Revolución #281, 23 de septiembre de 2012


Entrevistas de la Gira del Autobús Lo BAsico, Nueva York

Lo BAsico de Brownsville

De un día caluroso, se fue de mal en peor. El calor neoyorquino tiene algo singular… por ejemplo, a mediados de julio, las temperaturas cerca de 38ºC se fusionan con el calor generado por una bola de ocho millones de personas metidas en un lugar para caminar, trabajar y vivir. Combinar todo eso con un índice de humedad tan alta que parece que se puede ver el aire y dar una caminata se parece a pasar por un baño de vapor. En el preciso momento en el que parece que ya no se puede soportarlo más, cae una tardeada de aguacerazos veranales. De esas lluvias especiales cuando el sol sigue brillando mientras las gotas del tamaño de globos planchan las calles y carros en grandes bolas y siseos al evaporarse en unas capas de vapor que van flotando de regreso hacia el cielo. Un día en el que la idea de una playa que está a una distancia de solamente un viaje en el metro, hacía que la vida fuera diferente y estuviera llena de posibilidades, sobre todo cuando uno tiene 16 años de edad y sale con unas decenas de buenas amigas y amigos.

Yo caminaba por la lluvia hacia la entrada del metro en la 125 y San Nicolás con el propósito de tomar la línea A hacia uno de los lejanos extremos de Brooklyn. Al bajarme por la escalera hacia el andén, pude oír un gran rugir, no de la entrada de un tren a la estación sino de una furiosa multitud que gritaba y corría hacia mí. Al llegar al andén, tuve que brincar para quitarme del camino de un agente del tránsito rápido neoyorquino del tamaño de una gorrilla y con la cara hinchada de rojo que arrastraba por el cuello a un joven de no más de 20 años de edad hacia la salida. El rugido era de la multitud de las y los amigos del joven que perseguía al agente y exigía que pusiera en libertad a su amigo. Unos 40 jóvenes negros, hombres y mujeres, jóvenes afroamericanos así como inmigrantes africanos y caribeños. Al correr hacia el agente, parecía que un ejército de policías, muchos de ellos agentes de la calle del Departamento de Policía neoyorquino, saliera de todo rincón de la estación. Hasta algunos agentes encubiertos sé subieron como ratas desde las vías. Cayeron sobre los jóvenes, empujándolos y a empellones haciéndolos retroceder. Pero los jóvenes se negaron a dar marcha atrás. Se plantaron cara a cara al cordón de agentes y les gritaban. En voz fuerte se dirigían a los demás en el andén acerca de la injusticia. Ardían de furia y pusieron sus argumentos a cualquiera que les escuchara. Al mirar más allá de la multitud, vi las ruinas de un día en la playa así como de toda clase de sueños y esperanzas: hileras portátiles de hule espuma rotas, radios rotos, mochilas reventadas de tanta ropa, toalla y frasco de loción regados por el andén, trozos de memorias rotas que nunca tuvieron una oportunidad de cuajar.

Un joven se me acercó para cerciorarse de que yo supiera qué pasaba. Le brillaban los ojos con expresión de furia y profunda dolor en la cara. Le pregunté qué pasó. Me dijo que todos eran amigas y amigos de la escuela y del vecindario. Llevaban tiempo haciendo un plan para pasar el día en la playa y tenían todo puesto y de punta para un momento en que nada les importara salvo la diversión y la amistad. Se reían, cotorreaban y escuchaban música mientras esperaban el metro. De repente, un policía se salió de la nada y decidió empezar a darles empellones a unos y otros. El agente agarró a un joven y se lo llevó arrastrado sin explicación. Eso hizo reventarse el ambiente. El joven que hablaba conmigo tenía 17, de último año de secundaria. La voz le temblaba de furia y se le llenaban los ojos de lágrimas al exigir respuestas: “¿Por qué hace eso? ¿Por que íbamos a ir a la playa? ¿Es ilegal ir a la playa? ¿Se trata de que seamos negros? ¿Es ilegal ser negro?” Dio vuelta para tratar de recuperar sus cosas y volteó hacia mí: “Sí, somos negros. ¡Somos seres humanos! ¡Tenemos derechos!”

Con el tiempo los policías lograron dispersar a los jóvenes: obligaron a pequeños grupos de éstos a subirse al convoy que entrara a la estación y ordenaban que el conductor arrancara luego luego.

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Una hora y media más tarde ya estuve en Brownsville. Carl Dix iba a hablar sobre la batalla contra el parar y registrar en una esquina en Brownsville. Iba caminando por una calle principal para tener una idea de cómo estaba el barrio: montones de tiendas de muebles usados y pequeñas tiendas de la esquina. Unidades habitacionales del gobierno de distintos tamaños brotaban por todas partes. De hecho, la vivienda pública, en una u otra forma, es la principal forma de vivienda en Brownsville y el barrio tiene la mayor concentración de proyectos de la Autoridad de Vivienda en la ciudad: a la fecha, 18. Poco más de 166 mil personas, en su mayoría negras, están apiñadas en uno poco más de 5 km. cuadrados de espacio.

Al llegar, los voluntarios de la Gira del Autobús Lo BAsico ya estaban desplegados por el rumbo difundiendo el libro Lo BAsico de Bob Avakian y haciendo preparativos para las acciones contra el parar y registrar. Repartían silbatos por todos lados, como parte de “Lanzar pitidos contra el parar y registrar”.

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James vive en una de las calles pobres de Brownsville. La entrada de su casa siempre está llena de personas, en su mayoría familiares y amigos. Lo conocí por primera vez el día que los voluntarios de la gira desfilaron por esta calle, haciendo agitación y tomando pausas para conversar sobre construir la resistencia al parar y registrar, la revolución, Lo BAsico y Bob Avakian. Las personas que se arremolinaban alrededor de la entrada se mocionaban al enterarse de estas cosas. Pero, como relámpago, se salió de la puerta de entrada un hombre treintón, gritándoles a los voluntarios, diciéndoles que se fueran, que si quisieran hacer algo bueno, que más vale ir a organizarse contra lo que hace la policía en ese barrio. Se trataba de James. Estaba furioso y obviamente no tenía ni idea de lo que pasaba.

Alguien se las arregló para conseguir un ejemplar de Lo BAsico y lo abrió a 1:24: “El papel de la policía no es de servir y proteger a la gente, es para servir y proteger el sistema que gobierna sobre la gente. De reforzar las relaciones de explotación y opresión, las condiciones de pobreza, miseria y degradación que el sistema ha impuesto sobre la gente y está determinado a mantenerla allí. La ley y el orden que representa la policía con toda su brutalidad y asesinato es la ley y el orden que refuerza toda esta opresión y locura”.

James tenía los ojos clavados sobre la página. Reflexionaba muy hondo para sus adentros y se cambió totalmente de ánimo. Preguntó con calma cuánto costaba el libro y de inmediato lo compró. Su familia y amigos se llevaron silbatos y yo concerté una cita con James para más tarde.

James frisa los 30 años de edad y lleva casi toda la vida en Brownsville. Cuando volví a conversar con él la primera vez, le pregunté qué le había hecho cambiar después de leer la cita del libro y qué le hizo comprarlo ahí mismo. Me miró como si yo ya debiera haber tenido la respuesta y dijo: “Fue algo que me impactó ya, n’ombre. Tenía la impresión que hubiera algo más en ese libro que yo, que las personas conocieran. Me gusta dar un mensaje. O sea, si yo recibiera algo de ti, no lo guardaría para mí mismo, más bien lo mencionaría a otros”.

Empezó a hablar de la vida en Brownsville. “Es duro. No es fácil, pero es duro. Toda la vida siempre he observado la manera en que los policías exprimían ventajas de la comunidad. Siempre echan la culpa a los demás por los errores de un hombre. Te juzgan por la ropa que tienes puesta y si les dices ‘hola’ o ‘adiós’. Ando los policías pasan por acá en su patrulla y me ven sentado acá conversando contigo, suponen que les estoy sirviendo algo o dando algo. Lo dan por sentado. A mi parecer, eso no es justo, n’ombre. Pienso que existe una nación aquí mismo y todos estamos juntos en ella”.

Le pregunté cómo le parecía el parar y registrar. Los ojos le ardían de furia al comentarlo. “Si no te paran y registran, te paran. Ellos siempre tienen los revólveres desenfundados contra muchachos de 11, 12 años de edad. Los desenfundan antes de siquiera hacer preguntas”.

Le pregunté si supiera cuántas veces él había víctima de todo eso. Su voz manaba exasperación: “Demasiado. ¿De joven? ¿Cuántas veces? Ni llevo la cuenta”.

James pasó un tiempo en la cárcel y habla de qué tantas personas del vecindario también han pasado tiempo en la cárcel. Le leí Lo BAsico 1:13, sobre la manera en que el sistema condena a generación tras generación de jóvenes negros y latinos a la opresión, la miseria y el olvido antes de que nazcan. James le encantaba la fuerza de decir “¡No más de eso!” Pero le costaba trabajo bregar con la idea de que este sistema tiene un futuro puesto para tantos millones de negros y latinos, incluido él mismo.

James y yo forcejeábamos sobre lo que implica el que la opresión del pueblo sea sistémica y sistemática y que una de las maneras en que se manifiesta es el parar y registrar y el cauce hacia la cárcel. Le pregunté qué piensa que pasa en todo esto. Lo ponderó fuerte. “Desde joven, desde que recuerdo, he estado presenciado lo mismo. Una y otra, y una y otra vez. Se parece a una puerta giratoria, n’ombre. Además, aun cuando vayas a la cárcel y cumplas tu sentencia por tus errores, saldrás creyendo que vas a andar por el buen camino, pero no obstante te arrastran hacia atrás…”

Le pregunté a James si alguna vez había soñado con vivir en un mundo diferente. Sus ojos se iluminaron. “¡Todo el mundo ha soñado con eso! Yo quiero vivir donde no haya muertos, asesinatos, que todos vivan. Una vida sin muertos, sin robos, sin asesinatos, sin violaciones. Creo que todos puedan llevarse bien. Quiero decir, hacer esta nación aun mejor”. Le dije que yo pensaba que necesitamos librarnos de todas las naciones y crear un mundo completamente nuevo y en especial esta nación que está masacrando y envenenando el planeta cada minuto todos los días. Él pensó sobre eso por un minuto y salió con esto: “Pues tenemos que verlo bien… algunas personas necesitan ser moldeadas, n’ombre, porque si cambiamos el mundo, habrá que cambiar personas también”.

Le leí la cita 3:17 de Lo BAsico: “La gente dice: ‘O sea, ¿me están diciendo que esos jóvenes que andan por allí vendiendo droga y matándose unos a otros y que están metidos en muchas otras cosas, pueden ser la columna vertebral de este poder estatal revolucionario del futuro?’ Sí — pero no lo podrán ser desde donde están ahora, ni tampoco lo podrán ser sin lucha. No siempre vendían droga y se mataban unos a otros y todas esas cosas — y no tienen que estar metidos en todo eso en el futuro. Pregúntese: ¿cómo es que de niños preciosos pasan a ser supuestos ‘monstruos irredimibles’ en unos pocos años? Se debe al sistema y a lo que éste le hace a la gente — y no a una ‘naturaleza humana que no cambia y no se puede cambiar’”.

James analizó la cita profundamente y después dijo: “Ahora mismo estoy pensando. Pienso que se tiene que cambiar el entorno, la gente, los lugares y las cosas.  Porque no todos piensan igual. Yo no creo que nadie piense igual. Pero algunas personas están en la misma onda. Algunas personas están en la misma onda y algunos de nosotros no. Algunos de nosotros no estamos buscando un cambio porque tal vez se sientan avergonzados de un cambio porque lo han estado haciendo desde hace casi toda la vida”. Le pregunté si él pensaba que podríamos hacer una revolución en un lugar como Estados Unidos y él respondió: “Cuanta más gente, mejor. Sobrepasaremos toda la negatividad, me imagino que ganaremos y ellos perderán”.

Habíamos estado hablando por un buen tiempo y James se tiene que ir pronto. Le recordé que todos los de su familia y amigos que estaban por su entrada el día en que nos conocimos ya llevaban un silbato como parte de la campaña “A lanzar pitidos contra el parar y registrar” y quería saber qué pensaba sobre esta campaña. James hablaba mientras caminaba hacia la acera. “Sí, fíjate, con un montón de personas, porque he visto a muchas personas lanzando pitidos, cuando viene la policía a parar y registrar sin razón aparente. Y los pitan solamente para que otras personas se den cuenta de lo que está pasando, así que no estarían solos. Pienso que eso era una buena cosa. Fue algo bueno. Algunas personas soplan el silbato cuando ven la policía diciéndole algo a alguien, se pongan a sonar el silbato…”

Empezamos a despedirnos y me dirigí a James y le dije la humanidad realmente necesita esta revolución sobre la que hemos estado hablando, realmente necesita este movimiento. Pero antes de que pudiera terminar, James me interrumpió: “Si realmente la necesitamos. Porque son muchos jóvenes negros los que son afectados. Eso es demasiado. Y los policías se salen con la suya. Y algunos jóvenes no tienen antecedentes o no han estado en la corte sobre ninguna cosa. Y solo nos juzgan mal”.

Le dije a James que esta revolución es aún pequeña y no lo suficientemente fuerte y si él realmente piensa así, necesita ser parte de hacer esto real. James sonrió y dijo: “Estoy con ustedes, sin duda alguna. Del libro [Lo BAsico], es un buen libro. Realmente no he leído mucho, pero lo que he leído me hace pensar en una mejor vida mañana. Sí, había unas personas leyendo el libro la otra noche y lo he visto en sus ojos y todo lo que estaban leyendo, lo que estaban pensando, porque muchas cosas que se tratan en este libro son ciertas. Una buena parte es cierta. Lo único que hago es estar sentado allí y reflexionar. Tengo la mente abierta, ¿me entiendes? Que se deje de pensar en sí mismo. Y uno piensa en el panorama más grande, que el panorama más grande somos nosotros, y nosotros somos todo lo que tenemos”.

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