Revolución #245, 11 de septiembre de 2011


Aniversario 40 de la rebelión de la prisión Attica

“No somos bestias y no queremos ser golpeados o arriados como tal”

¡Somos hombres! No somos bestias y no queremos ser golpeados o arriados como tal. La población entera de esta prisión, y eso se refiere a todos y cada uno de los presentes de nosotros, ha propuesto que se cambie para siempre la despiadada brutalización e indiferencia para con la vida de los presos aquí y por todo Estados Unidos.

Lo que ha pasado acá no es sino el rumor antes de la furia de aquellos que están oprimidos. No haremos concesiones sobre las condiciones salvo aquellas que son aceptables para nosotros. Convocamos a los ciudadanos conscientes de Estados Unidos a ayudarnos a poner fin a esta situación que amenaza a la vida de nosotros, además de la vida de todos y cada uno de nosotros.

L.D. Barkley, vocero de 21 años de edad de los presos de Attica,
asesinado a manos de policías del estado de Nueva York,
13 de septiembre de 1971

El 9 de septiembre de 1971, unos 1200 presos del penal Attica, situado en una parte rural del estado de Nueva York, se apoderaron de la mitad de la cárcel y tomaron de rehenes a 38 guardias. Durante cuatro días los Hermanos de Attica controlaron el patio D y exhortaron a la gente de afuera a ver la brutal naturaleza del sistema y a apoyar su posición.

Los Hermanos de Attica trataron de negociar durante varios meses una larga lista de quejas y demandas.

La prisión Attica fue construida con cupo para 1.600 reclusos, pero en 1971 había 2.200: 54% negros, 9% puertorriqueños y 37% blancos. Los tenían encerrados en sus celdas de 14 a 16 horas diarias y les pagaban de 20 centavos a 1 dólar por un día de trabajo. Les permitían darse una ducha una vez a la semana, y les daban un jabón y un rollo de papel higiénico al mes. Les censuraban el correo, no les entregaban gran cantidad de los libros y revistas que les llegaban y, cuando les dejaban entrar visitas, las trataban mal. A los presos negros y latinos les vivían dando palizas e insultándolos con nombres racistas: los guardias decían que sus macanas eran “nigger sticks”. No había programas serios de educación y la comida y el servicio médico eran horribles.

Por todo el país se estaba formando un movimiento de derechos de los presos. Muchos reclusos habían participado en el movimiento de liberación negra y en la lucha contra la guerra de Vietnam en los años anteriores.

El 21 de agosto de 1971, George Jackson, un revolucionario negro preso, murió asesinado a sangre fría en una cárcel estatal de California. Cuando corrió la voz de celda en celda, se planeó una protesta unida para expresar furia y duelo. A la mañana siguiente, cuando se formaron para el desayuno, se organizaron en dos columnas, con un preso negro a la cabeza de cada una. Todos tenían puesto un brazalete negro. Se sentaron en perfecto silencio en el comedor y no probaron bocado, irradiando hostilidad hacia el sistema que asesinó a su compañero y los tenía presos en condiciones brutales e inhumanas.

Un hermano de Attica entrevistado por el Obrero Revolucionario (ahora Revolución) en 1980 describió cómo estalló la rebelión la mañana del 9 de septiembre:

“Cuando volvíamos del comedor, la tensión era enorme. Estábamos a punto de explotar. Así que cuando un guardia sacó a un compañero de la fila, comenzamos a protestarle. Ahí estalló todo. ¿Estábamos hartos! Comenzamos a agarrar a los guardias, los pusimos contra la pared, agarramos las macanas. Corrió como un reguero de pólvora.

“Los que tenían experiencia de organización y dirección comenzaron a organizarnos. Pusieron puestos de mando, nos reunieron, mandaron a tomarse los talleres, a sacar a los presos del calabozo. Hicimos boquetes en las paredes para comunicarnos con otros pabellones. A los rehenes los pusimos en celdas, con nuestros guardias. Organizamos una despensa. Todos llevaron la comida que tenían y ahí se organizó una especie de comisariato. Todos teníamos una tarea que hacer.

“En Attica, la situación llegó a un punto que dijimos ‘al diablo todo esto’. Tenemos que armar un despelote y hacer pedazos esto, no importan las consecuencias. De todos modos, aquí ya estamos como muertos”.

Mensaje al mundo

Los Hermanos de Attica formaron un comité de dirección y negociación de negros, latinos y blancos. La unidad de los presos de todas las nacionalidades era inquebrantable. Estaban altamente organizados y disciplinados. Y a pesar de los tormentos que habían sufrido a manos de los sádicos guardias, trataron bien a sus rehenes: les dieron celdas limpias, les dieron comida y pusieron una guardia para protegerlos.

Presentaron demandas que “acercarán el fin de estas instituciones carcelarias que no le hacen ningún bien al pueblo de Estados Unidos, sino a los que lo explotan y esclavizan”. Entre las demandas figuraban: amnistía total; transporte rápido y seguro a un “país que no sea imperialista” y negociaciones por medio de un equipo de observadores formado por individuos elegidos por los presos. El comunicado terminaba así: “Invitamos a todo el mundo a venir a ver esta degradación, para que piensen mejor cómo acabar con esta degradación”.

Los líderes de la rebelión y otros presos tomaron la palabra y dieron apasionados discursos en el patio D, donde estaban reunidos todos. Herbert X. Blyden, uno de los Hermanos de Attica, les dijo: “Estamos aquí en nombre de los oprimidos de todo el mundo y no vamos a rajarnos ni a doblegarnos. ¿Vamos a mostrar lo que se debe hacer, porque sabemos lo que se debe hacer!”. Otros presos pronunciaron declaraciones de solidaridad con las luchas contra el imperialismo, especialmente con el pueblo vietnamita.

El mensaje de Attica inspiró y le llegó a la gente de todo el mundo que luchaba contra el sistema y dio un pequeño vistazo de cómo sería la situación al arrebatarle el poder al opresor y ponerlo en manos del pueblo.

Arthur Eve, miembro de la asamblea de Nueva York y uno de los observadores, recuerda: “Fue muy interesante. Han establecido un sistema bastante elaborado de comunicación. Tienen un sistema de seguridad. Tienen personas que se encargan de los desperdicios y de la basura, de la comida y de otras cosas. Otros se encargan de cuidar a los enfermos. Es casi una comunidad organizada dentro de otra comunidad. Y fue muy interesante lo que nos dijeron: ‘Aquí vivimos ahora y vamos a hacerlo tan aceptable como sea posible’. Tienen una gran disciplina”.

Masacre en Attica

Las autoridades suspendieron las negociaciones muy rápido y se prepararon para aplastar la rebelión. No podían permitir ese símbolo de resistencia, ese franco desafío a su poder. Temían el efecto que tendría sobre millones que no estaban presos. Así que respondieron con la fuerza armada bruta y terrorista del estado.

El 13 de septiembre, a órdenes del gobernador Nelson Rockefeller, quien había ignorando la demanda de los presos de reunirse, 211 policías estatales y guardias atacaron con gas lacrimógeno, rifles y escopetas. Cuando acabó la balacera, quedaron muertos 10 rehenes y 29 presos. Descargaron 450 rondas de munición a lo mínimo. Las autoridades dijeron que los presos mataron a los rehenes, pero los exámenes de patología mostraron que todos los rehenes y todos los reclusos murieron de heridas de bala. Pero los rebeldes no tenían armas de fuego.

En una entrevista del Obrero Revolucionario, uno de los Hermanos de Attica recordó el terror de esa mañana:

“Entraron disparando contra todo lo que se movía. Le dispararon a todo el mundo. Fueron de celda en celda con ametralladoras, disparando debajo de las camas, en todas partes. No les importaba si había alguien ahí, apretaban el gatillo sin parar. Su objetivo era matar, no hacer preguntas, sino matar. Tenían miedo, se les veía en la cara cuando corrían por el patio.

“Después, nos desnudaron a todos y nos hicieron salir a rastras al patio. Se pusieron en filas, cara a cara, y nos hacían correr en grupos de 30 a 40 entre ellos, dándonos duro. Cuando el primer compañero acabó la carrera, me dijo que corriera zigzagueando, para no recibir los golpes de frente... nos sentíamos como perros. Fue lo más humillante. No se puede ser así de salvaje. Yo no quisiera ser tan bestia como esa gente.

“Después de la rebelión muchos quedaron muertos o heridos. Pero nadie se arrepintió. Es más, si se nos hubiera presentado otra oportunidad, lo hubiéramos vuelto a hacer. Porque era mejor a que nos trataran como animales”.

 

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