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Crimen Yanqui Caso #53: El genocidio de los indígenas de California, 1846-1873

Bob Avakian escribe que una de las tres cosas que tiene “que ocurrir para que haya un cambio duradero y concreto hacia lo mejor: Las personas tienen que reconocer toda la historia propia de Estados Unidos y su papel en el mundo hasta hoy, y las correspondientes consecuencias terribles”. (Ver "3 cosas que tienen que ocurrir para que haya un cambio duradero y concreto hacia lo mejor").

En ese sentido, y en ese espíritu, “Crimen yanqui” es una serie regular de www.revcom.us. Cada entrega se centrará en uno de los cien peores crímenes de los gobernantes de Estados Unidos, de entre un sinnúmero de sanguinarios crímenes que han cometido por todo el mundo, de la fundación de Estados Unidos a la actualidad.

La lista completa de los artículos de la serie Crimen Yanqui

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Este dibujo llamado “Protecting the Settlers” (Protegiendo a los colonos) acompañó un artículo de la revista Harper's New Monthly Magazine en 1861 que describió el asesinato en masa del pueblo Yuki en Round Valley, California.

El crimen

De 1846 a 1873, el gobierno estadounidense y los colonos blancos cometieron un genocidio en masa contra la población indígena californiana. En 1846, antes de la fiebre del oro de 1848, 157.000 personas vivían en California, de las cuales 150.000 eran indígenas. Era la población indígena más densa y más diversa en Estados Unidos. Ya para 1873, quedaron vivos solamente 30.000 indígenas, y en 1880, sólo 16.277.1

Esta limpieza étnica masiva resultó de los asesinatos genocidas de la población indígena a mano de los soldados estadounidenses, milicias estatales voluntarios, y vigilantes. Estos incluyeron masacres grandes que arrasaron con aldeas enteras, matanzas de grupos, matanzas individuales, la muerte de miles por inanición, y la muerte de miles por enfermedades mientras estaban presos en fuertes estadounidenses o en reservas indígenas federales.

En An American Genocide: The United States and the California Indian Catastrophe (Un genocidio estadounidense: Estados Unidos y la catástrofe indígena californiano, Benjamin Madley documenta la matanza de miles de norteamericanos nativos a base de documentos históricos.

He aquí los datos de algunas de las mayores masacres que eran parte de la campaña contra la población indígena de California.

La masacre del río Sacramento de 1846

En 1846, California seguía bajo el control formal de México, pero las fuerzas armadas estadounidenses y colonos blancos norteamericanos ya habían empezado a luchar por el control del territorio que se convirtiera en un estado de Estados Unidos en 1850.

El 30 de marzo de 1846, el capitán John C. Frémont, junto con 60 blancos fuertemente armados y vestidos de piel de ante, el guía Kit Carson, varios indígenas Delaware (Lenape), y algunos voluntarios de un punto de trueque cercano, avanzaron río arriba por el río Sacramento hacia tierras habitadas por el pueblo Wintu en una región unos 145 km al noroeste de lo que después sería la ciudad de Sacramento.

El 5 de abril, esta banda de 76 hombres emperrados en matar a indígenas llegaron a un lugar que se convertiría en la ciudad de Redding en el valle alto del Sacramento. Esta región de varios cientos de kilómetros cuadrados les abastecía a más de 5.000 Wintu con una abundancia de comida. A pesar de tener algunas contradicciones con otras tribus en la región, los Wintu era pacíficos y habían forjado relaciones mutuas de intercambio con las otras tribus.

Ese día, los Wintu, entre ellos mujeres y niños que por lo general no tenían armas, se habían reunido en las riberas del río Sacramento para pescar salmón y prepararlo para la comida. A base de estimados documentados, Madley declara que “mil o más Wintus estuvieron ahí ese día”.

El río estaba crecido ese día, por lo que hubiera sido demasiado peligroso que los Wintu trataran de cruzarlo. Las fuerzas de Frémont los rodearon y de ahí “lanzaron un asalto bien planeando sin provocación de un tipo que más tarde sería común en California… dieron el orden de no pedir ni dar piedad”. El alcance de los rifles era de 180 metros, mucho más lejos de lo que pudiera alcanzar una flecha.

Después de que balacearan y mataran a muchos Wintu, Frémont dio el orden para la segunda fase del ataque. Como explicó Madley, esto “sería la segunda fase de muchas masacres californianas… un asalto militar detalladamente ejecutado” por una avanzadilla que tiraría una ráfaga tras otra desde cerca.

La tercera fase del ataque era matanza de mano a mano con sables, pistolas y cuchillas de carnicero. Se reportó que “los indios, indias y sus bebés fueron balaceados como ovejas, y esos hombres no se detuvieron mientras encontraran a uno vivo”.

Los Wintu que sobrevivieron las primeras tres fases del ataque trataron de retirarse a pie al río, las llanuras, y las laderas. De ahí Frémont realizó la cuarta fase. Kit Carson y sus hombres, los indígenas Delaware, montados a caballo, persiguieron a los que se retiraron por las llanuras y “literalmente abrieron brecha por entre los indígenas huidos a hachazos”. A los que trataron de cruzar el río los acribillaron.

Un testigo ocular, William Isaac Tustin, reportó sobre lo que presenció. Según Madley, “Si Tustin acertó, la fuerza de Frémont mató hasta 1.000 hombres, mujeres, y niños indígenas californianos, en lo que puede haber sido una de las más grandes, pero menos conocidas masacres en la historia estadounidense”. Se reportó que ni un solo hombre de Frémont fue muerto ni tan siquiera herido durante la masacre.2

La masacre de Bloody Island (la Isla Sangrienta), el 1 al 15 de mayo, 1850

Charles Stone y Andrew Kelsey era dos de los primeros colonos blancos en la región de Clear Lake en el norte de California, unos 160 km al norte de San Francisco. Se convirtieron en latifundistas con tierras transferidas a los colonos de las tribus indígenas locales. Al subir los precios de esclavos afroamericanos, estos colonos en California pudieron comprar indígenas a bajos precios como “aprendices” forzados (básicamente esclavos) para que laboraran en sus ranchos.

Era sabido que Stone y Kelsey torturaron y mataron a muchos de sus esclavos indígenas. Violar a las mujeres y niñas indígenas les era pan de cada día.  Se reportó que “asesinaron a los indígenas sin límites ni piedad”.3

Cuando se desaparecieron un caballo y un buey del rancho de Andrew Kelsey, se les echó la culpa a dos indígenas. Éstos sabían que Stone y Kelsey sacarían venganza por ello. Al principio ellos iban a pagar a Stone y Kelsey, pero luego decidieron que lo mejor sería matarlos. Madley escribió que estos dos indígenas “no pudieron haberse imaginado la enormidad del asesinato en masa vengativo que matar a Stone y Kelsey provocó. En sólo cinco meses, entre diciembre de 1849 y mayo de 1859, vigilantes y soldados estadounidenses matarían a hasta 1.000 indígenas, o más, en cuatro condados del norte de California”.

La primera ola de asesinatos comenzó el día de Navidad de 1849, cuando el Primer Teniente John W. Davidson dirigió al combate a 1º Dragoons, una unidad de caballería para combatir a indígenas. Las filas de 1º Dragoons habían incluido a personas como Nathan Boone (hijo de Daniel Boone) y Jefferson Davis, que más tarde fuera presidente de la Confederación (esclavista). Montados a caballo, acribillaron a un grupo de indígenas, mataron a muchos e hirieron a otros, [Los 1º Dragoons, o el 1º Regimiento de los Dragoons, fue formado como una unidad de caballería en el oeste de Estados Unidos. Aparte de combatir a indígenas, desempeñaron un papel importante en las batallas durante la Guerra Estados Unidos-México. No fue formado específicamente para combatir a la población indígena.]

Davidson vio a otro grupo de indígenas en una isla en Clear Lake. Quería atacarlos, pero sus tropas estaban cansadas, así que se retiró y planeó un ataque más tarde en la primavera.

La población local se impacientó por la falta de acción de las fuerzas armadas estadounidenses, por lo que organizaron acciones vigilantes. Estas fueron la segunda ola de asesinatos en masa, de febrero a marzo de 1850. Estos vigilantes atacaron y mataron a indígenas indiscriminadamente. Según un reporte, “una partida de estadounidenses vino desde Sonoma para vengarse con los indígenas en general por el asesinato de Kelsey… Esta partida venía en camino hacia Soscal para atacar a los indígenas ahí, pero los rechazó otra partida de hombres blancos en Napa, que impidió que ellos cruzaran en el ferry. De ahí regresaron a Calistoga, y asesinaron a sangre fría a once indígenas inocentes, de jóvenes a viejos, al salir éstos de su ‘temazcal’ (cabaña de sudar), y quemaron sus cabañas juntas con los cadáveres”.

Los blancos que detuvieron a los vigilantes eran parte de un grupo de rancheros “motivados por la convicción moral e intereses económicos para defender a los indígenas bajo ataque… Los [indígenas]… también eran seres humanos, y algunos de la población no indígena consideraron ‘crueles’ las acciones vigilantes”. Sus acciones resultaron en los arrestos de algunos de los vigilantes, que no fueron declarados culpables, pero esto logró parar a muchos de los asaltos vigilantes.

De ahí, se aprobó la tercera ola de asesinatos de masa, el plan Davidson. Dirigida por el comandante de expedición y capitán nominal Nathaniel Lyon, la Compañía C del 1º Dragoons, junta con un destacamento de la 3ª Artillería y destacamentos de la 2ª Infantería del ejército, emprendieron marcha para Clear Lake “con órdenes de proceder contra los indios de Clear Lake y exterminar si fuera posible la tribu [Pomo]”.

Después de marchar durante siete días, llegaron en Clear Lake el 11 de mayo. El 15 de mayo atraparon al pueblo Pomo en la isla en Clear Lake. Lyon ordenó a sus hombres a matar a sus dos guías indígenas – balearon a uno y colgaron al otro.

Su orden original de Lyons era de no negociar. Los Pomos se reunieron con los soldados pacíficamente, porque creían que iban a negociar. Pero una vez que se dieran cuenta que esto no era posible, algunos hombres indígenas intentaron impedir que las fuerzas de Lyon llegaran a la isla. De ahí, las tropas atacaron y masacraron a los Pomos.

En un artículo 13 días más tarde en el Daily Alta California, un capitán del ejército describió el ataque:

“Arrojaron… un fuego destructivo indiscriminadamente sobre hombres, mujeres, y niños. ‘Cayeron’, dijo nuestro informante, ‘como zacate al pasar la hoz’. Se encontraron con poca o ninguna resistencia, y el trabajo de la carnicería duró poco. Los gritos de las víctimas masacradas se desvanecieron, el rugido de los mosquetes… cesó; y quedaron tirados muertos sobre el suelo de su valle natal los cadáveres ensangrentados es estos indígenas – ninguno fue perdonado ni por el sexo ni por la edad; se obedeció de manera aterradora el orden de exterminación”.4

El ejército rechazó este informe y trató de dar carpetazo a la masacre. Pero William Rhalganal Benson, un Pomo, desmintió el encubrimiento, declarando:

 “Mataron a muchas mujeres y muchos niños alrededor de esta isla. Una anciana una (indígena) contó lo que vio mientras se escondía en una ribera, bajo unos juncos colgantes. Dijo que vio a dos blancos que venían con sus rifles en el aire, y en sus rifles traían colgada a una niña. La trajeron al arroyo y la arrojaron al agua … a poca distancia, ella dijo, yació una mujer que estaba baleada en el hombro, tenía a su bebito en los brazos. Dos hombres blancos vinieron corriendo hace la mujer y el bebé, apuñalaron a la mujer y al bebé, y arrojaron a los dos por encima de la ribera al agua. Dijo que oyó a la mujer decir, Ay ay mi bebito; dijo que cuando [los sobrevivientes] recogieron a los muertos, encontraron que todos los chiquillos murieron apuñalados, y muchas de las mujeres también murieron apuñalados… Le llamaban el arroyo de la isla. (Ba-Don-Bi-Da-Meh).”5

En Clear Lake en julio de 1850, el mayor Edwin Allen Sherman dijo, “Eran por lo menos cuatrocientos los guerreros matados y ahogados en Clear Lake y un número igual de mujeres y niños indios que se arrojaron al lago y se ahogaron… Pues en total, alrededor de 800 indios encontraron una tumba acuática en Clear Lake”.

“Si la estimación de Sherman es correcta”, declara Madley, “el ataque del 15 de mayo de 1850 podría ser clasificado como uno de las masacres a indígenas más letales en la historia de Estados Unidos y sus antecedentes coloniales. Según los cálculos de Sherman, excedería el asesinato de 260 a 300 Hunkpapas y Miniconjous en Wounded Knee en 1890, sobrepasaría la masacre de 400 a 700 Pequots en Mystic, Connecticut, en 1637, e igualaría la matanza de 600 a 800 indígenas Pueblo en Acoma, Nuevo México, en 1599”.6

Masacre Yontocket en 1853

En primavera de 1853, vigilantes mataron a varios indígenas Tolowa en Battery Point en la parte más norte del California (donde hoy se encuentra Crescent City). Los vigilantes agredieron a los indígenas después de que uno de ellos fue visto con una pistola.

En fines de agosto de ese año, en Yontocket en la costa de California cerca de su frontera actual con Oregón, el pueblo Tolowa se reunieron con los Yurok y varias otras tribus del suroeste de Oregón. Las tribus cumplían un peregrinaje espiritual para rezar en la tierra sagrada de Yontocket, a la cual las tribus consideraban el centro de su universo.

Un grupo grande de vigilantes blancos bajo la dirección de J.M. Peters se organizó para atacar a los Tolowa porque creía que el conclave en Yontocket incluía a algunos sobrevivientes de la masacre en Battery Point.

Muy de mañana, Peters y sus vigilantes rodearon la aldea donde los Tolowa estaban durmiendo, y abrieron fuego sobre sus tiendas de campaña. Cuando los Tolowa trataron de escapar, fueron acribillados desde todos lados de su campamento. Los vigilantes quemaron por completo a Yontocket, y más tarde Peters anunció que “casi ningún indio quedó con vida”. Calificó su ataque de “un saturnal de sangre”.

En ese entonces, no reportaron cuántos murieron.

En 1963, un Tolowa de 87 años, Eddie Richards, relató las historias de la masacre que le habían contado sus parientes y un testigo ocular. Dijeron que “centenares y centenares” de indígenas fueron masacrados en Yontocket:

 “Los blancos los rodearon por todos lados… Cada vez que alguien salga, nunca entra de nuevo… Prendieron fuego a la casa, la casa de los indígenas. Uno podría ver que les cortaron la cabeza. Les clavaban sus cosas; pronto los recogían y los arrojaron derechito al fuego. Alguna gente trataba de huir bajándose por la ciénaga. En cuanto se bajen, si no los alcanzan luego luego, los alcanzan desde el otro lado cuando suban. Echarles un balazo ahí mismo, esperándolos”.7

El sobreviviente dijo a Richards, “el agua estaba roja de sangre simplemente, y los cadáveres flotaban por todas partes”.

Otra anciana Tolowa dijo que le habían contado que “los blancos estaban en todos los alrededores, veían nada más. Luego prendieron fuego al lugar. Mujeres tratan de escaparse, las agarra, las avienta al fuego. Les echa balazos si tratan de huir”.

Otra persona relató que le habían dicho que los vigilantes “mataron a tantos indígenas que no los pudieron enterrar a todos, así que tomaron los cadáveres y les colgaron piedras del cuello y los llevaron a la ciénaga… y así los enterraron”.

Un historiador Tolowa, Loren Bommelyn, afirmó que “Más de 450 de nuestra gente yacían en el suelo asesinados o agonizándose. Luego los blancos hicieron un enorme fuego y le arrojaron nuestras vestimentas ceremoniales sagradas, y de gala, y nuestras plumas, y las flamas crecieron más… arrojaron a los bebés. Muchos de ellos estaban todavía vivos… (De ahí) quemaron por completo el pueblo”.

Madley reporta que:

“Tantas víctimas fueron incinerados, sumergidos o se fueron flotándose que los atacantes no pudieron hacer un contado completo de muertos. Fuentes blancos estiman que hasta 150 fueron masacrados esa mañana. Sin embargo, esto puede ser una subestimación. Fuentes Tolowa —primero documentados en historias orales y después escritos en el siglo 20— insisten en que los blancos masacraron a por lo menos 600 personas en Yontocket. Incluso si tomáramos la mitad de esa estimación, Yontocket podría ser clasificada como una de las masacres más letales en la historia estadounidense. Sin embargo, sigue siendo desconocida, aparte de unos pocos académicos, residentes locales, y, por supuesto, los Tolowa”.8

El asesinato en masa de indígenas continuó hasta fines de la década de 1870. En total, extinguieron unas 130.000 vidas amerindias —el 80 por ciento de la población autóctona en 1846— por medio de masacres, asesinatos, inanición, y enfermedades, cometidos por las fuerzas armadas y colonos estadounidenses.

Los criminales

Cometer el genocidio de los indígenas californianos durante más de 30 años no hubiera sido posible sin la participación de muchos criminales, entre ellos el gobierno, el ejército, los medios de comunicación, y grupos de individuos (vigilantes y milicias). He aquí los principales:

Presidente de Estados Unidos James K. Polk y capitán del ejército John C. Frémont. Frémont fue mandado a California en 1846 por Polk, que tenía planes de arrebatarle California a México. El rol de Frémont era organizar y proteger a los colonos blancos en California de los mexicanos e indígenas. Cuando Frémont y sus tropas se convirtieron en una formidable amenaza al gobierno mexicano que en ese entonces gobernaba a California, el gobierno mexicano ordenó que él saliera de California. De salida hacia Oregón, Frémont y sus tropas cometieron la masacre del río Sacramento en 1846.

La legislatura estatal de California. La legislatura estatal de California aprobó la “1850 Act for the Government and Protection of Indians” (Ley para la gobernanza y la protección de indígenas de 1850). Entre 1850 y 1863, esa ley facilitó el desalojo de indígenas californianos de sus tierras tradicionales y la separación de por lo menos una generación entera de niños y adultos de sus familias, idiomas, y culturas. Según esa Ley, un indígena acusado de un crimen era culpable hasta que comprobara su inocencia. Estableció un sistema de servidumbre indígena californiana, según la cual, podían secuestrar a niños indígenas y obligarlos a trabajar sin remuneración, y podían comprar a cualquier indígena encarcelado por su trabajo. También legalizó el castigo corporal de indígenas.

El gobierno estatal californiano gastó más de $1 millón para financiar las milicias estatales californianas que hicieron expediciones con fin de matar a indígenas por todo el estado. Se reportó que estas milicias mataron a aproximadamente 2.000 californianos nativos entre 1850 y 1861.

Gobierno estadounidense. El aumento de la “Deuda de la Guerra contra los Indios” puso en peligro la capacidad del estado de seguir con las expediciones de las milicias para matar a indígenas. Por lo que, bajo el presidente Franklin Pierce, el gobierno estadounidense aprobó legislación en 1856 y 1857 parar reembolsarle a California su “Deuda de la Guerra contra los Indios”. Al respecto, Madley escribió, “Esta enorme transferencia de dinero en efectivo proveyó el financiamiento crucial para la máquina californiana de matanza e hizo que el genocidio fuera cada vez más un proyecto conjunto estatal y federal”.9

El gobernador de California Peter H. Burnett. En 1851, Burnett hizo uso de un argumento racista para justificar el genocidio de indígenas californianos. Convocó una guerra de exterminación y dijo que ésta “seguirá en marcha entre las razas, hasta que la raza indígena se vuelva extinta… El destino inevitable de la raza está fuera de lo que el poder o la sabiduría del hombre pueda evitar”.

El senador John B. Weller, que más tarde sería el segundo gobernador de California, dijo a sus compañeros senadores estadounidenses que los indígenas californianos “serán exterminados ante la marcha adelante del hombre blanco… aunque la humanidad lo prohíba, el interés del hombre blanco exige su extinción”.

La prensa de California desempeñó un papel muy importante al azuzar un fervor racista contra los indígenas y promover el genocidio. Después de ponerse en marcha la fiebre del oro en California, la prensa empezó a intensificar sus calumnias contra la población indígena, a la que consideraba un estorbo. En 1848, el California Star declare que los indígenas se convertirían en ladrones, y que “una guerra continua se librará necesariamente, por las depredaciones cometidas, hasta que todos sean exterminados”. Un mes más tarde un comentarista del Star escribió que los indígenas “son un cargo y una peste para este país, y yo contemplaría con alegría la salida de cada una de esas criaturas desgraciadas de entre nosotros”.10

Al final de la década de los 1850, la prensa ya era el principal defensor de la exterminación de los indígenas. Escribió el Red Bluff Independent, “Se está haciendo evidente que habrá que recurrir a la exterminación de los diablos rojos antes de que estén seguros los residentes cercanos a las rancherías, o que se pueda viajar por los caminos serranos con alguna seguridad, a menos que sean partidas de hombres bien armados”. En 1865, escribió el Courant, “Es una piedad para los diablos rojos exterminarlos, y una salvación de muchas vidas blancas… sólo hay un tipo de tratado que sea verdaderamente efectivo — el del plomo”. Y del Shasta Courier, “La exterminación es la única protección segura... y entre más pronto se aplique el remedio, mejor”.11

El pretexto

El gobierno estadounidense, las fuerzas militares, y los colonos blancos afirmaban que sólo se protegían de los indígenas decididos a matarlos. Unidades del ejército declaraban que se toparon con una partida de guerra y tuvieron que defenderse, a pesar del hecho de que mujeres y niños formaban parte de esos grupos de indígenas a los que mataron y masacraron, y una partida de guerra jamás los hubiera traído.

La resistencia justa de los habitantes autóctonos californianos a los ataques genocidas fue pretextada para matar y asesinar a aún más de ellos. Se desató un programa de miedo generalizado de los indígenas por todo California. La resistencia indígena contra su exterminación fue caracterizada como agresión y prueba de que las tribus nativas están “en guerra” contra la población blanca.

Incluso si un indígena si matara a un blanco, ya se lo pretextaba para eliminar a todos los indígenas en la zona. Madley reportó que las supuestas expediciones punitivas contra indígenas “escogieron no distinguir entre el culpable y el inocente”. Esto resultó en “el asesinato en masa de todo indígena californiano en las inmediaciones, sin importar su edad, género, identidad, ubicación, ni afiliación tribal”. Pretextaron la necesidad de castigar colectivamente para justificar la matanza indiscriminada de hombres, mujeres, niños, y ancianos indígenas, y el robo o destrucción de su propiedad.

Lo que subyacía e impulsaba todo lo anterior eran la supremacía blanca y el “Destino Manifiesto”: la idea de que la raza “blanca” era inherentemente superior a las demás, que eran subhumanas, y que Dios había mandado que el destino de los blancos en Estados Unidos era conquistar y dominarlo todo desde el Atlántico al Pacífico, “de un mar resplandeciente al otro”, como dice su canción.

El verdadero motivo

Hay un concepto popular de que se le robó California (en ese entonces conocido como Alta California) a México. Si bien esto es cierto, el hecho es que, para la época de la fiebre del oro, México había perdido el control de California. El presidente Polk codiciaba California y temía que otro país lo colonizara. A la conclusión de la Guerra de Estados Unidos-México en 1849, Estados Unidos obligó a México a firmar el Tratado de Guadalupe Hidalgo, que otorgó a Estados Unidos el control de lo que ahora es su región suroccidental, incluido California.

Antes de la Fiebre del Oro de 1848, la población de California era 157.000 — 150.000 indígenas, 6.500 personas de descendencia española o mexicana, y 800 estadounidenses no indígenas. Una vez que se descubrió el oro, se estima que más de 300.000 personas habían inmigrado a California para 1850, el año en que se convirtió en estado.

Los 150.000 indígenas californianos practicaban un modo de vida que frecuentemente abarcaba el uso colectivo de tierras y recursos en vez de su propiedad privada, y requería grandes expansiones de tierra para la agricultura, la caza y la recolección. Desde el principio, los pueblos indígenas californianos oponían una justa resistencia al robo de su tierra y la destrucción de sus sociedades. Esto fue un obstáculo para el impulso de los colonos blancos de colonizar y dominar todo California: de controlar y explotar sus tierras y recursos y expandir las formas capitalistas de explotación que habían traído consigo.

La única solución para las hordas irrumpientes de buscadores blancos de oro (llamados forty-niners) y colonizadores era eliminar a los indígenas y arrebatarles la tierra.

Otro hecho que también impulsó este genocidio fue que la mitad de población de California era de color. Semejante diversidad racial, étnica, y cultural no estaba de acuerdo con lo que Estados Unidos requería para cohesionar el país y su nuevo territorio en torno a la supremacía blanca. Requería un California anglosajón, protestante, de habla inglés.

Los forty-niners blancos agredían a los inmigrantes de color y mataron a muchos. El gobierno impuso una ley de impuestos al minero extranjero que les hizo más difícil sobrevivir a los que no eran blancos. Turbas racistas atacaban a inmigrantes chinos. A pesar de que California formaba parte de los estados no esclavistas, la imposición de la ley del esclavo fugitivo de 1852 permitía que los esclavistas sureños que inmigraron a California continuaran a poseer esclavos.

Pero no hubo ninguna población única, aparte de los indígenas de California, que se interpusiera firmemente ante un país basado en el Destino Manifiesto y la supremacía blanca. California fue robado a México y a los indígenas californianos —por medio de un genocidio despiadado contra decenas de miles de ellos, que por poco elimina la población indígena del estado.

Bibliografía


1. An American Genocide: The United States and the California Indian Catastrophe de Benjamin Madley, 2016, Yale University Press, New Haven & London, p. 3. [regresa]

2. Ibid., p. 48 [regresa]

3. Ibid., p. 112 [regresa]

4. Ibid., p. 130 [regresa]

5. Ibid., p. 130 [regresa]

6. Ibid., p. 132 [regresa]

7. Ibid., p. 223 [regresa]

8. Ibid., p. 224 [regresa]

9. Ibid., p. 250 [regresa]

10. Ibid., p. 65 [regresa]

11. Ibid., p. 330 [regresa]

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