Pasar al contenido principal

Del Capítulo 3: "El mundo se va abriendo" (Autoridad arbitraria - Umpire),

de una autobiografía de Bob Avakian

From Ike to Mao and Beyond
My Journey from Mainstream America to Revolutionary Communist

Autoridad arbitraria

Aunque en la escuela primaria fui guardia peatonal, desde muy temprana edad internalicé la idea de que la autoridad arbitraria no merece respeto. Mis padres me transmitieron una fuerte convicción de que no hay que seguir a los que demandan obediencia a ciegas, encarnados por el policía que nos daba instrucción militar para ser guardias peatonales o por un dictador militar. No creo que lo hayan expresado directamente, pero ese es uno de los valores que aprendí de ellos.

Me acuerdo de un profesor de matemáticas de la secundaria que nos castigó a dos amigos y yo un día después de clases porque estábamos molestando. Se puso a leernos la cartilla y uno de mis amigos se rió de nervios. Él gritó: "¿Te parece chistoso?" Después lo agarró por el cuello, se lo apretó y casi lo tira por la ventana del segundo piso. Yo odiaba desde niño esa clase de autoridad arbitraria y dictatorial; iba contra todo lo que me parecía valioso y respetable.

Otra cosa que internalicé de mi familia, especialmente de mi padre, es que la Constitución nos da ciertos derechos y que debemos defenderlos; que si tratan de pisotear nuestros derechos debemos oponernos. A mi manera de ver, eso era lo que hacía con muchos profesores. Ellos ejercían una autoridad arbitraria, imponían su voluntad en la clase, no eran flexibles. Era la actitud típica de los maestros de los años 50, así que yo tenía muchos conflictos con ellos.

Pero una vez, cuando tenía 13 años, apliqué lo que me enseñó mi papá... y me metí en un gran problema en la casa. Un día que regresaba del parque en bicicleta tomé un atajo que pasaba por mi antigua escuela primaria. El camino no era propiedad de la escuela; era una acera pública, un camino pavimentado entre dos calles que pasaba al lado de la escuela. En la escuela estaban dos amigos míos y paré a jugar un rato con ellos. Algo que nos gustaba hacer era subir al techo de la cafetería, pero sabíamos que estaba prohibido y que nos echarían. Nos quitamos los zapatos y los tiramos al techo, y después nos trepamos dizque a buscarlos. Eran las 5 de la tarde y la única persona que estaba era el conserje. Ahora que pienso en esa situación, entiendo que a él le dio mucho susto vernos ahí; por una parte nos podíamos hacer daño y por otra parte le podían echar la culpa a él. Así que se puso a gritarnos que nos bajáramos del techo y nosotros le contestábamos que teníamos que buscar los zapatos porque ¡alguien los tiró al techo! Pero él seguía insistiendo que bajáramos. Cuanto más nos gritaba que bajáramos, más nos resistíamos. Finalmente dijo: "Si no bajan de inmediato, voy a llamar a la policía". Y en ese momento, sí bajamos.

Resulta que él ya había llamado a la policía y llegó un agente. Mis amigos se habían ido, pero yo decidí mantenerme firme. Estaba parado en el caminito cerca de la escuela que no era propiedad de la escuela. El policía se puso a regañarme por subirme al techo: "Sabes que no te puedes subir al techo". Yo contesté: "Bueno, ya me bajé; subí a buscar mis zapatos pero ya me bajé". Entonces se dio cuenta de que no tenía puestos los zapatos y me dijo: "¿Qué es esto, ni siquiera te pones zapatos?" Me insultó y me dijo que me fuera para mi casa. Yo le dije: "No me puede decir que me vaya para la casa. Me puede decir que me salga de la escuela, pero no me puede mandar para la casa; esto es propiedad pública y puedo hacer lo que quiera; no me puede mandar a la casa". Discutimos un rato y después se subió al carro y se fue.

Yo me subí a la bicicleta y me encaminé a casa. A mitad de camino vi que mi papá venía hacia mí en el carro. Cuando paró, yo me bajé de la bicicleta y me fui corriendo a decirle: "Papá, papá, un policía no me puede mandar a la casa si estoy en propiedad pública, no me puede decir qué hacer, ¿verdad?" Mi padre me dijo: "Más vale que te vayas para la casa". Ahí mismo me di cuenta de que estaba en aprietos. Cuando llegué a casa repetí todo lo que pasó y recalqué: "Está bien, no me he debido subir al techo, pero me bajé y estaba en propiedad pública; estaba defendiendo mis derechos porque ese policía no tenía derecho de mandarme a la casa".

Resulta que lo que más molestó a mis padres de todo esto fue que pasaron una vergüenza en frente de los vecinos de su barrio clasemediero porque un policía fue a la casa a decirles que su hijo se estaba portando mal. Todos los vecinos se dieron cuenta. Un policía fue a decirle a mi padre, un abogado respetable, que su hijo andaba haciendo algo malo. Encima, el policía le dijo: "Bueno, estamos acostumbrados a ver esta actitud en los muchachos del oeste de Berkeley" —es decir, del ghetto—, "pero no en los muchachos de por aquí".

En vez de apoyarme, mis padres se avergonzaron y me obligaron a escribirle una carta de disculpas al policía. Yo me negué y me negué, pero mi vida iba a ser un infierno en la casa si no lo hacía y finalmente me hicieron escribir la carta. ¡Y yo estaba defendiendo mis derechos! En ese momento francamente me sentía orgulloso de que me asociaran con los jóvenes del oeste de Berkeley porque, pensaba, ellos sí saben defender sus derechos; me parecía que me ponían en buena compañía. Pero mis padres estaban horrorizados. Eso me hizo sentir terrible y se me fueron a los pies porque me parecían hipócritas. Ellos me enseñaron todo eso. ¿Dónde aprendí que uno debe defender sus derechos? ¿Dónde aprendí a decirle al policía que tenía el derecho constitucional de ir a donde quisiera, y que él me podía decir que no entrara a la escuela pero que no me podía decir que me fuera a la casa si estaba en propiedad pública? Me lo enseñaron mis padres, en particular mi papá, con todo el derecho que nos enseñó por medio de sus anécdotas, en conversaciones que teníamos sobre la Constitución y demás. Y ahora se volteaban contra mí cuando yo lo ponía en práctica. Fue una experiencia traumática, pero por otra parte me resultó útil el resto de mi vida, en serio.

Como dije, por un tiempo este incidente hizo que estimara menos a mis padres. Pero tengo que darles crédito porque después reconocieron que cometieron un error y se criticaron. Mi padre, con mucha pesadumbre pero también con cierto orgullo por haber aprendido algo, contaba esta anécdota desde el punto de vista de que su postura fue incorrecta. Pasaron muchos años antes de que reconocieran que yo tenía la razón y ellos no, pero finalmente lo reconocieron…

***

Umpire

En la secundaria dejé de jugar béisbol; a veces iba a ver partidos, pero ya el béisbol no me entusiasmaba como antes y no me parecía tan emocionante como el baloncesto, el fútbol americano o las competencias de pista. Pero recuerdo muy claramente una anécdota sobre un partido de béisbol que da un indicio de la situación social.

Desde que entré a la secundaria, tenía fama en mi escuela, inclusive entre los niños mayores, de saber mucho de deportes. Un día había un partido de béisbol del equipo de noveno grado de mi escuela, Garfield, con el equipo de Burbank Junior High, que era una escuela principalmente de jóvenes negros, con unos cuantos latinos. El equipo invitado llegó después de clases listo para jugar, pero no había umpire y parecía que el partido se iba a cancelar. Entonces unos jóvenes del equipo de mi escuela se me acercaron y me preguntaron que si servía de umpire. Tontamente, yo dije que sí.

Yo era el único umpire; normalmente aun en esos partidos de secundaria hay por lo menos dos o tres umpires, pero ese día yo estaba solo: me paraba detrás del pitcher y anunciaba si era "bola" o "strike" y también tenía que cubrir las otras bases. Si el bateador le daba a la pelota y corría a primera base, yo tenía que ir y decir si era "safe" o "out"; y si otro jugador corría a otra base, yo tenía que correr con él y decir si era "safe" o "out".

Bueno, el partido llegó al último inning y el equipo de mi escuela iba ganando por dos carreras. El otro equipo tenía dos jugadores en bases y le llegó el turno al siguiente bateador en un momento dramático: dos outs, el último inning y dos jugadores en bases. El bateador bateó la pelota hacia la izquierda, mucho más allá del fielder, y los jugadores comenzaron a correr a las bases. Uno llegó a home, el segundo también y ahora la pregunta era si el bateador iba a dar la vuelta entera y llegar a home. Yo corría al lado de él. El outfielder de mi escuela finalmente atrapó la pelota, se la tiró al infielder, éste se volteó y se la tiró al catcher en home plate. El bateador de Burbank llega corriendo y se desliza en medio de una nube de polvo. El partido está en el aire, yo estoy parado ahí, todo mundo me mira y tras un momento grito: "Safe!" Todos mis compañeros de escuela se enfurecieron conmigo.

Mi decisión fue correcta porque si hay duda o si hay empate, uno debe decir "safe". Había tanto polvo que no se podía ver y el bateador estaba en el home o muy cerca. Así que tomé la decisión que me pareció honesta, pero mis compañeros me acusaron de que me dejé amilanar por los de la otra escuela y no me hablaron por mucho tiempo.

memoir-front.jpg

 

Escuche 
las lecturas de Bob Avakian de su autobiografía (en inglés)

Lea 
pasajes de la autobiografía en español

Pedir 
Pida el libro a Insight-Press.com