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BOB AVAKIAN 
REVOLUCIÓN #52: 
Importantes experiencias históricas que arrojan luz sobre por qué fue necesario votar por Biden en 2020.

En los próximos mensajes, abordaré directamente por qué fue necesario votar por Biden en 2020 — y por qué sería muy incorrecto y dañino volver a votar por Biden. Pero primero, como indiqué en el mensaje anterior, cabe examinar las importantes experiencias de la historia de la revolución comunista que arrojan luz sobre todo esto.

Empecemos con la dirección de V.I. Lenin, en la revolución rusa, en la primera parte del siglo 20.

A inicios de 1917, una revolución ocurrió en Rusia, que derrocó el sistema encabezado por un soberano absoluto (el Zar). Aunque algunos supuestos “socialistas” —así como los comunistas auténticos (los bolcheviques), bajo de dirección de Lenin— participaron en esta revolución, aún no se trataba de una revolución socialista, y el resultado inmediato era un gobierno burgués (capitalista), encabezado por Aleksandr Kérenski. Al mismo tiempo los “soviets” —las organizaciones de masas de personas, incluidos soldados en las fuerzas armadas del gobierno— tenían mucho poder e influencia en la sociedad. Además, al continuar el gobierno burgués la participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial —la que infligía un inmenso sufrimiento a los soldados rusos, y a la población rusa en general—, las condiciones venían madurándose para la revolución socialista mucho más fundamental. Pero, tan sólo dos meses antes de que la revolución socialista triunfara, fuerzas en el ejército ruso, bajo el mando de su comandante-en-jefe, Lavr Kornílov, intentaron llevar a cabo un golpe de estado armado contra el gobierno de Kérenski así como contra el soviet en la ciudad importante de Petrogrado. Lenin insistió en ese momento en que se movilizara a la gente para derrotar este intento de golpe de estado — aunque, en términos inmediatos, esto equivaldría a defender al gobierno burgués de Kérenski, así como a los soviets. 

¿Por qué adoptó esta posición Lenin? Porque reconoció que, aunque las cosas venían madurándose hacia una situación en que sería posible hacer una revolución para derrocar al gobierno burgués y establecer un gobierno socialista, la situación todavía no se había madurado en toda su extensión para hacerlo; y si el intento de golpe de estado de Kornílov triunfara, eso hubiera perjudicado gravemente el avance hacia la revolución socialista, y quizá hubiera eliminado esa posibilidad por completo, al menos en la situación en aquel momento. Y, de hecho, la derrota del intento de golpe de estado de Kornílov condujo al mayor avance de la lucha revolucionaria por el socialismo, que de hecho logró tomar el poder tan sólo dos meses después.

(Para que quede claro, aunque en estos mensajes he venido enfatizando en general la cuestión muy importante de que la revolución es posible en estos tiempos en los que estamos viviendo ahora —y no simplemente en algún momento muy lejano—, no estoy sugiriendo que esta revolución vaya a darse en Estados Unidos tan pronto que en un par de meses. Al prestar atención a las experiencias históricas importantes, no se refiere a que la situación actual sea exactamente igual, ni que el proceso de la revolución en general vaya a seguir un curso exactamente igual. Aquí me estoy centrando en cuestiones de principios y método que son de importancia decisiva — y que son muy importantes al trabajar por una revolución real ahora.)

Se tiene otra experiencia importante de la historia de la revolución rusa, la que creó la Unión Soviética. Como ya se señaló, esta revolución ocurrió en el contexto de la Primera Guerra Mundial, y al aproximarse el fin de esa guerra, en 1918, el gobierno soviético recién formado, encabezado por los bolcheviques, firmó el Tratado de Brest-Litovsk con la Alemania imperialista (y sus aliados). Como resultado de este Tratado, el gobierno soviético entregó una gran extensión de territorio, que contenía una importante población así como una gran capacidad de producción, transporte y fuentes de combustible. Además, el Tratado requirió que el gobierno soviético le pagara reparaciones de guerra a Alemania.

Cuando más tarde en 1918, Alemania fue derrotada por fin en esta guerra mundial, el Tratado de Brest-Litovsk había dejado de surtir efecto — se anuló. Pero, antes de eso, a causa de la firma de este Tratado, ciertos “izquierdistas” (los “Social-Revolucionarios de Izquierda”) se salieron del gobierno soviético y luego lanzaron una rebelión en su contra. Lenin y los bolcheviques (los comunistas soviéticos) tenían razón en firmar este Tratado, mientras los “Social-Revolucionarios de Izquierda” estaban mal en oponérsele, y su rebelión contra el gobierno soviético no se justificaba sino que de hecho era reaccionaria, contrarrevolucionaria.

¿Por qué es así? Debido a que, en las circunstancias concretas, la república soviética muy probablemente hubiera sido eliminada, si no hubiera firmado este Tratado. Y, al firmar el Tratado, el gobierno soviético ganó tiempo para consolidar el poder estatal revolucionario, lo que a su vez posibilitó su victoria posterior en una guerra civil contra fuerzas poderosas del antiguo imperio ruso las que contaban con el apoyo y la ayuda de varios países imperialistas (incluido Estados Unidos).

Todo esto suponía el manejo correcto de contradicciones agudas: defender lo que se había logrado en un momento crucial, como base para seguir luchando a medida que se cambiaran las condiciones y aumentaran su capacidad de llevar adelante esta lucha. Es muy probable que no se hubieran dado una revolución socialista triunfante, ni ninguna Unión Soviética, si Lenin no hubiera dirigido las cosas en el sentido en que lo hizo durante la revuelta de Kornílov y el Tratado de Brest-Litovsk — aunque a ese Tratado en particular se le opusieron y atacaron fuerzas infantiles “de izquierda” que no contaban con bases serias ni una orientación seria respecto a llevar a cabo una transformación revolucionaria de la sociedad, ante poderosas fuerzas hostiles.

Ahora, en cuanto a la revolución china, en un punto de viraje crucial en esa revolución, en el contexto de una invasión y ocupación de China por parte del imperialismo japonés, el Partido Comunista de China, bajo la dirección de Mao Zedong, entró en un frente unido con el gobierno reaccionario y sanguinario del Kuomintang bajo el mando de Chiang Kai-shek. Mao y los comunistas chinos entraron en ese frente unido, después de combatir contra el Kuomintang durante casi una década y de sufrir pérdidas masivas a manos del Kuomintang, el que recibía un fuerte apoyo de Estados Unidos y de otras potencias imperialistas “occidentales”.

En esta situación también, la verdad es que quizás las fuerzas revolucionarias bajo la dirección de Mao hubieran resultado eliminadas (a manos de las fuerzas de ocupación japonesas y/o el Kuomintang) si los revolucionarios no hubieran entrado en este frente unido. En todo caso, es muy posible que no se hubieran dado una revolución china triunfante, ni una China socialista, si Mao no hubiera dirigido en la adopción de este viraje profundo en la política — lo que implicó, una vez más, unirse con fuerzas asesinamente opresivas. Pero, como señalé en el mensaje número Cuarenta y Cinco, como resultado de este viraje importante en la política, que encerró el frente unido con el Kuomintang, la guerra de resistencia contra la ocupación imperialista japonesa de China, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, llegó a ser un punto de viraje importante en la revolución china, por medio del cual las fuerzas revolucionarias dieron un salto decisivo hacia la victoria final de esa revolución unos pocos años después, en 1949.

Lo que realzan esas experiencias cruciales de las revoluciones en Rusia y China es que la revolución es una cuestión muy compleja, en que se requiere manejar repetidamente las contradicciones muy difíciles encarnadas en hacer avanzar la revolución: hacer frente a la realidad objetiva (la necesidad) la que la revolución enfrenta, en diferentes momentos, pero al mismo tiempo —incluso al hacer los ajustes necesarios a la política y a la orientación— no abandonar la orientación estratégica de trabajar por la revolución, sino que más bien manejar las contradicciones de una manera que en realidad sí haga avanzar la revolución en general.

Todo esto arroja más luz sobre por qué la adopción de políticas que, en términos inmediatos, o durante cierto período, objetivamente suponen unirse (o incluso apoyar) a fuerzas reaccionarias, puede ser una parte necesaria de hacer frente a las contradicciones, y avanzar en medio de las contradicciones, las que se presentan, a veces de manera muy aguda, en el transcurso de llevar a cabo una revolución real.

Esto se aplica a por qué era correcto decir que fue necesario votar por Biden en 2020 —y por qué volver a votar por Biden no sería correcto ahora, sino sería un profundo error— algo que seguiré examinando en los mensajes que siguen.