Revolución #256, 15 de enero de 2012
Sobre péndulos, pozos y salir libre
Se nos ha dicho que la genialidad del sistema político estadounidense recae en cómo oscila el péndulo. No se preocupe… que las cosas no puedan ir muy lejos en la dirección equivocada… porque mucho antes de lo que imagines, el péndulo oscilará al otro lado.
“No se preocupe por la catástrofe ambiental”, dicen, a la vez que el rumbo actual parece estar acelerando el impulso horroroso en esa dirección, si es que muestre algo. “No se preocupe sobre las guerras interminables”, a la vez que los aviones no tripulados descargan el terror sobre al menos media docena de países y se lanzan amenazas a otros. “No se preocupe del destripamiento de los derechos políticos fundamentales”, a la vez que Obama firma proyectos de ley y emite edictos con los que ni siquiera Bush podría soñar [ver Dennis Loo, “La Ley de Autorización de Defensa Nacional: Una ley infame del Congreso y de Obama”, Revolución #256, 15 de enero de 2012]. “No se preocupe, después de todo, el péndulo oscilará pronto al otro lado. Y tampoco se preocupe acerca de la persecución a los inmigrantes”, aunque Obama ha deportado muchas más personas que hasta Bush intentó hacer… “o la encarcelación en masa de negros y latinos”, la cual se ha implementado tan despiadadamente bajo Obama como se hizo bajo Bush, Clinton y Reagan.
Deje a un lado por ahora las limitaciones de esta teoría ―cómo deja afuera de toda consideración a las personas del resto del planeta. Deje a un lado sus aspiraciones reducidísimas ― de veras, ¿podemos pensar en nada más excelso que las pequeñas mejoras ofrecidas como lo mejor de lo que esta noción supuestamente ofrece a la gente? Deje a un lado todo eso y considere así no más, ahora mismo, cómo incluso según sus propios términos mezquinos, esta teoría se estrella contra las duras rocas de la realidad de la presidencia de Obama.
No obstante, existe una aplicación de la metáfora del péndulo que toca una fibra sensible política. Aquí nos referimos a la historia clásica de Edgar Alan Poe El pozo y el péndulo. El héroe de esta historia es una víctima de la Inquisición española ―un reino del terror que duró siglos lanzado por la iglesia católica en España en el cual alguien que fuera sospechoso de creer en herejías (creencias diferentes a la doctrina católica) era perseguido, torturado y a menudo muerto. El héroe en un momento está tendido en una celda amarado sobre una tabla y solo tiene una mano libre y está rodeado de ratas hambrientas en espera de engullir su cadáver. Mientras tanto, un pesado péndulo desciende hacia él. Mientras el péndulo oscila de un lado a otro y lentamente baja, ve el brillo de una navaja de acero a su extremo, que se mueve inexorablemente hacia el punto de rebanar su pecho en rodajas. Él se esfuerza para desatarse pero la muerte parece segura y casi pierde las esperanzas. Al último minuto, sin embargo, se le ocurre una estratagema: usa su mano derecha para untar de grasa de un pedazo de carne sobre la cuerda que lo ata. Las ratas atraídas por la grasa roen la cuerda y el héroe logra librarse del péndulo en el último minuto ― y justo antes de que un ejército invasor tira la puerta de su celda.
Nosotros no remacharemos la lección y no afirmaremos que encaja en todas las particularidades, y seguramente no afirmaremos que Poe tuvo esto en mente cuando escribió su clásica historia. No obstante, piense no más en la forma en que el péndulo de esa historia, que oscila de un lado a otro, al final tiene un solo destino; acerca de la manera en que la soga que ata al héroe lo mantiene paralizado mientras que la cuchilla hipnóticamente avanza hacia su pecho; y de cómo su libertad dependía de su capacidad de librarse a si mismo de eses amarres por medio del atrevimiento y la imaginación. Si existiera una lección a sacarse de la metáfora del péndulo en el sistema político estadounidense, es Poe el que estuvo más cerca.
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