La nostalgia por George H. W. Bush y el sueño de un imperialismo más noble y más amable
| Periódico Revolución | revcom.us
Durante la semana del 30 de noviembre en adelante, la cobertura en torno a la muerte de George H. W. Bush evocaba la esperanza de un “Estados Unidos más noble y más amable”. Pero ¿los hechos sustentan esas esperanzas?
Para empezar: En 1988, un avión de pasajeros iraní que volaba en su ruta normal dentro del espacio aéreo iraní fue derribado por un buque de la armada estadounidense que operaba ilegalmente en aguas iraníes. Doscientas noventa personas, entre ellas 66 niños, murieron. ¿Cómo reaccionó el entonces vicepresidente Bush? “Nunca voy a pedir disculpas por Estados Unidos — no me importan lo que sean los hechos”.
Si uno es el líder de un país donde los hechos son que el país esclavizó a decenas de millones de africanos durante siglos… que cometió el genocidio contra millones de indígenas y les robó las tierras a los que quedaron… que lanzó las únicas dos armas nucleares jamás lanzadas en la historia, sobre dos ciudades japonesas sin ninguna instalación militar… y luego continuó para matar a millones en Corea en los años 1950 y millones más en Vietnam en los sesenta y setenta, junto con otros crímenes demasiado numerosos para mencionar… todo ello para asegurar que los que dominan este país pudieran explotar y saquear a quien fuera y lo que estuviera a su alcance… pues probablemente es lógico que uno jamás pida disculpas y que desconozca, encubra o de plano ni preste atención a los hechos.
Pero si uno realmente desea un mundo mejor, sí tiene que conocer los hechos.
¿“Más noble y más amable”?
Dejando de lado su temporada de jefe de la CIA en 1976, Bush ascendió a los niveles más altos del poder nacional en 1980 como vicepresidente, y luego como presidente de 1989 a 1993. No obstante, podríamos llenar toda una edición de revcom.us con los crímenes del imperialismo estadounidense en que participó George Herbert Walker Bush durante los años en que trabajó con la CIA, y brevemente como jefe de la CIA, y en los muchos puestos que desempeñó como “diplomático” en cercanía con esfuerzos sangrientos de reprimir gente alrededor del mundo.
En 1989, poco después de tomar el mandato, Bush lanzó una guerra contra Panamá. El líder de facto de Panamá, Manuel Noriega, había cooperado con la CIA, pero lo consideraron persona no grata al salir rumores de que se había convertido en agente doble para Cuba. Después de que Noriega anuló una elección en Panamá, Bush mandó más tropas estadounidenses para guardar el Canal de Panamá, del cual Estados Unidos se había adueñado. Cuando un infante de marina estadounidense fuera de servicio fue asesinado, ¡Bush lanzó una invasión! Hicieron masacres al por mayor en El Chorrillo, un barrio pobre donde mucha de la población apoyaba al presidente panameño Noriega. Las fuerzas aéreas estadounidenses pulverizaron a El Chorrillo desde los cielos hasta que se pareciera a un “Pequeño Hiroshima”, después las tropas estadounidenses iban quemando un edificio tras otro, balaceando a los habitantes en las calles, y juntando en montones a los muertos y heridos. La invasión mató a cientos de civiles, quizás más.
Tras esa “victoria”, Bush continuó para librar la primera guerra del Golfo contra Irak en 1990 a 1991. Irak había ocupado a Kuwait luego de una señal la cual era, al mínimo, ambigua, del embajador de Estados Unidos, de que éste no se le opondría. Bush montó una fuerza de combate internacional contra Irak, en parte a base de una campaña de mentiras descaradas de que las tropas iraquíes sacaron a bebés de incubadoras y que estaban a punto de invadir a Arabia Saudita. Habiendo derrotado en un dos por tres a las fuerzas iraquíes debido a su inmensa superioridad de armas, Estados Unidos se valió de un poderío aéreo abrumador para descargar una lluvia de muerte sobre una caravana de soldados iraquíes en retirada, muchos de los cuales habían abandonado sus vehículos militares, así como civiles kuwaitíes. Masacraron al menos 25.000 soldados iraquíes en retirada, muchos de ellos en lo que se llegaría a conocerse como la Carretera de la Muerte. La Casa Blanca declaró que los muertos eran “torturadores, saqueadores, y violadores”. Durante la guerra, la Fuerza Aérea estadounidense deliberadamente devastó la infraestructura civil de Irak (plantas depuradoras de agua, molinos harineros, centrales eléctricas), lo que resultó en mucha desnutrición y brotes de cólera y tifoidea. Un demógrafo de la Oficina del Censo estimó que para enero de 2012, unos 70.000 civiles iraquíes ya habían muerto principalmente debido a la destrucción de plantas de agua y luz1.
Y sí, Bush desempeñó un papel importante, como vicepresidente bajo Reagan y luego como presidente, para montar presiones y ataques al rival imperialista principal de Estados Unidos en el mundo, la Unión Soviética, lo que se desembocó —en combinación con una crisis interna severa— en su colapso y la reintegración de una buena parte de su bloque en el imperio estadounidense. Pero eso NO ocurrió “sin ningún balazo”, como lo afirmó el ex presidente Barack Obama en un tuit tras la muerte de Bush, sino por medio de una campaña sangrienta de décadas de duración, con golpes de estado, intervenciones y guerras regionales contra los intereses soviéticos en varios continentes — guerras en las que murieron por lo menos cientos de miles de civiles, y que obligaron a países y regiones enteros como Centroamérica, Afganistán y el sur de África a pasar de una opresión pulverizadora “normal” bajo el imperialismo a una verdadera pesadilla de guerra y ruina. Todo esto ocurrió en el contexto y el trasfondo de la acumulación masiva de armas nucleares por Estados Unidos que en distintos momentos llevó al mundo al borde del precipicio de una posible aniquilación nuclear. (Por ejemplo, vea estos artículos de la serie “Crimen yanqui” en revcom.com: la Operación Cóndor, de 1968 a los 1980: “Una campaña de asesinato político y terror estatal en América Latina dirigida por Estados Unidos”; “El golpe de estado de la CIA de 1973 en Chile”.)
“Miles de puntos de…” ¿qué?
Elogiaron a Bush por tratar de traer “luz” a Estados Unidos, y por negarse a satanizar a sectores enteros de la gente, tal como lo hace Trump.
Pero, repetimos, ¿cuáles son los hechos?
Bush llegó a la presidencia en 1988 a raíz de una de las campañas más sucias de esos tiempos, contra el demócrata Michael Dukakis. Salieron calumnias y mentiras, pero la más notoria fue el anuncio sobre Willie Horton. Este anunció presentó a un prisionero negro que, estando con permiso de salir de la cárcel por una semana en Massachusetts, violó a una blanca. Si bien la campaña de Bush no apoyó “oficialmente” el anuncio, el director de la campaña de Bush y su protegido, Lee Atwater, había presumido que él iba a hacer que todo el país viera a Willie Horton como el compañero de fórmula de Dukakis. El anuncio contribuyó al triunfo electoral de Bush, pero en lo más fundamental, servía al programa de la clase dominante de satanizar al pueblo negro en un momento en que el sistema venía intensificando febrilmente la encarcelación en masa de la gente negra y latina.
Bush continuó la Guerra contra la Droga, que durante la administración de Reagan no solamente criminalizó y reprimió de manera cruel y generalizada a los negros y latinos, sino continuó inundando con drogas a los ghettos y barrios (también durante su vicepresidencia con, al mínimo, la cooperación de miembros de alto rango de la administración de Reagan). Durante el mandato de Bush, como vicepresidente y luego presidente, la población penitenciaria federal casi se triplicó — de ella un 60 por ciento eran negros o latinos. La inmensa cantidad de sufrimiento encarnada en esta simple enumeración de los hechos desgarra al imaginarlo.
Se ha hecho mucho alarde del voto de Bush por la Ley de Vivienda Justa de 1968, lo que probablemente le costó la reelección a la Cámara de Representantes ese año. Y algunos han dicho que Bush lamentó el anuncio sobre Willie Horton. Pero el hecho de que Bush no traficaba públicamente con la más descarada y retrógrada supremacía blanca (a diferencia de gente como Reagan o Trump) e incluso se le opuso en ocasiones temprano en su carrera, y quizás a cierto grado lamentara en lo personal las veces que sí lo hizo, solamente subraya su disposición a usar, legitimar y reforzar el más vil racismo blanco cuando él pensaba que ya llegara la hora de la verdad y que sirviera no sólo a su carrera sino aún más a las necesidades del sistema que depende de ese racismo como un elemento integral de su orden social.
A principios de los 1980, cuando un sector de la clase dominante movilizó y se valió de los fascistas cristianos como una fuerza política importante, Bush dejó de lado cualquier “liberalismo social” personal que se dice que él guardaba, con tal de promover lo que él consideraba los intereses imperialistas “más grandes”. Su administración se opuso a dar fondos federales para el aborto e instó a la Suprema Corte, sin éxito, a anular la decisión Roe contra Wade que despenalizó el aborto2. Además, nombró e impulsó y amarró la nominación del fascista cristiano Clarence Thomas — al cual muchos consideran como el juez más reaccionario de la Suprema Corte.
Bush llegó a la presidencia en un tiempo en que la epidemia del VIH/SIDA se disparaba a escala masiva —59.000 estadounidenses, en su mayoría hombres gay— ya habían muerto. Pero según activistas LGBT, Bush manifestaba una “ausencia” o “hostilidad activa” hacia el esfuerzo de encontrar un remedio, y “de plano desconoció” incluso las recomendaciones de su propia Comisión Nacional sobre la SIDA. Al contrario, argumentó que la SIDA era “una enfermedad donde uno puede controlar su contagio por medio del propio comportamiento personal” (y para la administración de Bush, esto no significaba la educación sobre el sexo seguro, sino la abstinencia total).
Nostalgia por las normas
Elogiaron a Bush no solo por respetar a sus oponentes en la clase dominante sino por hacerse amigos de ellos e incluso tomarlos bajo su protección, como lo hizo con Bill Clinton, quien lo derrotó. Bush dejó a Clinton un mundo en que Estados Unidos, al parecer, imperaba, por fin sin rival. De hecho, al mismo tiempo que Bush se retiraba, se agravaban profundas fuerzas centrífugas al interior de la sociedad estadounidense, y empezaban a surgir nuevos desafíos internacionales al dominio estadounidense. Estos se manifestaban en contradicciones extremadamente agudas entre diferentes bloques de la clase dominante. Las dinámicas de cómo eso se desenvolvió y lo que lo engendró rebasan el ámbito de este artículo, pero recomendamos al lectorado que lea “La verdad sobre la conspiración derechista… y por qué Clinton y los demócratas no son la respuesta”, de Bob Avakian, que es un análisis profundo y muy previsor. La lección aquí es que el respeto que Bush (en general) le tenía por sus oponentes al interior de la clase dominante NO incluyó a aquellos a los cuales el imperio que él encabezó explotaba y oprimía; y esos ex presidentes que lloraban su muerte tienen eso en común.
No hay ningún imperialismo más noble y más amable; no hay mil puntos de luz bajo el capitalismo. Impórteles o no a los que elogian a Bush, esos son los hechos.
1. Oil, Power & Empire: Iraq and the U.S. Global Agenda, p.155, citando el Philadelphia Inquirer, 5 de enero de 2003. [regresa]
2. All Things Considered, 8 de diciembre de 2018. [regresa]
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