Pero todo eso no quiere decir que la clase dominante de los imperialistas lo tiene todo en el bolsillo. Hay profundas contradicciones en su sistema que, especialmente en estos días, están manifestándose en términos muy agudos. En aquellos momentos sobre todo, en que estas contradicciones se intensifiquen y se expresen agudamente, se agudiza las divisiones al interior de la propia clase dominante y se presentan oportunidades mucho mayores para el desarrollo de la resistencia de masas y su efecto. También se plantea más nítidamente la necesidad de una revolución; y la mayor intensificación de estas contradicciones hasta podría conducir a la oportunidad para una revolución.
Ahora bien, en el momento actual, puede que todo ello no parezca tan cierto, porque por las razones que he analizado anteriormente1, a un sector de la clase dominante (representado en general por el Partido Demócrata) le cuesta dificultades reales formular y luchar de manera firme por un programa sistemático y coherente que en realidad representara una alternativa al programa dominante representado ahora en una forma concentrada por el régimen de Bush.
No obstante, hoy existen importantes conflictos en el seno de la clase dominante. Debido al hecho de que existen verdaderas dificultades para la clase dominante —y, sobre todo ante eso, algunas diferencias reales a su interior—, pudo recibir atención la crítica a la guerra de Irak de alguien como el congresista Murtha, por ejemplo. Como se sabe, Murtha no es en modo alguno un representante del pueblo y, desde luego, no habla en nombre de los oprimidos del mundo, pero habla con gran preocupación acerca de los problemas serios que ve que ya están presentándose, y problemas potencialmente mucho mayores, para la clase dominante estadounidense. Puede que a Murtha lo ataquen, lo echen a un lado, pero no obstante él recibió cierta atención y consideración, porque existe suficiente conflicto al interior de la clase dominante de modo que se estime que los argumentos como el suyo figuran en el ámbito del “discurso legítimo”, según los criterios de la clase dominante (y Murtha tiene ciertas credenciales y conexiones específicas —su asociación desde hace mucho tiempo con los militares, etc.— que le dan mayores posibilidades de decir estas cosas). Vi a Murtha hace poco en el programa de Paula Zahn: hablaba acerca de los asesinatos de civiles cometidos por soldados estadounidenses en Haditha, Irak, y Zahn lo criticó con los colmillos pelados. Pero era interesante lo que sucedió. Él se enojó mucho y respondió en consecuencia, en lugar de retroceder — lo que se convirtió en una confrontación muy fuerte, que a mi parecer no era principalmente un montaje. Pero la posibilidad de que alguien como Murtha pueda expresar sus opiniones y que lo tomen en serio en un contexto determinado, aunque a la vez en cierta medida también lo tienen marginado, es una expresión del hecho de que existen importantes conflictos en el seno de la clase dominante en este momento; y las advertencias expresadas por Murtha, junto con otras figuras de la clase dominante, representan preocupaciones acerca de las contradicciones mucho mayores que podrían surgir y estallar2 .
Por lo tanto, no debemos simplemente mirar la manera en que se manifiestan en este momento las contradicciones al interior de la clase dominante y ver únicamente el importante elemento de parálisis por parte de un sector de la clase dominante (agrupado en torno a los demócratas). Tenemos que mirar más allá, hacia las dinámicas más profundas y el potencial de que todo esto se exprese mucho más agudamente. Eso, desde luego, tendrá efectos muy contradictorios. Por un lado, podría presentar (para hacerle eco a la frase de Lenin) más grietas, fisuras y oportunidades para la irrupción en gran escala de la furia de las masas. Del otro lado, es muy probable que lleve a una represión aún más despiadada, incluida la de cualquier estallido de masas y brote de resistencia política y esfuerzos concertados para afectar y cambiar la política gubernamental.
Pero, al igual que nosotros reconocemos y recalcamos el profundo punto de que (parafraseando a Marx) lo importante no es lo que las masas populares están pensando y haciendo en un momento dado, sino lo que el funcionamiento y la dinámica concretos del sistema les presentarán —y las maneras en que podrían impelerlas por el camino de pensar y de actuar de forma diferente—, todo eso también se aplica a la clase dominante y las divisiones y conflictos a su interior. La forma en que se expresan esas divisiones y conflictos no dependerá principalmente de lo que se manifieste en la superficie en un momento dado o de la voluntad de los representantes individuales de la clase dominante, sino de lo que en realidad son las dinámicas subyacentes y motrices. Al volver a examinar la gran estrategia más amplia de la fuerza que impera al interior de la clase dominante en este momento (ahora agrupada en el régimen de Bush y en torno al mismo) y las cosas con las cuales va a toparse mientras ellos procuran llevarla a cabo y procuran pasar de una ofensiva a la siguiente, será posible ver el potencial de que se agudicen y se intensifiquen muchísimo las contradicciones en el mundo y en la propia sociedad estadounidense —lo que incluye al interior de la clase dominante estadounidense— y a la vez será posible tener un sentido de la dialéctica potencial —la relación de estire y afloje y la compenetración mutua— entre eso y lo que pasa en el seno de las masas populares.
Eso es algo muy importante: si bien la clase dominante ejerce la dictadura, no es cierto que tiene una libertad absoluta y no tiene problemas y dificultades, que no se topa con la necesidad. De hecho, en estos tiempos la clase dominante imperialista estadounidense tiene ante sí una gran necesidad, y la forma en que el núcleo que hoy está en el poder (en una frase, el régimen de Bush) está promoviendo agresivamente su programa (lo que hemos llamado su fuerza arrolladora de guerra y represión) está creando mayor necesidad. Tenemos que tener en cuenta que aquellos que están agrupados en torno a Cheney y otras personas alineadas con ellos, formularon por primera vez hace una década y pico la gran estrategia que, después de que Bush tomó posesión, se articuló en una estrategia de seguridad nacional. Estas fuerzas han estado poniendo argumentos a favor de esta estrategia desde principios de los años 90 —por un lado, insistiendo en que hay una oportunidad de dar un salto para imponer la hegemonía estadounidense sobre todo el mundo de un modo sin precedentes, de una forma en que a su juicio no sería posible desafiar y ni siquiera es posible desafiar, y por otro lado, advirtiendo que se evaporará esta oportunidad después de cierto tiempo — surgirán otras potencias regionales, y mundiales, y (argumentan) si no tomamos la iniciativa ahora, no seremos capaces de continuar el tipo de impulso que será necesario hacer esto. Al elaborar y promover esta estrategia, reconocieron que sería difícil hacer que el pueblo estadounidense la apoyara — no se trata de que dejarán que el pueblo decida, sino que sí quieren hacerlo embaucando al pueblo de modo que éste los apoyen en la mayor medida posible. No sería fácil hacer eso, reconocieron, salvo con algo parecido a un nuevo Pearl Harbor — lo que se dio posteriormente el 11 de septiembre de 2001. Todo eso efectivamente recalca que la posibilidad de que esas fuerzas de la clase dominante pudieran haber desempeñado algún papel en los sucesos del 11-9 no es algo que simplemente se debe descartar, pero sí es necesario examinarla de manera seria y científica. No obstante, independientemente de lo que de hecho pasó, el 11 de septiembre les presentó su “nuevo Pearl Harbor”.
Pero en importantes sentidos hasta eso se ha convertido en su contrario. Hoy no es la misma situación que cuando Estados Unidos invadió a Afganistán, poco después del 11 de septiembre de 2001. El régimen de Bush se topó con una oposición política mucho más grande y popular cuando cambió su centro de atención de Afganistán a Irak. Muchas personas estaban confundidas: ¿qué tiene que ver eso con la “guerra contra el terror”? Bueno, si uno cree que ésta en realidad constituye una guerra contra el terror, tal vez ésta sí confunda; pero si uno entiende que, en lo fundamental y en lo esencial, ésta es una guerra por imperio, puede ver que la guerra de Irak tiene muchísimo que ver. Pero el régimen de Bush —como la fuerza impulsora de la clase dominante en general— se topó con una contradicción muy aguda, porque estaba librando una guerra por imperio en nombre de una “guerra contra el terror”. En un sentido importante, esa contradicción se les salió por la culata — no impidió que promovieran agresivamente la guerra en Irak, y la “guerra contra el terror” en general, pero les generó toda clase de dificultades, hasta al interior de Estados Unidos, además de las dificultades que han tenido para imponer concretamente su voluntad “en el terreno” (y desde el aire) en Irak. De la mano con eso, las dificultades han continuado y crecido, dificultades que les ha costado para “pacificar a Afganistán” después de su éxito inicial de derrocar al Talibán: existe un creciente resurgimiento de la resistencia en Afganistán que, por desgracia, todavía se compone en gran parte del Talibán y otras fuerzas reaccionarias aliadas con él. Al mismo tiempo, existe la posibilidad real de un ataque estadounidense a Irán, que augura gran peligro no sólo para el pueblo de Irán, de toda esa región y, de hecho, para el pueblo de todo el mundo, sino también para los imperialistas estadounidenses mismos.
Por lo tanto, no lo tienen todo en el bolsillo. La naturaleza de la realidad, y la naturaleza de su sistema como expresión específica de la realidad, es que está llena de contradicciones y éstas la rigen; y aunque se traten ciertas contradicciones —o se resuelvan, o se resuelvan o atenúen de manera parcial—, eso genera nuevas contradicciones (o nuevas formas de antiguas contradicciones). Uno entra a Irak y luego le sale el problema de “estar metido y no poder salir así no más”, es decir, la manera en que ha resultado la situación — la realidad de que, aunque la situación no evolucione de la manera que uno tenía planeado, en vista de que ya está comprometido y ha convertido la situación en un importante frente de su llamado “guerra contra el terror”, no simplemente puede salir sin causarle a sí mismo problemas aún mayores. Por ello existe una fuerte presión —y no sólo una presión sobre el régimen de Bush, sino sobre la clase dominante en general— a proseguir agresivamente la guerra, incluso con las dificultades con las que ellos se han topado como resultado de librar esta guerra en primer lugar. Así que había cierta necesidad de no perder lo que consideraban una “ventana de oportunidad” —en particular con el colapso de la Unión Soviética y “el triunfo de Estados Unidos en la guerra fría”— y de ahí han creado otra necesidad para sí mismos —no sólo para otros, sino para sí mismos también— al continuar y proseguir este camino, incluida la guerra de Irak.
Es muy importante comprender así estas dinámicas y no simplemente ver, tal como muchas personas lo hacen espontáneamente, lo poderosos que son estos imperialistas. De lo contrario, hasta un reconocimiento de la forma en que la clase dominante domina la sociedad puede dar lugar al derrotismo: “Está bien, estoy de acuerdo con usted, ellos lo manejan todo, controlan todo, dictan todo — no existe ninguna maldita cosa que podemos hacer”. No. Ellos efectivamente lo monopolizan todo, lo dominan todo, lo dictan todo — pero esta situación está acribillada de contradicciones, lo que tiene el potencial —y no sólo en algún sentido histórico abstracto— de volverse muy agudo.
Continuará
1. Véase, por ejemplo, “La pirámide del poder y la lucha por cambiar de base el mundo”, en Obrero Revolucionario (ahora Revolución) #1231, 7 de marzo de 2004 y #1237, 25 de abril de 2004, que se puede conseguir en revcom.us; véase también Revolución: por qué es necesaria, por qué es posible, qué es, el dvd de una charla filmada de Bob Avakian, RCP Publications, Chicago, 2004; y en Bob Avakian, La guerra civil que se perfila y la repolarización para la revolución en la época actual (Chicago: RCP Publications, 2005). [regresa]
2. En el momento de dar este discurso —antes de las elecciones al Congreso en 2006—, John Murtha, un congresista por Pensilvania de larga trayectoria, fue uno de los muy pocos miembros del Partido Demócrata quienes en ese entonces no sólo planteaban serias críticas a la guerra estadounidense en Irak, sino que declaraban que no sería posible ganar esa guerra y que era necesario que Estados Unidos saliera (que al menos sacara sus fuerzas principales) de Irak. Desde ese momento, y en particular con la emergente candidatura de Barack Obama, los líderes del Partido Demócrata han venido reclamando un calendario para sacar al menos la mayoría de las fuerzas estadounidenses de Irak — si bien eso ha ido de la mano con advertencias, de parte de Obama inclusive, acerca de la importancia de no precipitarse, o ser descuidados, al sacar a las fuerzas estadounidenses de Irak, y de prestar atención a las opiniones de los “generales en el terreno” en Irak acerca de cuándo sacar a dichos soldados y/o qué clase de “fuerza residual” dejar en Irak, aun después de sacar a (la mayoría de) las fuerzas estadounidenses en ese país. Estos dirigentes del Partido Demócrata y para repetir Obama en particular, también han insistido en que es necesario librar vigorosamente la guerra de Afganistán, lo que incluye el traslado de una cantidad importante de fuerzas estadounidenses de Irak a Afganistán, a la vez que Obama ha mencionado la posibilidad de lanzar ataques directos dentro de Pakistán en relación a la guerra de Afganistán (o como extensión de la misma) y él —junto con la dirigencia del Partido Demócrata en general— ha insistido constantemente en la posible necesidad de ir a la guerra con Irán y hasta la posibilidad de emplear armas nucleares para atacar a Irán (“todas las opciones tienen que estar en consideración”), si Irán no se somete a las demandas estadounidenses de suspender el enriquecimiento de uranio, a pesar de que, de acuerdo al Tratado de No Proliferación Nuclear, Irán tiene el derecho a desarrollar energía nuclear con fines pacíficos, y no ha habido pruebas concluyentes de que Irán ha estado desarrollando armas nucleares.
La candidatura de Obama, y la posición general del Partido Demócrata en este momento (en 2008), encarna alguna noción de una “rectificación del rumbo” en relación al programa que el régimen de Bush ha promovido muy agresivamente, pero no representa ningún tipo de alejamiento fundamental de ese programa — no es “un programa sistemático y coherente que en realidad representara una alternativa al programa dominante representado ahora en una forma concentrada por el régimen de Bush”. Tal como ha señalado el comentarista burgués establecido Andrew Sullivan, al argumentar a favor de la candidatura de Obama, lo que está “en consideración” en las actuales elecciones presidenciales (2008) son “en general opciones menores de política”. (Véase “Goodbye to All That: Why Obama Matters” [Adiós a todo eso: ¿Por qué importa Obama?], Atlantic Monthly, diciembre 2007, subrayado añadido.) La candidatura de Obama no tiene que ver en ningún sentido esencial con el cambio de la sociedad estadounidense ni de su papel en el mundo —lo que ni Obama podría hacer aunque quisiera, y no lo quiere hacer—, pero secundariamente tiene que ver con la aplicación de ciertos ajustes tácticos al rumbo establecido por el régimen de Bush, y principalmente se trata de cambiar la forma en que las personas de todo el mundo, así como en Estados Unidos, ven a este país y lo que está haciendo en el mundo — a fin de “darle otro cariz” y hacerlo con otro estilo y tono, “mellando algunos aspectos toscos” de la forma en que Bush y su régimen han suscitado el antagonismo de una buena parte del resto del mundo al promover un programa que, en una medida muy grande, tienen en común todos los sectores de la clase dominante y sus representantes, aunque con ciertas divergencias secundarias entre sí. [regresa]