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En Estados Unidos, tenemos un problema nazi. Unos 73 millones de personas votaron por él. Su líder sigue en el poder y está librando una batalla para deslegitimar las elecciones que claramente perdió. Sus seguidores merodean por las calles y recaudaron dos millones de dólares para la fianza de un asesino adolescente, destruyen los murales de La Vida de los Negros Importa Black y corean “Digan su nombre, Donald Trump”, escupiendo a los angustiantes gritos de los negros cuya vida la policía la siega tan rutinariamente.
En su mayoría no agitan esvásticas y saludan a Hitler, pero en Estados Unidos tenemos un problema nazi tan profundo como los alemanes tuvieron un problema nazi en los años 1930. Sus mentes están saturadas de teorías de conspiración, toman las mentiras como la verdad, difunde el odio y la intolerancia, se envuelven en varias banderas —la estadounidense, la de la Confederación esclavista, la de La Vida de los Policías Importa— y usan la Biblia como arma de violencia y represión. Son una expresión grotesca de lo peor de Estados unidos, de su feo narcisismo, su militarismo intimidador, su ignorancia y su negativa a preocuparse por el resto del mundo. Llevan la antorcha de la esclavitud, el genocidio y el terror al estilo del Jim Crow. Con armas hasta las cachas y sin máscaras faciales, exaltan por encima de todo el derecho de matar.
Trump perdió las elecciones. Perdieron. Nos lanzamos a las calles a celebrar, pero ellos no se irán tranquilamente. Los fascistas han regresado y pueden regresar de la derrota, y cuando lo hacen, tienen más fuerza, más preparación y más venganza. Con su desquiciada audacia, Trump sigue dominando las ondas noticiosas, y convierte una elección decisiva en un debate. Cada día que permanece en el poder es un aluvión implacable de locura. Cada día es otro día de lo impensable y sin precedentes dicho en voz alta y en las acciones. Cada día hay mil muertes adicionales por culpa de la Covid. La humanidad y la moralidad de una parte de los 73 millones de personas que votaron por Trump está tan vacía que ni siquiera pueden llorar a los muertos. ¿Y qué pasa con el resto de nosotros, que no queríamos esto pero aprendimos a vivir con ello?
Esto es lo que enfrentamos. Llámelo como quiera pero es un problema que no desaparecerá sin que las personas preocupadas y pensantes se nieguen a cederles otro centímetro. Cualquier postura moral y política que los alemanes debieran haber tomado para derrotar a los nazis temprano, por mucha determinación que debieran haber mostrado, se aplica a nosotros diez veces ahora. Estados Unidos tiene un problema tipo MAGA [Hacer que Estados Unidos vuelva a tener grandeza]. Millones de ellos creen que las personas que son, por su propia existencia, criminales —los negros en las ciudades de los estados de contienda electoral decisiva— se robaron estas elecciones a su líder con la ayuda de una banda de conspiradores malvados, y este será su grito de guerra mientras se reagrupan para vengarse y volver al poder. Esconderse de ellos cuando se presenten en su localidad, negarse a decirle lo que es, seguirles la corriente o no condenar su intolerancia no hará que se vayan.
Hace poco, alguien me dijo que tratara a las turbas tipo MAGA como un incendio. ¿Cómo se apaga un incendio? Lo privas de oxígeno. Este fue su argumento en contra de llevar a cabo una contra-protesta a la marcha de un millón de MAGAs en Washington, D.C. el 14 de noviembre, en que miles de partidarios de Trump sí corearon “Digan su nombre, Donald Trump” y muchas otras cosas más atroces que eso. La contraprotesta supuestamente serviría de pretexto para que estos golpeadores tuviera una justificación para la violencia, que era supuestamente lo que querían, y así darle a Trump una justificación para invocar el Acta de Insurrección e instituir la ley marcial para permanecer en el poder.
Si reconoce que esto es un posible peligro, sabe que en Estados Unidos tenemos un problema nazi. Mantener la cabeza agachada y decir la verdad únicamente detrás de puertas cerradas y cortinas corridas fue una estrategia ampliamente desplegada en la Alemania nazi, para evitar la violencia, para mantener la paz. Sí, los fascistas quieren la violencia y hay muchas maneras para que ellos la consigan — arrancar a los niños de los brazos de sus padres, matar a los fieles en una sinagoga, atropellar a los manifestantes con sus coches, decirles a las policías que dejen de ser “demasiado amables” con los negros y los latinos a los que aterrorizan en las calles. No quieren que millones de ustedes digan que no. No quieren que sus voces se eleven en unidad o sus pies marchen en unidad. Lo que quieren por encima de todo es su silencio — o mejor aún, que ustedes se desaparezcan.
Es correcto ver que esto es un incendio que sigue ardiendo. El oxígeno que este vil fascismo estadunidense necesita proviene de la ausencia de millones de nosotros en las calles, no violentos pero decididos a oponérnosles, negándonos a aceptar a un Estados Unidos fascista. La gente obtuvo una victoria sacando del poder a Trump con el voto. Imaginen la pesadilla si él hubiera ganado. Pero tenemos que apoyarnos en esta victoria e ir hasta el final para parar en seco este programa fascista. Ellos están luchando por un futuro de indiscutible supremacía blanca, misoginia y patriarcado teocrático, e xenofobia tipo Estados Unidos Ante Todo, impuesta por el terror y la violencia. No hay decencia en lo que ellos quieren. No podemos ceder la plaza pública y el discurso público a los fascistas para pregonar sus falsos agravios y difundir sus mentiras, muerte y odio.
No se apaga un incendio alejándose de él.
Un compromiso a la gente del mundo:
En nombre de la humanidad,
nos negamos a aceptar a un Estados Unidos fascista.