Revolución #141, 24 de agosto de 2008


Reforma o revolución: Cuestiones de orientación, cuestiones de moral

Nota de la Redacción: A continuación publicamos partes de una charla que dio Bob Avakian, presidente del Partido Comunista Revolucionario, a un grupo de militantes y partidarios en 2005.

Cuando uno ve la gran brecha que existe entre el sufrimiento de las masas y lo que se puede hacer para remediarlo, cuando se confronta eso una y otra vez, a cualquiera se le plantea un dilema moral muy serio: ¿cómo puede cruzar los brazos ante ese sufrimiento? Tal como he reiterado en varias ocasiones, siento muchísimo respeto por los que se ofrecen para Médicos sin Fronteras y causas por el estilo. Sin embargo, un tsunami de sufrimiento (hablando en sentido metafórico y a veces en sentido literal) aplasta y abruma a diario la labor que hacen, la ayuda que dan y el buen trabajo que hacen, como consecuencia de fuerzas objetivas mayores.

Cuando era joven, pensaba dedicarme a la medicina o al derecho, y no porque me interesara el dinero ni la oportunidad de jugar al golf. Sabía que muchos necesitaban atención médica y que las víctimas del sistema “de justicia” necesitaban abogados que de veras las defendieran. Pero con el tiempo caí en cuenta de esto: si bien podría ayudar a unas cuantas personas, y aun si me entregara cien por cien, muchas más necesitarían de mis servicios (y de mucho más de lo que yo, y otros, podríamos hacer para ayudarlas), y así sería siempre, cada vez peor. Una vez que se capta eso, si uno es consecuente con sus propios principios, no puede mirarse al espejo y hacer menos de lo que se requiere.

Claro, esto tiene una dimensión moral. ¿Cómo se puede uno cruzar de brazos mientras se muere gente de enfermedades curables en el tercer mundo, y a la mera vuelta de la esquina? ¿No debemos acudir de inmediato? Pero en última instancia la moral depende del punto de vista de clase y de cómo se entiende la realidad, que en la sociedad de clases, fundamentalmente y en última instancia, expresa un punto de vista de clase determinado. Hay una moral que no corresponde al reformismo ni se propone solamente atenuar la situación y sufrimiento de las masas ni aliviar algunos, y solamente algunos, de sus efectos. Esta moral se propone eliminar y abolir las causas del sufrimiento; esta moral se deriva de la conciencia revolucionaria de que, mientras siga en pie el sistema capitalista imperialista, no podemos eliminar el sufrimiento de las masas y, de hecho, empeorará.

No por eso digo que no se debe luchar contra los agravios o que la resistencia popular no tenga importancia. Todo lo contrario. Marx recalcó esta verdad profunda: si las masas no se defienden, si no luchan contra la opresión (incluso sin llegar al punto de la revolución), las aplastarán y las reducirán a un montón de seres miserables incapaces de levantarse y luchar por una causa más elevada. Pero como punto de orientación fundamental, debemos captar firmemente que aun con muchos sacrificios y los esfuerzos más heroicos, no es posible aliviar, ni mucho menos eliminar, el sufrimiento de las masas y las causas de ese sufrimiento en el marco de este sistema, y nuestra moral se deriva de eso.

Podemos trazar una analogía. Imaginemos que pudiéramos regresar varios siglos atrás, como Un yanqui en la corte del rey Arturo. En este caso, volvamos a los tiempos de las pestes que diezmaron a enormes sectores de la población en Europa. En esos tiempos, lo único que sabían era poner en cuarentena a los enfermos. Una persona de buena voluntad quizá le ponía paños mojados en la frente a los agonizantes o hacía otra cosa para aliviar un poco el sufrimiento. Haría lo que pudiera para que no se contagiaran los demás. Bueno, supongamos que como somos de estos tiempos, sabemos que la peste se puede curar con antibióticos si se dan a tiempo. Extendamos la analogía y supongamos que en esos tiempos había antibióticos. Claro, en esos tiempos no tenían ni antibióticos ni los conocimientos científicos para producirlos, pero supongamos que sí. Por ejemplo, supongamos que otros viajeros del tiempo llegaron desde nuestros tiempos con un chingo de antibióticos que podían prevenir millones de muertes por la peste, pero monopolizaron la propiedad de los antibióticos y tenían grupos de sicarios para vigilarlos. No querían repartirlos si no podían sacar buenas ganancias, los cobraban muy caros y la mayoría no podía comprarlos.

En esa situación, ¿qué sería mejor: seguir poniendo paños mojados en la frente de los enfermos u organizar a las masas a asaltar la bodega de los antibióticos y repartirlos?

Esa analogía deja ver la diferencia esencial entre la reforma y la revolución, y nuestra moral se deriva de entender eso. Es muy duro ser testigo del sufrimiento de las masas y no poder eliminarlo de inmediato y, claro, debemos organizarlas a luchar contra la opresión y los agravios del sistema. Pero si de veras captamos dónde están “los antibióticos” (y quién los acapara y monopoliza y convierte en maquinaria para sacar ganancias —en capital— y por qué las masas no pueden obtenerlos), nos toca dirigir a las masas a alzarse a tomarlos y repartirlos.

Vuelvo a repetir: admiro la moral de los que quieren aliviar el sufrimiento (y quizá no ven más allá que eso). De ninguna manera debemos menospreciar a las personas que dejan agua en el desierto para los inmigrantes que cruzan la frontera; debemos admirarlas y trabajar con ellas. Pero su labor no es la solución fundamental al problema del sufrimiento de los inmigrantes, ni elimina las fuerzas que los arrojan de sus países ni las demás penas y opresión de las masas por todo el mundo. Aunque admiro a los que se ofrecen para Médicos sin Fronteras y otras causas, si dicen: “No se puede hacer más que esto”, tenemos que librar una lucha muy dura de principios, en pie de unidad y en estima de su espíritu, porque objetivamente no es cierto que no se puede (ni se debe) hacer más, y plantearlo así hace daño a las masas.

En términos fundamentales y estratégicos, es necesario definir el eje de nuestros esfuerzos: ¿contrarrestar los efectos y síntomas o atacar el problema de raíz y eliminar la causa? Por eso, uno se vuelve revolucionario: reconoce que hay que encontrar la solución completa porque si no, el sufrimiento continuará y empeorará. Eso más que nada atrae a la revolución, aun antes de captar científicamente en toda su complejidad lo que significa y requiere. Al volverse comunista y tomar en cuenta más y más el mundo entero, y no solamente la parte donde se encuentra, se ve que todo tiene que cambiar, que hay que eliminar la opresión y explotación en todas partes para que ya no exista en ninguna parte.

Así que tenemos que liberar a esos antibióticos. No nos desviemos de eso: no es cierto que lo mejor y lo más noble es aliviar la miseria y los síntomas, en vez de atacar el problema de raíz y abrir paso a una cura real y duradera. La cuestión de reforma versus revolución no es una noción trivial de “nuestra onda” versus otra “onda”; es cuestión de qué se necesita para eliminar el horroroso sufrimiento en que vive la vasta mayoría de la humanidad todos los días, y de qué tipo de mundo es posible.

No somos revolucionarios porque está “de moda”; la neta, ¡no está de moda! En la época de los 60, en ciertos sectores, para los negros y otros sectores, dedicarse a la revolución era un “oficio legítimo”: ¿A qué te dedicas? Soy médico. ¿A qué te dedicas? Soy basquetbolista. ¿A qué te decidas? Soy revolucionario. Oficio legítimo. Conversando sobre el tema con un camarada de larga trayectoria, comentóque era más fácil en cierto sentido ser revolucionario en esos tiempos porque se gozaba de la “aprobación social”, o sea, importantes sectores de la sociedad expresaban aprobación a los revolucionarios. Pero ahora no es así, y menos aun en el caso del revolucionario comunista: “¿Qué te pasa? ¿Estás loco?” [risas] Muchos responden así, como saben, o plantean argumentos teóricos para decir que no es posible o es una mala idea, un desastre o una pesadilla. Bueno, no hacemos esto por la aprobación social. Claro, en un sentido, es bueno tenerla, porque expresa elementos favorables de la sociedad y de cómo se ve la cuestión del cambio radical. Pero no lo hacemos porque queremos “aprobación social” ni dependemos de ella para hacerlo. Si no tenemos “aprobación social”, tenemos que ganarla, no para que la gente nos vea “con buenos ojos” en un sentido estrecho o personal, sino porque hay que transformar su modo de entender la realidad y de actuar para transformarla.

En fin, estamos hablando de una cuestión de orientación fundamental. No es simplemente que la revolución está más chingona. “La reforma suena muy floja, ¡pero la revolución está muy chingona!” [risas] No, no es el meollo del asunto. Está chingón participar en Médicos sin Fronteras. Pero lo esencial es que la revolución corresponde a la realidad, a lo que se necesita para resolver las contradicciones que he señalado reiteradamente en esta charla (la contradicción fundamental del capitalismo y otras contradicciones que entraña y todos sus efectos en el mundo), para resolver esas contradicciones en beneficio de los intereses fundamentales de las masas. Por eso somos revolucionarios y, precisamente revolucionarios comunistas, porque es el único tipo de revolución que brinda lo que se necesita, lo que el mundo reclama. En cuanto a nuestra orientación fundamental, tenemos que partir de eso.

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