Y aquí llegamos a la cuestión fundamental: Lo que [Robert A.] Dahl defiende como una “buena sociedad” —o, tal como la gente como él lo ve, la mejor sociedad posible— es aquella en la que el papel de las masas populares, de los ciudadanos, se reduce a actuar como un “freno” a las elites quienes en realidad toman las decisiones políticas. Ésta es otra expresión de la noción de que el mejor sistema político posible es aquel en el que no hay ninguna elite supuestamente monolítica y uniforme, sino que las elites se compiten entre sí, y la “libertad” de las masas populares —incluida la conservación de sus derechos humanos y libertades— en última instancia reside en su capacidad de elegir entre las elites que se compiten entre sí y tal vez maniobrar entre éstas. Según esta suposición, eso de alguna manera, en particular por medio de las elecciones, llevará a las elites a competirse entre sí por el apoyo del pueblo de modo que de alguna manera se exprese la voluntad del pueblo al fijar el rumbo de la sociedad, en la medida en que realmente sea posible en una sociedad moderna y compleja.
Bueno, para refutar eso más a fondo, para demostrar lo que representa en realidad —y para dejar en claro que es posible tener un tipo de sociedad radicalmente diferente y mucho mejor, en la que el papel del pueblo es en realidad el de tomar las decisiones, a través de un proceso general que se lleva a cabo en una forma cualitativamente diferente y en una dimensión mucho mayor que cualquiera que los gobernantes y los teóricos políticos del capitalismo (y las anteriores formas de la sociedad en general) hayan practicado o hasta concebido—, comencemos con lo siguiente, abordando la naturaleza y papel esencial de las elecciones como la máxima expresión de la democracia en la sociedad burguesa:
Para decirlo en una oración: las elecciones son controladas por la burguesía; no son de ningún modo el medio por el cual se toman las decisiones básicas; y se efectúan con el propósito primario de legitimar el sistema, y las políticas y las acciones de la clase dominante —dándoles la fachada de un “mandato popular”— y de canalizar, confinar y controlar la actividad política de las masas populares. (Bob Avakian, Democracy: Can’t We Do Better Than That? [Democracia: ¿Es lo mejor que podemos lograr?], Banner Press, Nueva York, 1986, p. 68)
Para ilustrar esto más —y recalcar más lo que tiene de incorrecto la noción de influenciar a las elites que se compiten entre sí en una manera que beneficie al pueblo—, veamos un argumento similar que hizo Malcolm X. Por mucho que yo ame a Malcolm, es necesario señalar las limitaciones de su punto de vista y enfoque al respecto — que de fondo se derivan del hecho de que él no había asumido el punto de vista científico materialista y dialéctico del comunismo (aunque su desarrollo estaba en evolución cuando resultó asesinado). En un discurso que, en esos días, escuché una y otra vez y que aún disfruto en muchos sentidos, “El voto o la bala”, Malcolm arma todo un argumento acerca de cómo los negros no deben depender servil y lealmente a los demócratas. Con su típica agudeza y mordaz ingenio, habla de cómo los demócratas y los republicanos son de la misma variedad —ambos son caninos, ambos de misma familia que el perro: uno es un lobo y el otro es un zorro— y ambos están en su contra de usted. Pero al final, lo que propone Malcolm es un recurso conocido: sostiene que los negros, en particular, no deben ser meramente una cola de los demócratas —quienes simplemente dan por sentado el apoyo de los negros y nunca hacen nada por ellos— pero al contrario los negros deberían formar un bloque de electores y recompensar o castigar a los que actúan o que no actúan en formas que beneficien a los negros.
Malcolm habla de que, en el momento en que se convirtió en presidente, tras el asesinato de Kennedy, Lyndon Johnson volvió en avión a Washington, D.C., y lo primero que hizo, al aterrizar su avión, fue buscar a su amigo Richard [Ricardito] Russell. Como lo cuenta Malcolm, Johnson “se baja del avión y ¿qué hace? Dice: ‘¿Dónde está Ricardito?’ Ahora bien, ¿quién es Ricardito? Bueno, ese gastado racista, segregacionista sureño, supremacista blanco Richard Russell. No, ese tipo es simplemente muy astuto, pues su mejor amigo sigue siendo el viejo Ricardito”. [risas]
No debemos confiar en esos demócratas, insiste Malcolm. Y sigue hablando de que algunas personas afirman que Johnson puede manejar a los segregacionistas sureños porque él es de Texas y los conoce. Bueno, dice Malcolm, si ése es el argumento, ¿qué hay de Eastland —un senador que fue uno de los más descarados segregacionistas del Sur— ése conoce aún mejor a los sureños. ¿¡Por qué no tenemos a Eastland por presidente!?
Sí, con mucha agudeza Malcolm descuartiza esta idea de confiar en los demócratas — es genial escucharlo, ahora inclusive. Pero luego, al final, ¿qué dice? Bueno, sostiene, si los negros forman un bloque, pues los republicanos tendrán que pedir nuestro apoyo y los demócratas también tendrán que pedir nuestro apoyo, y apoyaremos a quien haga más por nosotros.
Pero, ¿cuál es la verdadera dinámica cuando se ha intentado hacer esto? Los demócratas piden su apoyo, usted les hace un montón de exigencias e insiste: “Ahora, si no hacen esto y no hacen aquello y no hacen eso otro a favor de nuestros intereses, pues…pues...” [risas] ¿Qué hará usted? ¿Votará por los republicanos? Fíjese que eso es muy cierto, ahí están el lobo y el zorro, y uno de ellos finge estar a su favor y el otro ni siquiera finge estar a su favor, tal como Malcolm explicó. Pero ésas son sus opciones, siempre y cuando usted juegue según las reglas del juego que ellos han creado. Por eso, ¿qué influencia realmente tiene usted sobre este juego? Si el papel del Partido Demócrata es el de hablar, al menos en algunas ocasiones, de modo que hace que uno crea que tal vez al aplicarles suficiente presión, pueda hacer que ellos adopten algunas de las cosas que usted cree que son muy importantes —y si intenta presionarlos para que en realidad hagan eso debido a su amenaza de votar a favor de los republicanos— bueno, pues, ellos se reirán a carcajadas ya sea abiertamente o a puertas cerradas, porque saben que usted no pueden salir y votar por los republicanos, quienes ni siquiera fingen estar a favor de lo que a usted le es importante.
Por lo tanto, incluso bajo esos términos y a ese nivel, usted no tiene ninguna influencia sobre ellos. Ellos los tienen a usted —usted no los tienen a ellos— siempre y cuando usted esté considerando que las cosas se concentren y se expresen únicamente (o de su mejor manera posible) dentro de estos confines, sí, muy mortíferos de las elecciones burguesas (y la política burguesa en general). Únicamente al zafarse de dichos confines es posible en realidad empezar a influenciar las cosas de una manera importante — al enfrentarse a la operación general de esta maquinaria, al zafarse de la misma y al desafiarla de una manera seria.
Lo siguiente de Democracy: Can’t We Do Better Than That? contribuye a un balance sintetizado de los puntos cruciales que están en consideración acá:
Muchas dirán: ¿cómo es posible que el sistema político de un país democrático como Estados Unidos “sirva para mantener el dominio de la burguesía sobre el proletariado” cuando todos tienen el derecho de elegir a los dirigentes políticos mediante elecciones? La respuesta es que en tales sociedades las elecciones y el “proceso democrático” en su conjunto son un engaño; más que un engaño, son una pantalla y más aún un instrumento por medio del cual la clase dominante, explotadora y opresora lleva a cabo la dominación sobre los explotados y oprimidos. (Democracy: Can’t We Do Better Than That?, p. 68)
Con el fin de tener una fundamentación más profunda y sólida para entender correctamente esta cuestión y para reconocer más plenamente cómo las apologías de la democracia burguesa, como la de Robert A. Dahl, representan fundamentales distorsiones de la realidad, es crucial volver una vez más a la cuestión del punto de vista y el método — a la importancia decisiva del materialismo dialéctico y, por otro lado, la llamativa falta de materialismo (y la falta de dialéctica basada en el materialismo) en los puntos de vista y análisis democrático burgueses.
Una de las verdades más elementales que el materialismo dialéctico pone de manifiesto es que la superestructura política e ideológica/cultural de cualquier sociedad —y esto sin duda incluye a Estados Unidos— corresponde y en lo fundamental sólo puede corresponder al carácter de la base económica de esa sociedad — en otras palabras, a las relaciones sociales subyacentes y, sobre todo, las relaciones de producción subyacentes y a las relaciones de clase y a las formas de explotación y dominación que están arraigadas en esas relaciones de producción. En una sociedad capitalista, tal como Estados Unidos, la clase capitalista predomina en la propiedad de los medios más importantes de producción; al mismo tiempo, existe un gran grupo de personas —la clase obrera o el proletariado— que se cuenta en millones y millones de personas en Estados Unidos hoy, que no posee medios de producción y por tanto sólo puede vivir en la medida en que dicho grupo trabaje para la clase capitalista y que ésta lo explote, clase que monopoliza la propiedad de los medios de producción; a la vez que otras personas son propietarios de una pequeña cantidad de los medios de producción y tal vez empleen a unas pocas personas, por lo que constituyen una parte de la clase media (o pequeña burguesía)1. Si la superestructura —y en particular los procesos políticos, las instituciones, las políticas y demás— entra en cualquier tipo de conflicto serio con la dinámica de la base económica capitalista subyacente y su proceso de acumulación, de ahí el funcionamiento general de la sociedad se verá seriamente trastornado y, a menos que uno esté preparado para seguir hasta su conclusión final —en otras palabras, hasta el derrocamiento del sistema—, se verá obligado a retroceder de eso y ajustar las cosas (adoptar o aceptar políticas) de modo que la superestructura una vez más vuelva a estar en sintonía con la naturaleza y funcionamiento fundamentales de la base económica subyacente y el proceso general de acumulación capitalista (tal como se lleva a cabo y toma forma no sólo en el país en particular sino hoy más que nunca a escala internacional).
Entender todo eso es crucial para comprender cómo y por qué las cosas suceden en la sociedad (y en el mundo) de la manera en que lo hacen, lo que incluye cómo y por qué los políticos actúan de la manera en que lo hacen.
¿Por qué es que, en repetidas ocasiones, hasta las personas que en alguna medida tienen mejor criterio al parecer son incapaces de evitar, una y otra vez, votar por los políticos que prometen una cosa y hacen otra y en realidad nunca actúan en aras de los intereses fundamentales del pueblo? Esto me recuerda la experiencia de “Charlie Brown con Lucy” en la caricatura “Peanuts” (Snoopy, Rabanitos o Carlitos): la escena en que Lucy va a sujetar el balón para que Charlie Brown (Carlitos) lo patee, y al último minuto ella mueve el balón y él hace una sonora patada al aire sin hacer contacto. Una y otra vez él sigue dejándose engañar así y ella sigue haciéndolo. Muchísimas personas que se han metido en la política establecida de una u otra manera han tenido esta clase de experiencia — en repetidas ocasiones. Recuerde, durante “el espectáculo ambulante” de los candidatos demócratas antes de las últimas elecciones presidenciales en 2004, Dennis Kucinich y Al Sharpton expresaron algo de lo que la gente quería escuchar, pero la revista Time declaró a inicios del proceso que, aunque a menudo Sharpton contaba con la mejor respuesta popular, no fue un candidato serio. ¿Por qué no fue un candidato serio, sobre todo si contaba con la mejor respuesta popular? Bueno, Sharpton no es un revolucionario, pero hasta lo que Sharpton dijo durante ese espectáculo ambulante (por sincero que pudiera haber sido o no) estaba fuera de lo aceptable de lo que el Partido Demócrata podía buscar en serio y en concreto, incluso en unas elecciones, mucho menos lo que en realidad podía hacer en la gestión del gobierno.
Desde el principio, los representantes conscientes de la clase dominante estaban muy conscientes de todo esto. Sharpton, cualquiera que fuesen sus intenciones individuales, objetivamente llevó a cabo una función de atraer de nuevo a la gente hacia el marco electoral burgués, en particular a las personas con muchas inclinaciones progresistas que estaban (y aún hoy están) muy inconformes —o hasta profundamente consternadas— por el rumbo general de la situación. En realidad, Sharpton expresaba y defendía la orientación de las “elites que se compiten entre sí”. Por ejemplo, al tiempo que se entrevistaba en uno de los principales canales de noticias, Sharpton sostuvo explícitamente que el papel de las masas es influir en lo que las elites hacen. Sin embargo, “no era un candidato serio”, ni lo era Kucinich, porque lo que estaban planteando, por limitado que fuera en términos de un cambio real, no tenía nada que ver con lo que la dinámica concreta del sistema engendraba o requería.
Así que se llegó a tener a Kerry como el candidato demócrata, y todos sabemos de qué se trataba eso. Eso es el mismo número de “Lucy y Charlie Brown”, una y otra vez. Quizá esta vez ellos en realidad sujetarán el balón... No, esta vez ellos harán lo que siempre hacen, otra vez dejándole a uno en la depre, cuando de nuevo hacen lo que hacen — y no lo que ellos le animan a uno a imaginar que harán. Así es su función — es decir, la que está en conformidad con el funcionamiento concreto de la base económica a la cual estos políticos, en un sentido general y fundamental, tienen que ajustarse y a la que tienen que servir. Mediante mucha complejidad y lucha, la política y las políticas de las campañas y la gestión del gobierno se determinan entre aquellos que representan a la clase dominante capitalista y el sistema capitalista, cuyas dinámicas fundamentales moldean todo esto y sientan sus términos y límites básicos2.
En relación con todo esto, es crucial comprender que lo que caracteriza el sistema político en Estados Unidos —y en las democracias burguesas en general— es un monopolio del poder político de parte de un grupo de personas (que, sí, ocupan una posición de elite), y no un monopolio del poder político de parte de unas elites que de alguna forma están desligadas de la base económica subyacente, pero en lo más esencial son una expresión de relaciones específicas de dominación de clase y, fundamentalmente, de específicas relaciones de producción explotadoras. Los representantes políticos de los partidos políticos establecidos (los partidos Demócrata y Republicano en Estados Unidos) son en un sentido fundamental y general la expresión, en la superestructura política-ideológica, de las relaciones subyacentes de producción del capitalismo y de la dinámica de acumulación capitalista, en particular, la manera en que se toma forma y actúa en esta era del imperialismo capitalista altamente globalizado. Son la expresión, en el ámbito político, del monopolio de la propiedad sobre los medios de producción por parte de la clase capitalista — la que, mediante ese control sobre la economía, también ejerce un monopolio del poder político, expresado en una forma fundamental y concentrada como el monopolio de la fuerza armada “legítima”, el control de las fuerzas armadas y la policía establecidas del país, junto con el control de los tribunales, las burocracias y las instituciones y procesos de gobierno en su conjunto.
Esta realidad fundamental —de que todo esto está arraigado en las relaciones de producción subyacentes y en el proceso de acumulación del sistema capitalista imperialista— es la razón fundamental por la cual las “elites políticas” no tienen la libertad de actuar de la manera que harán —de la manera que ellas mismas tal vez quisieran— y, en un sentido básico y general, no pueden tomar decisiones basadas en la “presión desde las masas” que se ejerce sobre ellas. Si bien, frente a una enorme oposición política y resistencia —especialmente en sus manifestaciones fuera del marco y procesos políticos establecidos y en oposición a los mismos—, a corto plazo pueden verse obligados a hacer determinadas concesiones, de ahí obrarán para revertir eso a corto plazo o con el tiempo y en todo caso no tienen la libertad de actuar en una forma que sea contraria a los intereses fundamentales de clase que representan y a las relaciones de producción en las que se basan esos intereses de clase.
Para repetir, por todo esto, para decirlo simplemente, ellos actúan de la manera que actúan — en repetidas ocasiones. Por eso, dicen una cosa y hacen otra. Por eso, ellos hacen que uno vote en su favor y luego le “venden” a uno todo el tiempo. Por ello, durante muchos años, los demócratas no han tenido ninguna “madera” para oponerse a lo que el régimen de Bush ha estado insistiendo en hacer. Lo que existe y se expresa en el sistema político es, ante todo y en esencia, un monopolio del poder político, no para unas “elites sin raíces” que flotan libremente en el aire sino para una clase. Y cuando o en la medida en que las “elites políticas” “se compiten entre sí” en realidad, lo hacen en lo más fundamental según los términos de esa clase y del sistema en el cual esa clase domina, y a fin de ganarse la aprobación y el apoyo de esa clase dominante (o de ciertos sectores de la misma). Esa clase dominante fundamentalmente y en última instancia —inclusive mediante la lucha en sus propias filas— determina lo que serán los parámetros y los límites de la política “aceptable”, quiénes serán los candidatos que se compiten entre sí y qué políticas llevarán a cabo en los hechos.
Es importante hacer hincapié en el aspecto de la lucha en las filas de esta clase dominante porque es necesario tener un conocimiento vivo, científico —dialéctico así como materialista— y no burdo, dogmático y mecánico al respecto. Como he señalado en un artículo que salió en el periódico de nuestro partido, Revolución, en 20053, no existe un solo “comité de la clase dominante” en sesión permanente que decide todas estas cosas. En particular en un país imperialista grande y complejo como Estados Unidos, que opera según los principios de gobierno democrático-burgués, la situación es mucho más compleja que eso, y se toman las decisiones mediante procesos mucho más complejos. Pero, en términos fundamentales, los intereses de la clase dominante capitalista imperialista determinan el carácter y los límites de la toma de decisiones políticas, incluido el proceso electoral y las funciones concretas que sirve. Para repetir, es crucial captar profundamente eso a fin de comprender por qué los políticos actúan de la manera que actúan y, en oposición a eso, cuáles son los mecanismos concretos para llevar a cabo el cambio social y político, aunque no haya una revolución — y, a la larga, para hacer una revolución con el fin de cambiar cualitativa y radicalmente todo el carácter de la sociedad y tener esa clase de impacto cualitativo y radical sobre el mundo en su conjunto.
Continuará
1. Aquí cabría referirse a lo siguiente, que habla de las características esenciales de la base económica (las relaciones de producción), en general y específicamente en la sociedad capitalista:
Las relaciones de producción, en cualquier sistema económico, constan, en primer lugar, del sistema de propiedad de los medios de producción (la tierra y la materia prima, la maquinaria y la tecnología en general, etc.). Además de este sistema de propiedad, y en correspondencia esencial al mismo, están las relaciones entre las personas en el proceso de producción (la “división del trabajo” en la sociedad en su conjunto) y el sistema de distribución de la riqueza que se produce. Veamos el ejemplo de la sociedad capitalista: un pequeño grupo, la clase capitalista, acapara la propiedad de los medios de producción, mientras la mayoría posee pocos medios de producción o ninguno; la “división del trabajo” en la sociedad, o sea, los diferentes papeles que distintos grupos de personas juegan en el proceso general de producción, que incluye la profunda división entre los que realizan el trabajo intelectual y los que realizan el trabajo manual (en suma, la contradicción mental/manual), corresponde a las relaciones de propiedad (y carencia de propiedad) de los medios de producción; y la distribución de la riqueza que se produce también corresponde a eso, de manera que la riqueza acumulada por los capitalistas coincide, en un sentido básico, con el capital que poseen (los medios de producción que son de su propiedad o están bajo su control) y su papel como explotadores de la fuerza de trabajo (es decir, la capacidad de trabajar) de otros, quienes no poseen medios de producción; mientras los que no son grandes capitalistas pero tal vez posean una cantidad limitada de medios de producción y/o han acumulado más conocimientos y destrezas, reciben una porción de la riqueza en conformidad con eso; y los de abajo de la sociedad encuentran que su reducida parte de la distribución de la riqueza social se determina por el hecho de que no poseen medios de producción y no han podido adquirir muchos conocimientos y destrezas más allá de lo básico. No es sorprendente que estas relaciones y divisiones —altamente desiguales— en la sociedad sigan reproduciéndose e incluso tiendan a acentuarse a través del funcionamiento del sistema capitalista, el proceso continuo de acumulación capitalista y las relaciones sociales, la política, y la ideología y la cultura que corresponden esencialmente a la naturaleza básica y el funcionamiento de este sistema y que lo refuerzan y defienden. Y sobre todo en el mundo actual, este funcionamiento del sistema capitalista sucede no solamente en países capitalistas específicos sino sobre todo a escala mundial. (Bob Avakian, ¡Fuera con todos los dioses! Desencadenando la mente y cambiando radicalmente el mundo, JB Books, Chicago, 2009, nota al pie de la página, pp. 169-170). [regresa]
2. Si bien el discurso del cual se toma este texto, que se dio en 2006, y que por lo tanto, no habla de la actual campaña presidencial/elecciones de 2008, los principios y análisis básicos discutidos aquí se aplican a las elecciones y política burguesas en general, y el “fenómeno Obama” en las elecciones de 2008 es una ilustración y confirmación gráfica y muy concentrada de estos principios y análisis. [regresa]
3. Ver “El ‘ELLOS’ no existe — pero se está dando una cierta dinámica — La dinámica interna de la clase dominante y el reto para los revolucionarios”, Revolución #7, 26 de junio de 2005; ver también Bob Avakian, La guerra civil que se perfila y la repolarización para la revolución en la época actual, RCP Publications, Chicago, 2005, que también se puede conseguir en revcom.us. [regresa]