Revolución #145, 19 de octubre de 2008


Tijuana, México:

Rebelión y masacre en el reclu La Mesa

En Tijuana, México, el reclu La Mesa está justamente al otro lado de la línea de San Diego, cerca del cruce Otay Mesa. Del 14 al 17 de septiembre, miles de presos, hombres y mujeres, se rebelaron dos veces en 72 horas contra la tortura y el asesinato a manos de los carceleros. Con una capacidad oficial de tres mil, La Mesa es el reclusorio más hacinado de México, con ocho mil internos, a veces embutidos de a 24 en celdas de 10 por 13 pies. El sistema carcelario de México está más que rebasado. La Jornada escribe: “Duermen de pie, amarrados a las rejas de las celdas para no caerse”. A la mayoría de los presos de La Mesa jamás les han dictado sentencia, muchos están a la espera del juicio, arrestados por delitos de pobreza: robo en pequeño, robo de coches, las mujeres detenidas por robar pañales.

Al fin del día 17, el gobierno ya había perpetrado una horrorosa masacre. Oficialmente, el saldo es de 23 presos muertos y 70 heridos, en su mayoría por heridas de bala en la nuca, espalda y tórax. Pero a un mes aún se desconoce el paradero de 200.

La noche del 13, Israel Márquez Blanco murió torturado ante sus compañeros presos. Free Speech Radio News le entrevistó a su hermana, después de que esta lo identificó en la morgue: “Tenía el cuerpo bien golpeado, con un montón de cicatrices, esposado. Le colocaron un libro sobre la barriga y le dieron una paliza con un bate de béisbol hasta que murió de un golpe a la nuca. Lo cubrieron de cloro y le fracturaron el brazo. Por eso empezó todo el desmadre. Los internos vieron la manera en que mataron a mi hermano… Estaba a solo diez meses de salir libre. Y, ya ves, salió antes de tiempo, pero solamente por muerto”. Israel tenía 19 años, preso por robo de coche.

El domingo 14, día de visita. Hacen revisiones corporales desnudando a cientos de familiares, cobrando por la visita y permitiendo que vean a sus seres queridos. Se palpaba la tensión en el aire. A eso de las 13 horas, el reclu estalló en rebelión. Los presos trabaron combate con los guardias. Lanzaron trozos de hormigón arrancados de los muros. Prendieron candela a colchones y muebles. Tomaron de rehén a tres guardias y prendieron fuego a una torre de vigilancia. Abrieron a patadas una puerta y lograron escapar un número no determinado de presos. Colgaron mantas desde el techo: “¡Guardias asesinas! ¡Exigimos un fin al maltrato! ¡Queremos justicia!” Cientos de jóvenes presos gritaron desde el trecho del reclu hacia los miles de familiares arremolinados abajo. Los familiares lanzaron piedras contra los policías antimotines fuertemente armados que avanzaban sobre la calle. Dos patrullas de la chota ardieron. Los coros de “¡Justicia! ¡Justicia! ¡Justicia!” hicieron eco contra los muros del reclu. A las 2 de la madrugada, la policía del estado tomó el reclu por asalto y abrió fuego contra los internos.

Al día siguiente, miles de personas, en su mayoría mujeres, se reunieron gritando ante el portón e exigieron información: “Queremos ver a nuestros internos. ¡Justicia!” Las autoridades no les dijeron nada. Los familiares bloquearon el tránsito en las calles aledañas y cercaron los vehículos oficiales. La chota arrestó a 21 familiares y los acusó de motín y destrucción de propiedad ajena.

El 17 a las 13 horas, las presas lograron escapar de sus celdas y se subieron al techo. Gritaron que los carceleros les habían negado alimento y agua por dos días, que había cientos de presos lesionados que no recibían atención médica y que yacían cadáveres de muertos ahí. Colgaron mantas que decían: “¡Alto al maltrato!”

A las 15 horas del 17, la policía del estado y del municipio, así como la policía militar federal (la PFP, o Policía Federal Preventiva) tomaron por asalto el reclu y empezaron a disparar rifles de alto poder desde helicópteros. Los presos dicen que policías los persiguieron por los corredores del reclu tiroteándolos por la espalda. La prensa escribió que los elementos de la PFP se golosinaron disparando balas reales a los internos.

Han trasladado a 250 internos a otros penales del estado de Baja California. Según la presidenta de la Comisión de Familiares Internos, Alicia Aguilar Dávalos, aún se desconoce el paradero de 200 internos. En el diario tijuanense El Sol de Tijuana, del 26 de septiembre, Aguilar dijo: “Los internos me hablan de por lo menos 200 muertos, los internos, ellos lo están viendo, me están diciendo que las autoridades están introduciendo al penal clandestinamente cal para que no huelan los cuerpos”. Dijo que los vecinos del penal han observado a trabajadores del penal que sustraen contenedores del penal que huelen fuertemente a animales muertos y un trabajador del penal dijo que los contenedores traen cadáveres. La prensa dice que han encontrado restos humanos en las cenizas los cuales el forense está examinando. Aguilar Dávalos también se enteró que estaban enterrando los cadáveres en una fosa común en el “Cementerio No. 21 cerca de Maclovio Rojas”, una zona en las afueras de Tijuana. Las autoridades carceleras han admitido que no saben el número preciso de presos en La Mesa al momento de la rebelión y que tampoco saben cuántos presos lograron huir durante la rebelión.

Para justificar la masacre, representantes del gobierno y de los medios han traficado con el ambiente de miedo suscitado por la guerra entre los cárteles del narcotráfico y los secuestros generalizados y han dicho la rebelión no es sino un pleito entre dos conocidas pandillas involucradas en el narcotráfico, los Sureños y los Norteños. Aguilar agregó: “Tengan en cuenta eso, no fue pleito entre pandillas. Fue un barril de pólvora que la mecha fue prendiendo poco a poco, la muerte de Israel fue el colmo”.

 

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