El milagro mexicano de la transubstanciación bajo el imperialismo: Cómo los huesos de los campesinos mexicanos se convierten en el brócoli que se sirve en las mesas en Estados Unidos
8 de junio de 2016 | Periódico Revolución | revcom.us
Debido a la necesidad constante de satisfacer las exigencias del mercado de Estados Unidos, la capa freática en la región de Guanajuato se ha agotado y pozos de la zona se han secado. Los agricultores bombean agua de niveles cada vez más profundos en la tierra para regar estos cultivos, sacando agua que ha estado allí por 10.000 a 35.000 años y la que está contaminada con arsénico y fluoruro que son tóxicos para los humanos. Arriba, trabajadores agrícolas en una plantación de lechuga de propiedad estadounidense en Guanajuato, México, marzo de 2008. (Foto: AP)
Pregunta: ¿Qué es la relación entre el brócoli fresco que cenan la mayoría de los estadounidenses y los huesos doloridos y los dientes ennegrecidos de los aldeanos en México?
La respuesta se empieza a dar en el estado de Guanajuato, una región seca en el centro de México. Aunque seca, esta región cultiva 70.000 toneladas de brócoli al año, casi en su totalidad para la exportación. Y el brócoli necesita agua para crecer. Debido a la necesidad constante de regar estos cultivos y satisfacer las exigencias del mercado de Estados Unidos, la capa freática en la región se ha agotado y pozos de la zona se han secado. Los agricultores bombean agua de niveles cada vez más profundos en la tierra para regar estos cultivos, sacando agua que ha estado allí por 10.000 a 35.000 años y la que está contaminada con arsénico y fluoruro que son tóxicos para los humanos.
Un artículo reciente del New York Times describió el pequeño pueblo de San Antonio de Lourdes, a menos de treinta minutos de estos campos exuberantes (“Prosperous Mexican Farms Suck Up Water, Leaving Villages High and Dry” [Granjas prosperas de México acaparan el agua, dejan los pueblos en lo seco], Elisabeth Malkin, 19 de mayo). Allí, los aldeanos se congregan en torno a un nuevo depósito de agua para orar desesperadamente que venga la lluvia para llenarlo. Su pozo ya secado, el depósito es la única fuente de agua para sus magras cosechas de maíz y frijoles, su alimento principal. Muchos de los residentes tienen los dientes ennegrecidos y sufren de un fuerte dolor en las articulaciones, un hombre de 39 años de edad estando prácticamente paralizado por el dolor en sus pies. Muchas personas en el pueblo padecen de enfermedades renales, entre estas una joven de sólo 16 años. Una mujer de 51 años de edad cuyos riñones ya no funcionan desde hace un año habló de sus seis hijos que se han ido a Estados Unidos para encontrar trabajo y enviarle dinero para sus tratamientos de diálisis: “Trabajan para curarme”, dijo. Pero han muerto recientemente otras tres personas de la aldea que padecieron la enfermedad de los riñones.
Esto nos lleva a otra pregunta: ¿Cómo desarrolló esta situación? En cierto nivel, para entender realmente lo que está causando este envenenamiento de la gente tenemos que volver más de 160 años, a la guerra de Estados Unidos contra México. Estados Unidos invadió el país, le robó un tercio de su territorio, y puso bajo su dominio la parte que no robó.
Pero aun así, durante gran parte del siglo 20 México tenía una economía basada en la agricultura y fue capaz de alimentarse a sí misma con la agricultura a pequeña escala. Pero cada vez más el capital de Estados Unidos comenzó a invadir la agricultura mexicana, estableciendo grandes granjas comerciales para la exportación, sobre todo en el norte.
En 1992 este proceso se aceleró mucho cuando México modificó la cláusula en su Constitución que había declarado que toda la tierra, el agua y los derechos minerales eran propiedad del pueblo mexicano. Esta nueva enmienda permitió que inversionistas extranjeros compraran las pequeñas propiedades rurales. Conglomerados grandes en Estados Unidos compraron tierras en todo el país y establecieron granjas para la agricultura de exportación. Se abolió la agencia gubernamental (Conasupo) que antes compraba los productos agrícolas de los campesinos, y se restringió el crédito para los pequeños agricultores.
Luego, con la aplicación en 1994 del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), esto se intensificó. Bajo los términos del acuerdo, el gobierno mexicano se vio obligado a recortar los subsidios agrícolas en maíz, frijoles, azúcar y leche que había protegido a los agricultores locales, lo que abrió el mercado para el maíz y otros productos agrícolas cultivado en Estados Unidos, que el gobierno de Estados Unidos subvenciona fuertemente y por lo tanto son mucho más baratos que los que los agricultores locales en México pueden cultivar.
Con las enormes cantidades de maíz y frijol de Estados Unidos que inundan el mercado en México, no hay manera que los pequeños agricultores puedan competir. Las ganancias se las llevan la agroindustria de Estados Unidos, mientras que los campesinos como los que viven en San Antonio de Lourdes resultan expulsados de sus tierras, en busca de otra forma de sobrevivir. Cuando se negociaba el tratado TLC, un alto funcionario del Departamento de Agricultura de México dijo: “La posibilidad de expulsar a 15 millones de mexicanos de sus tierras se consideró aceptable, una consecuencia indeseable pero necesaria para la modernización del aparato productivo rural”.
Está claro que el “libre comercio” bajo el imperialismo significa la libre explotación de las personas y los recursos y moldear la economía de un país como México para satisfacer las necesidades de los grandes intereses financieros en Estados Unidos, permitiendo una mayor penetración y control por parte de Estados Unidos
Así que las personas desarraigadas del campo se ven obligadas a vivir en los enormes barrios pobres que rodean la Ciudad de México, o hacer el viaje peligroso y a menudo espeluznante para tratar de cruzar la frontera a Estados Unidos. Otros están explotados cruelmente por las grandes granjas industriales que producen alimentos para el mercado de Estados Unidos. Viven en campos infestados de ratas, cercados con vallas de alambre de púa, y se ven obligados a endeudarse en las tiendas de la compañía para comprar las necesidades básicas para la supervivencia con los magros salarios que reciben. (Ver “Product of Mexico” [Producto de México],” Los Angeles Times, 7 de diciembre de 2014). Los que se quedan en los pueblos han visto sus comunidades agotadas y envenenadas, la capacidad productiva del país puesta al servicio del mercado de Estados Unidos, y enormes ganancias para los conglomerados agrícolas en Estados Unidos
México se ha transformado de un país autosuficiente en alimentos en un estado de dependencia alimentaria. Ahora, para alimentarse, México tiene que importar $ 10,1 mil millones de maíz, trigo y otros productos, mientras que la totalidad de su base agrícola se ha reconfigurado para alimentar a la gente de Estados Unidos y poner las verduras y frutas frescas en sus mesas — $ 12.7 mil millones de tomates, melones, lechugas, brócoli y otras verduras y frutas frescas y congeladas. Ese es el precio de las verduras frescas bajo el imperialismo.
Un precio que no se puede tolerar... y un mundo que se debe transformar radicalmente.
Si te puedes imaginar un mundo sin Estados Unidos —sin todo lo que representa Estados Unidos y lo que hace en el mundo— pues, ya has dado grandes pasos y has comenzado a tener por lo menos una vislumbre de un mundo completamente nuevo. Si te puedes imaginar un mundo sin ningún imperialismo, explotación, opresión —y toda la filosofía que lo justifica— un mundo sin división de clases o sin diferentes naciones, y todas las ideas estrechas, egoístas, anticuadas que lo defienden; si te puedes imaginar todo eso, pues, tienes las bases para el internacionalismo proletario. Y una vez que has levantado la vista hacia todo esto, ¿cómo no vas a sentirte obligado a tomar parte activa en la lucha histórico-mundial para hacerlo realidad; por qué te contentarías con menos?
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