Entrevista a Mary Lou Greenberg

Romper todas las cadenas de la tradición

La China maoísta: Un vistazo al futuro

Obrero Revolucionario #1045, 5 de marzo, 2000

Los siguientes pasajes son parte de una entrevista a Mary Lou Greenberg que salió en la revista Revolution. Mary Lou Greenberg es la vocera de la rama de Nueva York del Partido Comunista Revolucionario. Militó en el movimiento de liberación de la mujer en los años 60, hizo un viaje a la China revolucionaria en 1971 y actualmente milita en la lucha por los derechos reproductivos de la mujer.

P: Tu artículo "La mujer no es incubadora" comienza diciendo que cuando fuiste a la China revolucionaria durante la Revolución Cultural en 1971, "era como estar en otro planeta. Nunca me imaginé que una mujer se pudiera sentir tan bien, que fuera posible caminar con la cabeza en alto". ¿Por qué no hablamos de eso?

R: Ultimamente he pensado mucho acerca de mi experiencia en China, con toda la cháchara de los comentaristas burgueses sobre lo que ha pasado en la Unión Soviética y sobre la tal "muerte del comunismo". En la China revolucionaria vimos uno de los más grandes avances en la historia humana. Era como embarcarse en una máquina del tiempo al futuro: no el futuro de la ciencia ficción donde la gente sigue siendo igual (los hombres son exploradores y guerreros machos que dominan a la mujer) y solo el ambiente es diferente. Me refiero a un futuro donde la gente es diferente y crea una sociedad totalmente diferente.

En China en 1971, recién pasado el apogeo de la Revolución Cultural, vimos los comienzos de un nuevo mundo. Siendo yo una revolucionaria que militaba en el movimiento de liberación de la mujer, le presté atención especial a la situación de la mujer, y desde nuestro primer contacto con las mujeres chinas supe que ahí estaba pasando algo notable. Cuando llegamos al aeropuerto de Shanghai nos recibieron unas jóvenes; nos cantaron canciones revolucionarias y representaron escenas de las nuevas óperas y obras de teatro modelos mientras esperábamos otro avión para Pekín. Estaban vestidas muy sencillamente, con chaquetas, pantalones y zapatillas de algodón, con el pelo trenzado o corto y las caras radiantes sin nada de maquillaje. ¡Y qué orgullo y confianza en sí mismas! El aeropuerto en sí también era muy diferente a los de Paquistán y Egipto, donde hicimos escala, o al de Hong Kong que vimos al regreso seis semanas después, llenos de limosneros o vendedores ambulantes. En China no vimos nada de eso.

Estar en China por seis semanas, por ejemplo en Shanghai... una de las ciudades más grandes del mundo... y que ni un hombre nos molestara o piropeara era casi increíble. Por ninguna parte vimos anuncios, carteleras, revistas o periódicos donde exhibieran a la mujer como objeto sexual. Y qué gran alivio no tener que estar constantemente en guardia como aquí, a ver si un hombre nos mira más de la cuenta, nos hace comentarios degradantes o si nos puede atacar. Las mujeres podíamos mirar de frente, a los ojos, tanto a los hombres como a las mujeres en la calle y sonreír sin que lo interpretaran como coqueteo; incluso en Shanghai, de noche, en la calle. Y me encantó no tener que pensar qué me iba a poner. La primera vez que fuimos a una tienda, todos compramos las chaquetas y zapatos típicos, y nos los pusimos todo el resto del viaje.

Vimos mujeres y hombres trabajando hombro a hombro en la industria pesada, en los muelles, en unidades militares, en las universidades y en el campo. Por todas partes nos recibían dirigentes mujeres y hombres juntos. Había menos mujeres que hombres en la mayoría de los grupos dirigentes que conocimos, pero los revolucionarios auténticos estaban librando una batalla para cambiar esa situación. Y en la esfera cultural se destacaban nuevas obras de teatro, ballets y óperas donde las mujeres figuraban como personajes centrales y fuertes, como dirigentes políticos y militares, no como el "amor", la cachonda o la dama aristocrática. Hablamos con muchas mujeres, y muchas nos citaron las consignas que popularizó el Presidente Mao: "Las mujeres sostienen la mitad del cielo" y "Los tiempos han cambiado. Todo lo que pueden lograr los camaradas hombres, lo pueden lograr las camaradas mujeres". Por otro lado, no dejaron de señalar que todavía había mucho que hacer y que persistían ideas y costumbres atrasadas que era necesario superar para liberar de lleno a la mujer. Pero a nosotras, recién salidas de las batallas de los años 60, nos parecía que estaban bien embarcados hacia el futuro con que soñábamos.

Cuando regresé a Estados Unidos leí un libro llamado Daily Life in Revolutionary China (La vida diaria en la China revolucionaria) de Maria Antonietta Macciocchi, quien cita a una joven: "Todavía hay que hacer una revolución en la familia. Tenemos que criticarla desde un punto de vista revolucionario, con la meta de destruir los cinco viejos conceptos y remplazarlos con los cinco nuevos conceptos: 1) Destruir la idea de que la mujer es inútil y remplazarla con la idea de que la mujer debe conquistar intrépidamente la mitad del cielo; 2) destruir la moral feudal de las mujeres oprimidas y de la buena madre e inculcar en su lugar el ideal del proletariado revolucionario; 3) destruir la mentalidad de dependencia y subordinación de la mujer al hombre e inculcar la firme resolución de liberarse; 4) destruir los conceptos burgueses y remplazarlos con conceptos proletarios; 5) destruir el concepto del estrecho egoísmo de la familia e imbuir a la familia del amplio concepto proletario de la nación y el mundo".

Estos cinco principios se citaban con frecuencia en la prensa y las mujeres que ella conoció se los mencionaron mucho. Los que querían un cambio los usaban como guía para dirigir la sociedad por un nuevo camino.

En China se comenzó a trabajar por la liberación de la mujer desde muchos ángulos. El trabajo fuera de la casa fue un aspecto muy importante del proceso de emancipación. Para empezar, permite que la mujer se independice económicamente del hombre. Además, hacer un trabajo útil para la sociedad en vez de quedarse siempre dentro de la casa pensando únicamente en el marido y la familia le da a la mujer un punto de vista más amplio del mundo y de la sociedad. Desarrolla la cooperación con otras trabajadoras para crear algo, para hacer que algo ocurra. Desarrolla una colectividad que no es posible dentro de los confines de una familia, de una sola casa. Refuerza la posición general de las mujeres en la sociedad como miembros valiosos y productivos, y aumenta su independencia social y económica. Todo esto es necesario en el proceso de liberación de la mujer.

P: ¿Pero cuál es la diferencia entre eso y Estados Unidos, donde muchas mujeres trabajan fuera de la casa, aunque en muchos casos no porque quieran sino porque tienen que mantener la familia?

R: Bueno, para empezar, es diferente porque en el socialismo se transforma completamente la naturaleza del trabajo. En comparación con Estados Unidos, en China pocas mujeres trabajaban en fábricas y talleres porque el nivel de industrialización era mucho más bajo. Pero allá el trabajo era muy diferente al trabajo en el mundo capitalista, como sucederá también cuando haya una sociedad socialista en Estados Unidos. En el socialismo, se sigue pagando a los trabajadores según su trabajo, mientras que en el comunismo los hombres y mujeres trabajarán voluntariamente para crear lo necesario para vivir y para que la vida sea más agradable, y recibirán lo que necesiten para vivir. El socialismo es un período de transición entre lo viejo... el capitalismo... y el comunismo futuro, caracterizado por un esfuerzo consciente por eliminar las viejas desigualdades e ideas y forjar nuevas relaciones económicas y sociales.

En Estados Unidos, así como en China hoy y en el falso comunismo de la Unión Soviética, el trabajo fuera de la casa es una doble carga para la mujer porque es agobiador, no da satisfacción, paga muy poco y después, encima, ella tiene que regresar a la casa a seguir trabajando en la cocina, la limpieza, el cuidado de los niños. Además, a menudo tropieza con otra capa de acosamiento sexual tanto en el trabajo como en el transporte, simplemente por ser mujer. Así que en el socialismo la cosa es transformar el proceso del trabajo en sí, tanto para la mujer como para el hombre. Para empezar, el trabajo es parte de hacer la revolución por todo el mundo. Oí a muchos decir: "Hago esto por la revolución mundial". Como el proletariado controlaba la sociedad, la gente consideraba que su trabajo beneficiaba no solo a su familia y ni siquiera solo a China, sino que era para reforzar la revolución por todo el mundo.

La transformación del trabajo también es parte de transformar las relaciones sociales. En las fábricas chinas, por ejemplo, la situación no era que la gran mayoría hacía el mismo trabajo deslomador día tras día, mientras un puñado de supervisores los vigilaba y les quitaba puntos por no trabajar más rápido o por hablar con un compañero. Los trabajadores se supervisaban solos y entre sí, y se esforzaban por eliminar la diferencia entre el trabajo intelectual y el trabajo manual. Esa es una de las grandes divisiones sociales que hay que superar durante el socialismo. Así, pues, tenían comités de trabajadores encargados de hacer innovaciones técnicas, de analizar problemas y resolverlos. Todo individuo podía contribuir a ese proceso, así como criticar a los dirigentes del taller, fábrica o institución. Los trabajadores sabían que realmente trabajaban juntos, que usaban los conocimientos que habían acumulado y adquirido para resolver los problemas de la planta o la fábrica, y al hacer eso contribuían a resolver los problemas de China en general, de modo que pudiera contribuir más a la revolución mundial.

Además, estudiaban constantemente para elevar su nivel político. Bajo la dirección de los revolucionarios, los miles de trabajadores de una gran planta textil de Shanghai que vimos formaron centenares de círculos de estudio. Estudiaban importantes obras marxistas como Anti-Dühring de Engels y Materialismo y empiriocriticismo de Lenin. Los trabajadores estudiaban el marxismo-leninismo con entusiasmo, para comprender mejor qué tenían que hacer para continuar la revolución y contribuir al proceso revolucionario mundial. Ese es un buen ejemplo de lo que impulsaba a la gente: no un incentivo monetario egoísta sino el incentivo de comprender y querer hacer la mayor contribución posible a la revolución. Y como vimos, ese incentivo desencadenó a las masas a tomar la iniciativa y hacer grandes transformaciones en todas las esferas de la sociedad.

Ahora, todo eso no ocurrió espontáneamente ni por arte de magia. La dirección del partido fue crucial para desencadenar esa iniciativa. Por ejemplo, en las fábricas la dirección la ejercía una combinación de técnicos/administradores, trabajadores y cuadros del partido. Esa combinación de "tres en uno" se aplicaba por toda la sociedad. Pero lo más importante, sin embargo, era la dirección general de la sociedad, que permitía que ocurrieran tales transformaciones: solo eran posibles con una vanguardia fuerte, dedicada a avanzar hacia el comunismo.

P: Háblanos un poco sobre la relación entre esposo y esposa. Una de las correas que ataba no solo al campesinado, sino al pueblo en general, en China era la autoridad patriarcal.

R: Mao habló de las "cuatro correas" que ataban al pueblo chino, especialmente al campesinado, antes de la revolución: la autoridad política, del clan, religiosa y masculina. La primera tarea de los comunistas fue desencadenar al pueblo para romper esas correas.

En todas las etapas de su vida la mujer estaba subordinada a un hombre. Las "tres obediencias" gobernaban su vida: obediencia a su padre de niña; obediencia a su marido de casada; obediencia a su hijo mayor de viuda. La única autoridad que llegaba a tener era sobre su nuera, pero por supuesto dentro de la autoridad patriarcal de la familia. Los padres arreglaban los matrimonios y casaban a sus hijas muy jóvenes para ser prácticamente esclavas del marido y los suegros. Algunas luchaban ferozmente y las tenían que llevar a la casa del novio a la fuerza. En muchos casos la muchacha optaba por suicidarse, algunas en el camino al casamiento. En 1919, durante una ola de manifestaciones de jóvenes revolucionarios, el suicidio de una joven de nombre Chao prendió protestas contra el casamiento a la fuerza. Mao Tsetung escribió sobre su suicidio y denunció a la sociedad responsable de esa tragedia. Él mismo se negó a casarse con una joven que sus padres escogieron.

Muchas niñas ni tenían oportunidad de crecer. Como los padres consideraban mucho más importantes a los varones, veían el nacimiento de una niña como una boca más que alimentar; muchas familias campesinas pasaban hambre, así que ahogaban a la niña o la dejaban por el camino para morirse de hambre o para que alguien la recogiera. Ahora, desde que se restauraron las relaciones capitalistas y de dominación del hombre, el terrible fenómeno de infanticidio de niñas ha comenzado a ocurrir de nuevo.

Si los padres tenían deudas, también podían vender una niña al terrateniente, o los matones a sueldo de este se la llevaban a la fuerza. En la ciudad la podían vender a un prostíbulo. Los terratenientes además violaban a las niñas y mujeres cuando querían.

Cuando mencioné la autoridad patriarcal, no sé si sonó como algo remoto o académico. Pero es la subyugación más brutal de la mujer, un maltrato cruel desde el momento de nacer. Un proverbio de esos tiempos para los hombres era: "Casarse con una mujer es como comprar una yegua; la montaré y la azotaré como quiera".

P: Cuéntanos cómo transformaron esas relaciones.

R: Desde el principio, los comunistas tomaron muy en serio la liberación de la mujer. En las zonas liberadas, el Partido Comunista prohibió inmediatamente la práctica de vendar los pies, arreglar matrimonios y maltratar a la mujer. Pero esas leyes no hubieran tenido ningún efecto sin la movilización de las mujeres. Los comunistas fomentaron y ayudaron a crear organizaciones de mujeres, que primero atraían a las más valientes, a las más seguras de sí mismas y más independientes. Esas mujeres se encargaban de averiguar en qué familias les pegaban a las mujeres. Iban a decirles que los tiempos habían cambiado y que eso estaba prohibido ahora, y trataban de convencer a las mujeres de ir a una reunión a denunciar públicamente su situación. Luego organizaban reuniones de todas las mujeres del pueblo y le ordenaban al marido o suegro que asistiera para responder a las acusaciones contra él. Si él no iba por su propia cuenta, iban a buscarlo y lo llevaban a la fuerza. Jack Belden y William Hinton describen esto en sus libros sobre los primeros días de la revolución china. Las mujeres llevaban el hombre a la reunión y le decían que tenía que dejar de pegarle y maltratar a su esposa, que esta era una nueva sociedad y los hombres ya no podían tratar así a las mujeres. Algunos hombres quedaban tan asombrados que prometían hacerles caso. Otros se burlaban, les escupían y decían: "¿Qué derecho tienen unas mujeres estúpidas de decirme qué hacer?" En ese caso las mujeres ejercían su autoridad proletaria y les daban una buena paliza hasta que el hombre pedía clemencia y prometía dejar de maltratar a su esposa o nuera. Después, algunos se avergonzaban de su mala conducta o tenían tanto miedo de la furia de las mujeres, o quizás las dos cosas, que cambiaban. A otros había que llevarlos varias veces ante la asociación de mujeres. Como te puedes imaginar, cuando eso comenzó a pasar, no afectó solamente a una mujer o una sola familia. Corrió la voz; se prendió gran lucha, grandes trastornos y gran caos en las familias y en los pueblos. Las mujeres actuaban de modo nunca visto; estaban cambiando una tradición que había durado siglos y siglos. Por medio de tales reuniones, las mujeres llegaron a comprender que el maltrato y los golpes no eran su "destino" personal.

Eso desencadenó a las mujeres. Al principio algunas tenían miedo y no se atrevían a denunciar al esposo, o no querían involucrarse. Pero por medio de un paciente proceso de discusión y lucha, así como del ejercicio de la autoridad proletaria, por decirlo así, más mujeres comenzaron a alzar la cabeza y no aguantaron más ese maltrato. También comenzaron a ver que el camino para que las mujeres progresaran era la revolución comunista. Cuando el Ejército Rojo de trabajadores y campesinos llegaba a un lugar, al principio los campesinos no creían que su situación pudiera cambiar: decían que sabían lo que hacen los ejércitos, siempre dispuestos a violar, saquear y llenarse sus propios bolsillos. Pero cuando las relaciones fundamentales comenzaron a transformarse y los campesinos vieron que su vida cambiaba por lo que representaba ese ejército y el Partido Comunista que lo dirigía, se volvieron fuertes partidarios de la revolución. Y las mujeres fueron de sus más fuertes partidarios.


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