Bob Avakian escribe que una de las tres cosas que tiene “que ocurrir para que haya un cambio duradero y concreto hacia lo mejor: Las personas tienen que reconocer toda la historia propia de Estados Unidos y su papel en el mundo hasta hoy, y las correspondientes consecuencias terribles”. (Ver "3 cosas que tienen que ocurrir para que haya un cambio duradero y concreto hacia lo mejor").
En ese sentido, y en ese espíritu, “Crimen yanqui” es una serie regular de www.revcom.us. Cada entrega se centrará en uno de los cien peores crímenes de los gobernantes de Estados Unidos, de entre un sinnúmero de sanguinarios crímenes que han cometido por todo el mundo, de la fundación de Estados Unidos a la actualidad.
La lista completa de los artículos de la serie Crimen Yanqui
EL CRIMEN:
En abril de 1898, Estados Unidos le declaró la guerra a España, lanzando así la guerra hispano-estadounidense. En agosto, cuando enfrentaba la derrota, España permitió que Estados Unidos se apoderara de Manila. Para fines de 1898, España se vio obligada a cederle a Estados Unidos sus colonias de Cuba, Guam y Puerto Rico, y le vendió las Filipinas por $20 millones.
A principios de 1899, cuando se hizo claro que Estados Unidos no tenía la menor intención de permitir que las Filipinas fuera independiente, Emilio Aguinaldo, que había dirigido la rebelión popular contra los españoles, lanzó una nueva guerra de independencia contra los imperialistas yanquis. La guerra y ocupación de las Filipinas duró de 1899 hasta 1902. Estados Unidos mandó más de 126.000 soldados estadounidenses para reprimir la rebelión popular en masa del pueblo filipino, librando guerra contra enormes sectores de la población. Según un relato: “era común ver aldeas enteras incendiadas y poblaciones enteras encarceladas en campos de concentración. No tuvieron piedad con los prisioneros filipinos, a muchos de los cuales les dispararon”.
Los ocupadores yanquis torturaron a los rebeldes, suprimieron organizaciones de obreros y campesinos, quemaron cosechas y reservas de alimentos, e hicieron ejecuciones en masa, a menudo a garrotazos o pasándoles por las bayonetas. A veces encarcelaron a los filipinos que se negaron a jurar lealtad a la bandera yanqui.
La consciente política estadounidense de llevar a cabo masacres se emitía desde la cúpula. En 1901, los soldados yanquis se desquitaron por la derrota de una de sus guarniciones en la isla de Samar, matando a todos los hombres mayores de 10 años y a muchas mujeres y niños también. Un mayor de la marina yanqui informó: “El general [Jacob] Smith me ordenó matar e incendiar, y que cuanto más yo matara e incendiara tanto más feliz se sentiría él; que no era el momento para tomar presos, y que me incumbía convertir la isla de Samar en un desierto en llamas”. Cuando el mayor le preguntó al general qué debería ser el límite de edad para matar, el general contestó: “A los mayores de 10 años”.
Se calcula que, en esta guerra yanqui de conquista, mataron a entre 250.000 y un millón de filipinos — en combate y por la enfermedad y la hambruna. La barbaridad de la guerra estadounidense está grabada en las fotos de soldados yanquis trepados sobre montos de calaveras y huesos de filipinos que habían masacrado, amontonados en fosas comunes.
Los militares yanquis torturaban, incluso con la técnica del submarino (waterboarding). El teniente estadounidense Glover Flint describió cómo torturó a 160 personas con esa técnica, y que solo 26 de ellas sobrevivieron: “Al hombre se le tumba al suelo y unos tres o cuatro hombres lo sujetan sentándose o parándose sobre sus brazos y piernas para someterlo; luego con el cañón de una pistola o un rifle o una carabina o un palo… se lo clava entre las mandíbulas que se abren a la fuerza…. En el caso de ancianos he visto que se les caen los dientes…. Lo somete y de una jarra se empieza a verter agua sobre la cara que va entrando a la garganta y a la nariz; y no se para hasta que el hombre indique algo o pierda el conocimiento. Y cuando pierde la conciencia simplemente se los hecha a un lado y se les permite recomponerse.… No hay duda alguna de que sufre muchísimo. Debe ser el sufrimiento del hombre que se está ahogando, pero que no se puede ahogar…”.
El autor Mark Twain dijo que en las Filipinas, Estados Unidos “los había enterrado; les había destruido los campos, incendiado las aldeas y dejado en la intemperie a las viudas y huérfanos; impuesto la congoja al exiliar a unas docenas de patriotas insolentes; subyugado a las decenas de millones de personas que quedaban…”.
LOS CRIMINALES
El presidente William McKinley (mandato de 1897 a 1901) dio la orden de invadir a las Filipinas. El general Jacob Smith, que encabezó la invasión estadounidense de las Filipinas, ya había participado en la previa masacre en Estados Unidos en 1891 de 350 hombres, mujeres y niños indígenas lakota en Wounded Knee. El general Franklin Bell ordenó la destrucción de “seres humanos, cosechas, reservas de alimentos, animales domésticos, viviendas y barcos”. El general Frederick Funston se jactaba abiertamente de haber ahorcado sin juicios a 35 filipinos sospechosos de apoyar a los rebeldes. El mayor Edwin Glenn informó que obligó a 47 presos filipinos a arrodillarse y “arrepentirse por sus pecados” antes de matarlos con bayonetas o a porrazos. El general William Shafter declaró que podría ser necesario matar a la mitad de la población filipina para imponer una “justicia perfecta” a la otra mitad. Según un relato, toda la fuerza militar estadounidense consideraba cualquier resistencia filipina a la ocupación yanqui como “un insulto a la identidad blanca y al ser blanco”.
LA COARTADA
En enero de 1903, el presidente William McKinley le dijo a la revista Christian Advocate [Defensor Cristiano] cómo tomó la decisión de invadir y ocupar las Filipinas: “Nos llegaron, como un regalo de los dioses, no sabía qué hacer con ellos…. Más de una noche he caído de rodillas y he suplicado luz y guía al Dios Todopoderoso. Y una noche, tarde, me llegó de esta manera — no sé cómo, pero la recibí: (1) Que no debemos devolverlas a España, lo que sería cobarde y deshonroso; (2) que no debemos entregarlas a Francia y a Alemania, nuestros rivales comerciales en el Oriente, lo que serían males negocios e indigno; (3) que no debemos dejárselas a los filipinos, que no están dignos del autogobierno y pronto sufrirían peor desorden y anarquía que bajo el gobierno de España; y (4) que no tenemos más remedio que aceptar a todos los filipinos y educarlos y elevarlos y civilizarlos y cristianizarlos, y por la gracia de Dios hacer todo lo que podamos por ellos, como prójimos por quienes Cristo también murió”.
El historiador William Loren Katz escribió: “Tanto a los oficiales como a los conscriptos — y a la prensa— se les aconsejaba ver el conflicto por el lente de la ‘superioridad blanca’, tal como veía sus victorias sobre los indígenas norteamericanos y los afroamericanos. La ocupación de las Filipinas se dio durante el auge de la segregación, los linchamientos y una triunfante ideología de supremacía blanca en Estados Unidos”.
Los militares yanquis llevaron a cabo la conquista y “pacificación” del pueblo filipino con la misma ideología y justificación racistas con que llevaron a cabo las guerras genocidas contra los indígenas norteamericanos, las fuerzas estadounidenses llamándoles a los filipinos “niggers”, “bárbaros” y “salvajes”.
EL VERDADERO MOTIVO
A pesar de lo que dijo McKinley, la verdad es que los españoles ya les habían “convertido” a los filipinos a la cristiandad (al catolicismo) 300 años antes, cuando ellos colonizaron las Filipinas. Lo que en realidad dictaba las acciones de Estados Unidos a fines del siglo 19 y principios del 20 era la transformación del capitalismo en imperialismo, y que las principales potencias capitalistas estaban cada vez más obligadas a operar a nivel mundial y luchar entre sí por el control de regiones, recursos, mercados y colonias para explotar en los países oprimidos o “no desarrollados” de Asia, África, y América Latina.
La guerra hispano-estadounidense y la conquista estadounidense de las Filipinas marcaron el ascenso sanguinario del imperialismo estadounidense. Estados Unidos se apresuró para apoderarse de las colonias de España para impedir que otros rivales lo agarraran. La conquista de las Filipinas fue clave en forjar el imperio estadounidense, porque es una puerta y puesto de avanzada en Asia, un país con gente para explotar y recursos para saquear.
McKinley mismo señaló los motivos imperialistas para la conquista estadounidense de las Filipinas cuando le dijo al Christian Advocate que no podía entregar las Filipinas “a Francia y a Alemania, nuestros rivales comerciales en el Oriente, lo que serían males negocios e indigno”. El senador Albert Beveridge dejó las cosas aún más claras cuando en un discurso del 9 de enero de 1900 dijo: “Las Filipinas son nuestras para siempre…. Y tan sólo un poco más allá de las Filipinas están los ilimitados mercados de China…. No renunciaremos a nuestra parte en la misión de nuestra raza, administradora, bajo Dios, de la civilización del mundo…. Las Filipinas nos provee una base en la puerta de entrada a todo el Oriente…”.
Fuentes:
Vestiges of War—The Philippine-American War and the Aftermath of an Imperial Dream 1899-1999 [Vestigios de guerra — La guerra filipina-estadounidense y las secuelas de un sueño imperial 1899-1999], Angel Velasco Shaw y Luis H. Francia, eds. (NYU Press, 2002)
“U.S. WAR CRIMES IN THE PHILIPPINES” [CRIMENES DE GUERRA DE ESTADOS UNIDOS EN LAS FILIPINAS], World Future Fund
“Manifest Destiny Continued: McKinley Defends U.S. Expansionism” [La continuación del Destino Manifiesto: McKinley defiende el expansionismo estadounidense], historymatters.gmu.edu
La otra historia de los Estados Unidos, Howard Zinn (Seven Stories Press, December 13, 2011)