Revolución #280, 16 de septiembre de 2012


"Aún sigo sin llamarla una violación y esa carga me pesa más con cada día"

Publicado por primera vez por Fin a la pornografía y el patriarcado: La esclavización y la denigración de la mujer, como parte de su creciente colección Historias de la zona de guerra.

El artículo de esta página, y la respuesta publicada por Andrea Strong, ¡La VIOLACIÓN NUNCA es la culpa de la víctima! , salieron por primera vez en inglés en línea en stoppatriarchy.tumblr.com. Son muy bienvenidas las respuestas a estos dos artículos y a las cartas sobre más "Historias de la zona de guerra"; y se pueden enviar a stoppatriarchy@gmail.com o por medio del portal StopPatriarchy.org.

Fue hasta tener 42 años de edad que me caí en la cuenta, en serio y de verdad, de que mi primera experiencia sexual fue un ataque. Incluso hoy, frisando los 60 años, no puedo decir que se trató de una violación. La violación es lo que les pasa a otras; la mía no fue "tan mala". Incluso al escribir sobre ella ahora, siento la necesidad de suavizarla, diferenciarla del dolor verdadero y llamarla un ataque.

Ocurrió en 1970; yo justo había cumplido 15 años. Me parecía que gran parte de mi vida estaba fuera de control (mis padres, las presiones de las y los compañeros, la pobreza, etc.), pero yo la pasaba mejor cuando cuidaba a niños. Tenía un trabajo regular, cada día al terminar las clases y por lo general las noches de viernes y sábado. Se trataba de una sensacional pareja jipi (ambos de 31 años) con cuatro niños maravillosos. Ella era hermosa, desenfadada, inteligente y graciosa. Él llevaba el cabello oscuro en una coleta, tenía ojos azules y colocados y usaba camisetas teñidas y abalorios. Conocían todos los grupos musicales locales, asistían a todas las fiestas psicodélicas y quedaban fuera hasta la mañanita. Me introdujeron a Janis Joplin, Allen Ginsberg y la hierba. Ella trabajaba para pagar las cuentas todo el día en una oficina; él la pasó holgazaneando de trabajo en trabajo sin tener mucho éxito real. Él se había graduado del seminario y era un pastor por unos años. Así fue que les conocí: él trabajaba en una iglesia del vecindario, a cargo de todos los programas chéveres para niños. Cuando empecé a cuidar a sus niños, él ya había cambiado para otro tipo de trabajo que no era realmente un trabajo.

Yo quería ser adulta y estar en ese mismo tipo de situación. Podía imaginarme como mamá, en una relación con un tipo jipi sensacional. Él era guapo, yo le tenía un enamoramiento de adolescente y quería ser como la esposa de él, así que yo misma me lo busqué. Por años culpaba a mí misma por lo que pasó.

Él me llamó y pidió que cuidara a los niños. Era un miércoles por la noche, así que fue un poco extraño, pero le dije que sí. Llegué a la casa, pero no estaba nadie más que él; hasta los niños no estaban. Me dijo que estaba trabajando en una sorpresa para su esposa y necesitaba que le ayudara. Teníamos que ir para la recámara, pues de alguna manera se requería algo en el clóset o las cosas en esa recámara. Lo demás ocurrió bastante rápido. En realidad él no usó mucha fuerza conmigo ni me acosó. Tal vez me hacía ilusiones, pero también tenía miedo y estuve muy, pero muy fuera de mi ámbito. Pero traté de aparentar estar en la onda y estar en control. No quise que él pensara que yo tuviera miedo. No me acuerdo mucho de los siguientes cinco minutos. Se requería un total de cinco minutitos para esas mentiras y traiciones. Pero sí me acuerdo de lo que pasó después. Él miró las sábanas y le decepcionó el hecho de que no hubiera más sangre. Hasta lo comentó. Una vez más quise aparentar estar en la onda, así que dije que no era virgen, pues yo hacía eso todo el tiempo. Solo que tenía la regla. Él dijo que yo era la séptima virgen con que se había acostado desde su matrimonio, pero que ahora yo le había decepcionado porque en realidad yo no era virgen.

No me acuerdo cómo todo llegó a saberse. De alguna manera ella se enteró, mis padres se enteraron, tal vez llamarían a la policía. Se hicieron llamadas telefónicas, se lanzaron amenazas. Mis padres, que apenas podían ayudarse entre sí, sí trataron de ayudarme a mí. Trataron de responsabilizar a él en los tribunales, como si eso me tranquilizara o consolara a mí. Estaban dolidos y yo odiaba verlos así. Yo causé todo, yo los lastimé y no podía soportar el dolor que causé. Hice sufrir a esa mujer. Ella jamás permitió que yo entrara en su casa de nuevo. Le perdí a ella, a sus niños, lastimé a todos y no podía soportar ver el daño que causé y el dolor reflejado en los ojos de todos. Destrocé a todos e hice que todo fuera malo.

Con el paso de los años envejecí pero realmente no maduré. Encontré a un tipo jipi y tuve mis propios niños. Jodí tantas cosas, y lastimé e hice sufrir a tantas personas en el camino, pero eso es material para ya otro ensayo. Si alguna vez pensé en cuando tenía 15 años y perdí mi virginidad, siempre fue en el contexto de "lo tenías bien merecido" y "esa desgracia te la buscaste".

Cuando tuve 42 años, estaba conduciendo por la ciudad con mi mejor amiga. Dije: "No vas a creer lo que pasó esta semana". Pues yo había llevado a mis hijos a la biblioteca. ¡Qué sorpresa! Vi a esa madre jipi trabajando en la ventanilla. A pesar de que yo me había mudado a 160 kilómetros de ahí y que habían pasado más de 20 años, aquí estábamos de nuevo. Ellos se habían mudado a mi pueblo y ella trabajaba en la biblioteca. Me vino un sudor frío cuando estábamos sacando los libros, pero ella no me reconoció. Ella era amable, hasta simpática. Al conducir por el pueblo le conté a mi amiga mi experiencia a los 15 años; le dije que jamás podría llevar a mis hijos de nuevo a esa biblioteca. Descubrí en qué vecindario vivían, y no podría pasar más por ahí. Todavía tenía vergüenza y todavía me sentí culpable. De alguna forma ellos habían logrado mantener intacta la relación y se habían mudado a mi pueblo. Ahora mi tarea era mantenerme lejos y hacer que jamás recordaran el dolor que les causé.

Por una razón tenemos mejores amigos. Ellos nos dicen las cosas que debemos saber acerca de nosotros mismos, pero que no sabemos. Ella se enojó por mí. Ella sintió el dolor mío que yo no podía sentir. Ella sintió la rabia mía que yo no podía expresar. Durante los siguientes cinco minutos, ella me demostró una manera diferente de interpretar los cinco minutos de tantos años atrás. Nunca, nunca se me había ocurrido que yo solo tenía 15 años y él tenía 31. Nunca se me había ocurrido que yo era una niña, que no sabía nada, que en realidad no estaba en la onda, que no pedí eso, que sí me causó dolor, que yo estaba perdida, que sí me escapé de la casa, que mientras no quería que nadie se doliera nunca permití que yo misma sintiera el dolor. Nunca se me había ocurrido que yo no tenía toda la culpa.

Ahora sé todo eso mentalmente, pero todavía no lo siento como una verdad. Todavía lo matizo. Pues conozco a mujeres que han sufrido mucho más. Mi historia no es nada. No sufrí como sufrieron las otras, así que en realidad no es lo mismo. Ya no acepto toda la culpa, pero sin embargo no puedo dejarla atrás. Hace poco descubrí unas fotos de ese pastor jipi de aquellos tiempos. Encontré otras fotos de otro hombre vecino a cuyos niños cuidé. Él trató de hacer lo mismo, pero yo ya conocía las mañas. Encontré unas cuantas fotos más de viejos amigos de la familia que intentaron cosas similares pero yo ya sabía defenderme mejor de los viejos. ¿Dónde están esos hombres ahora? ¿A cuántas vidas han dañado? ¿¿Cómo pensaron en algún momento que fuera aceptable hacer eso?? ¿Qué clase de padre busca las maneras de manchar las sábanas con la sangre de jovencitas? ¿A qué clase de hijos crió? ¿Y dónde están esos hombres ahora? ¿Dónde están sus hijas? ¿Aprendieron algo distinto?

Ahora tengo casi 60 años. Relato mi historia y comparto mi momento de "ajá" del pasado: la indignación de mi mejor amiga y mi toma de conciencia. Pero todavía no siento que comprenda. Más que todo sigo sintiendo la culpa y la vergüenza. Quemaré las fotos de esos hombres porque no merecen que se les reconozca más en mi vida. Puedo soltar las lágrimas, puedo decir que tengo más cosas buenas en mi vida que cosas malas y puedo decir que ahora he asimilado las experiencias. Pero en realidad eso no cambia nada. Todavía no sé qué hacer con la furia y la carga de eso simplemente me pesa más con cada día.

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