Revolución #196, 28 de marzo de 2010
Apuntes del corresponsal sobre el terremoto
KATASTWÒF! – Voces desde Haití
Parte 3: Charlando en Puerto Príncipe
El 12 de enero de 2010 Haití sufrió un terremoto sumamente fuerte que devastó la capital de Puerto Príncipe. Este Katastwòf, como lo nombran en kreyol, dejó a más de 200.000 muertos. La semana después del terremoto el periódico Revolución publicó artículos importantes que desenmascararon toda la historia de la dominación estadounidense de Haití y cómo creó las condiciones de extrema pobreza y falta de infraestructura — causas directas del enorme número de víctimas mortales. Puso al descubierto el sabotaje estadounidense de la entrega de la ayuda, justificado en nombre de “asuntos de seguridad”. (Vea “Estados Unidos en Haití: Un siglo de dominación y miseria” y “Por qué murieron tantas personas en el terremoto...”.)
Para conocer más a fondo lo que realmente significaba todo eso para las masas haitianas, cómo veían la situación y cómo lidiaban con ella, enviamos un reportero a Haití 12 días después del terremoto. El siguiente artículo es de la tercera parte de una serie de páginas de su diario. Lea las entregas 1 y 2 en línea en revcom.us.
Chozas apiñadas en una colina de Puerto Príncipe. |
Después de pasar dos días en Pétionville, fui a Puerto Príncipe, la capital, donde tantas personas murieron en el terremoto. Manejamos por un sinuoso camino llamado Rue John Brown, por el heroico abolicionista blanco que comandó un ataque armado contra una base del ejército yanqui poco antes de la guerra de Secesión, con la finalidad de iniciar una sublevación de esclavos. No puedo sino pensar que en Estados Unidos, casi nunca se ve una calle con el nombre de John Brown, pero existen un sinnúmero de calles, escuelas y monumentos que llevan el nombre de los amos de los esclavos como Washington y Jefferson.
A la izquierda pasamos por impresionantes barrancas y acantilados. A primera vista me parece que veo la pura pared de roca de las montañas. Pero al fijarme, veo que las laderas escarpadas están repletas de pequeñas casas y chozas. O así lo estaban… muchas resultaron aplastadas o se deslizaron hacia abajo durante el sismo. Mi amigo Janot me cuenta que no todos los daños los causó el terremoto, pues muchas veces un aguacerazo se las lleva. Una escalera muy inclinada sale del camino en que estamos y va por una barranca que también está repleta de casas.
Ex campesino que vivía en Puerto Príncipe en el momento del terremoto. |
Durante los últimos 25 años, las personas han levantado casas donde quiera que pudieran en un esfuerzo desesperado de sobrevivir en la capital. Estas casas son pésimas y peligrosas en las mejores circunstancias, pero en el terremoto muchas se volvieron tumbas.
Es obvio que las condiciones de pobreza y hacinamiento de las ciudades de Haití son importantes factores que contribuyeron a causar la gran cantidad de muertes en el terremoto. Pero estas ciudades no siempre han estado tan hacinadas. En 1960, Puerto Príncipe, la capital y por mucho la ciudad más grande el país, tenía una población de solamente 257 mil de los 3.7 millones del país en su totalidad. Antes de 1970, más del 80% de la población aún vivía en el campo.
Pero en el momento del terremoto, 50 años después, se calcula que tres millones de la población de ocho a nueve millones del país, o sea, más de un tercio, vivían en la capital. La nueva populación consta de muchos ex campesinos que están concentrados principalmente en los mayores cinturones de miseria y la peor vivienda. Por ejemplo, en 1958 Papa Doc mandó construir Cité Soleil, hoy el mayor cinturón de miseria del país, para los jornaleros, cercar de la “Zona de procesamiento para la exportación”, y éste rápidamente llegó a ser el punto de entrada para los que recién llegaban desde el campo en busca de trabajo. En 2000, contaba con 200 mil habitantes. Para las personas como éstas, me cuenta un amigo: “La vida ya era como vivir en un terremoto”.
Destrucción en el campo
Uno de los marranos negros que fueron exterminados debido a presiones del gobierno yanqui en 1961. |
En Haití la gente conoce bastante la historia de resistencia y rebelión del país. Incluso los chiquillos pueden identificar los rostros de todos los líderes revolucionarios que aparecen en los billetes (como Toussaint Louverture y Jean-Jaçques Dessalines) y dar una explicación aproximada de su papel en la revolución. Los haitianos libraron una heroica y triunfante lucha contra la esclavitud y derrotaron a los colonizadores franceses en 1804. Esto me recuerda que por décadas, los franceses, los yanquis y otras potencias capitalistas castigaron a Haití con exclusión económica y política. Desde ese entonces, en estas condiciones Haití ha permanecido severamente subdesarrollado y pobre y lo que se ha desarrollado es un sistema opresivo de aparcería en que poderosas fuerzas en el campo con relaciones económicas a las clases altas en las ciudades venían explotando cada vez más a los campesinos.
Todo eso constituye el trasfondo del arruinamiento de la agricultura de los pequeños campesinos por el funcionamiento del imperialismo y las medidas de los organismos financieros dominados por Estados Unidos y de Estados Unidos, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Eso fue un gran factor que causó la emigración de tantas personas del campo a las ciudades. Revolución escribió:
“Hace 30 años, se cultivaba en Haití la mayoría de los alimentos que consumía la población. En 1986, el FMI le prestó a Haití 24.6 millones de dólares. Una de las condiciones del préstamo era que Haití redujera las protecciones arancelarias sobre el arroz, otros productos agrícolas y algunas industrias de producción nacional. Por eso, otros países podían competir en los mercados de Haití, especialmente Estados Unidos. Pero los campesinos haitianos no podían competir con los arroceros estadounidenses que recibían subvenciones de su gobierno… En poco tiempo en Haití el mercado interno de arroz se vino abajo y miles de campesinos tuvieron que emigrar a las ciudades en busca de trabajo… Subordinada a las necesidades del imperialismo estadounidense, se cambió dramáticamente la economía agrícola haitiana, de manera que profundizó la dependencia y desarticulación de Haití y miseria del pueblo” (“La verdad en medio de los escombros en Haití: Estados Unidos es el problema, y no la solución”, #191, 7 de febrero de 2010, en revcom.us).
Al platicar con las personas en la capital, se perfila de manera muy gráfica cómo esto afectó la vida de las masas.
Dos hermanos, Luc y Reneé, me cuenta de su emigración del campo a la capital. Luc es una figura muy convincente, pero callada. Con 71 años de edad, se mueve con cuidado y habla calladamente, con profundas reflexiones. Me cuenta acerca de sus primeros años en la zona de Gonaïves más al norte de la capital, por la costa:
“La mayoría de los miembros de mi familia eran agricultores. Sembrábamos batata, guineo, avena, caña, café y mucho arroz. El suelo rendía tanto, cuando vino la época de lluvias, eso ayudó, no más echábamos semilla y brotaron toda clase de matas. Teníamos una buena cantidad de tierras, pero mi familia no contrataba a otros ni tomaba tierras en arriendo, nosotros mismos hacíamos todas las faenas…”.
Luc y Reneé me dicen que dejaron el campo para ir a estudiar y luego se quedaron en la capital para ejercer sus oficios. Mientras tanto, la mayoría de sus familiares seguían de agricultores en la zona de Gonaïves. Pero, cuenta Reneé: “Hoy la situación ha cambiado completamente, no hay campo, no hay lluvia, no hay sembradíos en el suelo”. Luc agrega: “La situación empezó a empeorarse y la tala de los árboles causó una buena parte de eso… La gente tuvo que tumbar los árboles para hacer carbón”.
Gerard, de 50 años, me cuenta que creció alrededor del pueblo de Jacmel pero pudo obtener cierta educación, incluso en inglés. Trabajó cuatro años en un lujoso hotel en las Islas Vírgenes estadounidenses, conoció y se casó con una norteamericana ahí y tuvo una hija con ella… y luego lo arrestaron por no tener papeles. Pasó seis meses en detención en Estados Unidos y luego volvió a Haití. Una vez de regreso, se mudó a la capital porque era imposible mantenerse en contacto con su esposa o arreglar visitas con ella, desde el aislamiento del campo. Y ella tuvo que permanecer en Estados Unidos porque tenía un trabajo bueno ahí con que mantenía a los tres. Gerard dijo que cuando volvió al país, no consiguió trabajo estable y sobrevivía principalmente mediante la venta de cigarrillos al detal en la calle. Dijo:
“Después de 1986, caía cada vez menos lluvia. Eso se debe a la destrucción de los bosques… Los campesinos destruyeron los árboles a fin de quemarlos para carbón. Pero se volvieron más empobrecidos después de la matanza de los marranos haitianos en 1983. Eso ocurrió porque los norteamericanos alegaban que los marranos traían enfermedades y por tanto llamaban la campaña “control de plagas”. Además, presionaron al gobierno haitiano para que los matara y le dieron dinero por cada uno que matara.
“[Antes de eso,] los campesinos los vendían para costear los estudios de sus hijos, construir una casa, comprar semilla y abono… En ese entonces yo tenía 24. Tuve un marrano de unos cuatro meses de edad, de medio metro de alto y dos de largo. Me ofrecieron tres dólares por él. ¡Tres! Eso me hizo llorar, ése era el marrano con que yo empezaba mi vida. Yo no era una persona política, pero eso me hizo llorar, me dio tristeza, ‘¿por qué hacen eso?’
“Costaba unos $150 comprar un cochinillo. Podías darle de comer sobras, comida quemada, desechos cerealeros de la producción de harina mezclados con agua… no era necesario gastar dinero para alimentarlo. Nuestros marranos estaban muy callados. Y nos ayudaban, husmeando en el suelo con el hocico y desbrozándolo de modo que ahí era posible sembrar batata, guineo, papa. Y abonaban los cultivos. Después de que los norteamericanos se llevaron todos nuestros marranos, llegaron a vendernos sus propios marranos. Esos marranos necesitaban albergues especiales para protegerse del calor, era necesario gastar mucho dinero en eso, y vivían mejor que nosotros.
“Mi papá tenía mucho árbol, y [en nuestra juventud] nosotros solíamos sembrar muchos. Pero fui a ver los terrenos el año pasado y no había nada. Cuando tumban los árboles, eso causa erosión y hace que se detengan las lluvias, y luego cambia el suelo de modo que los árboles no puedan crecer. Pero los campesinos no tuvieron opción una vez perdidos los marranos, ninguna otra forma de sobrevivir, de costear los estudios de sus hijos. Se vende a $120 un saco de carbón [el principal combustible para cocina en las ciudades]. Los campesinos sabían que estaba mal tumbar los árboles, pero cuando estuvieran en necesidad, no tenía opción salvo talarlos y vender carbón.
“Yo mismo solía participar en una gran organización que nos enseñaba cómo sembrar árboles. Todos los años yo sembraba de 100 a 150 árboles. Mi papá nunca talaría un árbol vivo; esperábamos que no sólo hubiera muerto sino que se hubiera secado, que no tuviera vida. Cuando alguien talara un árbol vivo, eso hizo que yo quería llorar. Me gustan los árboles, yo daba de comer a mis árboles como a un niño. Dejó mi país en 1985 y estaba cubierto de árboles; cuando volví, era como un desierto”.
Continuará
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