10 de marzo de 2025. Parece que todo el mundo tiene miedo: miedo de ser los siguientes que Donald Trump ataque, miedo de que Elon Musk los señale en sus redes sociales. Nadie quiere alzar la voz. Todos quieren esconderse o mantener un perfil bajo.
Los funcionarios públicos temen perder sus empleos. Los directores ejecutivos temen perder contratos con el gobierno. Los gigantes de los medios temen ataques judiciales. Los multimillonarios temen perder parte de su riqueza. Los políticos republicanos temen sus próximas elecciones.
Incluso los grandes bufetes de abogados, cuyas obligaciones éticas son representar celosamente a sus clientes y defender el estado de derecho, temen ser atacados por un presidente irracional y vengativo.
Se suele decir: Cuando el gobierno teme al pueblo, hay libertad. Cuando el pueblo teme al gobierno, hay tiranía. Si eso es cierto, entonces a tan solo unas semanas del mandato de cuatro años de Donald Trump, nos acercamos a la tiranía.
No me sorprende que la gente esté preocupada. Yo esperaba que muchos lo estuvieran. Pero no anticipé que tantos líderes de industrias y profesiones se dejaran silenciar por el miedo.
Peor aún que su silencio ante las acciones de Trump contra nuestra democracia es su complicidad silenciosa al ver cómo sus colegas son atacados, humillados y castigados.
Trump atacó a los medios de legado. Sus dueños pagaron por el privilegio.
Trump atacó a Mitch McConnell. Sus colegas republicanos en el Senado no hicieron nada.
Trump atacó a abogados y bufetes. Los bufetes más grandes y prestigiosos hicieron la vista gorda.
A todos nos enseñaron la inmoralidad del silencio ante el mal. Todos leímos el poema de Martin Niemöller:
“Primero vinieron por los socialistas y no dije nada porque yo no era socialista.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.
Luego vinieron por mí — y ya no quedaba nadie que dijera nada”.
Todos dijimos nunca más. Prometimos haber aprendido la lección de la historia. Nunca guardaríamos silencio. Seríamos justos.
Todos leímos las palabras de Martin Luther King Jr.:
“La mayor tragedia de este período de transición social no fue el clamor estridente de la gente mala, sino el silencio atroz de la gente buena. Nuestra generación tendrá que arrepentirse no solo de los actos y las palabras de los hijos de la oscuridad, sino también de los miedos y la apatía de los hijos de la luz”.
Nos dijimos que nos opondríamos a la injusticia dondequiera que la viéramos. Lo haríamos mejor que las generaciones anteriores. Seríamos más fuertes. Seríamos más valientes.
Hannah Arendt, una de las mayores cronistas del totalitarismo del siglo 20, describió el miedo como una emoción indispensable para la supervivencia. Es precisamente porque el miedo está tan profundamente arraigado en nosotros que podemos demostrar valentía. Escribió:
“El hombre valiente no es aquel cuya alma carece de esta emoción o que puede superarla de una vez por todas, sino aquel que ha decidido que el miedo no es lo que quiere mostrar”.
Si pudiera hablar con multimillonarios temblando de miedo, les preguntaría: ¿Vale la pena sacrificar la dignidad por el riesgo de perder una cantidad de dinero?
Si pudiera hablar con ejecutivos de medios que consienten a Trump, les preguntaría: ¿Vale la pena comprometer los principios por el riesgo de perder acceso?
Si pudiera hablar con políticos republicanos, les preguntaría: ¿Vale la pena ser recordado como un cobarde por el riesgo de perder unas elecciones?
Si pudiera hablar con los directores de grandes bufetes de abogados, les preguntaría: ¿Vale la pena traicionar el juramento al estado de derecho por el riesgo de perder unos clientes?
A todos los que asienten con la cabeza, pero se niegan a alzar la voz, les digo esto: Están ignorando el mensaje de Martin Niemöller. Es a ustedes a quienes Martin Luther King Jr. condenaba.
Sigan callados. Dejen que el miedo los domine. Observen mientras ocurre la injusticia. Pero no actúen como si no lo supieran, y acepten que son los últimos de una larga lista de cobardes que no aprendieron nada del pasado.