidad cuando la hubiera. Escaseaban los servicios médicos, y las enfermedades eran endémicas.
Los jornaleros migrantes bajo contrato tuvieron que trabajar a cientos de kilómetros de sus hogares y vivir en barracas en los asentamientos semejantes a aquellas de los campamentos de exterminio de los nazis. Crecieron enormes campamentos de paracaidistas alrededor de las grandes zonas urbanas. Todos los africanos en las “zonas blancas” tuvieron que traer papeles, o una libreta de identidad, que les daba permiso de estar en aquellas zonas. Los africanos sin esos papeles estaban sujetos al arresto y la deportación a los bantustanes. Todo eso facilitó la acumulación de ganancias de los imperialistas, y el sistema racista del apartheid se impuso mediante el más sanguinario terror contra los africanos de parte de la policía y el ejército.
Levantamiento desde abajo, traición desde arriba
Los azanios, sobre todo los jóvenes, anhelaban la liberación. Pasamos muchas tardes tranquilas y veladas hablando de la revolución y compartiendo sueños de cómo sería una Sudáfrica/Azania libre. La gente tenía muchas esperanzas, osadía y un maravilloso optimismo acerca de la caída del régimen que contaba con el apoyo de las grandes potencias imperialistas del mundo y parecía casi invulnerable. Sabía que su lucha inspiraba a los oprimidos y explotados y muchos más del mundo entero. Pero por heroica que fuera esa lucha, no gestó un auténtico partido comunista, la clase de dirección que se necesita para librar una lucha por la verdadera liberación, y por eso, a las masas les costó muy caro.
A comienzos de los años 1990, las rebeliones sacudieron al apartheid y al dominio imperialista de Sudáfrica hasta sus cimientos. El país se tambaleaba al borde del precipicio del colapso político y ya no se consideraba un lugar seguro y estable para las inversionistas imperialistas y los planeadores estratégicos. Los levantamientos de masas que se nutrieron de los cientos de jóvenes que lanzaban piedras y cócteles Molotov en los asentamientos alrededor de Johannesburgo en 1983, pusieron al desnudo el asqueroso régimen del apartheid ante los pueblos del mundo. En el mundo, mucha gente apoyaba y se unía de diversas formas a la lucha contra el apartheid. Se volvió un riesgo político insostenible que Estados Unidos y otras imperialistas occidentales siguieran apoyando al odiado régimen de la minoría blanca y el sistema del apartheid. Eso, con otros sucesos importantes del mundo de entonces, sobre todo la caída del imperio imperialista soviético, generaron una situación en que los imperialistas y sus secuaces sudafricanos blancos se vieron obligados a ajustar la forma de dominación en el país y abandonar el sistema formal del apartheid, y tuvieron la libertad de hacer eso.
Las imparables olas de lucha contra el odiado régimen del apartheid habían generado una crisis política para los gobernantes sudafricanos y los imperialistas, y éstos tuvieron que detener las rebeliones. El régimen sudafricano tomó medidas para reprimirlas mediante la fuerza bruta del ejército y la policía. Pero esas medidas en sí no eran suficientes para resolverla. Los gobernantes también necesitaban encontrar a un socio de entre los oponentes del apartheid a quien incorporar a las negociaciones que llevaran a una “nueva Sudáfrica”, la cual supuestamente tendría justicia económica e igualdad racial para todos. Optaron por una solución que colocó a africanos negros en algunos puestos políticos importantes e integró a un sector del movimiento nacional negro en el gobierno colonial sudafricano en casi todas las esferas de la sociedad.
El Congreso Nacional Africano (CNA) y su líder, Nelson Mandela, se convirtieron en un socio muy dispuesto y crucial para llevar a cabo este programa imperialista. A comienzos de los años 1990, el régimen del apartheid puso a libertad a Mandela y empezó a negociar con él y el CNA. En las elecciones de 1994, la primera vez que los negros tuvieron permiso de votar en el país, Mandela ganó la presidencia y el CNA se convirtió en el partido gobernante.
Los medios llamaron esas elecciones la “transformación más prometedora y profunda para la democracia en tiempos modernos”. Pero lo que las elecciones representaron en los hechos era la consolidación del estado neocolonial sudafricano respaldado por el imperialismo, ahora con una nueva forma y una nueva imagen democrática. Constituyó una transferencia organizada de la presidencia y del parlamento al CNA, en una administración conjunta con el viejo Partido Nacional gobernante de los blancos.
El CNA deliberadamente desvió la lucha del pueblo hacia lo que llegara a conocerse como el proceso de “negociaciones”. El mensaje del CNA predicó la armonía y la conciliación nacional, lo que en los hechos borró la diferencia entre oprimido y opresor y les dio a las clases dominantes una oportunidad de conservar y reforzar el sistema político y económico que sustentaba al apartheid, y a su vez deshacerse de algunos rasgos bárbaros y abiertos del dominio exclusivamente blanco. Las elecciones representaron un importante avance político para los imperialistas en el mundo: fue un ejemplo de cómo desactivar las luchas de liberación nacional y desviar la furia de las masas hacia un proceso “sin riesgo” de trabajar en el sistema.
Ningún cambio fundamental
Así que se declaró el fin formal del sistema del apartheid: pero en realidad, la forma de la dominación imperialista fue cambiada y refinada para crear condiciones más favorables para que esa dominación no solamente siguiera sino que se intensificara y se extendiera. Y todo eso fue orquestado y financiado en gran parte por los imperialistas, sobre todo Estados Unidos. El nuevo gobierno aún representaba los mismos intereses de las clases dominantes y el país seguía subordinado al imperialismo y oprimido por el mismo. Las profundas disparidades y fuerte empobrecimiento de las masas engendrados por el apartheid siguen y se empeoran.
El gobierno del CNA ha logrado crear una pequeña clase media negra y aun un puñado de ricachones negros pero una enorme brecha entre ricos y pobres ha crecido más desde los años del apartheid. Entre 1995 y 2000, el ingreso promedio de una familia negra disminuyó en un 19% pero aquél de los blancos y la clase media negra creció en un 15%. El 10% más pobre de los sudafricanos hoy reciben la misma proporción del ingreso nacional que en 1993, el año antes del fin oficial del apartheid. En 1996, 1.9 millones de individuos de Sudáfrica vivían de menos de un dólar al día; en 2006, ese número subió a 4.2 millones. Se dice que la tasa oficial de cesantía es de 23% pero la mayoría de los analistas la ubican cerca al 40% a nivel nacional y al 50% en los asentamientos (y un poco mayor para los jóvenes de los mismos). Solamente el 50% de las familias africanas reciben su principal ingreso de un empleo.
Respecto a la reforma agraria, ha habido pocos cambios desde el apartheid. Bajo el apartheid, los colonos blancos, que constituyen el 10% de la población, eran dueños del 87% de las tierras y casi todas las tierras de cultivo fértiles. En 2007, solamente el 5% de las tierras en manos de los blancos se había repartido a los sudafricanos negros. A este ritmo lentísimo, el CNA ni siquiera podrá alcanzar su meta declarada de trasladar el 30% de estas tierras a manos de negros para 2014. Pero esta meta está muy lejos de lo que se necesita, que es un reparto de las tierras en masa mediante la movilización de las masas para retomar las tierras como parte de arrancar de raíz las relaciones semifeudales e imperialistas en el campo.
Eso nos devuelve a donde empecé… Como las condiciones de las masas sudafricanas negras no han mejorado sino empeorado con más fuerza tras el ascenso del CNA al poder, ha aumentado dramáticamente la cantidad de migrantes entrando a Sudáfrica. Hay estire y afloje. Los que no pueden subsistir en su país y los cientos de miles de refugiados de las guerras están migrando hacia Sudáfrica. Y la economía sudafricana depende de su mano de obra para mantenerse a flota y expandirse. (Ver el recuadro).
Dos caminos, dos futuros
La “sabiduría aceptada” del programa del CNA, y de otros programas similares en el mundo de hoy, tal como el de Hugo Chávez en Venezuela, dice que, como el imperialismo es tan poderoso y está tan integrado a nivel mundial, es imposible que un país se “desligue” de todo eso. Se dice que “no es práctico” creer que un país oprimidos podría liberarse del imperialismo y desarrollar una auténtica economía y estructura social socialistas. Pero hay que plantear las siguientes preguntas: ¿Cuán práctico es creer que el pueblo puede obtener algo bueno de la continuación de la dominación imperialista? ¿Cuán práctica es creer que se pueden resolver los profundos problemas políticos, sociales y económicos de Sudáfrica sin derrocar a las clases dominantes que mantienen e imponen un sistema de explotación capitalista y sin arrancar de raíz las relaciones sociales, políticas y económicas de la explotación capitalista?
En los países como Sudáfrica (y en gran parte del resto del mundo), urge emprender la liberación de las naciones del imperialismo. Lo que es práctico en los hechos, lo que corresponde a la realidad, lo que se necesita para liberar a Sudáfrica, es el camino que desarrolló Mao Tsetung en China, la revolución de nueva democracia. Es una revolución que unifica y representa los intereses de todos aquellos a los cuales se puedan unir para derrocar al feudalismo y al semifeudalismo, la clase capitalista burocrática y el sistema de estado dependiente del imperialismo y al servicio del mismo.
Pero el CNA tenía y tiene un programa muy distinto. Jamás se ha propuesto luchar por la auténtica liberación del pueblo, ni derrocar y arrancar de raíz las relaciones sociales, políticas y económicas del capitalismo que explotan y oprimen a las masas azanias, ni expulsar al imperialismo del país, ni ponerle fin a una situación en que el imperialismo global domina y subordina al país. Al contrario, subió al poder con un programa basado en la idea de que trabajar dentro del sistema del capitalismo y del imperialismo es lo mejor que se puede hacer hoy en el mundo y también que es deseable. Subió al poder con un programa sosteniendo que la solución a los problemas del país era abrir aún más al país a la economía capitalista global. El eje de este programa es continuar, intensificar y extender las relaciones sociales, de clase y de producción, y las ideas que las sustentan. Todos los proletarios de Sudáfrica tendrán garantizada la superexplotación y los imperialistas tendrán garantizados la protección de su propiedad privada y el derecho a superexplotar a los azanios. Su programa representó los intereses de clase de la burguesía compradora, que sirve al imperialismo y a que este apuntala.
Por ejemplo, la minería, y las relaciones sociales y de producción que conlleva, se conservaron y también se siguieron desarrollando como columna vertebral de la economía. Hoy la mayoría de los mineros que hacen los trabajos difíciles y peligrosos son negros y la abrumadora mayoría de los gerentes son blancos. La mayoría de las corporaciones mineras tienen su sede en los países de la Unión Europea y Estados Unidos. Muchas corporaciones que constituían la columna vertebral de la economía del apartheid, ocupan la misma posición hoy en la economía salvo que ahora tienen su sede en Inglaterra en lugar de Sudáfrica, un cambio que les da más flexibilidad y privilegios que hubieran tenido en una corporación con sede en Sudáfrica. Las manufacturas, sobre todo la automotriz, es otro elemento importante de la economía y las corporaciones imperialistas participantes son muy conocidas: Ford, General Motors, Chrysler, Volkswagen, Nissan, Toyota, Bavarian Motors y Daimler.
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Se solía decir que el régimen del apartheid había creado un polvorín a punto de estallar en llamas en los asentamientos negros. Hoy, el régimen del CNA ha construido su propio polvorín basado en el choque entre las promesas truncadas y fuertes expectativas, y la realidad de la continuación del dominio imperialista en Sudáfrica.
La situación de Sudáfrica hoy ilustra de manera contundente la terrible situación a la cual las masas estarán condenadas cuando emprendan el compromiso y la conciliación con el imperialismo como solución a la opresión imperialista. A su vez, ilustra fuertemente la gran importancia que un gobierno y una dirección auténticamente revolucionarios podrían y pueden tener para liberar a los países y para gestar una nueva sociedad socialista verdaderamente emancipadora.
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