Revolución #256, 15 de enero de 2012
A propósito: ¿¡¿y quién es John C. Stennis?!?
Estados Unidos acaba de soltar otra amenaza, enviando un portaaviones por el estrecho de Ormuz, una angosta vía de agua que conecta el golfo Pérsico con el mar Arábico y de ahí el mar Índico. El estrecho de Ormuz y el golfo Pérsico colindan con Irán. Después, el comandante militar iraní “recomendó” que Estados Unidos no volviera a enviar ese portaaviones al golfo Pérsico. El New York Times del 4 de enero lo describió como la acción “más agresiva” y más reciente en las cada vez más intensas maniobras entre los grandes gángsteres, Estados unidos e Israel, por un lado, quienes están amenazando con atacar a Irán y realizando actividades militares encubiertas contra Irán ahora mismo, y del otro lado, Irán, el advenedizo mafioso que está intentando proyectarse como un “jugador” cada vez más importante en la dominación y saqueo de la región.
Pero eso no es el quid de este artículo. No. Se trata de algo que a primera vista podría parecer sin importancia: el nombre del portaaviones que Estados Unidos envió por el estrecho de Ormuz, el John C. Stennis.
¿Quién, se podría preguntar, es John C. Stennis? ¿De qué hazañas y beneficios ha provisto a la humanidad este John C. Stennis para que su nombre llegara a estar pintado sobre un portaaviones de la Marina de Estados Unidos?
Stennis fue el senador federal por el estado de Misisipí entre 1947 y 1988, por 41 años. Durante gran parte de su mandato, en Misisipí el pueblo negro no tuvo el derecho a votar. De hecho, durante su mandato, fue muy común el linchamiento de negros en Misisipí, como el tristemente célebre linchamiento de Emmett Till, un joven negro de 14 años, que estaba de visita desde Chicago en 1955 y lo mataron, alegando que él le había silbado a una mujer blanca, y cuyos asesinos se sentaron en el juicio riéndose mientras los absolvían, y más tarde vendieron su historia a la revista Look. Durante el reinado de John C. Stennis en el Senado, asesinaron a muchas personas por el delito de tratar de empadronar a negros para votar o de otra manera luchar por derechos básicos, tal como Medgar Evers, que asesinaron por organizar un boicot de tiendas en Jackson, Misisipí (el libro y película taquillera La ayuda se refieren a ese asesinato), así como a los organizadores de derechos civiles James Chaney, Michael Schwerner y Andrew Goodman, ni hablar de decenas de activistas negros conocidos y desconocidos que trabajaban en las zonas locales de Misisipí. Durante su larga carrera de deliberaciones señoriales, encarcelaban de rutina a afroamericanos, los metían en hospitales mentales o los golpeaban fuertemente por actos similares de resistencia política o a menudo simplemente por “darse aires”. Durante los más de 15.000 días que John C. Stennis estaba en su cargo en el Senado federal, al principio mantuvieron a los negros de Misisipí como aparceros en condiciones semifeudales parecidas a la esclavitud (y, para repetir, a menudo los amenazaban o le hacían daños físicos si se rumoreara que aun contemplaban mudarse de las plantaciones en que trabajaban) y luego, al mecanizarse más cuando el cultivo de algodón y al volverse su mano de obra menos rentable para los terratenientes de las plantaciones, los expulsaron de las tierras y por tanto por lo general acabaron en una pobreza aún peor que antes. Durante la mayor parte del mandato de década tras década de John C. Stennis, respaldaron todo eso con leyes y costumbres que obligaban a los negros a vivir como una clase de personas la que privaron de su humanidad básica en toda interacción con blancos y a quienes constantemente les estigmatizaban mediante la segregación legal y de facto. Y durante su mandato, al encontrarse Estados Unidos en una situación cada vez más vergonzosa a escala internacional por los abusos tan atroces y totalmente flagrantes contra los derechos humanos básicos que florecían sin castigo en su territorio, y al rebelarse los afroamericanos y otros, en el sur y en el norte, contra esos abusos y al brillar de manera tan brillante los reflectores sobre ellos que no era posible ignorarlos, de modo que el Congreso federal, por fin, 100 años después de la guerra de Secesión, se vio obligado a aprobar legislación de derechos civiles, incluso eso podía suceder únicamente a pesar de la terca obstrucción de parte de los senadores del Sur que se opusieron incluso a esos derechos básicos.
Sin duda, dado que un portaaviones de “la mayor democracia que el mundo jamás haya conocido” lleva su nombre, John C. Stennis debe de haberse tomado una posición firme y valiente en contra de esos abusos horribles. O si no, sin duda de vez en cuando, debe haber hecho alguna hazaña valiente que demostrara que era un hombre de principios, un hombre de buena educación básica, un hombre que al menos denunciaría las cosas tan bestiales como el linchamiento, el asesinato y demás terribles abusos contra un pueblo entero. O sin duda, al menos una vez se puso de pie en el Senado, se aclaró la voz y denunció, aunque titubeara, uno de los horrendos crímenes que ocurrieron en su gran estado año tras año durante sus 41 años en el cargo.
¿La verdad? No. John C. Stennis nunca pronunció ni una palabra contra ninguno de los citados crímenes. John C. Stennis APOYÓ tales crímenes y el sistema que permitió y exigió esos crímenes. Stennis participó en la redacción del llamado “Manifiesto Sureño” de 1956 el que defendió la segregación de las escuelas y el que representó la aprobación desde arriba para la sanguinaria reacción por venir. Stennis no sólo se opuso a toda legislación a favor de los derechos civiles hasta 1982, sino que encabezó el núcleo duro de esa oposición. Hasta se opuso a la erogación de fondos para los programas Head Start para apoyar a los niños pequeños en Misisipí porque eso podría ayudar a los negros (y desvió esos fondos hacia programas segregados solamente para blancos). Hacía campañas como un defensor apasionado (lo que en verdad era) de la segregación y todo el horror que eso implicó durante décadas para millones de personas, afectando tanto las grandes cuestiones de la sociedad como los detalles más íntimos de su vida. De hecho, Stennis cobró fama en primer lugar cuando era el fiscal de condado y condenó de homicidio a tres aparceros basándose en confesiones coaccionadas mediante tortura, incluyendo latigazos. Eso lo bautizó como un hombre con un futuro en Estados Unidos.
Pero eso no fue todo. Stennis también apoyó las invasiones y guerras de sustitutos del ejército yanqui contra países a través del mundo en un período cuando esas acciones les cobraban la vida de millones y millones de personas y arruinaban la de millones más, desde Corea hasta Indo-China, Centroamérica, el sur de África, el Medio Oriente y más allá. John C. Stennis era tan confiablemente despiadado que lo nombraron presidente del Comité del Senado sobre los Servicios Armados de 1969 a 1981 , y presidió el comienzo del masivo aumento de armas nucleares de Estados Unidos que alcanzó su cima durante los años 80. En esos años, Estados Unidos se adjudicó el derecho de “dar el primer golpe nuclear”, o sea, Estados Unidos declaró, abiertamente como parte de su doctrina estratégica, el supuesto derecho de borrar a la Unión Soviética con armas nucleares si los soviéticos se atrevieran a atacar cualquier país europeo con armas convencionales, no nucleares. No existiera ninguna guerra tan genocida, ningún sistema de armas tan horrible, ninguna doctrina tan vil y obscena, con una disposición de poner en peligro a la civilización humana y la especie misma en aras de lo que la clase dominante estadounidense considera sus intereses, que John C. Stennis no hubiera estado orgulloso de ostentar y aprobar.
Así que en verdad, es muy apropiado que este portaaviones, que ahora está llevando a cabo provocaciones como parte de los preparativos para lo que podría ser otra guerra injusta y sumamente peligrosa, que tenga el nombre de ese monstruoso cerdo Stennis. Porque no puede existir un modelo más apropiado para lo que representa y significa en realidad la democracia estadounidense que una persona que se dedicó la vida a la violenta subyugación de gente en todo el mundo por la máquina militar yanqui y, sobre todo, la dominación particularmente brutal del pueblo negro en Estados Unidos. Y si llegara a ocurrir que Estados Unidos utilizara un incidente con el portaaviones John C. Stennis como un casus belli [un motivo para ir a la guerra], eso también sería un comentario apropiado sobre los verdaderos intereses y el carácter de los intereses que se promoverían y defenderían en tal guerra, y un motivo apropiado, entre millones de otros, para hacer una revolución para poner fin a un sistema que engendra y celebra a alguien de la calaña de John C. Stennis, y para oponerse a esa guerra y luchar políticamente en contra de dicha guerra como parte de construir un movimiento para tal revolución.
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