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Del Capítulo 6: "Sus hijos e hijas" (Nuevos amigos, nuevas influencias...),

de una autobiografía de Bob Avakian

From Ike to Mao and Beyond
My Journey from Mainstream America to Revolutionary Communist

Viví poco tiempo en las residencias y después Tom, dos amigos y yo sacamos un apartamento. Uno de los amigos era de India y se llamaba Sidhartha Burman, pero le decíamos Sid. Mis amigos judíos, en broma, pronunciaban su apellido como si fuera un nombre judío: Sid Berman. En realidad tenía un nombre clásico de su país y él era de una familia burguesa muy rica. Teníamos muchas discusiones políticas con él. Era muy buena persona, pero nos contaba que en su casa de Calcuta los sirvientes lo despertaban todos los días con un masaje. Después caminaba a la oficina de su papá y por el camino tenía que saltar por encima de los cadáveres de los que se murieron de hambre la noche anterior. Tuvimos muchas discusiones con él y lo máximo que logramos fue que se volviera medio hippie por un tiempo; no llegamos más allá. Para nosotros fue muy útil oír sus experiencias; nos dieron un vistazo de otra parte del mundo, de otras culturas y costumbres.

A nivel político en ese tiempo, antes del Movimiento pro libertad de expresión, los estudiantes se dedicaban principalmente a la lucha de derechos civiles. Precisamente el Movimiento pro libertad de expresión surgió cuando los estudiantes trataron de organizar actividades de derechos civiles en la universidad. Hoy puede parecer increíble, pero en esos tiempos solo se podían organizar actividades como clubes estudiantiles; no se podían organizar actividades para “causas políticas externas”, como los derechos civiles. Estaba prohibido organizar, por ejemplo, una protesta de derechos civiles o una manifestación contra una compañía que no contrataba negros; iba contra las reglas y era motivo de expulsión. Esa fue la chispa que prendió el Movimiento pro libertad de expresión. Este movimiento cambió radicalmente la ciudad universitaria de Berkeley y, además, inició una ola de cambios en universidades por todo el país. De muchas partes iba gente a Berkeley a checar el movimiento.

Por ejemplo, un día conocí a un chavo de Nueva York que fue a Berkeley porque reconoció la importancia de ese movimiento, que todavía estaba en sus inicios. Me contó que estuvo en Italia, donde el Partido Comunista era un partido político establecido, a diferencia de Estados Unidos. También me contó una anécdota de un juzgado de Nueva York: un día unos policías llevaron a un preso terriblemente golpeado y por un momento el juez perdió el control y soltó: Por dios, ¿qué pasó? Pero inmediatamente recobró la “compostura” y siguió los trámites como si no pasara nada. Eso se sumó a cosas que sabía por mi propia experiencia y especialmente por la experiencia de mis amigos.

Malcolm X

Como describí antes, a mi preparatoria llegaron los vientos del movimiento de derechos civiles, que llevaron especialmente los estudiantes negros. Por eso oí hablar de Malcolm X. Recuerdo que más o menos al año de graduarme de preparatoria, cuando estaba en el hospital recibiendo cortisona, un domingo por la tarde vi un programa de debate político por televisión sobre Malcolm X y los Musulmanes Negros. Todos los participantes eran blancos, pero tenían distintas posiciones y debatían si los Musulmanes Negros eran tan malos como el Ku Klux Klan. Uno dijo: “No, no es lo mismo porque el Ku Klux Klan y los supremacistas blancos defienden la opresión, mientras que los Musulmanes Negros se oponen a esa opresión”. Yo inmediatamente estuve de acuerdo con él; me pareció correcto e importante. Coincidía con lo que pensaba, pero además ató cabos sueltos para mí.

Recuerdo ver a Malcolm X por televisión y oír sus discursos; me parecían fascinantes y estimulantes. Estaba de acuerdo con su frase de “libertad, por los medios que sea necesario”. Nunca me convencieron las ideas pacifistas. Una cosa es adoptar tácticas pacifistas en una situación, como una manifestación, pero nunca me convenció el pacifismo como principio: por ejemplo, que los negros siempre debían poner la otra mejilla. Cuando me enteré de que en el Sur se formó un grupo, Deacons for Defense, que defendía con armas a la comunidad negra ante los ataques del KKK y los sheriffs racistas, me pareció bien, me pareció necesario e importante. Así que cuando Malcolm X proclamó “por los medios que sea necesario”, me pareció correcto. Yo no estaba de acuerdo con confinar a la gente a poner la otra mejilla o a aceptar pasivamente la violencia dizque por nobleza.

Me encantaba oír los discursos de Malcolm X. Una vez conseguí un disco de su discurso “The Ballot or the Bullet” (El voto o la bala) y lo oí muchas veces. Después, cuando empecé a dar discursos, aprendí mucho de Malcolm X, especialmente su forma tan aguda de desenmascarar las profundas injusticias y contradicciones del sistema. (También aprendí mucho del cómico Richard Pryor, especialmente su manejo del humor para sacar a la luz cosas tapadas o de las que no se “debe” hablar).

Un pie aquí y el otro allá

Mi amigo Matthew regresó a la universidad y andaba con un grupo de amigos negros de los que yo también me hice amigo. Asimismo, cuando volví a mi antigua preparatoria a ser tutor académico, árbitro de competencias de pista y entrenador de los equipos de baloncesto de la liga de verano, seguí en contacto con mis viejos amigos y con ese medio. En ese entonces no captaba algo que ahora veo: tenía un pie en un mundo y otro pie en otro mundo, pero los dos eran parte de mi vida, eran parte de mi mundo. En la universidad tropecé con las mismas actitudes que en la preparatoria; por ejemplo, unos tipos me dijeron que no querían ser mis amigos porque me la pasaba con estudiantes negros. Como dije, tenía un pie aquí y el otro allá, pero eso era parte de mi mundo. No lo hacía como “proclama”; eran mis amigos, eran las personas y los asuntos que me interesaban, eran las diferentes partes que formaban mi vida. No me decía: “Estoy entre dos aguas”, pero objetivamente lo estaba.

En el aspecto cultural, me atraían más las cosas de mis años anteriores, especialmente de la preparatoria, que las cosas de la universidad. Pero a nivel político e intelectual, la universidad tenía cosas que me jalaban mucho: la música de Dylan, la poesía, el seminario de Milton; tomé cursos de Shakespeare y de Chaucer, ¡y soy una de las pocas personas que conozco que ha leído entero “Faerie Queene” de Edmund Spenser!, que es una epopeya clásica de cientos y cientos de páginas, escrita más o menos en los tiempos de Shakespeare. La leí (tomé un curso sobre ella) porque sabía que Spenser fue una influencia importante en Keats, y Keats me encantaba. Todo eso también era parte de mi vida.

Tenía la meta de aprender cinco o seis idiomas. Tomé clases de italiano y un poco de español, pero nunca cumplí esa meta porque intervinieron otras cosas que me parecieron más importantes. Pero al tomar clases de italiano se me despertó el interés por los poetas románticos italianos contemporáneos de Keats y los otros poetas románticos ingleses. Mi profesor favorito de italiano era muy progresista y hablábamos de lo que pasaba en el mundo; yo hacía un esfuerzo y hablaba en italiano con él.

Pero, repito, vivía en dos mundos. La mayor parte de los muchachos aficionados al atletismo no eran progresistas y radicales, por decirlo así. Mi amigo Kayo y mi compañero de cuarto Tom eran muy aficionados al deporte y también tenían fuertes tendencias progresistas y radicales, pero eran la excepción a la regla. En ese sentido, se puede decir que mis intereses eran conflictivos, pero para esa época, 1964, ya me sentía del todo bien y con ganas de hacer muchas cosas. Así que cuando llegó el otoño y surgió el Movimiento pro libertad de expresión, y con la influencia de Liz (de quien me estaba enamorando), estaba listo para entrarle de lleno.

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