Entre los factores distintivos de la situación actual están los saltos que se están dando en la globalización, vinculados a un proceso acelerado de acumulación capitalista en un mundo dominado por el sistema capitalista imperialista. Esto ha llevado a cambios importantes, a menudo dramáticos, en la vida de enormes cantidades de personas, que con frecuencia debilitan las relaciones y costumbres tradicionales. Aquí me enfocaré en los efectos de esto en el tercer mundo —los países de África, América Latina, Asia y el Medio Oriente— y las formas en que eso ha contribuido al actual crecimiento del fundamentalismo religioso en esas regiones.
Por todo el tercer mundo, cada año desplazan a millones de personas del campo, donde han vivido y han luchado duramente por subsistir en condiciones sumamente opresivas, pero donde ahora ni siquiera pueden hacer eso: se encuentran desplazadas a las zonas urbanas, especialmente a los barrios marginados, que crecen descontroladamente, en cinturón tras cinturón que rodean los centros urbanos. Por primera vez en la historia, hoy la mitad de la población del mundo vive en las zonas urbanas, especialmente en esos enormes y crecientes barrios marginados.
Desarraigadas de sus condiciones tradicionales —y de las formas tradicionales en que las han explotado y oprimido—, masas de personas son arrojadas a una existencia sumamente insegura e inestable, en que no se les puede integrar, de una “manera articulada”, al tejido de la estructura económica y social y del funcionamiento de la sociedad. En muchos países del tercer mundo, la mayoría de los habitantes de las zonas urbanas trabajan en la economía informal — por ejemplo, como vendedores ambulantes o comerciantes en pequeña escala, de varios tipos, o en las actividades clandestinas e ilegales. En gran medida debido a eso, mucha gente está acudiendo al fundamentalismo religioso en busca de un ancla en medio de todo este desplazamiento y trastorno.
Otro factor en todo esto es que, en el tercer mundo, estos cambios y desplazamientos enormes y veloces se están dando en el contexto de la dominación y explotación por los imperialistas extranjeros — y que esto está asociado con las clases dominantes “locales”, que dependen económica y políticamente del imperialismo y están subordinadas a él, y que para muchos son agentes corruptos de una potencia extranjera que fomentan la “cultura decadente del Occidente”. Esto, a corto plazo, puede fortalecer a las fuerzas y los líderes fundamentalistas religiosos que componen la oposición a la “corrupción” y la “decadencia occidental” de las clases dominantes locales, y a los imperialistas a los cuales estas sirven, en términos de retomar, e imponer con renovada fuerza, las relaciones, costumbres, ideas y valores tradicionales, que a su vez tienen sus orígenes en el pasado y representan formas extremas de explotación y opresión.
Donde el islam es la religión dominante —en el Medio Oriente pero también en otros países como Indonesia— eso se expresa en el crecimiento del fundamentalismo islámico. En gran parte de América Latina, donde el cristianismo, especialmente en la forma del catolicismo, ha sido la religión dominante, el crecimiento del fundamentalismo se caracteriza por una situación en la que una gran cantidad de personas, especialmente los pobres, que han llegado a sentir que la iglesia católica los ha fallado, se ven atraídas por varias formas del fundamentalismo protestante, como el pentecostalismo, que combina formas de fanatismo religioso con retórica que alega que habla en nombre de los pobres y oprimidos. En partes de África también, en particular entre las masas apiñadas en los barrios marginados, se ve el fenómeno del crecimiento del fundamentalismo cristiano, incluido el pentecostalismo, de la misma manera que el fundamentalismo islámico es un fenómeno en crecimiento en otras partes de África1.
Pero el crecimiento del fundamentalismo también se debe a grandes cambios políticos, y a las medidas y acciones conscientes de parte de los imperialistas en la esfera política, que han tenido un impacto profundo en la situación en muchos países del tercer mundo, entre ellos los del Medio Oriente. Una dimensión clave de esto es que es muy importante no descartar o restarle importancia al impacto de los sucesos en China desde la muerte de Mao Tsetung y el cambio total en ese país, de uno que avanzaba por el camino del socialismo a uno en el que de hecho se ha restaurado el capitalismo y donde la orientación de promover y apoyar la revolución, en China y por todo el mundo, ha sido reemplazada por una orientación de buscar una posición más fuerte para China en el marco de la política de relaciones de poder mundiales dominadas por el imperialismo. A corto plazo, esto ha tenido la consecuencia —profundamente negativa— de socavar la sensación en muchos oprimidos por todo el mundo de que la revolución socialista les ofrecía la salida de su miseria y ha propiciado condiciones más favorables para aquellos, y en particular los fundamentalistas religiosos, que buscan movilizar a la gente en torno a algo que en ciertos aspectos se opone a la potencia opresiva dominante del mundo pero que en sí representa una cosmovisión y un programa reaccionarios.
Este fenómeno se refleja en los comentarios de un “experto en terrorismo” que dijo de ciertas personas acusadas hace poco de terrorismo en Inglaterra que hace una generación, hubieran sido maoístas. Bueno, a pesar de que las metas y estrategia, y las tácticas, de los auténticos maoístas —los que se guían por la ideología comunista— son radicalmente diferentes de las de los fundamentalistas religiosos, y que los comunistas rechazan, en principio, el terrorismo como método y enfoque, hay algo de cierto e importante en lo que dice este “experto en terrorismo”: hace una generación muchos de esos mismos jóvenes y otros que por el momento se encuentran atraídos por el fundamentalismo islámico y otras formas de fundamentalismo religioso, se hubieran encontrado atraídos por el polo radicalmente diferente y revolucionario del comunismo. Y este fenómeno cobró más fuerza con el derrumbamiento de la Unión Soviética y el “campo socialista” que encabezó. En realidad, la Unión Soviética dejó de ser socialista a mediados de los años 50, cuando los revisionistas (comunistas de nombre pero capitalistas en realidad) tomaron el poder y empezaron a dirigir el país de acuerdo con los principios capitalistas (pero en la forma de capitalismo de estado con un camuflaje “socialista”). En los años 1990, los dirigentes de la Unión Soviética empezaron a deshacerse abiertamente del socialismo, y luego la Unión Soviética misma dejó de existir, y Rusia y los demás países que eran parte del “campo” soviético dejaron de fingir que eran “socialistas”.
Todo esto —y, en relación con ello, una ofensiva ideológica implacable de parte de los imperialistas y sus representantes intelectuales— ha resultado en la idea, propagada y transmitida ampliamente, de la derrota y la muerte del comunismo y, por el momento, el desprestigio del comunismo en amplios sectores populares, inclusive entre quienes buscan con impaciencia una manera de luchar contra la dominación, opresión y degradación imperialistas2.
Pero no es solamente al comunismo que los imperialistas se han esforzado por derrotar y desprestigiar. También han atacado a otras fuerzas y gobiernos laicos que en algún grado se han opuesto o han representado obstáculos objetivos a los intereses y metas de los imperialistas, en particular en las regiones del mundo que estos consideran de importancia estratégica. Por ejemplo, en los años 50 Estados Unidos fraguó un golpe de estado que tumbó al gobierno nacionalista de Mohammad Mossadegh en Irán, porque vio las medidas de ese gobierno como una amenaza al control del petróleo iraní por Estados Unidos (y en segundo plano por Inglaterra) y a la dominación estadounidense de la región más ampliamente. Eso ha tenido repercusiones y consecuencias durante décadas. Entre otras cosas, contribuyó al crecimiento del fundamentalismo islámico y con el tiempo al establecimiento de una república islámica en Irán, cuando los fundamentalistas islámicos conquistaron el poder en medio de una oleada de lucha del pueblo iraní a finales de los años 70, que resultó en el derrocamiento del gobierno sumamente represivo del sha de Irán, que Estados Unidos apuntalaba y de hecho mantenía en el poder desde el golpe de estado contra Mossadeg3.
En otras partes del Medio Oriente, y en otros lugares, durante las últimas décadas los imperialistas también se han dedicado conscientemente a derrotar y aniquilar incluso a la oposición nacionalista laica; y de hecho a veces han contribuido conscientemente al crecimiento de fuerzas fundamentalistas religiosas. Palestina es un claro ejemplo de esto: ahí las fuerzas fundamentalistas islámicas recibieron apoyo de Israel —y de los imperialistas estadounidenses, para quienes Israel es una plaza fuerte armada— para socavar a la Organización para la Liberación de Palestina, un grupo más laico. En Afganistán, especialmente durante la ocupación soviética de los años 80, Estados Unidos apoyó y armó a los mujaidines fundamentalistas islámicos, porque reconoció que serían luchadores fanáticos contra los soviéticos. Otras fuerzas, no solo los nacionalistas más laicos sino también los maoístas, se opusieron a la ocupación de la Unión Soviética y a los gobiernos títeres que esta instaló en Afganistán, pero por supuesto que los maoístas en particular no contaron con el apoyo de Estados Unidos y muchos de ellos murieron a manos de los fundamentalistas islámicos “jihadíes” que Estados Unidos apoyaba y armaba.
En Egipto en los años 50, se presentó el fenómeno del líder popular nacionalista Gamal Abdel Nasser y del “nasserismo”, una forma de nacionalismo árabe que no se limitaba a Egipto y cuya influencia llegó a muchas partes después de que Nasser tomó las riendas del poder estatal en Egipto. En 1956 se dio una crisis cuando Nasser impuso más control sobre el canal de Suez; e Israel, junto con Francia e Inglaterra —que todavía no se habían resignado del todo a haber perdido sus grandes imperios coloniales— se opusieron a Nasser. Bueno, un ejemplo de la complejidad de la situación es que en esa “crisis de Suez” Estados Unidos se opuso a Israel, Francia e Inglaterra. El motivo estadounidense no era apoyar al nacionalismo árabe ni a Nasser en particular, sino seguir reemplazando a los imperialistas europeos que habían colonizado esa región del mundo. Para examinar brevemente los antecedentes de esto, después de la Primera Guerra Mundial, con la derrota del viejo imperio otomano, basado en Turquía, Francia e Inglaterra esencialmente dividieron el Medio Oriente entre sí — unas regiones fueron a la esfera de influencia francesa, como colonias francesas en lo fundamental, y otras regiones al control inglés. Pero después de la Segunda Guerra Mundial —en la que Japón, Alemania e Italia sufrieron derrotas arrolladoras, Francia e Inglaterra resultaron debilitados, y Estados Unidos se fortaleció enormemente— Estados Unidos se empeñó en forjar un nuevo orden en el mundo y, como parte de esto, en imponer en el tercer mundo, en lugar del colonialismo de viejo cuño, una nueva forma de colonialismo (neocolonialismo) por medio del cual Estados Unidos mantendría un control efectivo de los países y su estructura política y vida económica, aunque estos se independizaran formalmente. Y, como parte de esto, obligó a Israel a encajarse en relación con la dominación estadounidense del Medio Oriente, ya forjada en lo general y reafirmada agresivamente.
Pero, como resultado de su posición ante lo que se llamó la “crisis de Suez” y como consecuencia de otras medidas nacionalistas, Nasser y el “nasserismo” adquirieron muchos seguidores en los países árabes en particular. Ante esta situación, Estados Unidos, aunque no buscó tumbar abiertamente a Nasser, obró por minar al nasserismo y a las fuerzas más laicas en general —inclusive, claramente, las fuerzas comunistas— que se oponían o eran un estorbo para el imperialismo estadounidense. Y especialmente después de la guerra de 1967, a través de la cual Israel derrotó a los estados árabes que lo rodean y se apoderó de más territorio palestino (que ahora son conocidos como “los territorios ocupados”, fuera del estado de Israel que en sí está en tierra robada a los palestinos), Israel ha recibido el firme apoyo del imperialismo estadounidense y ha sido una fuerza al servicio de sus intereses.
La derrota a manos de Israel en la guerra de 1967 contribuyó en gran medida a la decadencia de Nasser y el nasserismo —y de otros líderes y tendencias más o menos laicos parecidos— entre los pueblos del Medio Oriente; cuando murió en 1970, Nasser ya había perdido gran parte de su lustre ante los ojos de las masas árabes.
De nuevo, vemos otra dimensión de la complejidad de las cosas. Las derrotas prácticas y el fracaso de Nasser efectivamente socavaron, a los ojos de cada vez más personas, la legitimidad o viabilidad de lo que Nasser representaba ideológicamente. Ahora bien, de hecho el “nasserismo” y las tendencias ideológicas y políticas parecidas no representan y no pueden conducir a una ruptura completa con la dominación imperialista y todas las formas de opresión y explotación del pueblo. Pero esto es algo que hay que establecer y que de hecho se establece por medio de un análisis científico de lo que esas ideologías y programas representan y de lo que proponen y son capaces de lograr; no lo demuestra el hecho de que, en ciertos casos particulares o aun por cierto tiempo limitado, los dirigentes que personifican y buscan poner en práctica tales ideologías y programas sufren reveses y derrotas. En las formas en que las masas de los países árabes (y otros) respondieron a los reveses y derrotas de Nasser y de quienes más o menos representaban la misma ideología y programa, había un elemento claro de pragmatismo: la idea de que, inclusive a corto plazo, lo que prevalece es cierto y bueno y lo que sufre pérdidas es defectuoso e inservible. Y, por supuesto, una tendencia espontánea al pragmatismo entre las masas populares ha sido reforzada por los veredictos pronunciados por los imperialistas y otros reaccionarios — no solo, por supuesto, con respecto a las fuerzas laicas como Nasser sino, aún más, con respecto a los comunistas y el comunismo, que representan una oposición mucho más fundamental al imperialismo y a la reacción.
Es importante tener en cuenta que durante las últimas décadas y a lo mínimo hasta muy recientemente, Estados Unidos e Israel se han esforzado por debilitar a las fuerzas laicas entre las que se les oponen en el Medio Oriente (y otras partes) y han favorecido al menos objetivamente, si no han promovido deliberadamente, el crecimiento de las fuerzas fundamentalistas islámicas. Durante la “guerra fría” lo hicieron en alto grado en respuesta a una creencia de que había mucho menos probabilidad de que esos fundamentalistas islámicos se aliaran con el campo soviético. Y en no poca medida, la decisión de favorecer a los fundamentalistas religiosos en vez de las fuerzas más laicas la ha motivado el reconocimiento de la esencia intrínsecamente conservadora y en realidad reaccionaria del fundamentalismo religioso y el hecho de que en gran medida puede ser para los imperialistas (e Israel), un complemento ideal que los resalta como fuerzas democráticas a favor del progreso.
Bueno, una de las ironías de toda esta experiencia es que Nasser y otros jefes de estado nacionalistas árabes reprimieron brutalmente no solo a la oposición fundamentalista islámica (como la Hermandad Musulmana en Egipto) sino también a los comunistas. Pero con lo que ha sucedido en el escenario mundial, por así decirlo, en las últimas décadas —entre otras cosas lo que pasó en China y la Unión Soviética (como se dijo anteriormente) y el muy propagado veredicto de que eso representa la “derrota” del comunismo; la toma del poder en Irán por los fundamentalistas islámicos, tras la caída del sha de Irán a finales de los años 70; la resistencia a la ocupación soviética en Afganistán, que para finales de los años 80 obligó a los soviéticos a retirarse y contribuyó de una manera importante a la caída de la Unión Soviética; y con los reveses y derrotas de los dirigentes más o menos laicos como Nasser (y recientemente de Saddam Hussein) en el Medio Oriente y en otras partes—, a corto plazo son los fundamentalistas islámicos, mucho más que los revolucionarios y los comunistas, los que han logrado reorganizarse y experimentar un crecimiento importante en cuanto a su influencia y fuerza organizada.
Otro ejemplo de toda esta trayectoria de los años 50 hasta hoy —que pone de manifiesto en términos muy duros y gráficos lo que estoy recalcando aquí— es Indonesia. Durante los años 50 y 60 Indonesia tenía el tercer partido comunista más grande del mundo (solo en la Unión Soviética y China había partidos comunistas más grandes). El Partido Comunista de Indonesia tenía una enorme cantidad de seguidores entre los pobres de las zonas urbanas (donde los barrios marginados en la ciudad de Yakarta y otras ciudades eran legendarios, en el sentido negativo) así como entre los campesinos, sectores de los intelectuales y aun entre las capas burguesas más nacionalistas. Desafortunadamente, el Partido Comunista de Indonesia también tenía una línea muy ecléctica — una mezcla de comunismo y revisionismo, de buscar el cambio revolucionario pero también tratar de trabajar con el sistema parlamentario en el marco de las estructuras gubernamentales establecidas.
En ese entonces, el líder nacionalista Achmed Sukarno encabezaba el gobierno. En los años 70 durante una visita a China, tuve la oportunidad de entender eso más a fondo. Algunos miembros del Partido Comunista de China hablaron de la experiencia del Partido Comunista de Indonesia y específicamente dijeron: Discutíamos con el camarada Aidit (el líder del Partido Comunista de Indonesia durante el gobierno de Sukarno); le advertíamos de lo que podría pasar como consecuencia de tener un pie en el comunismo y la revolución y el otro en el reformismo y el revisionismo. Pero el Partido Comunista de Indonesia persistió en seguir ese mismo camino con un enfoque ecléctico; y en 1965 Estados Unidos, por medio de la CIA que trabajaba con las fuerzas armadas indonesias y un importante general, Suharto, llevó a cabo un golpe de estado sangriento y masacró a centenares de miles de comunistas indonesios y otros, destruyó completamente al Partido Comunista de Indonesia y reemplazó a Sukarno como jefe de estado con Suharto.
Durante ese golpe de estado, los ríos alrededor de Yakarta estaban atascados de los cadáveres de las víctimas: los reaccionarios mataban a los comunistas o a los presuntos comunistas y tiraban enormes cantidades de cadáveres a los ríos. Y en un fenómeno que ha llegado a ser muy, pero muy familiar, una vez que iniciaron y dieron ese golpe —que la CIA dirigió, organizó y tramó—, mucha gente que tenía disputas y enemistades personales o familiares acusaba a otros de ser comunistas y los delataba ante las autoridades, y como consecuencia muchas personas que no eran comunistas murieron en las masacres, junto con muchas que sí eran comunistas. Una vez que los imperialistas y reaccionarios desataron esa orgía de sangre, eso alentó, impulsó e incorporó a mucha gente en una especie de sed de venganza. La CIA se jactaba descaradamente de no solo haber organizado y orquestado el golpe sino también de haber singularizado a varios miles de dirigentes comunistas y de haberlos eliminado, en medio de la masacre de centenares de miles.
El problema fundamental con la estrategia del Partido Comunista de Indonesia era que la naturaleza del estado —y en particular de las fuerzas armadas— no había cambiado: el parlamento constaba en gran medida de nacionalistas y comunistas, pero el estado todavía estaba en manos de las clases reaccionarias; y como nunca les habían arrebatado el control del estado y no habían aplastado ni desmantelado al viejo aparato estatal por medio del cual mantenían control, Suharto y las demás fuerzas reaccionarias podían, junto con la CIA y bajo dirección de ella, dar ese golpe de estado sangriento con todas las consecuencias horrorosas.
Respecto a esto, otra anécdota que me contaron los militantes del Partido Comunista de China es muy diciente y penosa. Me dijeron que Sukarno tenía un cetro que llevaba consigo, y los funcionarios chinos que se reunían con él le preguntaban: “¿Qué es ese cetro que lleva con usted?”. Y Sukarno les contestaba: “Este cetro representa el poder estatal”. Bueno, después del golpe, esos camaradas chinos resumieron: “Sukarno todavía tenía el cetro, dejaron que lo conservara, pero no tenía el poder estatal”.
Acabaron casi totalmente con el Partido Comunista de Indonesia físicamente —exterminaron a casi todos los militantes y solo quedaron unos pocos regados por ahí— y le dieron un golpe devastador del cual nunca se ha recuperado. Y el aniquilamiento no solo ocurrió en el sentido físico sino que también se expresó en la forma de una derrota ideológica y política, la desorientación y la desmoralización. Durante las décadas subsiguientes, ¿qué ha pasado en Indonesia? Uno de los sucesos más destacados es el enorme crecimiento del fundamentalismo islámico ahí. Acabaron con la alternativa comunista. En su lugar —en parte fomentado conscientemente por los imperialistas y otras fuerzas reaccionarias pero en parte cobrando fuerza de su propio momento en un contexto donde habían destruido a una poderosa oposición laica y a lo mínimo en nombre comunista—, el fundamentalismo islámico llenó el vacío dejado por la falta de una auténtica alternativa al gobierno sumamente opresivo de Suharto y sus compinches instalados y mantenidos en el poder durante décadas por Estados Unidos4.
Todo esto —lo que ha ocurrido en Indonesia, así como en Egipto, Palestina y otras partes del Medio Oriente— es una dimensión política que se combinó con los factores económicos y sociales mencionados arriba —los trastornos, la volatilidad y los cambios rápidos impuestos desde arriba y que parecen tener fuentes desconocidas y ajenas y/o de potencias extranjeras— para minar y debilitar a las fuerzas laicas, como los revolucionarios y comunistas auténticos, y fortalecer al fundamentalismo islámico (de una manera parecida el fundamentalismo cristiano ha estado cobrando fuerza en Latinoamérica y partes de África).
No cabe duda de que este es un fenómeno sumamente importante. Es un aspecto muy importante de la realidad objetiva que la gente por todo el mundo que busca gestar un cambio en una dirección progresista —y aún más los que se esfuerzan por hacer un cambio auténticamente radical guiados por un punto de vista revolucionario y comunista— tienen que confrontar y transformar. Y para hacer esto, es necesario, primero, abordar en serio y entender esa realidad, en vez de quedarse en una peligrosa ignorancia o adoptar una orientación terca de no hacerle caso. Es necesario y en realidad crucial examinar a fondo este fenómeno y sus varias manifestaciones para captar más profundamente la dinámica subyacente y motriz —las contradicciones fundamentales y las expresiones distintivas de las contradicciones fundamentales y esenciales a nivel mundial y en los países y las regiones individuales— de las cuales este fundamentalismo religioso es una expresión y cómo sobre la base de ese conocimiento más profundo, se puede forjar un movimiento que pueda desviar a las masas populares de eso y atraerlas hacia algo que ofrece una auténtica posibilidad de plasmar en realidad un mundo radicalmente diferente y mucho mejor.
Rechazar la “arrogancia engreída de los ilustrados”
Hay una clara tendencia entre los que son “gente de la Ilustración”, por así decirlo —entre ellos, hay que decirlo, unos comunistas— de caer en lo que viene a ser una actitud de arrogancia engreída hacia el fundamentalismo religioso y la religión en general. Ya que parece tan ridículo, y difícil de entender, que estando en el siglo 21 pueda haber gente que se aferre a la religión y en realidad se adhiera, de una manera fanática y absolutista, a dogmas e ideas que claramente carecen de fundamento en la realidad, es fácil descartar todo ese fenómeno y no reconocer, o no abordar correctamente, el hecho de que en realidad muchas masas lo toman muy en serio. Entre ellas figuran no pocas personas de los sectores más abajo y más a lo hondo del proletariado y otros oprimidos que tienen que ser la base y los cimientos —y una fuerza motriz— de la revolución que realmente puede conducir a la emancipación.
Es una forma de desprecio hacia las masas no tomar en serio la profunda creencia que muchas tienen en la religión y en particular en el fundamentalismo religioso de una u otra clase, al igual que ir a la zaga de la realidad de que muchas de ellas creen en esas cosas y no bregar con ellas para que la abandonen es también en realidad una expresión de desprecio hacia ellas. El dominio que ejerce la religión en las masas populares, inclusive en las más oprimidas, es una gran traba y obstáculo que impide movilizarlas a luchar por su propia emancipación y a ser emancipadores de toda la humanidad — y hay que tratar este dominio y luchar en su contra con ese entendimiento, mientras que al mismo tiempo, en cualquier momento dado es necesario, posible y crucial en la lucha contra la injusticia y opresión unirse lo más ampliamente que sea posible con gente que todavía tiene creencias religiosas.
El crecimiento de la religión y el fundamentalismo religioso:
Una expresión peculiar de una contradicción fundamental
Otra expresión extraña o peculiar de las contradicciones del mundo actual es que por un lado, existe una tecnología altamente desarrollada y una técnica avanzada en los campos como la medicina y en otras esferas, como la informática (y aun tomando en cuenta que grandes cantidades de personas en muchas partes del mundo e incluso en los países “avanzados en tecnología” no tienen acceso a ella, cada vez más gente sí tiene acceso al Internet y a grandes cantidades de información por este medio y de otras maneras), pero por otro lado, se ve un enorme crecimiento de (llamémosla lo que es): ignorancia organizada, en la forma de la religión y el fundamentalismo religioso en particular. Esta contradicción no solo salta a la vista sino que parece peculiar: tanta tecnología e información por un lado y por el otro, tanta ignorancia y creencia en la superstición oscurantista y tanta tendencia a aferrarse a la misma.
Bueno, además de analizar esto en términos de los factores económicos, sociales y políticos que lo han fomentado (a lo cual ya me he referido), otra manera aún más básica de entender esto es que es una expresión sumamente aguda en el mundo actual de la contradicción fundamental del capitalismo: la contradicción entre la producción altamente socializada y la apropiación privada (capitalista) de lo que se produce.
¿De dónde viene toda esta tecnología? ¿Sobre qué base se ha producido? Y hablando específicamente de la difusión de información, y la base sobre la cual la gente adquiere conocimientos, ¿en qué se basa? Toda la tecnología que existe —y, en realidad, toda la riqueza que se ha creado— la han producido en formas socializadas millones y millones de personas por medio de una red internacional de producción e intercambio; pero todo esto ocurre bajo el mando de un puñado relativamente pequeño de capitalistas, quienes se apropian la riqueza que se ha producido —y los conocimientos que se han producido también— y la utilizan al servicio de sus propias metas.
¿Qué ilustra esto? Por una parte, es una refutación de la “teoría de las fuerzas productivas” que sostiene que cuanto más tecnología hay, tanto más “ilustración” habrá, más o menos directamente en relación con esa tecnología — y en su expresión “marxista”, sostiene que cuanto más se desarrolla la tecnología, tanto más se acercará al socialismo o al comunismo. Bueno, miren lo que está pasando por todo el mundo. ¿Por qué no es eso lo que está sucediendo? Por un hecho muy fundamental: toda esta tecnología, todas las fuerzas de producción, “pasan por” y tienen que “pasar por” ciertas relaciones de producción definidas — solo puede desarrollarse y utilizarse si se incorporan al conjunto imperante de relaciones de producción en un momento dado. Y, a su vez, existen ciertas relaciones sociales y de clase que en sí son una expresión de las relaciones de producción imperantes (o que de todos modos corresponden a ellas en general); y existe una superestructura de política, ideología y cultura cuyo carácter esencial refleja y refuerza todas esas relaciones. Así que, no se trata de que las fuerzas productivas —con toda la tecnología y los conocimientos— existan en un vacío social y que se distribuyan y se utilicen de una manera divorciada de las relaciones de producción por medio de las cuales se desarrollan y se utilizan (y de las relaciones sociales y de clase y la superestructura correspondientes). Esto ocurre y solo puede ocurrir por medio de un conjunto u otro de relaciones de producción, sociales y de clase, con las correspondientes costumbres, culturas, maneras de pensar, instituciones políticas, etc.
En el mundo actual dominado por el sistema capitalista imperialista, esa tecnología y esos conocimientos “pasan por” las relaciones y superestructura capitalistas e imperialistas existentes; y una de las principales manifestaciones de esto es la extremadamente grotesca disparidad entre lo que se apropia un pequeño puñado de personas —y una cantidad menor que se distribuye a amplios sectores de la población en algunos países imperialistas, para estabilizarlos y aplacar y pacificar a unos sectores de la población que no son parte de la clase dominante— mientras que con respecto a la gran mayoría de la humanidad hay pobreza, sufrimiento e ignorancia increíbles. Y junto con esta profunda disparidad, presenciamos esta contradicción extraña entre tanta tecnología y tantos conocimientos, por un lado, y una creencia tan fuerte en la superstición oscurantista y una retirada a ella, en particular en la forma del fundamentalismo religioso — todo lo cual es de hecho una expresión de la contradicción fundamental del capitalismo.
Es sumamente importante entender este punto. Si, en vez de entenderlo así uno adopta un enfoque y método más lineal, sería fácil terminar diciendo: “No lo entiendo, hay tanta tecnología, tantos conocimientos, ¿pero por qué la gente es tan ignorante y por qué está tan sumida en la superstición?” Una vez más, la respuesta —y es una respuesta que toca las relaciones más fundamentales del mundo— es que se debe a las relaciones de producción, sociales y de clase, las instituciones, estructuras y procesos políticos imperantes, y el resto de la superestructura — la cultura predominante, los modos de pensar, las costumbres, los hábitos y así sucesivamente, los cuales corresponden al sistema de acumulación capitalista y lo refuerzan, de la manera que eso se expresa en la época en que el capitalismo ha pasado a ser un sistema mundial de explotación y opresión.
Esta es otra perspectiva importante desde la cual poder entender el fenómeno del fundamentalismo religioso. Cuanto más crece esta disparidad, tanto más se crea un semillero del fundamentalismo religioso y las tendencias relacionadas. Al mismo tiempo y en contradicción aguda con esto, existe una base potencialmente más poderosa para la transformación revolucionaria. Todas las profundas disparidades del mundo —no solo en términos de las condiciones de vida sino también en relación con el acceso al conocimiento— se pueden superar solo por medio de la revolución comunista, cuya meta es arrebatarle el control de la sociedad a los imperialistas y otros explotadores y avanzar, por medio de la iniciativa cada vez más consciente de cada vez mayores cantidades de personas, para lograr (según la formulación de Marx) la abolición de todas las diferencias de clase, de todas las relaciones de producción en que estas descansan, de todas las relaciones sociales que acompañan esas relaciones de producción y la revolucionarización de todas las ideas que surgen de esas relaciones sociales — para plasmar en la realidad, final y fundamentalmente a escala mundial, una sociedad de seres humanos que se asocian libremente, que cooperan consciente y voluntariamente por el bien común, a la vez que se da cada vez más campo a la iniciativa y creatividad a todos los miembros de la sociedad en su conjunto.