Revolución #253, 18 de diciembre de 2011
Historias desde Harlem
La vida en los multifamiliares: Condiciones parecidas a la prisión, fuera de la prisión
Existe algo sobre los elevadores y las escaleras en los altos edificios de los multifamiliares. Si las paredes pudieran hablar, dirían un montón de lo que generaciones de familias negras pobres han soportado. No solo la realidad diaria de vivir en viviendas deficientes, sino toda la manera en que los tratan las autoridades, como si de algún modo fueran criminales.
En Harlem algunos de los multifamiliares tienen 20 pisos de alto, con varios miles de inquilinos. La carencia de servicios municipales adecuados significa que no se hagan reparaciones, las canecas de la basura siempre repletas, infestaciones de ratas. Pero no solo esto. Las condiciones de vida horribles y degradantes son solo una parte de lo que las personas tiene que soportar aquí.
Existe otra clase de infestación y de invasión. Algo mucho más peligroso para la salud. Todo el mundo sabe que las autoridades de vivienda, servicios de cuidado infantil y otras agencias del gobierno pueden caerle en cualquier momento. Están las cámaras VIPER, instaladas en las entradas y corredores, lo que significa que las personas están bajo constante vigilancia. Se siente como una prisión. Y además está la POLICIA — que sirve como una primera línea en un esfuerzo concertado y consciente de las autoridades para reprimir, controlar y contener a un sector entero de la sociedad. Estos hombres armados deambulan, de a uno o dos o en grupo, hostigando a la gente en la calle y en los patios de juego. Y su terreno favorito para asediar son los multifamiliares donde en especial se la montan a los jóvenes.
Solo mire la realidad de la política del Departamento de Policía de Nueva York (NYPD) de parar y registrar. El NYPD está en camino de parar y registrar a más de 700.000 personas en el 2011, o más de 1.900 personas cada día. Las autoridades afirman que esto es para detener el crimen y “mantener seguras las calles”. Pero en los hechos más del 85% de los que han parado y registrado son negros y latinos. Al más del 90% de ellos ni siquiera argumentan que hacían algo malo cuando la policía los pare. Todo esto es total y descaradamente ilegítimo e ilegal bajo las leyes declaradas de este país. Esa clase de cosas no sólo sucede en la Ciudad de Nueva York. Por todo Estados Unidos, tal vez no lo denominen así, tal vez no siempre sea una política declarada. Pero para millones de personas negras y latinas, especialmente los jóvenes, es el pan de todos los días que la policía los pare, acose y obligue a “ponerse contra la pared”, donde “con suerte” uno no termina por ser brutalizado o muerto. Pero si no, el reporte de la policía que describe los últimos momentos de su vida tal vez diga que le dispararon porque hizo un “movimiento furtivo”, “lucías como sospechoso”, o no ponen ninguna razón.
Este es un paso en un conducto que ha encerrado a 2.3 millones de personas en prisión. Este es uno de “los puntos de entrada” a toda una trayectoria de represión, donde los policías, las cortes, el sistema legal entero alimentan la encarcelación en masa.
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Cualquiera que lea las estadísticas básicas sobre parar y registrar debería horrorizarse e indignarse. Pero estos hechos solamente dicen un trozo de la historia completa. Cuando converso con Jessie, quien ha vivido en los multifamiliares de Harlem, ella me da una imagen vívida de lo que esto significa para las personas. Jessie [no es su nombre real] tiene un hijo adolescente que ha sido víctima constante del acoso y brutalidad de la policía con el parar y registrar. Cuando tocamos la puerta, ella literalmente está haciendo sus bultos, lista para mudarse. Ella fue sacada de la vivienda pública porque es considerada “una inquilina indeseable”. ¿Por qué? Porque la policía ha arrestado a su hijo demasiadas veces.
Al principio Jessie dice que no podía hablar en el momento, que estaba muy ocupada con lo de la mudanza. Pero después de unos minutos… las historias empezaron a emanar.
Empieza a hablar sobre cómo la policía siempre está deteniendo a su hijo y otros jóvenes, simplemente porque están pasando el tiempo cerca de los edificios. La policía sale con toda clase de pretextos — que hubo un robo, que encontraron una pistola en la caneca, por lo común nada de eso tiene que ver con los jóvenes que ellos acosan. Jessie dice que le han vedado en la comisaría. Ella dice:
“Ellos me vedaron, dijeron que si no me voy, me van arrestar ― porque les dije que eran sucios, unos malditos corruptos, ustedes tratan de matar a nuestros hijos y se enfurecieron por lo que dije. Ellos tratan de quitarnos nuestros hijos. Y ahora ellos tratan de amenazarlos, llevándolos a las escaleras y registrándoles la ropa. Les tocan las partes privadas, les bajan los pantalones. Los llevan a las escaleras por los elevadores porque de otra manera no lo podrían hacer [legalmente] y les quitan la ropa para asegurarse que no llevan nada. Hacen esto de una manera ilegal. Esto le ha pasado a mi hijo dos veces. Cuando no encuentran nada, les dan una infracción por holgazanear. Y después tiene que ir a la corte, tiene que responder por esas infracciones o de lo contrario, cuando tienes dos o tres, ahí salen con una orden judicial. De ahí lo detienen a uno.
“Si tengo que ir a prisión, iré a prisión. Ellos no me pueden decir que no puedo ir por mi hijo. Yo me pongo muy beligerante porque quiero que todos sepan que están tratando de matar a nuestros hijos, están destruyendo a nuestros hijos. Así que ahora, como no pueden pescarlos por algo, están llevándolos a las escaleras y desnudándolos.
“Mi hijo tiene un caso desde 2009, no existe fundamento alguno de que dure un caso en la corte desde 2009, vamos para 2012. Pero ellos mantienen ese caso abierto para que lo puedan culpar por algo más, sumándolo cuando vaya a la corte por un caso serio, lo que en realidad fue una pelea en la escuela…”
De ahí ella me dice cómo todo esto ha afectado mucho a su hijo en conseguir trabajo y mantenerse en la escuela.
“La principal para mí en este caso es que él no puede conseguir un trabajo en ninguna parte porque tiene un caso abierto. Ciérrenlo — o lo acusen o lo dejen ir. Lo del trabajo es que tiene antecedentes y eso está en su contra, mientras el caso esté abierto. [Cuando él va en busca de trabajo,] le preguntan que si tiene algún caso abierto y él dice que sí”.
Jessie me dice que ha vivido en los multifamiliares desde que tenía cinco años. Ahora tiene 50 años y la están sacando.
“Siguen acosándome y con esos acosos y arrestos, el [Departamento de] Vivienda me dijo que tengo que sacar a mi hijo de la casa, porque él ha sido arrestado, tiene antecedentes. No me permiten estar en vivienda pública si sienten que soy ‘indeseable’. Me consideran ‘indeseable’. Una de las cosas grandes era que mi hijo fue arrestado cuando estaba visitando a alguien. Ellos tiraron la puerta y encontraron armas y hierba en la casa. Arrestaron a todos en la casa. Tuve que luchar, luchar y luchar. Tuve que conseguir un abogado. Porque trataron de culpar a mi hijo. No, mi hijo no era parte de eso, sólo estaba ahí en el momento. Me llevaron a la corte de vivienda —me pescaron por eso. Ellos tomaron la decisión, me llevaron a la corte, votaron en mi contra… La corte de vivienda me culpó a mí también, porque él estaba allí [en el apartamento que fue allanado]”.
“Me consideran indeseable también. La corte de vivienda falló en mi contra. Me dijeron que mi contrato de vivienda está terminado. Pero fíjese, a fin de cuentas, yo llevé el caso a la Corte Suprema y ellos respaldaron al departamento de vivienda”.
Hemos estado paradas en el pasillo todo este tiempo y Jessie vuelve al apartamento y vuelve rápidamente sosteniendo algo que parece ser una pila de 8 cm de papeles. Ella dice,
“Mire esto. Este es mi caso contra el Departamento de Vivienda de la Ciudad de Nueva York. Tiene muchísimas páginas, me está volviendo loca. Esto ha continuado por año y medio. Pero a mí lo importante es que mi hijo nunca ha estado en la cárcel. Así que cómo pueden llegar a tal decisión si él nunca ha estado en la cárcel. Él nunca ha sido condenado”.
Le digo, e incluso si él hubiera sido culpado de algo, ¿cómo es que eso les da el derecho de tachar de “indeseable” a uno, de desalojarlo?
“Porque me negué a sacar a mi hijo a la calle”.
Y si usted lo hubiera sacado a él, ¿le dejarían a usted estar en el apartamento?
“No, ellos aún no me lo permitirían. Y al final del tiempo, lo saqué a él del contrato de arrendamiento y lo dejé irse para otro lugar. Pero eso no importó”.
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Jessie tiene muchas historias — ella me está contando algunas. Una vez llegaron golpeando en la puerta, preguntando por su hijo. Ella cuenta esto con una ironía, muy cómica.
“Una vez vinieron a mi casa. Pum, pum, pum. [En ese momento] mi hijo está en prisión, fíjese. ‘Abra la puerta, abra la puerta’. Yo estaba mirando por la mirilla. ‘¿Que abra la puerta para qué? No voy a abrir la puerta, yo no, ustedes no van a entrar a mi casa’. [Dicen:] ‘Abra la maldita puerta’.
“Finalmente abrí la puerta. Estaba un sargento porque tenía camisa blanca, con eso de ‘usted tiene que abrir la puerta ahora’. Así que cuando abrí la puerta, le grité a mi vecino para que saliera porque necesitaba un testigo. El policía me dijo: ‘Su hijo acaba de robar a alguien’. ¡Y mi hijo estaba en prisión! Si mi hijo hubiera estado en casa, lo habrían arrestado y acusado de robo. Ellos dijeron que lo vieron. Y les dije cómo pudo robar a alguien mi hijo cuando está en prisión, hijueputa”.
Todo este tiempo en que yo hablaba con Jessie, su vecina de al lado Marleen [no es su verdadero nombre] ha estado entrando y saliendo de su apartamento, participando en la conversación, agregando detalles a estas historias. Ella también tiene un hijo que es víctima del acoso de la policía. Marleen habla de cómo no se les permite a las personas subir o bajar las escaleras, tienen que tomar el elevador. Las cámaras de vigilancia VIPER están en todas las entradas y los pasillos, pero no en las escaleras. Ella dice que no pueden usar las escaleras incluso por uno o dos pisos. Y cuando le pregunté por qué, ella se encoge de hombros y dice: “Solamente nos dicen lo que no podemos hacer”.
Cuenta su propia historia de horror de cómo su apartamento fue allanado por la policía.
“Echaron abajo la puerta. Nunca encontraron nada pero hicieron destrozos en la casa. Pusieron a todos contra la pared en el pasillo. Las personas escucharon la conmoción y salieron, y los policías les dijeron que volvieran a sus apartamentos. Sacaron a una persona [de mi apartamento] con una pistola en la nuca”.
Jessie continúa: “Abrí la puerta y vi a toda la familia en fila, esposada”.
Luego Marleen dice algo que medio lo concentra, de lo absolutamente indignante de la represión fascista, diaria, cotidiana a la que los someten.
Me cuenta que cuando los jóvenes van a la tienda, las madres usan binoculares. Se hacen en la ventana para mirarlos porque temen lo que les podría pasar con la policía.
Piense en eso por un momento. Las madres están comprando binoculares. Se paran en la ventana, mirando hacia abajo, observando con anticipación, mientras sus hijos e hijas salen a comprar algo a la tienda. Necesitan saber que sus hijos e hijas están bien, que van a volver — y no que van a desaparecer después de que la policía los pare y registre. Ellas saben que si algo malo les pasa, tienen que ser un testigo.
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Uno de los elementos que siempre salen de todas esas historias es cómo la policía no solamente los brutaliza, sino que es obvio que para ellos es un deporte de hacer todo lo que puedan para humillar a la gente, especialmente a los jóvenes. La gente lo sabe y lo siente profundamente. Jessie cuenta de una ocasión cuando la policía perseguía a su hijo y le estaban dando una paliza. Ella salió a hacer que detuvieran. Cuenta: “Eso fue cuando comentaron: ‘Vuelva al maldito multifamiliar a donde pertenece’”.
Jessie cuenta la historia de cómo la policía lleva a los jóvenes a las escaleras y les hace quitar la ropa. Dijo: “Mi hijo me contó que nos humillan cuando nos agarran. Esa es la palabra que él usó. Si corren, ellos podrían disparar en su contra”.
“Ellos no quieren que haya una bocona. Pero ahora yo sé que ya es hora para mudarme porque mi hijo me dijo: ‘Ma, por favor quédate quieta, yo te amo’. Me dijo que ellos siempre le dicen puras sandeces a él. Dice: ‘Cuando estoy afuera, tengo que lidiar con ellos cuando me hablan de ti. [Ellos dicen:] su madre es una perra, más vale que su madre se mantenga la boca cerrada y luego lo joden más a él’. Así que cuando los veo a ellos, no quiero decir nada porque no quiere que se la monten a él”.
Jessie tiene que volver a la mudanza, pero antes de que nos vayamos, ella nos deja en claro que, si bien la están obligando a mudarse, ella no se da por vencida. De hecho, ella dice, ahora tendrá tiempo para participar más en cosas como la lucha contra el parar y registrar.
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