Revolución #140, 17 de agosto de 2008
“Un mundo, un sueño” y los juegos de Pekín:
¿Cuál mundo y el sueño de quién?
Li Ning, el atleta olímpico chino, vuela alrededor del borde del estadio El Nido a pasos agigantados. Toca la pared con la antorcha. El fuego irrumpe en espiral y estalla en la gran llama de la Antorcha Olímpica al frente del estado. “Un mundo, un sueño”. Se abrió la 29ª Olimpiada.
Un mundo, un sueño. Miles de millones de todo el mundo sueñan con un mundo sin guerras, sin hambre ni pobreza, sin las crueles y opresivas divisiones entre las personas. Pero la dura y dolorosa realidad es que el mundo de hoy es un mundo imperialista, en que un puñado de potencias imperialistas dominantes y sus secuaces capitalistas de los países oprimidos gobiernan la abrumadora mayoría de las regiones oprimidas del mundo. En que un pequeño puñado controla y se apropia de las riquezas creadas por las masas que se matan trabajando en las fábricas y las haciendas del mundo. En que arden guerras por el control de importantes regiones y recursos. En que los habitantes están divididos por raza, religión, género y una cantidad casi infinita de otros factores. En que las ideologías de la supremacía blanca, el patriarcado y el fundamentalismo religioso justifican y apoyan esta explotación y opresión, a fin de mantener a grandes sectores de la humanidad bajo el dominio de otros. En que no hay paz, no hay un mundo mejor, sino la implacable demanda de que los pueblos acepten y accedan a lo que para la mayor parte del mundo es una pesadilla brutal interminable impulsada implacablemente por las ganancias.
Según la tradición, se abren los juegos Olímpicos con desfiles de los equipos nacionales por el estadio, cada uno bajo su propia bandera nacional. En los siguientes días hay competencias intensas, y férreas. Pero en medio de esto, nacen el respeto y amistades entre muchos atletas contendientes. A la hora del cierre, cuando instan a los atletas a volver a desfilar por el estadio, no con sus propios compatriotas, sino con atletas de otros países, el compañerismo abrazado entre sí viene de un genuino respeto y amor a otros atletas y culturas.
La distancia que se recorre entre la apertura y el cierre promueve la ilusión de que los juegos tienen por objeto tumbar los muros que nos dividen entre países y unir la humanidad en un todo. Pero la realidad es muy distinta. Lo que pasa entre la apertura y el cierre es la manipulación deliberada de las aspiraciones de muchas personas, encauzadas hacia la promoción del orgullo y estrechez nacionales. Sobre todo en manos de las potencias imperialistas, llega a ser chovinismo nacional, tal como el asqueroso norteamericanismo “mi país ante todo” del que sabemos tanto. Se especula de manera interminable si Estados Unidos o China ganará la contienda por las medallas, con un chorro de críticas abiertas e implícitas acerca de la manera en que China entrena a sus atletas. Chillarán cuando “nuestro” equipo pierda y echarán bravuconadas cuando gane.
Para la clase dominante estadounidense, “Un mundo, un sueño” es el sueño de que el mundo entero, atrapado en la maraña imperialista, permanezca para siempre bajo el dominio de esta superpotencia única.
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Con Pekín como anfitrión de los juegos de 2008, China ha tenido la oportunidad de subir al escenario mundial y dejar de estar tras bambalinas; de sorprender y apantallar a los pueblos del mundo y montar su mejor espectáculo, y mostrar al mundo a qué ha llegado. Es su “fiesta de presentación” como nueva potencia mundial y los gobernantes chinos no han escamitado esfuerzo alguno.
Pero China ha surgido como una potencia económica y política en un mundo complejo.
Para empezar, está la naturaleza de China. Hay mucha confusión, que deliberadamente difunden los medios, los líderes del mundo y el propio gobierno chino, sobre la afirmación de que China es “socialista”. De hecho, China es un país capitalista, y no es socialista. Al socialismo lo derrocaron en 1976 los oponentes de Mao justamente en la cúpula del Partido Comunista de China quienes se unieron a la revolución para liberar a China de la humillante dominación de las potencias imperialistas pero quienes no tenían en las miras al objetivo comunista sino el de hacer de China un país rico y poderoso. A medida que avanzaba la transformación socialista de la sociedad hacia el comunismo, esta gente albergaba un profundo odio hacia el rumbo revolucionario en que estaba embarcada China y cuando tomaron el poder, rápidamente convirtieron a China en un país capitalista, el cual hoy está profundamente amarrado en el capitalismo global y en algunos sentidos es un país central del mismo.
De su parte, los imperialistas estadounidenses han dado la bienvenida al ascenso de China al escenario mundial, pero reconocen que con su ascenso, China está accediendo a portarse como “miembro responsable” de la comunidad mundial imperialista, observar los acuerdos internacionales y funcionar como parte del Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio y otros organismos dominados por Estados Unidos. Es como el Padrino que invita a un mafioso rival, menos poderoso, a sentarse a la mesa y que tiene el control global del reparto del botín de la mafia, y con la invitación queda entendido que el mafioso menor encontrará su chamba según las exigencias del Capo.
Esta compleja relación se manifiesta en la manera y a la hora que Estados Unidos lanza críticas a China. El 7 de agosto, la víspera de su llegada a Pekín, Bush dio un importante discurso en Tailandia sobre las relaciones yanquis en Asia. Criticó al arresto de disidentes políticos, defensores de derechos humanos y algunos activistas religiosos por China. A su vez, señaló que China y Estados Unidos comparten importantes intereses económicos, políticos, y militares y de seguridad. Con sus críticas buscaba quitarle algo del brillo de los anillos olímpicos, para dar a entender que China puede dar grandes pasos a unirse a los poderosos países del mundo, pero aún no lo ha alcanzado, aún no tiene las credenciales como país “moderno” y “ilustrado”. Pero, al mismo tiempo, midió con detenimiento sus comentarios. El corresponsal de la CBS Jeff Glor dijo que los hizo para “complacer a los críticos de China pero… el discurso no tendrá un gran impacto a largo plazo”. De ahí, Bush fue a la ceremonia de apertura. O sea, Estados Unidos no está dispuesto a admitir a China como saqueador en pie de igualdad en el mundo, pero sí reconoce que es importante que China sea uno de los equipos en la cancha.
Es importante ver que el ascenso de China como importante potencia capitalista ocurre en un momento en que el sistema capitalista imperialista mundial está en un estado de cambio. Estados Unidos aún ocupa la posición primaria en la economía mundial imperialista, pero se está topando con dificultades en la realización de su agenda global. A su vez, China es un elemento altamente dinámico de la ecuación: depende del capital y de los mercados extranjeros, pero ha surgido como potencia económica, un centro de manufacturas del mundo; un país que ha acumulado enormes reservas de divisas y ganado un considerable peso financiero, con mayor frecuencia sobre el dólar; y un país que busca de manera agresiva mercados en el tercer mundo y exporta capital a otros países. Además, está jugando con mayor fuerza un papel político en el mundo* . Se están celebrando los juegos en medio de este estado de cambio.
Los objetivos de China en los juegos
Los gobernantes chinos ve en los juegos una oportunidad de afianzar su control en su territorio, ayudar a consolidar su lugar como miembro de las potencias políticas y económicas del mundo y en ese marco, “mostrar su fuerza” y tratar de cobrar más fuerza. Hay varias iniciativas y objetivos que se influyen mutuamente:
Utilizan los juegos para forjar un sentido de orgullo nacional en la población y una sensación de “confianza y expectativas para el futuro”, como dijo el superestrella basquebolista Yao Ming al fin de la apertura. Para esta ceremonia, decenas de miles de chinos llenaron las gradas del estado nacional El Nido y tal vez mil millón más la vieron por la tele. Es una oportunidad de “unir a la nación” y de encubrir y mellar lo que son las divisiones sociales agudas y potencialmente explosivas de la sociedad.
Ganar el oro (es decir, las medallas) es un importante elemento de todo esto. Cuando amarró la posición de anfitrión olímpico en 2001, el gobierno chino lanzó una campaña nacional para desarrollar y costear programas centralizados especiales para entrenar a atletas de clase mundial; nombró la campaña “Proyecto 119” por la cantidad de medallas que considera que puede ganar. Las autoridades entienden que esto no sólo apuntalará de manera poderosa el orgullo nacional sino que la cantidad de medallas que gane será una señal de la estatura del país en el mundo. Muchos comentaristas esperan que China gane la mayor cantidad de medallas de oro.
El gobierno chino ha invertido 43 mil millones de dólares, según los cálculos, para reinventar a Pekín y proyectar una imagen al pueblo chino y al mundo, de que ahora China es una sociedad moderna y avanzada, capaz de manejar las complejidades del poder e influencia global. Tumbaron casi todos los antiguos hutongs, o angostos callejones y patios, y construyeron en su lugar llamativas instalaciones olímpicas, decenas de nuevos hoteles y centros comerciales. Muchos comentaristas han comparado a China al fénix, que asciende de las cenizas de su pasado como país subyugado y que hoy es capaz de pararse como potencia mundial.
Todo esto tiene un elemento económico: utilizar los juegos para proyectar una imagen de estabilidad y solidez y así atraer a nuevos y más grandes inversionistas de entre las potencias imperialistas, así como penetrar en nuevos mercados de los países imperialistas y otras partes para la venta de productos manufacturados chinos. Pero los gobernantes de China también tienen objetivos ideológicos y políticos internacionales. Por ejemplo, se están esforzando en particular (más allá del marco de los juegos) para atraer a otros países del tercer mundo que se molestan por la dominación imperialista, mediante al promoción del camino de China como un modelo de desarrollo económico “socialista”, y así, esperan, convencer a otros países del tercer mundo que entren a arreglos políticos y económicos con China para así poder beneficiarse también de este camino. Tales arreglos, pese a su fachada “socialista”, ofrecerán a los gobernantes de estos países ayuda, tecnología y experiencia para desarrollar sus economías. Tal relación no tiene por objeto liberar a estos países de la dominación desde afuera sino de amarrarlos en una relación subordinada que beneficie al capital y a la posición de China en el mundo.
Forjar unidad nacional y cohesión social
La ceremonia de apertura de los juegos fue una dramática y espectacular combinación de arte de alta tecnología, destreza y precisión humanas colectivas, y filosofía feudal atrasada. Los aspirantes a potencia de China promovieron descaradamente las maravillas de la riqueza material y los conocimientos de alta tecnología adquiridos al capitalismo, al servicio de la abierta promoción del ideal confuciano de una sociedad harmoniosa del presidente chino Hu Jintao.
Confucio fue un reaccionario filósofo hace dos mil años en China. Avaló la idea de que la división de la sociedad entre oprimido y opresor se desprendió del “Mandato del cielo” y por ende no se podía, ni se debía, cambiar. Al recordar los tiempos de Confucio, el actual gobierno chino promueve esta idea en tiempos en que en la sociedad hay bastante discordia, con el potencial de grandes trastornos. La sociedad harmoniosa que el Partido “Comunista” de China revisionista (falso comunista) ofrece al pueblo es la misma clase de promesas que hicieron los emperadores hace siglos: que las autoridades cuidarán de la población a cambio de su obediencia hacia las reglas de los gobernantes.
Esta promesa tiene un importante atractivo en algunos sectores de la población. Aunque el partido es “comunista” de nombre, ha abandonado todo objetivo comunista y revolucionario auténtico como parte del derrocamiento de la sociedad socialista después de la muerte de Mao. Los gobernantes chinos han conservado la fachada “comunista”, tal como el nombre y las estructuras del partido y la astucia para echar rollos de una “pinta revolucionaria” cuando les convenga desviar las aspiraciones de la población a un mundo mejor. Han tratado de usar a Mao, el revolucionario, como icono nacionalista para legitimar su dominio, dejando un enorme retrato de él en la plaza Tienanmen y usando otros símbolos del pasado revolucionario cuando les convenga para mantener el control social. El derrocamiento de las relaciones socialistas y el feo renacimiento de una aplastante explotación y pobreza, y la aguda y severa polarización de clases en la sociedad resultante, han dado pie a un amplio descontento (p.e., fuertes incidentes de resistencia y lucha) y una amplia “nostalgia” por Mao.
Muchas personas que vivieron los años de Mao recuerdan que la sociedad era más igualitaria; que la gente trabajadora recibía un trato de honor y respeto y no simplemente de fuentes de ganancias. Millones de ellas eran estudiantes durante la Revolución Cultural y tienen memorias muy positivas de ir a las fábricas y al campo para vivir al lado de los obreros y campesinos, “aprender de las masas” y “servir al pueblo”, como decían los revolucionarios, a la vez que aportaban sus conocimientos, experiencia y entusiasmo revolucionario para ayudar a transformar y revolucionar más la sociedad. Además, aquellos que nacieron después del golpe de estado de 1976 que restauró el capitalismo tienen alguna idea de que Mao estaba con el pueblo, y que grandes sectores de la actual dirección solo se interesan en sí mismos y en su poder y fortunas.
Ante estas agudas contradicciones, los gobernantes capitalistas han estado esforzándose por forjar una legitimidad sobre una base nueva y nacionalista, que quiere decir que China llegue a ser una gran potencia y que las grandes masas chinas “inviertan” sus esperanzas en un mejor futuro en todo eso, una esperanza que es tan ilusoria como cruel.
Estos sentimientos nacionalistas no cayeron del cielo. China tiene una larga y sangrienta historia de opresión y humillación nacional a manos de las potencias imperialistas: los barcos de guerra británicos navegaron por el río Yangtzé en los años 1850 para aplastar la rebelión de los chinos quienes se sublevaron contra la importación del opio por Inglaterra desde India hacia China a fin de mantener adictas e incapaces de oponerse a la explotación extranjera a las masas de “jornaleros “culís” chinos. Decenas de miles de chinos que emigraron a Estados Unidos para participar en la construcción del sistema ferroviario eran víctimas de la degradante opresión nacional y asesinos pogromos periódicos. Japón invadió a China en 1937 como parte de la mayor rivalidad imperialista previa a la II Guerra Mundial, se apoderó de zonas industriales muy ricas en el noreste y sometió a la población a años de horrenda opresión, tal como el asalto a la ciudad de Nanking en que los soldados invasores del imperialismo japonés masacraron a 75 mil civiles y violaron en masa a las mujeres. Hoy, Estados Unidos es la potencia imperialista que domina y manda a China. Todo eso y más ha generado un profundo odio justo en el seno de la población de China contra la humillación y subyugación nacionales que han vivido.
Pero que quede claro: había un tiempo en que China había roto las férreas pinzas de la dominación extranjera, en que tenía un desarrollo independiente del control imperialista. Fueron los años de la revolución maoísta y el socialismo de 1949 a 1976. La revolución china rompió el férreo control de las potencias imperialistas y del dominio capitalista burocrático al servicio de ellas. Arrancó de raíz los cimientos del feudalismo en el campo. Durante más de 25 años bajo Mao, el pueblo chino construía una economía balanceada que de veras servía al pueblo y no a los imperialistas. Ese período terminó solamente después de que las fuerzas burguesas que hoy gobiernan a China derrocaron al socialismo y entregaron a China de nuevo al dominio imperialista.
Los líderes de China tratan de usar su papel de mayor peso en el sistema imperialista para forjar un lugar en la economía y la política del mundo. Pero lo están haciendo desde adentro del sistema imperialista, y no en oposición a él ni fuera de él. Eso sin duda aumentará las divisiones sociales y de clase a medida que mejore la situación de una minoría de los chinos y la mayoría sigue atrapada en la pobreza, sufrimiento y desesperanza. Tanto la idea confuciana de una “sociedad harmoniosa” como la promoción del orgullo nacional obran de formas distintas como pegamento ideológico para aglutinar la población bajo el dominio del Partido “Comunista” revisionista.
Agudas contradicciones
de la sociedad china
Si bien las enormes cantidades de ganancias del auge económico capitalista de China han fluido a los países imperialistas, el auge también ha tenido un importante impacto en el nivel salarial de algunos sectores de la población. Un número relativamente pequeño de grandes industriales, financistas y otros líderes corporativos ha acumulado enormes fortunas. Los altos funcionarios del gobierno, dueños medianos de fábricas y empresas de construcción están comprando condominios en nuevas comunidades enrejadas, van de compras a tiendas de lujo y de vacaciones en otras partes del mundo. Se calcula que hay 175 millones de chinos en esta categoría, que es una cantidad grande en términos absolutos, pero solo constituye el 15% de la población. En China, crece el número de personas con carro propio, pero hoy solamente el 6% de la población tiene uno. Para la industria automotriz, China es un importante mercado, pero para la sociedad china, solamente un pequeño porcentaje de familias tiene coche propio o paga para que sus hijos estudien en la universidad.
En una palabra, hay importantes sectores acomodados nuevos de la sociedad que apoyan las medidas del gobierno y el actual camino económico y político del país.
Pero China tiene una población de 1.3 mil millones de personas. Cientos de millones de obreros viven en las ciudades en una pobreza horrorosa. De 700 a 800 millones viven en el vasto y empobrecido campo (la mayoría subsiste con menos de dos dólares al día). El sistema de servicios médicos del campo se ha colapsado. Cuando Ted Koppel del Canal Discovery le preguntó a un grupo de aldeanos ancianos qué hacen cuando se enfermen, dijeron: “Esperamos a morir”. Muchos niños campesinos no tienen para ir a la escuela más allá de los primeros pocos años. Los padres que quieren que sus hijos sigan estudiando a menudo tienen que pagar la mitad o más de su ingreso anual para la matrícula.
Las medidas y programas económicos y políticos de la clase dominante capitalista china, tal como la decisión de hace 25 años de desmantelar las comunas del campo (granjas colectivas de gran escala) y en su lugar establecer un sistema en que a las familias individuales les dieron pequeñas parcelas y les dijeron básicamente que tendrían que vérselas por sí mismas, han causado una extrema polarización social y económica. La brecha salarial entre el campo y la ciudad, según algunas cifras, es mayor que ningún otro país del mundo, y es profundamente desestabilizadora.
En los últimos 20 años, 200 millones de campesinos sin medios de subsistir para sí mismos y sus familias en el campo han ido a las ciudades en busca de chamba. En las ciudades, las autoridades les niegan permisos de residencia y por eso estas familias no pueden conseguir vivienda, servicios médicos y muchos otros servicios durante su estancia. Son inmigrantes ilegales en su propio país. Cuando encuentren chamba, hay largas jornadas, una paga de no más de dos o tres dólares al día, y tienen que dormir en campamentos o albergues hacinados.
Los funcionarios del partido de las aldeas y empresas de construcción confabulan para arrebatarles las tierras a los campesinos y las usan para proyectos de vivienda y nuevas empresas. Expulsan a los campesinos de las tierras, a menudo sin suficiente indemnización con que encontrar otro lugar en que vivir, y los funcionarios de la aldea reciben grandes sobornos. Para aquellos que aún viven de la tierra, a veces la contaminación de los arroyos y lagos debido a las nuevas construcciones fabriles y residenciales impide que siembren cultivos, y los aldeanos quedan sin agua potable.
Los obreros de las gigantescas fábricas y plantas de montaje satisfacen las necesidades de Walmart y otras empresas afines y los grandes minoristas de prendas de vestir de Estados Unidos los obligan a trabajar 16 horas al día y de noche los encierran en las fábricas. La mayoría de la energía de China proviene del carbón, en su mayor parte de minúsculas y peligrosas minas que salpican grandes extensiones del campo. Las condiciones de seguridad a veces son tan pésimas que en los últimos años, un promedio de 17 mineros al día han muerto en accidentes.
Estas horrendas condiciones provocaron 87 mil incidentes oficialmente reconocidos de protesta de masas en el último año. Por ejemplo, en junio estalló la furia en el pueblo suroccidental de Weng’an cuando encontraron a una adolescente muerta y los familiares negaron la historia oficial de que ella se suicidó, diciendo que el hijo de un alto funcionario la violó y mató. Cuando los familiares marcharon por el pueblo de 65 mil habitantes con fotos de ella y pidieron justicia, rápidamente se les unieron 30 mil personas que se amotinaron casi siete horas y saquearon la delegación policial y dos oficinas del gobierno.
El masivo terremoto que sacudió la provincia rural de Sichuan en mayo de 2008 puso al desnudo muchas contradicciones sociales. El terremoto provocó enorme destrucción y dejó 70 mil o más muertos. Aunque fue un desastre natural que causaron las fuerzas de la naturaleza, una buena parte de las muertes y de la devastación económica eran producto de causas humanas. Por ejemplo, se estima que siete mil aulas se derrumbaron debido a su mala construcción. El gobierno construyó grandes cantidades de estos edificios de “queso de soya” con muy deficientes cantidades de refuerzos de acero y concreto. Aunque hay una corrupción generalizada en China, el principal factor de estos malos materiales de construcción es que la división entre clases del país creó una oportunidad de sacar ganancias adicionales usando materiales inferiores en las escuelas de los alumnos de familias obreras. Cuando se dio el sismo, las escuelas colapsaron, aplastando a los alumnos y maestros adentro, y los edificios de al lado siguieron en pie.
En China y el mundo, hizo llorar la cobertura televisiva de los padres que improvisaron altares, con fotos de sus hijos muertos sobre pupitres sacados de los escombros, y pedían cuentas para con el gobierno del porqué. En las primeras semanas después del sismo, la tele de China pasaba muchas imágenes de familias de luto, intercaladas con escenas del primer ministro chino Wen Jibao, llamado “Abuelito Wen” por los medios, en una gira personal por los pueblos afectados, quien lloraba por las pérdidas de la gente. Pero una vez fuera las cámaras, funcionarios del gobierno entraron, eliminaron a la fuerza los altares y pusieron en claro que ya no permitirían más protestas.
No se sabe en qué medida el descontento interno de China seguirá latente debajo de la superficie y en qué medida podrían salir en la forma de protestas organizadas. Pero los líderes de China no se están dando el lujo de arriesgarse. El gobierno ha movilizado a 110 mil comandos, paramilitares y soldados para vigilar las instalaciones olímpicas, con 900 mil policías, guardias de seguridad y voluntarios civiles adiestrados para delatar a “personas sospechosas”. Han montado “zonas de protesta” especiales lejos de las instalaciones y a los aspirantes a manifestante les piden hacer las solicitudes para permisos con muchos días de antelación, no muy distinto a lo que el gobierno yanqui ha hecho en torno a las convenciones Demócrata y Republicana.
Además, los propios imperialistas yanquis tiene un interés directo en la manera en que el gobierno chino maneje el descontento interno. Cualquier estallido serio de descontento social podría desestabilizar a China y extenderse a otros sectores sociales, con el potencial de inquietar a los inversionistas extranjeros, aflojar los flujos de capital extranjero hacia China y posiblemente provocar trastornos dramáticos de los arreglos financieros mundiales. Por eso, en parte al menos, Estados Unidos y otros voceros imperialistas han hecho críticas muy matizadas a China por la mano dura oficial contra las protestas durante los juegos y han presionado poquito a la dirección de China al respecto. Se palpa que el gobierno autoritario de China en este momento es el mejor garante de la clase de estabilidad que piden los inversionistas tanto chinos como extranjeros.
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Los juegos nos hacen acordar de las increíbles hazañas atléticas de velocidad, gracia y creatividad que los seres humanos con capaces de realizar. Provoca furia cómo tergiversan las destrezas y el arte únicos de estos sorprendentes atletas a favor de una manera anticuada y obscena de ver y organizar el mundo. Según dicen, por la naturaleza humana la humanidad está dividida entre oro, plata y bronce. . . y que los demás ni pueden competir. Se supone que sea perfectamente natural que un pequeño puñado domine la gran diversidad de nuestro planeta y controla la riqueza y los recursos, mientras que miles de millones apenas subsisten de uno o dos dólares al día.
Y no tiene que ser así. Podemos celebrar las maravillosas ejecuciones de los atletas individuales sin que el ganador tenga que pararse sobre los huesos y sueños rotos de su contrincante. La historia del socialismo y las profundas lecciones que hemos sacado de esa historia ilustran que es posible y cómo es posible ir más allá de esta horrenda división del mundo, a algo muy diferente, y mucho mejor, con un objetivo de un mundo comunista.
FOOTNOTE
*Un análisis más profundo de las complejidades de la actual geopolítica y geoeconomía mundiales se halla en el ensayo por entregas de Raymond Lotta, “Cambios y grietas en la economía mundial y la rivalidad entre las grandes potencias: Lo que está pasando y qué consecuencias podría traer”, sobre todo, “Parte 2: El desarrollo capitalista de China y su ascenso en el sistema imperialista mundial: Naturaleza e implicaciones”, Revolución #137, 27 julio 2008, en revcom.us. [back]
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