Hace poco, en el New York Times (viernes 6 de marzo de 2020), salió un comentario (“Political Passion Turned Violent” [La pasión política se volvió violenta]) escrito por Mark Rudd, un ex radical de los años 1960. La motivación de la redacción del diario Times, al publicar este artículo de Rudd, no es difícil de discernir. Rudd enfatiza que los actos significativos de violencia de hoy, y el peligro de lo que eso representa para la sociedad, los está perpetrando lo que él llama la “extrema derecha”; y, en general, insiste en que la no violencia es la única forma legítima y efectiva de obtener un cambio social deseado (y deseable) y que hay que renunciar a toda violencia, por parte de cualquier movimiento social para el cambio. Aparte de la propia motivación de Rudd al escribir este comentario, la realidad es que ambos argumentos de Rudd están alineados con las preocupaciones y los objetivos de la redacción del Times, y del sector de la clase dominante de este sistema del cual son representantes: reconocen la amenaza muy real a las “normas” del orden social existente en lo que están haciendo Trump y aquellos que están alineados con él y se unen detrás de él (la “extrema derecha”, según Rudd); y, más fundamentalmente, les preocupa que, sobre todo en estos tiempos de intensificación de polarización y agudo “estrés social”, los movimientos sociales y los conflictos sociales deben permanecer circunscritos a un marco y límites que no amenacen al sistema existente. Y sin duda les sirve de beneficio adicional que alguien identificado como un “radical de los años 1960” que “ha dejado ese ámbito” y se ha unido a las filas de los “razonables” que insisten en que en realidad no existe ninguna alternativa a este sistema.
Debido a esto —porque Rudd dice, como alguien que participó en el auge de lucha radical de la década de 1960, que esté brindando lecciones cruciales y principios universales sobre cómo debe llevarse a cabo (y no llevarse a cabo) la lucha contra la opresión y la injusticia— es importante examinar lo que Rudd sostiene, y en particular a lo que él renuncia que hay que renunciar, y a lo que no hay que renunciar sino que hay que defender y llevar adelante, a la vez que darle una orientación y dirección científicamente fundada.
A fines de la década de 1960 (y entrando a los principios de la década de 1970) Rudd era parte del grupo Weather Underground. Como él mismo dice, las personas que formaron el Weather Underground habían sido parte del grupo Estudiantes para una Sociedad Democrática (SDS), el que a fines de la década de 1960, en el apogeo del auge de lucha radical de esa época, se había convertido en una organización de masas de miles de personas que representaba los sentimientos revolucionarios ampliamente sostenidos de literalmente millones de jóvenes en ese momento. A medida que llegaban a entender que las cosas como la opresión de los negros y la matanza en masa llevada a cabo por Estados Unidos en Vietnam de alguna manera estaban vinculadas a la naturaleza misma del sistema, SDS se había topado con la cuestión de cómo hacer que se dé algún tipo de cambio revolucionario, aunque había diferentes ideas sobre lo que eso de hecho significaba y cómo hacer que se diera, y por eso la organización se escindió en varias tendencias diferentes, cada una comprometida con un enfoque diferente respecto a estas cuestiones muy básicas. En efecto, Weather Underground expresó la indignación de los jóvenes educados frustrados que habían perdido la paciencia con la idea de hacer el trabajo político para ganarse a las masas de personas hacia una posición revolucionaria y, en cambio, adoptaron lo que equivalía a actos de “terror excitante” en lugar de un movimiento revolucionario de masas. En una de sus observaciones más veraces y perspicaces, Rudd ha señalado que la enormidad de los crímenes cometidos por este sistema, en el territorio de Estados Unidos y en Vietnam, fue mayor de lo que los que se convirtieron en Weather Underground podían manejar racionalmente. Y por eso adoptaron una orientación y acciones que estaban divorciadas de cualquier enfoque serio y científico de la revolución, y en muchos aspectos estaban cada vez más divorciados de la realidad. Como alguien que formó parte del amplio movimiento revolucionario de la época, que se enfrentó y luchó contra esta degeneración política e ideológica de las personas indignadas por los crímenes de este sistema, y reflexionando sobre ello ahora, una paráfrasis de los versos iniciales del poderoso poema de Allen Ginsberg Aullido me viene a la mente: vi a algunas de las mejores personas de mi generación destruidas (por un tiempo) por la locura.
Desafortunadamente, la “recuperación” de esa locura por alguien como Rudd ha implicado caer en otro tipo de “locura” política e ideológica: la noción de que de alguna manera es posible lidiar con los crímenes masivos de este sistema por medio de un movimiento a favor de las reformas, dejando a este sistema intacto y en el poder. A lo que hay que renunciar en la posición del antiguo Weather Underground es a su abandono y alejamiento del proceso de hacer nacer un movimiento de millones de personas con el objetivo de un derrocamiento revolucionario real de este sistema criminal. A lo que no hay que renunciar es al profundo odio por todo este sistema y la determinación de poner fin a sus crímenes sin fin, que en realidad requiere una revolución real llevada a cabo por las masas, por millones de personas.
Un sistema de violencia organizada masiva
Aunque Rudd habla de los revolucionarios negros a los que la policía y el gobierno federal “atacaban despiadadamente” durante el auge de lucha de la década de 1960, al parecer se le ha “olvidado” la profunda verdad expresada por uno de los revolucionarios negros líder de la época, Rap Brown: “La violencia es tan estadounidense como el pastel de cereza”.
Bajo este sistema, la policía mata a mil personas cada año y somete a millones de personas más, sobre todo a las personas de color, al continuo hostigamiento y brutalidad. Millones de hombres negros y latinos, y un número creciente de mujeres, están encarcelados en prisiones infernales, mientras que millones más están atrapados de varias formas en el “sistema de justicia penal”. Al mismo tiempo, Estados Unidos sigue llevando a cabo masacres en masa (y respaldando a tales matanzas por parte de sus “aliados”) en el Medio Oriente y en muchas otras partes del mundo.
Rudd reconoce algo de eso, pero luego tergiversa la historia y una vez más se aleja de una forma racional y lógica de pensar al servicio de renunciar y declarar no ha lugar a cualquier cosa que no sea una protesta no violenta dentro de los límites de este sistema. Y, como no debería sorprender a nadie que haya estado prestando atención a las convenciones de la época, como parte de hacerlo, Rudd hinca su rodilla metafórica, rindiendo una adulación aparentemente obligatoria, a las tergiversaciones de la “política de identidad”. Les recuerda a los lectores que las personas que formaron el Weather Underground eran “jóvenes blancos, de clase media y con educación universitaria”. Y luego dice lo siguiente:
Nuestro dolor por la violencia de este país y nuestra vergüenza por no tener la capacidad de detener la guerra abrumaban a todos nosotros. Esa vergüenza también emanó de nuestro privilegio racial y de clase. No éramos las personas que sufrían los bombardeos de saturación en Vietnam ni nos enfrentábamos a las turbas y los sherifatos racistas en Misisipí. (énfasis añadido)
Uno está tentado a descartar toda esa línea de argumentación (y especialmente la parte que he puesto en cursivas) con un simple “¡¿Y qué?!” Pero cabe desmenuzarla más profundamente. En primer lugar, Rudd (que habla de los revolucionarios negros sometidos a una represión brutal por parte de la policía y el gobierno) una vez más “olvida” a esos revolucionarios negros y al hecho de que, al pasar de las limitaciones del movimiento de derechos civiles a la posición más avanzada de exigir la liberación de los negros y vincular esa lucha con las luchas de liberación en el tercer mundo, esos revolucionarios negros ejercieron una poderosa fuerza positiva para influenciar a los movimientos de aquellos tiempos, incluso entre los jóvenes educados, hacia una orientación más revolucionaria, aunque esa orientación era un revoltijo, que abarcaba un complejo de tendencias en conflicto, entre ellas el comunismo revolucionario que salía de China, así como diversas tendencias nacionalistas revolucionarias y otras tendencias contradictorias. Los argumentos de Rudd en este caso también están alineados con lo que argumentaban en ese momento la clase dominante y los defensores de derecha de la guerra de Vietnam, quienes atacaron a los estudiantes que se movilizaban contra esa guerra al denunciarlos como mocosos privilegiados de clase media que habían logrado evitar “servir” en el ejército en esa guerra. Esto pasa por alto el hecho de que entre los sectores más oprimidos de la sociedad, aquellos con el menor “privilegio de clase y racial” —los negros, los chicanos y los puertorriqueños, cuyos jóvenes murieron de manera desproporcionada en esa guerra— la oposición a la guerra fue muy extensa, y el hecho de que crecía una oposición a la guerra entre los soldados estadounidenses (y ex combatientes) en esa guerra, inspirados en un grado importante por la posición antibélica y las acciones precisamente del movimiento estudiantil. Entre otras cosas, esta realidad en sí es una refutación poderosa a lo que al parecer Rudd argumenta o da a entender. El “privilegio de clase y racial” que pone Rudd, respecto a aquellos que formaron el Weather Underground, y el hecho de que ellos no fueron las personas que estaban sometidas a la horrorosa violencia a la que él se refiere, no hace en absoluto que su vergüenza sea inválida, ilegítima o intrascendente. Por el contrario, el hecho de que ellos no estuvieran sometidas directamente a esa situación, sino que estaban indignadas por esa situación y estaban decididas a hacer algo para detenerlo, es exactamente lo que tenía de correcto su orientación. El problema fue que abandonaron y rechazaron el camino de construir un movimiento revolucionario de masas decidido a poner fin no solo a la matanza en Vietnam y a la violenta opresión y represión “en casa”, sino a todo el sistema que, debido a su propia naturaleza, continuamente perpetra crímenes tan monstruosos. En cambio, hicieron lo que en realidad constituía una retirada hacia actos aislados de violencia mal dirigida, y hacia una orientación general, objetivamente en oposición a la construcción del movimiento de masas revolucionario que hacía falta.
Reflexionando sobre la muerte de miembros del Weather Underground, que resultaron muertos mientras fabricaban una bomba que, según Rudd, iban a detonar en un baile en la base militar del Fuerte Dix (un baile al que asistieron no solo soldados sino también civiles), Rudd tiene razón en que tal bombazo, si se hubiera llevado a cabo, habría resultado en una represión gubernamental aún más generalizada y sanguinaria, no solo contra el Weather Underground sino contra los amplios movimientos de masas de resistencia y contra las auténticas fuerzas revolucionarias de ese entonces. Pero él está traficando con la verdad cuando retrata a los soldados estadounidenses, como los que estaban apostados en el Fuerte Dix, simplemente como “nuestros vecinos y conciudadanos”. No, eran otra cosa — algo más y algo peor: eran parte de la maquinaria masiva de muerte y destrucción que estaba llevando a cabo la matanza en masa del pueblo vietnamita, de millones de personas, al servicio de los intereses y objetivos imperiales a los que las fuerzas armadas de este sistema sirven y buscan reforzar. De hecho, como ya se mencionó, eso era algo que un número creciente de esos soldados empezaban a reconocer, y para el momento que Rudd menciona (a principios de 1970), miles de ellos ya habían entrado en rebelión contra los crímenes que se les ordenaba llevar a cabo y contra aquellos, en el ejército y más allá, que estaban organizando, entrenando, desplegando y ordenando que llevaran a cabo estos crímenes de guerra masivos y crímenes contra la humanidad.
Sin duda, el bombazo contra el baile en el Fuerte Dix habría sido un acto equivocado y muy perjudicial. Pero los soldados de las fuerzas armadas de Estados Unidos, en ese entonces y hoy, no se merecen que sean acogidos simplemente como “nuestros vecinos y conciudadanos”, ni tampoco se merecen que los celebren por ser “héroes”, sino más bien se merecen que los condenen por los crímenes que han cometido y hay que llamar y luchar con ellos para que se nieguen a seguir cometiendo tales crímenes y se conviertan en parte de la resistencia política al sistema el cual requiere y exige tales atrocidades masivas de manera continua — una lucha la que, de hecho, muchas personas con una mentalidad revolucionaria llevaban a cabo durante el curso de la guerra de Vietnam, contribuyendo a la creciente oposición entre los propios soldados y al movimiento más amplio de oposición a esa guerra1.
Como parte de su repudio a la revolución, Rudd dice que, en los años transcurridos desde el auge de lucha de la década de 1960, “la izquierda” ha “formado un fuerte consenso... para controlar sus elementos marginales violentos”, pero que “La violencia está amenazando una vez más a nuestro tejido social, en esta ocasión desde la extrema derecha”.
En primer lugar, y fundamentalmente, perpetran la violencia no solo “la extrema derecha” sino el sistema en su conjunto — y aquellos que gobiernan en él, entre ellos aquellos que se encuentran en “la izquierda” de este sistema (en el Partido Demócrata). ¿Rudd se refiere al Partido Demócrata al mencionar sus “elementos marginales violentos” de “la izquierda”? ¿El Partido Demócrata, y aquellos que aspiran a ser sus máximos dirigentes — son aquellos los que han renunciado a la violencia? NO. No lo han hecho — y no pueden hacerlo. Su sistema continuamente perpetra y depende de la violencia — no podría existir y perpetuarse sin una violencia masiva.
Reforma contra revolución
Rudd pone una dicotomía falsa: Según su manera de presentar las cosas, las únicas alternativas son la violencia de parte de un pequeño grupo que está aislado de las masas de personas, o limitar las cosas a las reformas que se obtienen mediante la acción no violenta de millones de personas. Pero, ¿y qué de la lucha verdaderamente revolucionaria de millones de personas, con el objetivo no solo de ganar concesiones al sistema existente, sino de derrocarlo y crear un sistema mucho mejor? Hay, por supuesto, un lugar definido y un papel definitivamente positivo para las luchas no violentas masivas cuyo objetivo queda corto de una revolución pero que se oponen a la opresión y atrocidades reales de este sistema. Un ejemplo muy importante al respecto es el llamamiento de Rechazar el Fascismo a una movilización de masas no violenta pero sostenida para expulsar al régimen fascista de Trump y Pence. Pero limitar las cosas a la no violencia, en todas las circunstancias y como una especie de supuesto principio absoluto —oponerse a una lucha revolucionaria llevada a cabo por millones de personas para derrocar este sistema cuando se hayan gestado las condiciones que lo harían posible— significa al menos aceptar objetivamente y acomodarse a este sistema monstruoso y las instituciones muy violentas (en particular las fuerzas armadas y la policía) que refuerzan su gobierno, en Estados Unidos y en todo el mundo, con las atrocidades más masivas y atroces. Cualquiera que sea su intención, eso es lo que Rudd de hecho está haciendo.
Como he enfatizado:
Ciertas concesiones del gobierno ante la lucha contra la injusticia —por ejemplo, la legislación por los derechos civiles; DACA, que otorgó el estatus legal temporal a algunos inmigrantes traídos a Estados Unidos de niños; decisiones judiciales que establecían el derecho al aborto y al matrimonio gay— eran victorias ganadas con dura lucha, pero el problema es que son, y sólo pueden ser, victorias parciales, que lidian solamente con algunos aspectos de la opresión bajo este sistema, pero sin eliminar la opresión en general, o la fuente de esta opresión — la que es el propio sistema. Y aunque sí se ganen tales victorias parciales, mientras este sistema siga en el poder, habrá fuerzas poderosas que se maniobrarán para atacar y socavar, y tratar de revocar, incluso estos triunfos parciales2.
Rudd no solo abandonó lo que en esencia era correcto (y justo) en su posición durante la década de 1960 —su odio y oposición a este propio sistema— así como lo que estaba muy mal en dónde lo llevó ese odio (acoger, aunque él mismo efectivamente no llevara a cabo, actos de violencia infantil divorciados de la lucha revolucionaria de las masas de personas). Incluso ha ido al extremo de trivializar lo que representa “la extrema derecha”. Al hablar de la inclinación de la “extrema derecha” a la violencia, él dice lo siguiente:
Curiosamente, lo entiendo: quítese la supremacía blanca y consérvese el dolor, y eso no es muy distinto a mis amigos y yo de hace 50 años.
Sí, definitivamente es distinto — ¡hay una profunda diferencia! Sin ignorar los problemas muy reales con la orientación y las acciones del Weather Underground, no existe ninguna similitud, y definitivamente no existe ninguna equivalencia, entre el odio justo pero despistado contra la naturaleza criminal y las atrocidades de este sistema, lo que llevó al Weather Underground a un tipo de locura y, por otro lado, el fanatismo violento de los fascistas que están decididos a fortificar y llevar a dimensiones extremas toda forma de opresión sanguinaria y atrocidad depravada que requiere este sistema. Los comentarios de Rudd en este caso coinciden con la tendencia a prestar una cierta “legitimidad” a lo que no es solo una “extrema derecha”, en un sentido vago, sino una fuerza fascista definida, con la participación de un poderoso sector de la clase dominante, encarnada en el Partido Republicano, y en particular hoy en el régimen de Trump y Pence, y un segmento importante de la sociedad, que es la “base” dura de ese partido.
La supremacía blanca no es algo que existe como accesorio a este fascismo, sino que está al corazón de este fascismo — y no simplemente permite dárselo por descontado (“quitárselo”) sino que hay que reconocerla en toda su extensión por lo que es y luchar enérgicamente en su contra.
Las manifestaciones de empatía de Rudd por estos fascistas incluyen la afirmación de que ellos “tienen quejas por el proceso de desaparición de lo que siempre han visto como ‘su país’”. Pero, ¿cuáles, en realidad, son esas quejas y qué es lo que siempre han visto como “su país” al que quieren “hacer que vuelva a tener grandeza”?
Como he señalado:
Hay una línea directa que conecta la Confederación esclavista de los años 1860 con los fascistas de hoy, y una conexión directa entre su supremacía blanca, su franco odio y repudio tanto a la gente LGBT como también a las mujeres, su repudio abierto a la ciencia y al método científico, su cruda xenofobia tipo “Estados Unidos Ante Todo”, y su proclamada “superioridad de la civilización occidental”, y su belicoso uso del poderío militar, incluso con sus declaraciones y abiertas amenazas de que están dispuestos a usar armas nucleares para destruir países3.
Y aquí cabe citar unas observaciones importantes del teólogo afroamericano Hubert Locke, quien señala particularmente a los fundamentalistas cristianos, los cuales son una fuerza impulsora en este fascismo:
No debemos subestimar lo que está en juego en esta batalla contra la derecha religiosa. No es una casualidad que la fuerza y apoyo del movimiento proviene principalmente del centro del país, lo que llaman el “corazón” de Estados Unidos, y en particular la región sureña. Esa zona de Estados Unidos jamás se acomodó a la nueva realidad del país tras la Segunda Guerra Mundial. Al breve lapso de normalidad de posguerra le siguió una década de una revolución racial latente y por mucho tiempo necesaria, que arrasó con siglos de cultura y tradición, especialmente en el Sur. Dos décadas más tarde, el desengaño de una guerra impopular en el sudeste asiático sacudió las bases del patriotismo convencional y tradicional en la vida estadounidense; a eso le siguió una revolución sexual que trastornó actitudes muy arraigadas de ese sector de la población sobre la posición subordinada de la mujer en la sociedad y el rechazo a las personas gays y lesbianas en la vida estadounidense. Estas derrotas políticas, sociales y culturales han estallado ahora en una batalla sin tregua para retrasar el reloj 50 años y devolver el país a su pureza de la anteguerra. Es significativo que dar clases en el creacionismo ocupe un lugar tan prominente en el programa de la derecha religiosa. La derecha perdió esa batalla a mediados de la década de 1920 pero nunca aceptó su derrota, como algunas fuerzas duras nunca han reconocido su derrota en la Guerra Civil. En consecuencia, la derecha religiosa quiere restaurar un modo de vivir que desapareció del país hace medio siglo.
Si todo esto fuera simplemente una batalla por el corazón y la mente de la gente de Estados Unidos, podríamos entrar al conflicto con mucho menos preocupación, confiados de que al final la razón y la bondad humana triunfarán sobre la ignorancia y la intolerancia. Pero esta es una batalla por el poder: por apoderarse de las riendas del gobierno, manipular los tribunales y las decisiones judiciales, controlar los medios de comunicación y entrometerse en todo rincón de la vida y las relaciones personales, para que reine en Estados Unidos lo que la derecha religiosa percibe como la voluntad de Dios4.
Rudd va al extremo de declarar que todos los que viven en Estados Unidos están “juntos en esto”. Al parecer, no basta para Rudd, que haya “hecho las paces” con este sistema de opresión violenta; él va al extremo de insistir en que hay que encontrar puntos en común con aquellos —los fascistas— que quieren darles las expresiones más extremas y grotescas a los crímenes que están integrados en este sistema.
La base y las fuerzas para la revolución
En referencia a su orientación y la de los demás en Weather Underground a fines de la década de 1960 y principios de 1970, Rudd describe su perspectiva como de “aferrarse al delirio de que la revolución violenta era inminente”. Entre otras cosas, en este caso Rudd continúa con su descripción de las dicotomías falsas: “niega” la suposición falsa del Weather Underground en ese momento de que un pequeño grupo podría poner en marcha una revolución con actos de violencia divorciados de la lucha de masas de personas, y que se llevaban a cabo objetivamente en oposición a dicha lucha, al hacer ahora la declaración falsa, y ciertamente no menos perjudicial, de que una revolución real no es posible ni realmente deseable. En realidad, la cuestión de si una revolución real podría haber sido posible en Estados Unidos en el apogeo del auge de lucha de masas de fines de los años 1960 y principios de los 1970, es un asunto serio y complejo, y no algo a tratarse de manera irresponsable en la forma en que lo hace Rudd, al rechazar esta cuestión con la frase superficial y necia: “el delirio de que la revolución violenta era inminente”.
Una revolución real requiere dos factores esenciales: una situación revolucionaria, y un pueblo revolucionario que cuenta con millones de personas. Y estos dos factores están estrechamente interconectados. Una situación revolucionaria implica no solo una crisis en la sociedad en un sentido general, sino una situación en la que el sistema y sus poderes gobernantes se encuentran en una crisis profunda y aguda y millones y millones de personas se niegan a que las gobiernen a la antigua usanza — y están dispuestas y decididas a poner todo en juego para hacer caer este sistema y crear una nueva sociedad y gobierno. Según los componentes y las señales esenciales de una crisis revolucionaria, grandes partes de la sociedad vean la violencia utilizada para mantener en pie este sistema por lo que es —asesina e ilegítima— y que los conflictos entre las fuerzas gobernantes se vuelvan realmente profundos y agudos, y las masas de personas no respondan a tal situación cobijándose bajo uno u otro bando de los gobernantes opresivos, sino que respondan sacando provecho de tal situación para acumular las fuerzas para la revolución5.
En el punto álgido del auge de lucha radical de los años 1960 y principios de los 1970, existían elementos definidos de los factores necesarios para la revolución: existía una crisis política muy real y profunda para la clase dominante, y había masas de personas con una mentalidad revolucionaria. Eso es una verdad innegable:
Ya para 1968 y durante varios años después, grandes números de personas en Estados Unidos, incluidos millones de jóvenes de la clase media, así como masas de pobres y oprimidos, estaban motivados por un odio totalmente justificado contra este sistema y por sus aspiraciones a tener un mundo radicalmente diferente y mejor —y esto se propagó profundamente en las fuerzas armadas del propio sistema— aunque bien lo que la mayoría de las personas entendía se caracterizó por un sentimiento revolucionario el que, si bien justo, carecía de una base científica profunda y consecuente6.
Pero la situación aún no se había desarrollado (y, a medida que las cosas se desenvolvían, no se desarrolló) en una crisis revolucionaria total; y las fuerzas revolucionarias en ese momento no tenían claridad y no estaban unidas en torno a un enfoque estratégico que pudiera haber aglutinado el extenso sentimiento revolucionario en una fuerza organizada capaz de librar una verdadera lucha revolucionaria para derrotar y desmantelar a las violentas fuerzas de represión del sistema capitalista-imperialista gobernante. Como he resumido:
el verdadero fracaso de esos años era que aún no existía una vanguardia revolucionaria con esa base y método científico, y con la orientación, estrategia y programa que pudieran dar una expresión organizada al sentimiento revolucionario de masas y dirigir un esfuerzo por realmente hacer la revolución7.
El auge de lucha radical de la década de 1960 en Estados Unidos fue a su vez parte de una ola más amplia de lucha y transformación que se estaba dando en todo el mundo, y fue impulsada e inspirada en gran medida por las luchas, en todo el tercer mundo de América Latina, África, Medio Oriente y Asia, para quitarse el yugo de la opresión colonial — y más allá de eso, la existencia de un estado socialista revolucionario en China y el movimiento revolucionario de masas de la Revolución Cultural en ese país, con la participación de cientos de millones de personas en la lucha por derrotar los intentos de restaurar el capitalismo en China y, en oposición a eso, continuar y profundizar la revolución socialista ahí y apoyar a las luchas revolucionarias en todo el mundo. Pero, como he analizado, por ejemplo en obras recientes como Breakthroughs (Abriendo Brechas) y Esperanza para la humanidad sobre una base científica, ese auge de lucha se topó con ciertas limitaciones, así como con poderosas fuerzas contrarias, y entró en un reflujo, no solo en uno u otro país, sino como un fenómeno mundial8. Y desde ese entonces, se han dado cambios profundos en el mundo, muchos de ellos negativos: el capitalismo ha sido restaurado en China; en la Unión Soviética, donde el capitalismo ya había sido restaurado en la década de 1950, pero la clase dominante ahí continuó presentándose durante algún tiempo como un bastión del socialismo, por fin abandonó esa patraña cuando la propia Unión Soviética implosionó, lo que condujo al surgimiento abierto de capitalismo en toda la ex Unión Soviética y Europa del Este; y las fuerzas que lideraban a las luchas de liberación en el tercer mundo han sido derrotadas o transformadas en fuerzas gobernantes burguesas que actúan en concierto y esencialmente como apéndices del capital internacional y el sistema imperialista. En Estados Unidos, en el contexto de esa situación internacional cambiante, y mediante una combinación de represión y la formación de capas de clase media entre los oprimidos, junto con el creciente parasitismo de este sistema, cebándose de la superexplotación de miles de millones de personas, particularmente en el tercer mundo, durante varias décadas ha existido una atmósfera y cultura política cada vez más asfixiante y una orientación, por parte de la mayoría de las fuerzas que aspiran a un cambio social, de restringirse a los límites del sistema opresivo y explotador existente y su BEB (Basura Electoral Burguesa), como la hemos descrito con mucha razón. Y todo esto ha estado acompañado de un embate ideológico implacable, por las fuerzas gobernantes de este sistema y sus voceros mediáticos y cómplices intelectuales —un embate contra el comunismo y, de hecho, contra todos los aspectos positivos del auge de lucha radical de la década de 1960— un embate al que Mark Rudd está haciendo su propia modesta contribución.
Pero la realidad es que, a pesar de todos estos cambios, no ha desaparecido ni disminuido la base y la necesidad de tener una revolución comunista con una dirección científica, sino que se ha vuelto más pronunciada y se requiere con urgencia. Y no todos los que nos activamos mediante ese gran auge de lucha de la década de 1960 hemos abandonado la meta de transformar radicalmente la sociedad hacia el objetivo de un mundo sin explotación y opresión y sin la violencia masiva que lo impone, y la necesidad y posibilidad de tener una revolución comunista como la vía para alcanzarla. Sobre lo que he llamado con mucha razón las “décadas terribles” de tiempos recientes, algunos de nosotros hemos perseverado contra las dificultades muy reales para trabajar hacia la realización de esa revolución y hemos profundizado nuestra comprensión científica de la forma en que esa revolución debe y puede ser llevada a cabo. Particularmente por medio del trabajo que he realizado durante estas décadas, ahora existe un nuevo comunismo, el que es una continuación, pero también representa un salto cualitativo más allá y, en algunos aspectos importantes, una ruptura con la teoría comunista como se había desarrollado previamente y el que ha puesto al comunismo sobre una base científica aún más consecuente, proporcionando la estrategia y la dirección para una revolución real y una sociedad radicalmente nueva en el camino hacia la emancipación real9.
En el curso del auge de lucha de la década de 1960, aquellos que llegaron a estar convencidos de la necesidad de un cambio radical buscaron ese cambio “como campesinos que iban a la guerra” con cualquier arma que encuentran a la mano (para invocar una formulación de Lenin, quien dirigió la revolución rusa de 1917 y también hizo aportes inestimables al desarrollo de la teoría comunista). Esto llegó a ser cierto, en un sentido real y más literal, respecto al Weather Underground; pero era cierto metafóricamente para algunos de nosotros — en el sentido de que retomamos la teoría existente del movimiento comunista en ese momento. Esto nos condujo, correctamente, al entendimiento de que una revolución tiene que contar, y solo podría hacerse, con la lucha organizada de las masas, de millones de personas, y no con un pequeño grupo aislado de dichas masas. Pero también nos condujo a adoptar lo que se estaba convirtiendo en un concepto incorrecto y anticuado —que, si bien hay que dedicar atención y esfuerzos serios a la lucha contra la opresión del pueblo negro y otras nacionalidades minoritarias, y de las mujeres, y otras cuestiones sociales importantes, según dicho concepto la fuerza principal para la revolución no era simplemente la clase obrera en un sentido general, sino más específicamente los trabajadores de la industria a gran escala— que de hecho, en Estados Unidos en particular, en un grado importante se habían vuelto “aburguesados” a raíz del botín parásito de la dominación y superexplotación por el imperialismo, particularmente en el tercer mundo. (De hecho, algunos de los trabajadores más jóvenes en esta situación respondieron favorablemente al trabajo revolucionario que estábamos llevando a cabo — por malogrado y limitado que estuviera por cierto concepto erróneo del proceso revolucionario y por tendencias definidas a favor del economismo, es decir, los esfuerzos por construir un movimiento para la revolución socialista al centrarlo y hacer que se desenvolviera en torno a las demandas económicas más inmediatas de estos trabajadores. Pero la respuesta positiva de esos trabajadores más jóvenes en realidad tenía mayor relación con la influencia de la cultura radical de la juventud de esa época que con el enfoque de combinar el economismo con los llamamientos generales a la revolución.)
Como se ha enfatizado aquí, se han dado cambios importantes en Estados Unidos y en el mundo en general desde ese entonces, hace décadas ya — y el desarrollo del nuevo comunismo ha implicado, como uno de sus aspectos más importantes, continuar aplicando un análisis científico a las cuestiones decisivas de la base, la estrategia y las fuerzas para la revolución — algo que analizan obras mías como el libro El Nuevo Comunismo10 y Breakthroughs (Abriendo Brechas), donde se señala que las fuerzas vertebrales para la revolución saldrán principalmente de entre las decenas de millones de personas —particularmente aquellos concentrados en las comunidades urbanas marginadas, pero también otras personas— las que están sometidas a una cruel opresión y brutal represión bajo este sistema, aunque también se enfatiza que esta revolución tiene que contar con una amplia unificación de diversas fuerzas sociales, especialmente jóvenes y estudiantes, pero también otras personas de entre las capas medias, y que hay que dirigir todas esas fuerzas con un núcleo sólido de miles y miles de personas, con firmes bases y raíces en la ciencia del comunismo, tal como se ha desarrollado más con el nuevo comunismo. Y sigo bregando con la aplicación de un método y enfoque científico a los problemas de la revolución, en Estados Unidos, pero aún más fundamentalmente en términos de la lucha general hacia la realización del comunismo en todo el mundo.
En términos de la base para la revolución, el nuevo comunismo enfatiza este entendimiento muy importante explicado de manera concentrada en Por qué nos hace falta una revolución real y cómo concretamente podemos hacer la revolución.
La base para la revolución no se encuentra en lo que la gente piensa o hace en un momento dado, sino en las relaciones y contradicciones fundamentales del sistema que causan el tremendo sufrimiento pero las que no es posible resolver bajo este sistema. (De Esperanza para la humanidad sobre una base científica: Romper con el individualismo, el parasitismo y el chovinismo pro estadounidense)
Y “Por qué nos hace falta... cómo concretamente podemos...” se centra en estas preguntas importantes:
¿Por qué los negros, latinos e indígenas están sometidos a la persecución genocida, la encarcelación en masa, la brutalidad y asesinato policial?
¿Por qué hay degradación patriarcal, deshumanización y subyugación de todas las mujeres en todas partes, y opresión a base de la orientación sexual o de género?
¿Por qué hay guerras de imperio, ejércitos de ocupación y crímenes contra la humanidad?
¿Por qué satanizan, criminalizan y deportan a los inmigrantes, y militarizan la frontera?
¿Por qué están destruyendo el medio ambiente de nuestro planeta?
Estos son los que llamamos los “5 ALTOS” — contradicciones profundas y determinantes de este sistema, con todo el sufrimiento y destrucción que provocan, contra los cuales habremos de protestar y oponernos de manera poderosa, con una verdadera determinación de ponerles fin, pero que sólo se eliminarán por fin acabando con este propio sistema.
¿Por qué, con todo esto, vivimos en un mundo donde sectores grandes de la humanidad viven en una pobreza extrema, en que 2.3 miles de millones de personas carecen hasta de inodoros rudimentarios o letrinas y enormes números padecen enfermedades prevenibles, en que millones de niños mueren cada año de estas enfermedades y de inanición, mientras obligan a 150 millones de niños en el mundo a dedicarse al trabajo infantil despiadadamente explotado, y toda la economía mundial se apoya en una vasta red de maquiladoras que emplean grandes números de mujeres que están sometidas de rutina al acoso y agresión sexual, un mundo en que 65 millones de refugiados han sido desplazados por guerras, pobreza, persecución y los efectos del calentamiento global?
¿Por qué es así el estado de la humanidad?
Y ofrece esta respuesta científicamente fundamentada:
Hay una razón fundamental: la naturaleza básica del sistema del capitalismo-imperialismo bajo el cual vivimos y la manera, por su propia naturaleza, en que continuamente perpetra un horror tras otro. Y, en términos fundamentales, tenemos dos opciones: o vivir con todo eso —y condenar a las generaciones del futuro a lo mismo, o a cosas peores, si es que siquiera tengan un futuro— o, ¡hacer la revolución!
¿Es posible que Mark Rudd (o cualquier otra persona) argumente que es posible que se realice todo esto —poner fin a estos “5 ALTOS” y a las horrorosas condiciones a las que están sometidas las masas de la humanidad bajo la dominación de este sistema del capitalismo-imperialismo— mediante reformas dentro de los límites de este sistema y sin el derrocamiento revolucionario de este sistema (o dice el argumento según el cual lo mejor que se puede esperar es que todo esto continúe, pero con —lo que objetivamente representa— una leve mitigación)? ¡No! La emancipación de la humanidad de todo eso es profunda y cada vez más urgentemente necesaria, y la posibilidad de un futuro radicalmente diferente y mucho mejor exige y requiere una revolución real y el avance de la humanidad más allá de este sistema, con la realización del comunismo en todo el mundo. La realidad de que será difícil de realizar eso y se requerirá una lucha monumental, ardua y abnegada por parte de millones y, en última instancia, miles de millones de personas, es algo que no negaría ninguna persona seria — y ciertamente nadie que se basara en el método y enfoque científico del nuevo comunismo. Pero un análisis científico lleva a la conclusión clara de que esto es tan necesario como lo es difícil — y que es posible (no es un hecho seguro, y ciertamente no es inevitable — pero es posible). Y deben dedicarse a contribuir a esta revolución todos aquellos que se niegan a aceptar el mundo tal como está bajo la dominación del sistema capitalista imperialista, todo el sufrimiento innecesario que este impone a las masas de la humanidad y la amenaza existencial muy real que representa para la humanidad misma.
En términos fundamentales, existe una unidad entre la antigua posición infantil, esencialmente terrorista, que sostenían en cierto momento las personas parecidas a Mark Rudd y la acomodación reformista con este monstruoso sistema que Rudd promueve hoy. Lo que unifica estos dos “polos políticos” aparentemente contrarios es su oposición común a una revolución real, llevada a cabo mediante la lucha organizada de millones de personas decididas a derrocar el sistema de opresión existente y a hacer nacer un sistema mucho mejor. Y, en términos de la epistemología (la orientación para conocer la realidad), lo que subyace a esta unidad de errores es el método y enfoque no científico —o fundamentalmente anticientífico— que tipifica tanto la orientación de algo como el Weather Underground como el reformismo en el que una cantidad exageradamente grande de personas, entre ellas Mark Rudd, se han dejado caer.
1. En su autobiografía, From Ike to Mao and Beyond, My Journey from Mainstream America to Revolutionary Communist, Bob Avakian habla de su propio enfoque y esfuerzos, así como los de otras personas, en dar lucha con soldados y ex combatientes de las fuerzas armadas de Estados Unidos para convencerlos a que se opongan y presten su apoyo al movimiento de oposición a la guerra de Vietnam. [volver]
2. Bob Avakian, Por qué nos hace falta una revolución real y cómo concretamente podemos hacer la revolución. El texto en español y el video en inglés de este discurso están disponibles en revcom.us. [volver]
3. ¡EL REGIMEN DE TRUMP Y PENCE TIENE QUE MARCHARSE! En nombre de la humanidad, nos NEGAMOS a aceptar a un Estados Unidos fascista, Un mundo mejor ES posible. El texto en español y el video en inglés de este discurso filmado de Bob Avakian están disponibles en revcom.us. [volver]
4. “Reflexiones sobre cómo debe responder a la derecha cristiana la Pacific School of Religion”, del Dr. Hubert Locke, está disponible en revcom.us. [volver]
5. Esta descripción de una situación revolucionaria es de CÓMO PODEMOS GANAR — Cómo en concreto podemos hacer una revolución (una declaración del Partido Comunista Revolucionario), que se cita en Por qué nos hace falta una revolución real y cómo concretamente podemos hacer la revolución, ambos disponibles en revcom.us. [volver]
6. Por qué nos hace falta una revolución real y cómo concretamente podemos hacer la revolución. [volver]
7. Por qué nos hace falta una revolución real y cómo concretamente podemos hacer la revolución. [volver]
8. Breakthroughs (Abriendo Brechas): El avance histórico hecho por Marx, y el nuevo avance histórico del nuevo comunismo, Un resumen básico; Esperanza para la humanidad sobre una base científica: Romper con el individualismo, el parasitismo y el chovinismo pro estadounidense. Estas obras de Bob Avakian están disponibles en revcom.us. [volver]
9. La estrategia para la revolución se explica en Por qué nos hace falta una revolución real y cómo concretamente podemos hacer la revolución; y una visión panorámica y un plano concreto para una sociedad radicalmente diferente está contenida en la Constitución para la Nueva República Socialista en América del Norte, de la autoría de Bob Avakian. El texto en español e inglés de la Constitución, y el vídeo en inglés y el texto en español de Por qué nos hace falta una revolución real y cómo concretamente podemos hacer la revolución, están disponibles en revcom.us. [volver]
10. EL NUEVO COMUNISMO: La ciencia, la estrategia, la dirección para una revolución real, y una sociedad radicalmente nueva en el camino hacia la verdadera emancipación, Editorial Aurora Roja, 2018. Pedidos: RCP Publications, revcom.us. [volver]
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Esperanza para la humanidad
sobre una base científica
Romper con el individualismo,
el parasitismo y el chovinismo pro estadounidense
Bob Avakian
Autor deEl Nuevo Comunismo
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Prepublicación, 3 de agosto de 2019 Lea o descargue el pdf en español; o en forma de html
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