Dos tercios del cobalto del mundo, un mineral utilizado en la fabricación de teléfonos celulares y laptops, se minan en la República Democrática del Congo, incluso por niños como en la imagen, que trabajan en condiciones peligrosas.
Quiero subrayar que al hablar del “imperialismo”, lo que se quiere decir no es el concepto de colonialismo del viejo estilo y la posesión (u ocupación) directa de los territorios de otros pueblos (aunque eso sigue ocurriendo con el imperialismo de hoy día). Tampoco es su esencia ser un “belicista” (o “halcón”), aunque, una vez más, ser un representante real del sistema imperialista sí requiere que se emplee y apoye la amenaza, y el uso concreto, de la guerra. La esencia de lo que se quiere decir (por “imperialismo” e “imperialista”) es el análisis científico del imperialismo como el desarrollo del sistema capitalista como un sistema internacional de explotación, que se basa cada vez más en la superexplotación en el tercer mundo (piénsese en las maquiladoras llenas de mujeres pobres en Bangla Desh, y en las minas donde se explota brutalmente a los niños en El Congo) con los cambios resultantes (o acompañantes) en la estructura social y de clases en los países imperialistas en sí, en los que el aumento del parasitismo es un rasgo distintivo. El capitalismo de hoy —y, sobre todo, el capitalismo de los países imperialistas como Estados Unidos— no podría existir sin esta superexplotación verdaderamente bárbara, y sin la brutalidad polifacética que la mantiene y la impone. Por “parasitismo” se entiende específicamente la acumulación de riqueza por medios que en última instancia se basan en la explotación —y en la superexplotación—, aunque en sí ni siquiera participan directamente en la
En las maquiladoras de la costura de Bangla Desh, como la que se muestra en la imagen, obligan a los trabajadores —en su inmensa mayoría mujeres pobres— a trabajar de 14 a 16 horas al día, siete días a la semana, en condiciones peligrosas que provocan lesiones frecuentes e incendios letales. (Foto: AP)
organización de esa explotación y superexplotación, sino que se ubican más en el ámbito de la especulación financiera (la bolsa de valores es un ejemplo concentrado). Esto se expresa hoy en el hecho de que un sector líder de la economía de Estados Unidos es “FIRE” (finanzas, seguros y bienes raíces). Y, como señaló Lenin, el imperialismo pone “el sello del parasitismo” al conjunto de los países imperialistas, tales como Estados Unidos — en que una parte del “botín” del imperialismo “se transmite” a las capas de ciertas clases no dominantes, en particular entre las clases medias, como parte de mantener la “estabilidad” en esos países imperialistas. Se examina este fenómeno —y el carácter y las consecuencias generales del imperialismo— en mi obra Breakthroughs (Abriendo Brechas), y en los escritos de Raymond Lotta (como sus recientes artículos “El parasitismo y la recomposición social y de clases en Estados Unidos de los años 1970 al día de hoy: Introducción-resumen” y “De apretón de clavijas a apretón de muerte: La dominación imperialista, la Covid-19 y dejar en el olvido a los pobres del mundo”), todos los que están disponibles en nuestro sitio web revcom.us.
En 1973, la CIA urdió un golpe de estado militar que derrocó al gobierno electo e instauró un régimen fascista encabezado por el general Pinochet. Miles de chilenos fueron ejecutados, torturados y “desaparecidos” bajo este régimen.
Es un hecho que para imponer este sistema de explotación (y superexplotación), se requiere una represión brutal, a menudo asesina — la que, en el tercer mundo, por lo general llevan a cabo regímenes locales reaccionarios respaldados (y, en algunos casos, instaurados directamente) por los imperialistas (y los imperialistas estadounidenses son los “líderes mundiales” en esto), aunque en ciertos casos se requiere la intervención directa de los propios imperialistas, como en la invasión estadounidense a Irak en 2003 (o, para tomar un ejemplo anterior, la invasión a la República Dominicana en 1965, llevada a cabo bajo una administración demócrata que en ese entonces también estaba librando una horrorosa guerra en Indochina), o los numerosos “golpes de estado” urdidos por la CIA (como en Irán en 1953, Guatemala en 1954, Chile en 1973, así como el monstruosamente sangriento golpe de estado en Indonesia en 1965, también llevado a cabo bajo la administración de Johnson, en el que masacraron al menos medio millón, o posiblemente hasta un millón, de personas, y más recientemente lo que fue efectivamente un golpe de estado en Honduras, llevado a cabo con el respaldo de la administración de Obama, con Hillary Clinton como secretaria de Estado).
Unos infantes de la Marina yanqui con iraquíes capturados durante el masivo asalto aéreo y terrestre a la ciudad densamente poblada de Faluya en noviembre de 2004. Estados Unidos invadió a Irak en 2003 basándose en mentiras descaradas y luego ocupó al país durante más de ocho años, causando directa o indirectamente la muerte de hasta 1,4 millones de iraquíes y obligando a 4,5 millones de iraquíes a abandonar sus hogares. (Foto: AP)
Todos estos golpes de estado, invasiones y otras guerras emprendidos por los imperialistas se llevan a cabo por la razón fundamental, y con el objetivo fundamental, de mantener el control de lo que los imperialistas consideran zonas estratégicas del mundo y en la promoción de intereses imperialistas estratégicos (lo que los imperialistas estadounidenses llaman “intereses de seguridad nacional”), y no lo hacen por preocupaciones “humanitarias” (aunque semejantes preocupaciones quizá coincidan con los “intereses de seguridad nacional” fundamentales, siempre son estos últimos, y no los primeros, los que son decisivos y determinantes por parte de los imperialistas). Un ejemplo llamativo de la manera en que los imperialistas ven y abordan las cosas se ilustró hace poco, cuando Trump se jactó, en sus entrevistas con Bob Woodward, acerca del poderoso armamento (dando a entender que se refería a armas nucleares) que tiene Estados Unidos, del que los rusos y los chinos ni siquiera están enterados. ¿Cuál fue la respuesta de los políticos del Partido Demócrata (y de aquellos en las estructuras de gobierno alineados con ellos)? No respondieron con: “qué cosa tan terrible es que el jefe del gobierno de Estados Unidos (y el comandante en jefe de sus fuerzas armadas) se jactara acerca de tener terribles armas de destrucción masiva, las que todos deberían esperar que nunca se utilizaran (¡otra vez!)”. Ni siquiera respondieron con: “Esto es peligroso porque Trump es un intimidador demente con el dedo en el detonador nuclear”. No — criticaron fuertemente a Trump por revelar (a los rusos y a los chinos) que Estados Unidos tiene semejante armamento. ¡¿Existe algo que podría ser una demostración más clara de la ruindad total, y monstruosa, de este sistema —sí, imperialista—, y de todos sus representantes de la clase dominante?!
Con respecto a todo esto, quiero poner en claro que al hablar del Partido Demócrata como “imperialista” —y al enfatizar su papel como instrumento del sistema capitalista-imperialista—, no me estoy refiriendo a todos aquellos que votan por el Partido Demócrata —o que se identifican políticamente con él—, sino a los dirigentes del Partido Demócrata y, más esencialmente, a ese Partido como institución política (sí, del sistema capitalista-imperialista).