Revolución #277, 12 de agosto de 2012
¡Adiós vergüenza!
Lo siguiente salió por primera vez en StopPatriarchy.org y se reproduce con el permiso de la autora:
Estoy enojada, pero he terminado con la vergüenza. No hice nada malo. No hay nada que realicé que hizo que esto sucediera. No hay nada que yo pudiera haber hecho para impedirlo. Ya he terminado con la vergüenza. He pasado toda la vida echándome la culpa a mí misma, y por fin terminé con eso.
A los 7 años de edad, sufrí una serie de agresiones sexuales, que me sometieron a la fuerza y abusaron de mí, y tras cada ocasión, me dieron una galleta para que yo me guardara el silencio. Hasta hoy día, todavía rechazo las galletas.
A los 14 años, un amigo mayor en que yo confiaba se aprovechó de mí, lo que me hizo sentir sucia. Me echaba la culpa a mí misma por ambas tragedias; volvía a repasar las agresiones en mi mente en busca de los errores que seguro yo hubiera cometido. Aprendí a no confiar en los hombres, especialmente los hombres mayores.
El día de cumplir los quince años me convencí que yo ya era más grande, nadie podía hacerme daño y que esas cosas quedaban en el pasado. En ese momento, empecé a decirme a mí misma que ya no me echaría la culpa a mí misma, pero por las noches todavía me quedaba despierta, preguntándome lo que hice mal, lo que pudiera haber hecho de forma distinta.
A lo largo de todo este período, yo enfrentaba a diario las realidades de esta sociedad. Fuera el caso de pedirme de manera agresiva mi número de teléfono, un toqueteo no deseado o un comentario lascivo sobre mi cuerpo, todo parecía lo mismo, todo se sentía mal y todo se me dio vergüenza. Pero me asegure a mí misma que esos ritos cotidianos de vergüenza eran la única alternativa a la impotencia ante las agresiones físicas que yo había soportado.
Ahora tengo 16, y a principios de este año (otra vez) fui agredida violentamente. Me invitaron a una fiesta universitaria, acepté y fui con entusiasmo por ese tipo de experiencia que seguramente iba a ser más divertida que el fin de semana de cualquiera de mis compañeras de secundaria. Fui con un amigo y estábamos bromeando acerca de todos los idiotas borrachos en la fiesta. Él me invitó a su dormitorio donde yo podía esperar en paz el carro que me iba a llevar. No obstante, dije que no, ya que después de todo, el carro ya estaba en camino y yo me cuido mucho acerca de confiar en los hombres. Yo todavía estaba sentada en la encimera cuando alguien abrió la puerta a patadas. "¡Ah! Yo ya me iba", le expliqué con una sonrisa al procurar de alejarse del lugar antes de ser blanco de sus vómitos. Todo el mundo estaba muy borracho, pero él no, él sabía lo que hacía. Él no me dejó pasar. Cerró la puerta, se puso el dedo sobre los labios como para decirme que no hiciera ruido y en ese momento yo me di cuenta...
En esta ocasión, yo ya conocía la rutina. Ni siquiera me molesté en echar un grito, de todos modos nadie me hubiera escuchado, así que simplemente me puse a llorar. Las lágrimas me rodaban por la cara y la frase resonó en mi mente: "¿Y qué si yo me hubiera retirado con mi amigo? ¿Y qué si yo me hubiera puesto pantalones más holgados?" Mientras él me violaba, yo me echaba la culpa a mí misma. La vergüenza colmó mi mente, mi corazón y mi alma.
Me tardé en procesar lo que en realidad me sucedió y cuando por fin lo logré, me echaba la culpa a mí misma. ¿Por qué no grité? ¿Por qué no traté de detenerlo? ¿Por qué estaba yo en una fiesta universitaria? ¿Por qué estaba vestida de la ropa que traía? Si yo no opusiera resistencia, ¿era una violación? ¿Por qué a los 7 años yo estaba dispuesta a luchar, pero 9 años más tarde no?
En un principio, yo le había mencionado esta última agresión a solamente una persona, quien tuvo un papel muy importante para mi curación. Cuando le planteé mis preguntas, su mirada me ayudó a reconocer que lo que me pasó no estaba bien. Lo que les pasa a las mujeres todos los días no está bien. Ni lógica, ni ética, ni moralmente. No está bien en absoluto. Es tan horrible y tan injustificado que junto con otras víctimas, busqué una lógica. Me costó mucho trabajo aceptar todas las atrocidades que me han pasado sin razón, por lo que durante mucho tiempo me echaba la culpa a mí misma. Lo estoy diciendo ahora, y por fin lo creo: LO QUÉ ME PASÓ A MÍ NO FUE MI CULPA. Pero existe una razón, una razón que muchas personas no conocen: que lisa y llanamente lo dicta nuestra cultura. Tenemos que responsabilizar a las personas que nos violan y a la cultura la que crea más violadores.
Nuestra cultura capitalista de cosificación constante crea violadores mediante los medios de comunicación controlados por las corporaciones que mediante la exhibición de mujeres semidesnudas venden varios bienes materiales, la pornografía violenta en que deshumaniza sistemáticamente a las mujeres en una industria que da forma a las ideas de muchas personas de cómo habrá de ser el sexo, los padres que felicitan a sus hijos por "conquistar" a las niñas bonitas y las palabras que deshumanizan a las mujeres por ser demasiado sexuales o demasiado modestas. Nuestra cultura crea a los violadores todos los días. Una cultura que crea a los violadores no tiene derecho a dominar. Todavía estoy enojada y no creo nunca que yo voy a volver a estar libre de todo eso, pero he terminado con la vergüenza. Colectivamente podemos decir adiós a la vergüenza por completo y crear una cultura que se deshaga de la vergüenza y del estigma, y al contrario se dedique a fortalecer a la gente. Tenemos una obligación de crear esa cultura antes de que ésta forme y humille a una nueva generación entera.
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