Bob Avakian escribe que una de las tres cosas que tiene “que ocurrir para que haya un cambio duradero y concreto hacia lo mejor: Las personas tienen que reconocer toda la historia propia de Estados Unidos y su papel en el mundo hasta hoy, y las correspondientes consecuencias terribles”. (Ver "3 cosas que tienen que ocurrir para que haya un cambio duradero y concreto hacia lo mejor").
En ese sentido, y en ese espíritu, “Crimen yanqui” es una serie regular de www.revcom.us. Cada entrega se centrará en uno de los cien peores crímenes de los gobernantes de Estados Unidos, de entre un sinnúmero de sanguinarios crímenes que han cometido por todo el mundo, de la fundación de Estados Unidos a la actualidad.
La lista completa de los artículos de la serie Crimen Yanqui
EL CRIMEN
Caminaba río abajo un grupo de casi 25, pero la fuerte lluvia nocturna ocultó el ruido de su llegada. Sesenta y cinco kilómetros de distancia de Nueva Orleáns irrumpieron en la mansión, subieron corriendo al segundo piso donde encontraron e hirieron al dueño de esclavos Manuel Andry y mataron a su hijo. Luego tumbaron las puertas del sótano, tomaron mosquetes y municiones, se llevaron varios caballos, y continuaron su marcha río abajo.
Así arrancó, el 8 de enero de 1811, la mayor revuelta de esclavos en la historia de Estados Unidos, un levantamiento armado contra las condiciones bárbaras, intolerables del sistema de esclavitud, un levantamiento al cual los dueños de esclavos y las autoridades estadounidenses aplastaron con los medios más salvajes imaginables. El objetivo político de los rebeldes era establecer una república negra independiente en los literales del río Misisipí, cuya capital sería la capturada Nueva Orleáns.
Manuel Andry era uno de los hacendados franceses que establecieron plantaciones azucareras altamente lucrativas en la región agrícola rica conocida como la Costa Alemana del río Misisipí. Muchos de esos hacendados habían huido al territorio de Orleáns de la colonia francesa caribeña de Saint-Domingue, donde los esclavos se levantaron armados y derrotaron a los hacendados esclavistas y los ejércitos del emperador Napoleón Bonaparte. Los rebeldes victoriosos cambiaron el nombre de Saint-Domingue a la república libre de Haití, abolieron la esclavitud, declararon ilegal el racismo, y expulsaron permanentemente a los franceses de la isla.
Los esclavistas franceses que pudieron escaparse y mudarse al territorio de Orleáns trajeron a muchos de sus esclavos. Decididos a crear un nuevo Saint-Domingue al maximizar la cantidad y calidad de la producción de caña de azúcar, sacaron mayores ganancias que otros amos de esclavos en otras partes y concentraron su riqueza en enormes plantaciones, mansiones grandiosas, y un estilo de vida lujoso. Pero para conseguir esa riqueza, recurrieron a las mismas prácticas atroces que usaban en Saint-Domingue, convirtiendo a sus esclavos en máquinas azucareras en plantaciones que parecían campos de muerte.
Durante la temporada de la cosecha, los esclavos trabajaban 16 horas al día, los siete días de la semana, cortando troncos de caña de 2.5 metros de altura. En el calor invernal de los pantanos, fueron atacados por nubes de zancudos, y muchos contraían malaria y otras enfermedades tropicales. Si los esclavos no cumplían con la cuota diaria o rebelaban contra sus condiciones pésimas, los castigaban. Por una insubordinación menor, probablemente les tocaba un período de encarcelamiento en cadenas. Por una mayor desobediencia, les tocaba el látigo — para eso clavaban tres estacas en el suelo en un triángulo, con una distancia de casi dos metros la una de la otra; amarraban cada mano del esclavo a una estaca y los pies a la tercera; y lo azotaban con un látigo de cuero crudo que con cada latigazo abría una profunda cortada 20 cm de larga.
Para mayores ofensas, por ejemplo un intento de escaparse, les encajaban aparatos de tortura, como un cuello de fierro con puntas que le picaban al pescuezo del esclavo e imposibilitaban que se acostara ni descansara la cabeza. Al último, más allá del castigo o el cuello picudo, el castigo máximo: el ahorcamiento u otros castigos mortales.
Estas eran las condiciones intolerables que resultaron en el levantamiento de 1811. Tras tomarse armas, municiones, y caballos en la plantación de Andry, los esclavos continuaron marchando río abajo, coreando, “¡Libertad o muerte!” y “¡Adelante a Nueva Orleáns!”. En la plantación de Jacques y Georges Deslondes, la plantación donde vivía Charles Deslondes, un capataz nacido en Haití que se había convertido en revolucionario y el líder principal de la insurrección, ocho esclavos se sumaron a la revuelta.
Pequeños grupos de esclavos se sumaron de cada plantación que los rebeldes pasaron. Dos organizadores centrales de la revuelta, Kook y Quamana, nacidos en África, dirigieron a más de la mitad de los esclavos en su plantación a sumarse, con lo que el número total pasó de 100. De acuerdo con la mayoría de las estimaciones, de 200 a 300 esclavos se alzaron, pero algunos testigos oculares y otros han dicho que eran hasta 500.
A medida que la marcha de los rebeldes cobraba fuerza y crecía, los hacendados aterrorizados y sus familias huían, algunos escondiéndose en los pantanos cercanos y otros refugiándose en Nueva Orleáns. En dicha ciudad, el 9 de enero, el gobernador William Claiborne y comandantes militares estadounidenses congregaron dos compañías de milicianos voluntarios, 30 tropas regulares, y 40 marineros para atacar a los rebeldes. Al mismo tiempo, el herido Manuel Andry, que había logrado llegar hasta Nueva Orleáns, trabajaba con otros hacendados que se habían refugiado ahí para formar una milicia con una caballería al frente.
Ya para la madrugada del 10 de enero, estas fuerzas llegaron a una plantación donde pensaron que los rebeldes habían pasado la noche acampados. Pero los rebeldes ya habían emprendido camino río arriba, acercándose a otra plantación. Ahí, el hacendado Charles Perret había reunido una milicia bien armada de cerca de 80 hombres, y les ordenó a que atacaran a los insurgentes. Los esclavos, a pesar de contar con más gente y algunas armas, no estaban bien armados al lado de sus atacantes. Solamente la mitad tenía balas para sus mosquetes, y otros sólo llevaban sables, hachas, y cuchillos del corte de caña. Dentro de 30 minutos, los milicianos mataron a 40 o 45 esclavos, hirieron a muchos otros, y capturaron a 50, mientras otros esclavos se escaparon al pantano. Los milicianos continuaron para decapitar bárbaramente a los que ya los habían matado y se pusieron a cazar a los huidos, con una jauría de sabuesos. Pronto encontraron a Charles Deslondes, al que los perros ya lo habían atacado. Los milicianos, decididos a dar un escarmiento público con Deslondes, lo arrastraron de regreso a los campos azucareros donde le cortaron las manos, le rompieron los muslos, le echaron balazos, y de ahí lo subieron a un bulto de paja y lo quemaron vivo.
Kook y Quamana estaban entre los capturados y sometidos a juicio en una plantación. Hubo tres “juicios” en total, en realidad tribunales irregulares que pronto culminaron en la ejecución de los capturados por ahorcamiento o fusilamiento, entre ellos Kook y Quamana. Con todos los cadáveres, sean de los caídos en la batalla inicial, los capturados y ejecutados sumariamente, como le pasó a Charles Deslondes, o los ejecutados después de los juicios, los hacendados y las autoridades cometieron el mismo rito salvaje de decapitarlos, montar las cabezas en picas, y también exhibir públicamente los cuerpos mutilados. Ya para fines de enero, exhibían casi 100 cabezas en picas en el centro de Nueva Orleáns y por 65 km del Camino del Río, hasta el centro del distrito plantacionista. Escribió un hacendado exultante, “Los trajeron aquí por sus Cabezas, que decoran nuestro dique a lo largo de la costa. Parecen cuervos sentados en palos largos”.
Small groups of slaves joined from every plantation the rebels passed. Two key organizers of the revolt, African-born Kook and Quamana, led more than half the slaves at their plantation to join, bringing the total number to well over 100. Most estimates are that 200 to 300 slaves joined, although some eyewitnesses and others have said it was as many as 500.
As the march grew in size and strength, terrified plantation owners and their families fled, some hiding in nearby swamps, others seeking refuge in New Orleans. There, on January 9, Governor William Claiborne and U.S. military commanders mustered two companies of volunteer militia, 30 regular troops, and 40 seamen to attack the rebels. At the same time, the wounded Manuel Andry, who had managed to reach New Orleans, worked with other planters who had fled there to form a militia led by mounted cavalry.
By early morning on January 10, these forces had reached a plantation where they thought the rebels had encamped overnight. But the rebels had already started back upriver, nearing another plantation. There, planter Charles Perret had assembled a well-armed militia of about 80 men, who he ordered to attack the insurgents. Despite their greater numbers and some guns, the slaves were not as well armed as their attackers. Only about half had bullets for their muskets, and others carried only sabers, axes, and cane knives. Within 30 minutes, 40 to 45 slaves had been killed, many others had been wounded, another 50 had been captured, and others escaped into the swamp. The militiamen then barbarically chopped off the heads of those they had killed and began pursuit of the others, led by a pack of bloodhounds. They soon found Charles Deslondes, the dogs getting to him first. The militiamen, intent on making a public display of Deslondes, dragged him back to the cane fields where they chopped off his hands, broke his thighs, shot him, then put him on a bundle of straw and roasted him to death.
Kook and Quamana were among those captured and taken to a plantation to be tried. There were three “legal” trials in all, kangaroo courts in reality, quickly ending in executions of most of those captured either by hanging or firing squad, including Kook and Quamana. But whether it was those killed in the initial battle, by subsequent capture and summary executions, as befell Charles Deslondes, or by executions after the trials, the planters and the New Orleans authorities performed the same savage ritual of chopping off the heads of the corpses and putting them on pikes, their mutilated bodies also publicly displayed. By the end of January, nearly 100 heads on pikes were displayed in central New Orleans and for 40 miles along the River Road, into the heart of the plantation district. Wrote one exultant planter, “They were brung here for the sake of their Heads, which decorate our Levee all the way up the coast. They look like crows sitting on long poles.”
LOS CRIMINALES
Los dueños de plantaciones de caña de azúcar: Conocidos como los dueños de esclavos más crueles y brutales en todo el Sur. Cuando los esclavos en otras regiones sureñas más al norte hablaban atemorizados de ser “vendido río abajo”, se referían principalmente a las plantaciones de caña de azúcar cerca de Nueva Orleáns, donde trabajaban las jornadas más largas, sufrían los castigos más duros, y vivían la vida más corta que la mayoría de los esclavos en otras partes del Sur. Manuel Andry y Charles Perret sobresalen por el papel que jugaron para reprimir el levantamiento con lujo de violencia.
William C.C. Claiborne: Nombrado gobernador del territorio de Nueva Orleáns por el presidente Thomas Jefferson, Claiborne temía que un segundo frente en Nuevo Orleáns, donde la población consistía principalmente de esclavos urbanos y negros libres, condenaría a la población blanca de la ciudad. Impuso un cierre de emergencia y prohibió que cualquier persona negra estuviera en la calle después de las 6 de la tarde. Claiborne encabezó la creación de la milicia voluntaria y la fuerza armada del gobierno federal, bajo el mando del general Wade Hampton y el comodoro John Shaw, que cazaron y al final reprimieron la insurrección con los medios más sangrientos posibles.
El presidente Thomas Jefferson había nombrado a Claiborne gobernador del territorio poco después de la Compra de Luisiana de1803, cuando Estados Unidos le compró a Napoleón Bonaparte, por el precio de ganga de $15 millones de dólares, lo que ahora equivale a casi un cuarto del territorio actual de Estados Unidos. Jefferson hizo esa compra principalmente para beneficiar los intereses de los dueños de esclavos, con el objetivo de expandir su sistema esclavista asesino a nuevas regiones de América del Norte.
La legislatura del territorio de Nueva Orleáns, que aprobó, tras la represión del levantamiento, una “indemnización” de $300 a los dueños de esclavos por cada esclavo muerto en la batalla inicial o ejecutado al último.
LA COARTADA
Claiborne y otros se esforzaban para pintar el levantamiento en la opinión pública como nada más que las acciones de “forajidos” — criminales, una banda de ladrones y saqueadores. El propósito de los propios juicios era tratar a la rebelión como un simple asunto judicial en torno a un delito. Reducir la rebelión a la criminalidad de esa manera resonaba en los salones del Distrito de Columbia, donde no se expresaba ninguna inquietud por los crímenes verdaderos: el propio sistema esclavista y la represión brutal de la revuelta.
EL VERDADERO MOTIVO
Mientras los hacendados y las autoridades federales se esforzaban para calumniar a los esclavos rebeldes ante el público como criminales salvajes empeñados en causar estragos sin razón, tenían la plena conciencia de que la revuelta se basaba en motivos políticos, fue minuciosamente planeada, y representaba un desafío verdadero al sistema de plantaciones esclavistas y su expansión hacia el occidente. De hecho, las semillas de la rebelión fueron plantadas mucho antes de que estallara. Kook y Quamana, por ejemplo, empezaron a planear una rebelión poco después de que los llevaron a Nueva Orleáns. Cuidadosamente identificaban a otros esclavos con la misma actitud, incluido durante sus viajes de compras a Nueva Orleáns. De semejante manera, Charles Deslondes, por ser un capataz de confianza, viajaba abiertamente a otras plantaciones, donde cultivaba pequeñas células insurgentes. Estas células se inspiraban por la revolución haitiana victoriosa e ideas revolucionarias poderosas; se prepararon para atacar de manera organizada bajo el juramento solemne de “libertad o muerte” a la hora que sus lideres dieran la orden.
Precisamente debido a la naturaleza altamente organizada de la revuelta y su objetivo político de establecer una república negra independiente los dueños de esclavos y las autoridades estadounidenses se empeñaron a aplastar la rebelión despiadadamente, a exhibir en picas las cabezas de 100 rebeldes y sus cadáveres mutilados — lo que daba un vistazo, breve pero clarísimo, a la barbaridad total del sistema esclavista.
Fuentes
Rasmussen, Daniel, American Uprising: The Untold Story of America’s Largest Slave Revolt. Harper Collins Publishers, 2011 (Levantamiento estadounidense: La historia sin contar de la mayor revuelta de esclavos de Estados Unidos)
Marissa Fessenden, “How a Nearly Successful Slave Revolt Was Intentionally Lost to History” (Cómo una revuelta de esclavos casi victoriosa fue intencionalmente perdida a la historia), Smithstonian.com, 8 de enero de 2016
“‘America Rising’: When Slaves Attacked New Orleans” (‘Estados Unidos en alza’: Cuando los esclavos atacaron a Nueva Orleáns), All Things Considered, NPR, 16 de enero de 2011
Leon A. Waters, “Jan. 8, 1811: Louisiana’s Heroic Slave Revolt” (8 de enero de 1811: La histórica revuelta de esclavos de Luisiana), Zinn Education Project
Wendell Hassan Marsh, “The Untold Story of One of America’s Largest Slave Revolts” (La historia sin contar de una de las mayores revueltas de esclavos de Estados Unidos) The Root, 25 de febrero de 2011
De: SOBRE "ACUERDOS DE PRINCIPIOS" Y OTROS CRÍMENES DE LESA HUMANIDAD
* En la sección del New York Times con reseñas de libros, del domingo 25 de octubre de 2015, al hablar de la convención de 1787 que “llevó a la redacción de la Constitución de Estados Unidos”, Robert E. Rubin, ex secretario del Tesoro bajo Bill Clinton, en efecto dice lo siguiente:
“Se resolvieron los desacuerdos sobre el alcance del poder federal y el diseño de nuestras instituciones democráticas por medio de largas discusiones y, en última instancia, acuerdos de principios”. (énfasis añadido)
¡¿Acuerdos de principios?! La fundación de Estados Unidos a partir de la institucionalización de la esclavitud —del establecimiento oficial del “derecho” de poseer esclavos y el estatus de los esclavos como menos que humanos, en su Constitución de fundación— constituye un “acuerdo de principios” a los ojos de un representante y funcionario de la clase dominante de Estados Unidos de hoy día. Además, la verdad es que ningún político de peso ni otro representante importante de esta clase dominante denunciará, o podrá denunciar, a Estados Unidos, desde su propia fundación, ni denunciará a sus “fundadores”, de acuerdo a los términos con los que más vale sean objeto de denuncia: criminales monstruosos. Si la fundación de un país a partir de la institucionalización de la esclavitud no fuera un crimen monstruoso, ¿qué lo sería? El que ningún representante ni funcionario importante de este sistema, en Estados Unidos, pueda reconocer y aceptarlo como un monstruoso crimen —y que al contrario todos defienden como “grandes hombres” a aquellos, como Thomas Jefferson, que fundaron un país sobre la base de este monstruoso crimen y que perpetuaron este crimen durante generaciones— va a la mera esencia de qué es este sistema y por qué hay una gran necesidad de ponerle fin a este sistema tan pronto que sea posible y reemplazarlo por un sistema que no necesite, no ofrezca ningún lugar y no haga excusas por ninguna forma de esclavitud.
—Bob Avakian