En varias obras, entre ellas Breakthroughs (Abriendo Brechas)1 y El Nuevo Comunismo2, he examinado las contradicciones básicas de la economía capitalista (el modo de producción) y las terribles consecuencias del hecho de que el sistema del capitalismo-imperialismo sigue dominando el mundo. Aquí, quiero ofrecer una explicación básica, más breve, de las contradicciones inherentes a ese modo de producción (e integradas en ese modo de producción) y la manera en que eso conduce a estas terribles consecuencias.
El capitalismo es el sistema en que se generaliza la producción e intercambio de mercancías. Una mercancía es cualquier cosa que se produce con el fin de intercambiarla (venderla), a diferencia de una cosa que una persona produce para su propio uso (y no la intercambia con otra persona). Con ese entendido, mercancías pueden referirse a bienes (tal como la ropa) o servicios (como la atención médica). Bajo el capitalismo, los bienes y los servicios son mercancías.
Las mercancías traen una contradicción básica intrínseca: la contradicción entre el valor de uso y el valor de cambio. El valor de uso se refiere al hecho de que, para que una mercancía sea cambiada (vendida) por otra, tiene que haber alguien (o varias personas) que consideren que esta mercancía particular sea útil (la consideran algo que necesitan o desean). El valor de cambio se refiere al hecho de que el valor de cualquier cosa, como una mercancía para el intercambio, equivale al tiempo de trabajo socialmente necesario que se requiere para producir esa cosa. Para ilustrar esto, he dado el ejemplo de un caramelo y un avión. La razón por la que un avión vale mucho más que un caramelo —que el avión contiene mucho más valor de cambio— es que, fundamentalmente, se requiere mucho más tiempo de trabajo socialmente necesario para producir un avión que lo que se requiere para producir un caramelo3.
Para analizar cosas de este tipo, también he dado el ejemplo de galletas de chispitas de chocolate4. Si haces galletas con chispitas de chocolate con la intención de venderlas, pero nadie las considera útiles —que la gente prefiera otras galletas, o que por alguna razón, nadie quiera galletas—, pues no podrás intercambiarlas (venderlas). En esa situación, no se puede realizar el valor de cambio de estas galletas (lo que puedes recibir a cambio — un dinero o alguna otra mercancía), y te resultará una pérdida del dinero que has gastado en los ingredientes para prepararlas. Si este proceso continúa así, te hundirás en deudas y con el paso del tiempo tendrás que dejar de tratar de vender tus galletas (tendrás que abandonar el negocio).
En este escenario, vemos la manera en que se desarrolla la contradicción básica entre valor de uso y valor de cambio. Para que se intercambie algo, hace falta que tenga un valor de uso; y si no tiene valor de uso (si la gente no considera que sea útil, o encuentra alguna otra versión de la misma mercancía, o alguna otra mercancía más útil), pues no se puede intercambiar, y el dueño de esa cosa (la mercancía) sufrirá una pérdida.
Como señalé al comienzo, el sistema capitalista supone la generalización de la producción e intercambio de mercancías. De manera abrumadora en la sociedad capitalista, se producen las cosas con el fin de intercambiarlas (venderlas). Y otro rasgo que define el capitalismo es que la fuerza de trabajo (la capacidad de trabajar en general) también es una mercancía. Las personas, al ser empleadas por otras personas, cambian esta mercancía suya (su fuerza de trabajo, su capacidad de trabajar) por otra mercancía: el dinero (un sueldo o un salario) para poder vivir — a fin de tener los medios para comprar otras mercancías, como comida, ropa, etc.
El “secreto” del desarrollo capitalista es que la fuerza de trabajo es un tipo especial de mercancía: puede crear más riqueza (valor) en su uso (por el empleador — el capitalista) que la cantidad del valor que corresponde a lo que se paga al trabajador en la forma de sueldo (o salario). De modo que lo que, en su apariencia externa, se parece a “un intercambio igual” —que se intercambia un sueldo o salario por un trabajo— es en realidad un intercambio desigual. La persona con el empleo no trabaja solamente las horas en que produce el valor equivalente a su sueldo (o salario); tiene que trabajar varias horas adicionales para producir un valor adicional —la plusvalía— la cual acumula (se apropia) su empleador, el capitalista. Si la persona con el empleo no está dispuesta a hacer eso, será despedida — o no será contratada en primer lugar.
Esta es la fuente de las ganancias capitalistas, y representa la relación explotadora básica del capitalismo — un sistema en que miles de millones de personas, en última instancia, son empleadas por un número relativamente pequeño de capitalistas, en que las corporaciones y otras grandes asociaciones de capital dominan la economía y acumulan enormes cantidades de ganancias cada año. Y esta explotación es parte de la contradicción fundamental del capitalismo — la contradicción entre la producción socializada y la apropiación privada — la realidad de que de hecho la producción se lleva a cabo de manera altamente socializada, a menudo con miles de personas que trabajan juntas en varios lugares de trabajo para producir las mercancías que se pondrán a la venta (sea comida, ropa, zapatos, automóviles, balones de futbol u otros productos), lo que es, a su vez, parte de un sistema general de producción que abarca a millones y en última instancia a miles de millones de personas, mientras los capitalistas se apropian de manera privada y venden los productos de este trabajo (las mercancías) sin realizar el trabajo para producir estas mercancías sino que al contratar a otras personas para que lo hagan.
Esta relación entre los capitalistas (la burguesía) y las personas a las que explotan (el proletariado) es una de las fuerzas impulsoras del sistema capitalista. La otra fuerza impulsora, aun más decisiva, es la anarquía de este sistema. Esto se refiere una vez más a la contradicción básica entre el valor de uso y el valor de cambio. Para llevar a cabo la producción de los productos que los capitalistas se proponen vender, tienen que gastar dinero (invertir) en la compra de la fuerza de trabajo (en emplear a personas por un sueldo o salario), así como materia prima, maquinaria y otros medios de producción. Pero, aunque hagan muchos “estudios del mercado” y otros esfuerzos por calcular la forma de “conseguir un rendimiento rentable” de su inversión, estos capitalistas están en competencia con otros capitalistas, y no hay ninguna garantía de que podrán obtener un rendimiento rentable de lo que hayan invertido, o que siquiera podrán recuperar lo que hayan invertido (recibir una cantidad equivalente a su inversión). Por eso gastan enormes cantidades de dinero en la publicidad, en un intento de convencer al “consumidor” que su producto es el más útil. Y si no logran convencer a suficientes “consumidores” para que compren su producto, pues no podrán realizar el valor de cambio encarnado en sus productos — no logrará obtener un “rendimiento rentable” de su inversión, o quizá ni siquiera cubran los gastos; y si este proceso continúa así, perderán terreno en relación a otros capitalistas y quizá a la larga “se hundan”. Esta es la fuerza impulsora que hace que los capitalistas constantemente busquen situaciones en que puedan explotar a las personas de manera aun más intensa — al pagarles un sueldo más bajo, como el sueldo de hambre (literalmente o al borde de la inanición) que pagan a las personas, incluso a los niños, las cuales emplean en maquiladoras y minas en el tercer mundo (América Latina, África, el Medio Oriente y Asia).
El hecho de que la competencia entre los capitalistas, y la anarquía que eso supone, ahora ocurre a una escala masiva —con la producción y el intercambio a un nivel mundial, en que los capitalistas tienen una necesidad de constantemente encontrar fuentes más baratas de “insumos” (lo que incluye a las personas a las cuales explotar así como la materia prima), sin importar el costo para los seres humanos y el medio ambiente— implica que la escala de la destrucción que resulta de esto también es masiva, y en constante expansión. Y, como explica Raymond Lotta en un artículo muy importante:
La intensificación de la globalización imperialista de la producción se refiere al hecho de que una proporción cualitativamente más grande de la producción industrial que sirve a los requisitos de generar ganancias del capital imperialista se lleva a cabo en partes más amplias del mundo, fuera del mercado “base” (nacional) de las economías imperialistas — aunque el mercado base nacional sigue siendo el mercado más grande único y es la base del capital nacional-imperialista de países como Estados Unidos, Japón, Alemania, Rusia, etc. Esta intensificación de la globalización es una expresión de la lógica de expandirse o morir del capitalismo-imperialismo y de la rivalidad entre las potencias imperiales5.
A su vez, las contradicciones que definen este sistema del capitalismo-imperialismo, como la rivalidad entre las potencias imperialistas, repetidamente conducen a guerras. Esto incluye guerras que emprenden los imperialistas para subyugar a países en el tercer mundo (como la guerra estadounidense contra Irak), a fin de conseguir (o mantener) el control sobre fuentes clave de materia prima y de gente a la cual explotar, la dominación de partes estratégicas del mundo y una posición dominante en el mundo en su conjunto. También hay “guerras de sustitutos” en que las potencias imperialistas rivales respaldan a otros países menos poderosos en esas guerras. Y no se puede descartar la posibilidad de una guerra entre las mismas potencias imperialistas rivales, con toda la destrucción que esto supondría, y la amenaza muy real a la existencia de la humanidad.
Con toda la complejidad en juego, en última instancia todo esto se basa en esa contradicción básica inherente a las mercancías —entre el valor de uso y el valor de cambio— y las formas en que esto se expresa con el modo de producción capitalista que conduce a consecuencias terribles para la humanidad y su futuro. La revolución socialista, con su objetivo final de un mundo comunista, puede ponerle fin a esta contradicción básica, y a todo lo que ésta supone y lo que genera, al actuar para eliminar la propiedad privada de los medios de producción y la apropiación privada de los productos de la producción, y al llevar a cabo la futura eliminación de la producción de cosas en la forma de mercancías — y, en lugar de eso, al movilizar las fuerzas productivas de la sociedad, de una manera socializada y planificada, para producir las cosas sobre la base de lo que es útil para satisfacer las necesidades de las masas de personas y al final, de toda la humanidad, y al distribuir esto a las personas sobre la base de necesidad, y no sobre la base del valor de cambio.
Esto pondrá posibilidades —esto proporcionará la base material— para una era completamente nueva en la historia humana, con relaciones completamente nuevas entre las personas, basadas fundamentalmente en la cooperación y no en la competencia, con las ideas y valores correspondientes.