El movimiento de “chalecos amarillos” en Francia, el populismo y el peligro del fascismo
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Nota de la redacción: Un lector ha contribuido este artículo. Debido a que el movimiento de los Gilets Jaunes (chalecos amarillos) en Francia es significativo, nos parece importante que la gente tenga acceso a un análisis de este movimiento, y a dónde podrían ir las cosas. Si bien el lector nos alerta al peligro de que los fascistas se aprovechen de este movimiento para sus fines, es importante reconocer que el futuro está por escribirse.
Les recomendamos fuertemente a nuestros lectores que examinen lo siguiente de Bob Avakian: el corto sobre los corrientes fascistas en todo el mundo de la sesión de preguntas y respuestas de su discurso filmado del verano pasado Por qué nos hace falta una revolución real y cómo concretamente podemos hacer la revolución; así como la orientación contenida en su declaración de 2011 acerca de la Primavera Árabe en Egipto y lo que urge tantísimo en tales momentos de sublevación y fermento.
El movimiento de “chalecos amarillos” que inesperadamente estalló en noviembre del año pasado ha hundido a Francia en el mayor tumulto político que se ha visto en Europa Occidental en muchas décadas. Está marcado por las particularidades de la sociedad francesa y es un tanto único. Sin embargo, es claramente una manifestación de los mismos cambios económicos, sociales, políticos e ideológicos impulsados por el funcionamiento del sistema imperialista mundial que están enturbiando a todo país. Por tanto, está preñado de lecciones.
El movimiento surgió y permanece arraigado en personas que se consideran de la “clase media baja”: empresarios pequeños y sus empleados, artesanos, empleados de la salud, los que se han jubilado temprano, etc. en pueblos y pequeñas ciudades geográfica y socialmente alejados de la capital. Ya no existen los trabajos industriales de los cuales muchos pueblos pequeños solían depender. También se han ido muchos de sus habitantes, a París y las pocas otras ciudades grandes donde la globalización ha creado unos empleos que pagan bien y muchos que sirven a los adinerados.
La vida de esta gente cada vez más ha dependido de sus vehículos, ya que servicios de salud y otros servicios, tiendas locales y el transporte público han ido desapareciendo en vastas regiones rurales. La chispa que les prendió fuego fueron los dictamines del presidente Emmanuel Macron que rebajaron el límite de velocidad en las carreteras rurales y especialmente los que aumentaron el precio del diésel. Estas personas que por lo general no tienen mucho sentido de comunidad se convocaron por medio de las redes sociales. Con poca organización y pocos líderes reconocidos, empezaron a reunirse en los estacionamientos de supermercados para ir a paralizar el tráfico bloqueando glorietas y vías estratégicas, con chalecos amarillos de seguridad puestos. Cuando la policía empezó a destruir sus campamentos, y al reconocer que tenían un amplio apoyo entre la gente trabajadora en general, los chalecos amarillos empezaron a “ocupar” París y capitales regionales cada sábado, con frecuencia destruyendo símbolos de poder y riqueza, librando batallas campales con la policía y a veces haciéndole retroceder, intentando apoderarse del parlamento y otros edificios gubernamentales, e incluso han amenazado con irrumpir en el palacio presidencial y sacar a Macron a la fuerza.
Con el tiempo las demandas del movimiento llegaron a incluir impuestos “más justos”, “un nivel de vida decente” para todos, y la convocación de referéndums de la ciudadanía para decidir sobre importantes políticas gubernamentales. Sin embargo lo más sorprendente es el contraste entre la ferocidad de la lucha de parte de ambos lados y los truncados objetivos del movimiento que, en vez del cambio radical, evoca el pasado, cómo era Francia, o al menos como se supone que debía ser.
Hasta hoy, las balas de goma y granadas de aturdidora con metralla mortal que dispara la policía, las palizas que da y los rocíos de gas lacrimógeno a quemarropa han herido a miles de manifestantes. Por lo menos han muerto 17 de ellos, 21 han perdido un ojo, y 10 una mano. La envergadura y nivel de la represión sangrienta autorizada oficialmente es bien común en contra de los oprimidos en lugares como Palestina, Egipto y Bangladesh, pero es poco frecuente en contra de multitudes predominantemente de “gente blanca” en Europa.
Ante todo eso, el movimiento ha persistido porque lo impulsa algo más grande que sus demandas: un sentir amargo de injusticia, un resentimiento de que gente como ellos “ya no cuentan”, una necesidad de la dignidad en vez de sentirse como si los de arriba los desprecian e injustamente no quieren compartir la riqueza. Están dispuestas a tomar riesgos porque consideran que lo que llaman “el sistema” se ha vuelto ilegítimo y ya no lo aceptan.
Pero el verdadero sistema no es solamente un gobierno de “los ricos” y sus politiqueros. Los que gobiernan a Francia son representantes del capital francés y lo que necesita para sobrevivir por medio de acumular cantidades de capital cada vez más grandes. La situación contra la cual los chalecos amarillos se rebelan es el resultado del veloz desarrollo a nivel mundial del propio capital, que incluye la competición capitalista globalizada cada vez más intensa. Esto está desgarrando el viejo tejido social en un país tras otro, volviéndolos irreconocible a sus habitantes. En Europa Occidental, está minando el “contrato social” social-democrático establecido durante el tumulto político tras la Segunda Guerra Mundial, en el cual la gente aceptó subordinarse a las necesidades del capital a cambio de un estándar de vida básico asegurado y la expectativa de mejores días para sus hijos. Los cambios sociales han desafiado los valores tradicionales que servían de argamasa social y han ahuecado las instituciones que daban estructura a la vida de la gente, tales como la iglesia y los sindicatos. Esto tiene importantes consecuencias con respecto a lo que la gente tiende a pensar, lo que incluye lo que consideran una sociedad justa y la legitimidad política. Estos están unos de los factores en funcionamiento en el ascenso del fascismo en la Europa continental, la atracción popular del Brexit en el Reino Unido, y claro, gran buena parte de la base social de Donald Trump.
Esto no quiere decir que los chalecos amarillos son fascistas. Pero cuando un movimiento proclama que su meta es una “revolución”, hay que juzgar su contenido de modo diferente que, digamos, el de una huelga contra recortes al salario. De hecho, su terco y autoproclamado carácter “no ideológico” advierte un problema. Da la bienvenida a que participen a todos los que apoyan sus demandas, inclusive los declarados fascistas, y en nombre de esa “unidad” se niega a tomar una posición sobre los importantes temas que deslindan campos hoy en Francia: si se les debería abrir las puertas a los nuevos inmigrantes o dejarles ahogarse; si las personas descendientes de inmigrantes y otros deberían ser confinados en los multifamiliares en los ghettos, maltratados por la policía, y sometidos al fondo de la sociedad; si las mujeres solo existen para el sexo y para ser madres, y si las personas de orientación de género no tradicional deberían recibir derechos o palizas; la intensificada intervención francesa en el oeste de África y el Medio Oriente; o si se debería o no salvar al planeta de una catástrofe medioambiental. Algunas personas de otros movimientos sociales se han movilizado para apoyar a los chalecos amarillos, pero ese movimiento se mantiene alejado.
Con respecto a eso de “compartir la riqueza”, esa es una consigna reaccionaria. Al igual que todos los países imperialistas, la riqueza de Francia no proviene principalmente de las generaciones de trabajo duro de parte de “los franceses”. Al principio provino de la trata de esclavos y de las atroces plantaciones esclavistas en las Antillas Francesas, y del saqueo desde hace siglos de sus neocolonias que persiste hasta hoy y que le ha permitido a Francia ocupar una posición cerca de la cúpula de la economía globalizada y el mundo dividido entre países opresores y países oprimidos. El interrogante objetivo es: ¿tomar partida con los pueblos del mundo y en últimas con la humanidad, o aferrarse a los privilegios relativos y mezquinos que resultan de ser considerado parte del “pueblo” en un país imperialista y estar del lado de “su” clase dominante y de los esfuerzos de esta de unificar a “nuestro pueblo” en contra de los pueblos del mundo y en contra de otros imperialistas. El populismo gravita hacia el nacionalismo, y a eso les lleva a las personas el nacionalismo de los países imperialistas.
Sin derrocar y arrancar de raíz este sistema imperialista, ningún país en ninguna parte puede ser un lugar plenamente digno de seres humanos. Sin esto, la gente jamás será libre para satisfacer plenamente sus deseos de escaparse de condiciones sofocantes, sujeto al mando del dinero y el desdén de sus “superiores”, viviendo en el retraso impuesto, y prohibidos de participar en la transformación de un mundo odioso y forjar uno verdaderamente nuevo en el que todos puedan hacer valer su potencial como plenos seres humanos como parte de la emancipación colectiva de la humanidad. El mayor problema del movimiento no son sus raíces sino sus horizontes gravemente limitados. Representa un punto de vista que no puede romper el yugo en el que el capital tiene a la sociedad, y las necesidades objetivas del capital hacen imposible realizar los objetivos del movimiento.
Debido al contexto político objetivo, esto es aún más peligroso. Una parte poderosa del viejo sector político tradicional ha abrazado el fascismo que desde hace años viene predicando el politiquero Marine Le Pen, que por ahora es el único verdadero rival político de Macron. Entre los representantes de los chalecos amarillos que llaman a una “insurrección”, uno de los más destacados cuenta con el apoyo de partidarios fascistas de alto rango en las fuerzas armadas. A diferencia de los chalecos amarillos, los fascistas sí tienen un programa que podría realizarse: un gobierno capitalista diferente, de forma fascista, que afirme encarnar las demandas de los chalecos amarillos. Cuanto más Francia se vaya hundiendo en crisis, cuanto más se podría hacer aceptable una solución fascista para la hoy dividida clase dominante. Esta situación, más que el movimiento mismo de los chalecos amarillos, explica por qué el gobierno de Macron piensa que su existencia está en riesgo. Lo que resulte de la actual crisis política no dependerá de los chalecos amarillos.
En primer lugar, es importante aclarar lo que, en términos básicos, queremos decir cuando decimos que la meta es la revolución, y en particular la revolución comunista. La revolución no es una especie de cambio de estilo, o un cambio de actitud, ni es meramente un cambio de ciertas relaciones en una sociedad que sigue igual en lo fundamental. La revolución significa nada menos que derrotar y desmantelar el estado opresor existente, el que le sirve al sistema capitalista imperialista —y en particular los organismos de represión y violencia organizada, incluyendo las fuerzas armadas, la policía, las cortes, las prisiones, las burocracias y el poder administrativo— y el reemplazo de dichos organismos reaccionarios, esas concentraciones de coacción y violencia reaccionaria, por organismos revolucionarios de poder político y otras instituciones y estructuras de gobierno revolucionarias cuya base se ha forjado por medio del proceso de construir el movimiento para la revolución y luego la toma del poder, cuando las condiciones para eso hayan surgido — lo que en un país como Estados Unidos requeriría un cambio cualitativo de la situación objetiva que desembocaría en una profunda crisis en la sociedad y el surgimiento de un pueblo revolucionario de millones y millones de personas, que cuente con la dirección de una vanguardia comunista revolucionaria y esté consciente de la necesidad del cambio revolucionario y esté resuelto a luchar por el mismo.
Como recalqué anteriormente en este discurso, la toma del poder y el cambio radical en las instituciones dominantes de la sociedad, cuando las condiciones para eso hayan surgido, hacen que sea posible un cambio más radical en toda la sociedad — en la economía y en las relaciones económicas, en las relaciones sociales y en la política, la ideología y la cultura imperantes en la sociedad. El objetivo final de esta revolución es el comunismo, lo que significa y requiere la abolición de todas las relaciones de explotación y opresión y de todos los conflictos antagónicos destructivos entre los seres humanos, en todo el mundo. A la luz de este análisis, la toma del poder, en un país específico, es crucial y decisiva y abre paso a más cambios radicales y a fortalecer y a avanzar más la lucha revolucionaria a través del mundo; pero al mismo tiempo, por crucial y decisiva que sea eso, es solamente el primer paso —o el primer gran salto— en una lucha general que tiene que continuar hacia el objetivo final de esta revolución: un mundo comunista radicalmente nuevo.
—Bob Avakian, Lo BAsico 3:3
Por qué nos hace falta una revolución real y cómo concretamente podemos hacer la revolución
Un discurso de Bob Avakian
En dos partes en inglés:
Lea el texto en español del discurso o sáquele impresiones
Vea los cortos (video en inglés, texto en español)
Escuche el audio de la película y las preguntas y respuestas (en inglés)
El ascenso del fascismo y la lucha en el movimiento comunista internacional
Un corto, en inglés, de la sesión de preguntas y respuestas que siguió al discurso: Por qué nos hace falta una revolución real y cómo concretamente podemos hacer la revolución